“Mi antagonista”, de Antón Arrufat
A cincuenta años de su aparición, esta historia no ha envejecido
Hijo de padre catalán y madre libanesa, Antón Arrufat Mrad (Santiago de Cuba, 1935) es un miembro destacado de la “generación de los años 50” (Rolando Escardó, Roberto Fernández Retamar, Manuel Díaz Martinez, Cesar Lopez, Luis Marré, Rafael Alcides, Armando Álvarez Bravo…), quien ha cultivado el teatro (Todos los domingos, 1964; Los sietecontra Tebas, 1968; Cámara de amor, 1994…), la novela ( La caja está cerrada, 1984; Lanoche del aguafiestas, 2000…) la poesía (Pasado en claro, 1962; Repaso final; 1963; Lahuella en la arena, 1986…), el ensayo (Virgilio Piñera: entre él y yo,1995; El hombrediscursivo, 2005…) y el cuento (¿Qué harás después de mi?, 1988; Ejercicios para hacerde la esterilidad virtud, 1998…).
Comenzó su carrera literaria en la revista Ciclón dirigida por José Rodríguez Feo (1920 - 1993). Ha sido galardonado con múltiples premios entre los cuales se destacan: Premio de la Crítica Literaria (1987, 2000), Premio Nacional de Literatura de Cuba (2000) y Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar (2005).
Figura carismática de la literatura cubana, fue conminado al ostracismo durante 14 años por la pieza teatral Los siete contra Tebas (Premio José Antonio Ramos de la Unión de Escritores y Artista de Cuba —UNEAC—, 1968). “En cuanto a la obra de Antón Arrufat, Locus sietecontra Tebas, no es preciso ser un lector extremadamente suspicaz, para establecer aproximaciones más o menos sutiles entre la realidad fingida que plantea la obra, y la realidad no menos fingida que la propaganda imperialista difunde por el mundo, proclamando que se trata de la realidad de Cuba revolucionaria”, suscribía la Declaración de la UNEAC en el prefacio de la edición de la obra en 1968.
“En esos años nunca dejé de escribir. El trabajo en la biblioteca a la que fui asignado en Marianao me ayudó a pensar muchos proyectos que poco a poco van saliendo a la luz después de mi ‘rehabilitación’ en 1984 tras la publicación de La caja está cerrada”.
Arrufat pronunció un discurso en el año 2000, al recibir el Premio Nacional de Literatura, de afanosa declaración de principios y absoluta muestra de dignidad intelectual: “(…) En cualquier momento de la Historia y en cualquier sociedad, la relación del artista con el Estado o con el poder, no resulta fácil ni placentera. Mejora a veces y luego empeora. Lo que es imprescindible es esclarecerla, y cada cual mantenga el lugar que le corresponde. Aspiremos a una especie de equilibrio entre el Estado y el individuo. Ni un Estado tan fuerte que nos aplaste ni tan débil que nos deje indefensos (…) Viví muchos meses entre sombras, en la indefinición, sin saber cuándo y cómo terminaría lo que había empezado. Para mí se convirtió en el delito de escribir una pieza teatral juzgada como atentatoria de los principios de la Revolución, según reza la declaratoria que la UNEAC colocó como prólogo a la edición de la obra en aquellos años (…) Lo que a nosotros corresponde (o a mí) es realizar nuestra obra, ser fieles a ella. Aprendí con el ejemplo de Virgilio Piñera que, para un verdadero escritor, su oficio es un absoluto, el oficio más elevado y al que no debe traicionar. Bien merece la persistencia y la espera. Vivos o muertos, realizada la obra, ocupará su lugar. Han pasado veinte años desde el día en que salí de la Biblioteca de Marianao y regresé a la vida social de un escritor. Muchas cosas han cambiado a mí alrededor mientras me seguía latiendo el corazón. El que esta premiación se realice, es una de esas múltiples transformaciones. Los funcionarios que asisten complacidos a la entrega de este premio, no son los que decidieron marginarme catorce años de la cultura de mi país (…) El tiempo que duró la marginación, una sentencia de Valle Inclán normaba mi conducta: ‘Si prescinden de mí, prescindiré de ustedes’(…) Ahora la diría así: ‘Si no prescinden de mí, yo no prescindiré de ustedes’”.
