Actualizado: 28/03/2024 20:04
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Opinión

Más piedra que maíz

Los ecos del concierto en la Plaza de la Revolución durarán mucho menos que un puñado de grano lanzado al gallinero.

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Hay un pintor de mi terruño, extremadamente alusivo, Pedro Pablo Oliva, que en una de sus etapas iniciales incrustaba piedras sobre los personajes de sus lienzos. Piedras metafísicas, puntiagudas, persistentes, que obligaban a un doloroso equilibrio una vez comenzabas a andar... Esa etapa pasó, e incluso llegué a considerar eso como una señal: Sísifo ya no estaba obligado a cargar una y otra vez con esa piedra hacia un futuro que se demoraba en acontecer, tanto más cuanto mayor era el cansancio y la necesidad de arribar.

Imaginaba que las piedras estarían, más pequeñas y en mayor cantidad, igual de pesadas, ocultas en los bolsillos. Y establecí una relación entre la inclemente tarea del avaro y mentiroso Rey de Corinto y la invisibilidad de las piedras comunes. El paso inflexible del tiempo no sólo fragmenta y desmenuza las titánicas tareas, sino que permite analogías que antaño serían consideradas ofensivas; ahora somos como gallinas picoteando piedras minúsculas.

El concierto de Juanes es ilustrativo al respecto: premoniciones excesivas, incluso rozando la violencia, y todo en cierto modo inevitable (lo que aconsejaba tomarlo con el mayor escepticismo). Por eso ahora, al final, concluido ese llamado II Concierto Paz Sin Fronteras, en La Habana, la realidad nos obliga a buscar aquí y allá migajas para satisfacer y confirmar nuestro particular augurio. Picoteando, escarbando entre letras o frases por si se encuentran un auténtico grano de maíz. Más que megaconcierto ahora es metaconcierto, destaca más la interpretación abarcadora que el contenido en sí.

Y es que los que no han vivido 50 años de dominio totalitario sobre lo personal, de ingerencia del poder, incluso en el cuarto de baño (porque allí se acumulan los diarios Granma o Juventud Rebelde), no saben que la sobrevivencia depende de la interpretación. Interpretación en sus múltiples sentidos: desde la actuación, con una camouflage verdeolivo y sobre una tarima si las circunstancias obligan, hasta el asegurarse sobre los designios y alcances de cada palabra, el sopesar las intenciones tras los discursos y desentrañar los silencios graves.

Interpretaciones, más que contenido

Por eso la intelectualidad suele ser más despierta (sin que este epíteto haya de tomarse con demasiado entusiasmo) donde escasea la libertad: paralelamente al hambre física que te obliga a comer piedras, se desarrolla una especie de instinto para catalogar estas durezas según hipotéticos (porque aquí la individualidad se libera, masticando) beneficios particulares.

Es una necesidad que, persistente, crea expectativas.

Cualquier criador de aves de corral sabe aprovechar esta avidez: mezclan gravilla con trigo, en cantidades variables. Encima, algunas gallinas colaboran, a veces de manera inconsciente (el delirio del hambre otorga cierta inocencia).

¿Y cómo interpreto yo, el más iluso de los polluelos, las principales actuaciones de estos personajes en el concierto de Juanes en La Habana?

Posiblemente nos encontremos a alguno de los oportunistas de siempre (que van a disfrutar mojitos al Hotel Nacional o aprovechan para visitar con ciertas prerrogativas a sus familiares), y está claro que otros representaban a la oficialidad "revolucionaria" y cultural cubana; pero en general hay que aceptar como tónica dominante las intenciones expresadas por Juanes, por muy inoperantes que sean en la situación cubana.

Es sabido que alguna música hace que las vacas produzcan más leche, y que con experimentos similares se ha intentado que las gallinas multipliquen los huevos... Lo que hace más patética la muda y gráfica consideración de Olga Tañón acerca de que este era "el concierto del siglo", es precisamente que en su compulsión alimentaria las gallináceas tragarán cualquier piedra igual si les anima Amadeus Mozart como los Papines.

