Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Bourgeois, Bilbao, Pintura

Louise Bourgeois: sexualidad, angustia y opresión

Bourgeois consumió su larga existencia mostrando, y demostrando, que valía como artista

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Louise Bourgeois, su vida, su obra, hubiera sido el material perfecto para que Sigmund Freud le dedicara un estudio. ¿O no? Demasiado evidente, exorbitante el tema en sus esculturas e instalaciones. Inmoderadas las explicaciones al respecto, que ella misma nunca se detuvo en formular.

Nada en su imagen apunta esa vía. Quizá porque la fama le llegó a una edad avanzada. En parte debido a que su trauma fue un hecho simple. Pero ojo, esa simpleza no implica que no fuera real en sus sentimientos o que no determinara su vida.

La historia doméstica se remite a una trama hogareña y cotidiana. Su padre mantiene una relación íntima con la criada y niñera; la madre lo sabe y consiente, finge desconocerlo; la niña lo sabe también y comienza a odiar al padre.

Por supuesto que no se puede reducir todo a un amorío ocasional o al carácter mujeriego del padre.

“De niña, me daba mucho miedo cuando en la mesa del comedor mi padre no dejaba de alardear, se jactaba una y otra vez de sus logros. Y cuanto más grande pretendía volver su figura, más insignificantes nos sentíamos sus hijos. Mi fantasía era: lo agarrábamos con mis hermanos, lo poníamos sobre la mesa, lo troceábamos y lo devorábamos...”, escribiría años más tarde.

No es que el padre la despreciara. Se opuso a que fuera pintora porque despreciaba a los artistas modernos (tenía un taller donde se dedicaba a la reconstrucción de tapices antiguos). Luego admiró el talento y las habilidades de la hija, pero para entonces el cariño ya no era mutuo.

Bajo esa inseguridad vivió Louise Bourgeois toda la vida, por lo demás normal. Se casó, tuvo hijos, enviudó. Nada indica una elemental transferencia afectiva del padre al esposo. Más que de trastorno psicoanalítico, cabría hablar de un trauma existencial. No por ello eludió someterse al psicoanálisis.

“Una mujer no tiene lugar como artista hasta que prueba una y otra vez que no será eliminada”, escribiría con rencor y verdad.

Volvería al tema una y otra vez. “La necesidad interior de un artista de ser artista conecta íntimamente con su género y su sexualidad”.

Aquí radica la clave de su vida y su obra. Bourgeois (1911-2010) consumió su larga existencia mostrando, y demostrando, que valía como artista. Conoció algunos grandes —Fernand Léger, Joan Miró, Willem de Kooning, Mark Rothko y Jackson Pollock— y al parecer nunca se sintió o nunca la reconocieron entre iguales.

Luego sería adoptada por el movimiento feminista, y aunque ella no se identificó como tal contribuyó a la causa.

Hay una instalación suya donde al parecer desnuda sus sentimientos: el padre yace asesinado y los hijos consumen el cadáver, comenzando por el pene.

Una retrospectiva que años atrás realizó el Museo Picasso de Málaga llevó por título una frase de la pintora: “He estado en el infierno y he vuelto. Y déjame decirte que fue maravilloso”.

Sin embargo, es quizá en su obra más famosa, que dedica a su madre, donde su personalidad se evidencia mejor: es una araña gigantesca.

“La Araña es una oda a mi madre. Ella era mi mejor amiga. Como una araña, mi madre era tejedora. Mi familia estaba en el negocio de restauración de tapices, y mi madre estaba a cargo del taller. Igual que las arañas, mi madre era muy astuta. Las arañas son presencias agradables que comen mosquitos. Sabemos que los mosquitos esparcen enfermedades y por lo tanto, no son bienvenidos. Entonces, las arañas son proactivas y de mucha ayuda, justo como lo era mi madre”.

La Araña, Maman, que mide más de nueve metros de alto, es una escultura de acero y mármol de la cual se produjeron subsecuentemente seis réplicas de bronce.

Una de ellas se encuentra en el Museo Guggenheim de Bilbao. Es una obra impresionante y de gran belleza, pero también algo aterradora.

Cuando en junio de este año se inauguró la ampliación de La Tate Modern en Londres, con una pirámide de ladrillo de 10 pisos firmada por los arquitectos suizos Herzog & DeMeuron y al costo de 260 millones de libras, la nueva instalación, con el nombre de Tate Modern Switch House —por ubicarse en el espacio dedicado al intercambio energético de la antigua planta eléctrica transformada en museo— más que duplicó la capacidad disponible de la instalación inaugurada en 2000, cuyo diseño la convirtió en un símbolo de lo que ha significado, desde el punto de vista arquitectónico, la Tate Modern respecto a su entorno.

Nada en este sentido preparaba al visitante, al cruzar el Támesis y caminar por la orilla, con el monumental edificio del Parlamento británico a sus espaldas, para iniciar un recorrido de varias cuadras y llegar al museo, salvo por supuesto el conocer su existencia.

Ahora la Tate se me asemeja al Guggenheim de Bilbao: un edificio que por su sola existencia despierta el interés. Curiosamente, en ambos casos hay que cruzar un río.

Para extender las similitudes con el Guggenheim bilbaíno, entre las nuevas salas de la Tate hay una dedicada a Bourgeois, con una de sus famosas arañas como atracción principal. No tan imponente como la que se encuentra en las afueras del museo de la capital del País Vasco, esta araña del Tate seduce igualmente con su belleza siempre pavorosa.


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