Moisés, quién lo diría, bailaba danzón
El percusionista Roberto Rodríguez fusiona los ritmos cubanos con el klezmer judío, en una combinación musical en apariencia incongruente y difícil de imaginar.
Uno de esos críticos espontáneos que escriben en Amazon envió un comentario que me parece muy atinado. Tenemos ya, expresa el susodicho, western judío (Tim Sparks), hillbilly judío (Margot Leverett and the Klezmer Mountain Boys), soul-jazz judío (Steven Bernstein), soul-blues judío (Paul Shapiro and Midnight Minyan), música de vanguardia judía (John Zorn, Wayne Horvitz, Eric Friedlander), gonzo jazz judío (Jaime Saft) (¿cómo pudo dejar fuera el reggae judío de Matisyahu?). Tras lo cual se preguntaba, con toda razón, por qué no también son y danzón judíos. Y en efecto, por qué no.
Es ésa precisamente la fusión, inimaginable y en apariencia incongruente, la que ha hecho el percusionista cubano Roberto Rodríguez. Su propuesta ha cristalizado hasta la fecha en tres discos compactos: El Danzón de Moisés (2002), Baila! Gitano Baila! (2004) y Oy Vey… Olé!!! (2006), editados todos bajo el sello Tzadik, de Nueva York. En los dos primeros, su nombre figura en los créditos como compositor, arreglista y productor, además de intervenir como instrumentista. En el último, comparte el trabajo con el veterano pianista norteamericano Irving Fields, un influyente precursor de esa combinación de la música de origen judío con los ritmos latinos, en especial, los cubanos.
Con un nombre y un apellido tan criollos, era muy difícil suponer que la trayectoria de Roberto Rodríguez iba a seguir ese rumbo. Nacido en La Habana, estudió allí violín y trompeta en el Conservatorio García Caturla, y aprendió también percusión, inclinación en la que influyó el hecho de que su papá, Roberto Luis Rodríguez, era músico. Cuando tenía nueve años su familia salió de la Isla y se estableció en Miami. Fue allí donde Rodríguez, a los trece años, comenzó a tocar profesionalmente en el conjunto de su padre. Asimismo ingresó en el programa de música de la Universidad de Miami. Se trasladó después a Nueva York y eso le dio la oportunidad de trabajar como percusionista con notables figuras del jazz y el pop: Lester Bowie, T-Bone Brunett, Celia Cruz, Rufus Wainwright, Randy Brecker, Israel Cachao López, Paquito D'Rivera, Joe Jackson, Rubén Blades, Paul Simon, Lloyd Cole, Julio Iglesias y Phoebe Snow, entre otros.
En la etapa cuando vivía en Miami, Rodríguez empezó a interesarse por la música judía. La descubrió a través de los sobrevivientes del Holocausto y de algunos judíos cubanos que, al igual que sus padres, optaron por el camino del exilio. Eso le permitió ponerse en contacto con esa cultura, a la cual luego comenzó a vincularse. Tocó como músico en algunas bodas, en un bar mitzvahs, así como en el Miami Beach Yiddish Theater. Para él representó una verdadera sorpresa descubrir que aquellos emigrantes europeos estaban fascinados con el danzón, el chachachá, el son y otras manifestaciones de la música cubana, que escucharon por primera vez al sur de la Florida. Rodríguez supo también que varios pianistas y trompetistas latinos que surgieron en la década de los sesenta y los setenta eran de origen judío. Por otro lado, en Nueva York fue testigo del renacimiento del klezmer que comenzó a partir de los años ochenta. Tocó además con los músicos experimentales de origen judío John Zorn, Anthony Coleman y Marc Ribot, este último director de Los Cubanos Postizos.
Esos vínculos con la cultura judía y su reputación como instrumentista propiciaron que el compositor y saxofonista John Zorn abriera a Rodríguez las puertas de su sello discográfico Tzadik. Hasta entonces su nombre figuraba como colaborador en compactos ajenos. Ahora, en cambio, se le presentaba la oportunidad de poder grabar uno propio, y no podía desaprovecharla. Decidió además incursionar por primera vez en la composición, algo a lo que antes lo había animado el legendario Tito Puente. Fue así como surgieron temas instrumentales como El hebreo, Guahira, Shron, Comparsa en Altamar, Shalom a Shangó, The Shrvitz, Danzonete hebreo. Reclutó después a una docena de músicos que residían en Nueva York y con ellos grabó El Danzón de Moisés, una sorprendente e innovadora amalgama de la música tradicional cubana con el klezmer judío.
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