Silencio por presencia

Esa ingenuidad de Juanes, a quien se le notaba extenuado, es doblemente penosa porque se basa en las fútiles determinaciones de un empecinamiento y porque derivan de una supina ignorancia.

Juanes y muchos de sus acompañantes creen fervorosamente que su música nos engorda. Y pactaron con el dueño del gallinero porque suponen que incluso podría encantar a este rudo guarda la mágica relación entre los acordes de una guitarra y el feliz aumento de las virtudes. No extraña que esta visión, e incluso la especie de mesianismo que la anima, hayan trascendido el gallinero. Aunque la realidad es siempre tozuda: también fueron censurados los visitantes. "Nada de política" era el pacto; un slogan ventajoso a quien lo obligó, ya que en la Isla todo es política mientras no se diga lo contrario.

De esta manera, los visitantes, que tenían buenas intenciones y que habían empeñado su palabra, que habían cambiado silencio por presencia, estuvieron obligados ese día a jugar el juego de los cubanos: decir lo que se pueda, sin decir lo peligroso o prohibido; mientras, el régimen jugaba el suyo: jerarquizar o relativizar algunas libertades, permitir ciertos excesos y dejar meridianamente claro por cuáles caminos se va a la cárcel o al destierro. El de ofrecer algún que otro grano de maíz disfrazado de piedra, o viceversa, de una parte; el de lanzar alguna que otra piedra de las que quedan en el bolsillo, de otra. Al juego de las actuaciones, de las interpretaciones.

Lo curioso es que en este juego uno de los jugadores nunca está seguro de nada, o lo está de bien poco, porque la base es el silencio propio; la interpretación (el premio o el castigo) corresponde a los demás. Es lo que hay.

Y ya se encargó el comandante de dar la suya a los que no quieren caldo, que será la que mantenga a toda costa en su corralillo: El concierto es una muestra de lucha contra el bloqueo. Sólida y consistente interpretación, comparada con los granitos de maíz que, intencionadamente o no, desperdigaron algunos cantantes durante la tarde del espectáculo.

¡Pobres visitantes! No tienen la experiencia del sufrimiento y la adaptación, no saben más que lanzar frases furtivas o estrofas aisladas, sin mayores extensiones. Quién único mostró algo de energía extra fue Carlos Varela, que con su especie de ceci n'est pas un pipe, con su inarmónico pulóver negro, escenifico una actuación dentro de la actuación, dentro de la actuación; eso, como todo el mundo sabe, desestabiliza algo. Poco más que el goce de aparentar mientras la apariencia se vislumbra; el ser concientes de la exposición de lo falso. Por el momento, esos granos de maíz son nuestro disfrute diario y estéril. No sé por qué hay tanta alabanza a lo que Juanes y compañía hicieron escasamente al respecto en cinco o seis horas...

Después del concierto

Los ecos de este concierto se estirarán un poco más por parte del gobierno cubano (este éxito, este ejemplo, esta solidaridad); pero, a menos que uno similar se intente realizar en Miami, no creo que dé para tanto. A fin de cuentas, Juanes no es Juan Pablo II, ni el Instituto Cubano de la Música es la Iglesia Católica.

Es una verdadera insensatez y una distorsión ejemplar suponer siquiera que ambos eventos tuvieron comunidad de intereses, o propósitos, o resultados, por mucho que al régimen cubano le plazcan estas suposiciones. Porque el Concierto por la Paz, en cierto modo, ha finalizado aquella "despapización" de la Isla a la que se abocó el régimen. Han clonado parte del simbolismo de aquella visita (que no consistió únicamente en una misa en la Plaza de La Revolución, dicho sea de paso) en el imaginario entusiasta y despreocupado de esta otra, y en la pequeña pantalla, en la distancia temporal, pretenden mantener indistinguibles ambos, diluidos en la misma canícula.

O quizá no porque, a fin de cuentas, esta levedad del Concierto por La Paz en La Habana es perfectamente soportable; durará mucho menos que un puñado de arroz lanzado al gallinero.


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