Antón Arrufat se ha ganado el respeto de las dos orillas. Decoro de un escritor sin resentimientos, que no se asume víctima del Estado, pero que ha dicho siempre, aun en los perores momentos, su verdad.
Mi antagonista (Biblioteca BlowUp, Novelas Cortas, La Fábrica Editorial, Madrid, 2007)
Caminando por las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, donde abundan las librerías de viejo, encontré Mi antagonista en una mesa abarrotada de manuales diversos, sobre todo de Química y Matemáticas. Me llamó la atención la portada: una mulata besa a otro mulato, quien tiene puesto unos espejuelos con el signo de dólar en los vidrios: al fondo del encuadre, el mar. Él, presuntuoso, se regocija en el beso que recibe, entre tierno y sensual, de la mujer.
Cogí el libro rápidamente cuando leí Antón Arrufat en los créditos del frontis. Revisé el copyright: La fabrica Editorial, Madrid, 2007. Biblioteca BlowUp Novela Cortas. No conocía esta publicación del escritor santiaguero. El libro me temblaba en las manos. Recordé una conversación que tuve cierta vez, con el difunto Carlos Monsiváis (rastreador incansable de librerías de viejo): “Si encuentras un libro de tu interés en una librería de saldos, no muestres nunca entusiasmo, mantente tranquilo: si el librero sospecha que es una publicación importante para ti se aprovechará, y el precio será alarmante. Te aconsejo prudencia”. Eso hice y fui con Mi antagonista a la caja de pago.
¿Cuánto es el costo?, pronuncié indiferente. ¿De dónde lo tomó?, me preguntó el librero. De esa mesa, la de los manuales de Química y Matemáticas, respondí, recordando a Monsiváis, con total sosiego. 250 pesos (unos 20 dólares), respondió el hombre. Observé el ejemplar con frialdad, hasta con cierto desprecio simulado. Me gustó la portada, sólo eso. ¿En cuánto me lo deja? Miré, es un libro editado en España me llegó la semana pasada, se lo dejo en 180. No insistí más y pagué.
Tan pronto comencé la lectura, en un vagón del Metro, advertí: recordé un cuento que forma parte del volumen que Arrufat publicó en 1963 bajo el título Mi antagonista y otras observaciones. Me di cuenta que la portada nada tenía que ver con la temática y que esos dos mestizos en arrobada escena tropical no eran más que un gancho mercadológico de los editores madrileños.
Llegué a mi casa y revisé antologías de cuentos cubanos: en una de ellas encontré “El viejo”, “La vidriera” y “El fantoche” (todos publicados por Arrufat en la revista Ciclón de José Rodríguez Feo). La edición de Mi antagonista y otras observaciones nunca apareció en mis estantes de literatura cubana, pero sé que la tuve en algún momento: sabe dios en qué mudanza se perdió o a qué amigo se la presté y nunca fue devuelta.
La campiña de Isla de Pino (Nueva Gerona), plantaciones de toronja, las oficinas de una compañía estadunidense (Island Grapefruit), un bungalow, Santiago de Cuba, una madre parsimoniosa, un padre perdedor ‘dueño’ de unos yacimientos de manganeso que esperan inversión, una esposa infiel (Elisa), el cocinero mulato William, un título de contador, el jefe mister Murdock, el contador Oliverio, Gerardo Sarmiento, la maleta de las Lorenzo…: actores que conforman los entreveros de un cuento largo (novela breve, según los editores) narrado en primera persona, desde una prosa de limpia proporción.
Mi antagonista aborda los sigilos existenciales de un personaje que intenta encontrar una explicación de sí mismo: “¿De dónde nace esta necesidad de explicarme? No lo sé. Para esta pregunta no tengo respuesta, como tampoco para otras que me acosan”, reflexiona Oliverio: especulaciones en la que el olvido/presencia es seña de redención, y también de aborrecimientos.
En La noche del aguafiestas Arrufat edifica una fábula de utopías: recuperación fantaseada en los tinos del inefable Aristarco Valdés. Coto fundado desde la añoranza de unos personajes bordados en las sinuosidades del lenguaje. En Mi antagonista sobresale el coloquio íntimo del narrador con sus entornos emocionales, su pasado y los fantasmas que bordean el presente.
Recurso flaubertiano que el autor de La caja está cerrada explota con eficacia en empalmes del yo con intertextualidades de sutil enunciación: relator/protagonista (Oliverio) que conversa con los lectores (“Recuerdo la casa. Escribo —les escribo— lo que me viene a la cabeza. Unos recuerdos traerán otros, como una reacción en cadena. Algún sentido tendrá esta manera de recordar o de presentarme de cuerpo entero y desnudo. El lápiz corre en la hoja”) y, asimismo, repaso por escenarios de su infancia y juventud que se convierte en ajuste de cuentas, tentativa por explicar las coordenadas de sus gestos en el presente: “Mama y yo te escuchábamos con cierto desgano. Nada nuevo encontrábamos en tus habituales peroraciones: las minas seguían sin explotar. (Esto te lo digo al presente, papá. Ambos te ocultamos nuestra opinión, nuestro cansancio de oírte la misma promesa.) Y no obstante en algunos momentos, pese al gastado asunto, tu elocuencia conseguía estremecernos, que vislumbráramos un porvenir de esplendor económico”.
Interesante las correspondencias con la frustración que el autor de El caso se investiga consigue en las relaciones de los cincos personajes centrales de la historia: padre/madre, Gerardo Sarmiento,Oliverio/Elisa. Oliverio sobrepasa las perspectivas del padre al conseguir empleo en la compañía norteamericana de Isla de Pino, pero no encuentra tranquilidad frente a su fracaso marital y su decepción como aspirante a ser jefe del despacho contable. Elisa y la madre son las aristas de una misma sombra en el espejo: Oliverio, en el desasosiego del desafío que personifica la presencia de Gerardo, se desentiende en su intimidad conyugal con Elisa: ésta se deja seducir por Gerardo y escapa con él. La madre de Oliverio sostiene el hogar santiaguero ante la actitud de un padre pusilánime por quien siente conmiseración, pero no respeto.
Oliverio tiene puntos de contactos con el Florencio del relato “El viejo” en la orfandad que ambos comparten: a Florencio nadie le escribe y él se las ingenia para establecer contactos con agencias publicitarias que lo tienen al tanto de promociones comerciales; Oliverio escribe para conjurar su frustración: la complicidad con Elisa, para apartar a Gerardo, se convierte en perfidia.
A cincuenta años de su aparición, esta historia no ha envejecido. Ciertos reflujos de Sartre, Camus y Onetti se hacen patentes: desplazamientos y furores que se enmarcan en una suerte de idílica acuarela de aparente y lenitiva conjunción con la incertidumbre. La aparición de Gerardo Sarmiento desencadena una cabalgata de acuciantes sucesos en la vida de Oliverio. Parábola del odio/venganza naufragada. Regreso a Santiago con la maleta prestada por las hermanas Lorenzo: metonimia del infortunio. Precisa exploración del hombre vencido por las circunstancias que lo acosan. “Creo que debo concluir. A mis pies, la maleta que me prestaron las Lorenzo. Sé que William no olvidó poner dentro el título de contador. Mi equipaje, sin duda, está listo y completo”, advierte el narrador.
Confesiones que brotan en acordes de staccato: rondo y fuga de intenso salmo intimista: adagio consonante. “Recuerden: escribo esto para ustedes, queridos padres. Nos sentaremos una hermosa tarde en la sala de la casa familiar, lavados y peinados, y leeré estas páginas en voz alta”. Oliverio entra por la verja del jardín cuando llega humillado a la casa familiar: “Mamá se seca las manos en el delantal para estrecharme en sus brazos”. El autor de La divina Fanny en uno de sus mejores momentos narrativos.
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