Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Proust, Literatura

Muchacho, ¡lee a Marcel Proust!

Este mes se cumple un siglo de la llegada a las librerías de París de Por el camino de Swann, primer volumen de la saga narrativa más importante del siglo XX

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“Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces, apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: «Ya me duermo». Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi sueño no había cesado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V”.

Así comienza Por el camino de Swann, primer volumen de la saga narrativa más importante del siglo XX. Hablo naturalmente de En busca del tiempo perdido, obra con la cual Marcel Proust (1871-1922) creó una de las aventuras literarias más sorprendentes y peculiares de la historia universal. De esa obra se ha hablado mucho en los últimos días, pues justo en este mes se cumple un siglo de que Por el camino de Swann llegó a las librerías de París. Antes de eso, su autor había presentado el original a tres editoriales —Fasquelle, Gallimard y Ollendorf—, pero todas lo rechazaron. Finalmente, en marzo de 1913 Bernard Grasset aceptó publicarla. Eso sí, a cuenta de Proust, pues no parecía ser un libro de venta muy fácil (la suma pagada por el escritor fue equivalente a nueve mil euros actuales).

A la larga, eso favoreció al escritor, que en enero de 1914 pudo recuperar los derechos y vendérseles a Gallimard, su editorial favorita. Pero ese año estalló la I Guerra Mundial, y la publicación de la siguiente novela del ciclo, A la sombra de las muchachas en flor, se demoró hasta 1919. Con ella, a Proust le llegó el triunfo definitivo, al serle concedido el Premio Goncourt. Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para disfrutar la fama: tres años después falleció. Ese tiempo lo dedicó a la incansable revisión de sus manuscritos, aunque solo alcanzó a releer las cuatro primeras novelas: Por el camino de Swann, A la sombra de las muchachas en flor, El mundo de Guermantes y Sodoma y Gomorra. Los cambios que hacía eran numerosos. Eso llevó a Bernard Grasset a la desesperación, y lo llevó a escribirle a Proust: “He repasado rápidamente sus correcciones. Transforman de tal manera el texto primitivo, que, en muchas partes, será más sencillo recomponer totalmente el texto, prescindiendo de las primeras galeradas, que utilizar los meros fragmentos de frases que subsisten”.

Vale la pena volver sobre las dificultades que encontró Proust para publicar Por el camino de Swann. El rechazo del director de Ollendorf se suele poner como ejemplo de los lugares comunes de las críticas contra la obra del escritor francés. Al susodicho corresponden estas palabras: “No puedo comprender que un señor pueda emplear treinta páginas para describir el modo en que da vueltas en su cama antes de encontrar el sueño”. Más significativo, sin embargo, fue el rechazo de la Nouvelle Revue Française, que editaba Gaston Gallimard y dirigía André Gide.

Asistido por su ama de llaves y por un señor que también trabajaba en la casa, Proust preparó el manuscrito de Por el camino de Swann y lo envió en un paquete hecho impecablemente. El empleado que lo ayudó había estado en la Marina y lo anudó con unos amarres imposibles de volver a hacer, a menos que se fuera marinero. Al cabo de varias semanas, llegó la respuesta de la N.R.F. Tanto la editorial como la revista, a la cual Proust había propuesto publicar adelantos, rechazaban su novela.

Hasta entonces, Proust no había logrado que se le reconociese como un “escritor de verdad”. Hijo de una familia de la alta aristocracia y de tendencias homosexuales, pese a que llevaba varios años escribiendo se le consideraba un snob, una especie de amateur ilustrado, conocido por sus apariciones en fiestas y saraos. Había editado un libro, Los placeres y los días (1896), que pese a haber sido prologado por Anatole France, entonces uno de los autores más famosos de Francia, se vendió poco. También contaba con dos traducciones del escritor inglés John Ruskin, La Biblia de Amiens (1904) y Sésamo y lirios (1906), así como con los numerosos artículos que escribía en el periódico Le Figaro. Póstumamente, se ha sabido que en esos años además escribía cartas sin parar. Su correspondencia es una de las más nutridas de la historia y alcanza los 20 volúmenes.

En las gestiones que hizo para publicar Por el camino de Swann, Proust tuvo una entrevista con Gaston Gallimard y le dijo que estaba dispuesto a costear los gastos de impresión. En un acto de gran honestidad, le comentó que su novela era muy indecente. En ella aparecía un personaje, el barón de Charlus, un “pederasta” que mantenía a un pianista y se levantaba a un conserje. Eso no amedrentó al editor, quien sugirió a Proust enviar una copia a André Gide. El rechazo de este fue casi inmediato, y lo más probable es que tomase esa obra como el desahogo de un snob frívolo. De acuerdo a una versión, al hojear el manuscrito Gide topó con una página en la que el narrador besaba la frente de la tía Léonie, en la cual se veían y se sentían sus vértebras. ¿Vértebras en la frente? ¿Cómo alguien era capaz de escribir semejante disparate? Sucedió que en lugar de véritables (verdaderos), el copista había escrito vertèbres. Asimismo a eso se sumaba que el manuscrito estaba lleno de tachaduras y tenía una extensión inusual.

Durante el debate, alguien expresó: “La novela está llena de duquesas. No es para nosotros”. Aunque se tomó entre todos, por el peso que tenía en la N.R.F. se atribuye a Gide la decisión de no aceptar el original de Proust. Cuando salió la edición de Grasset y la leyó, el autor de Los monederos falsos se dio cuenta de su monumental equivocación. No obstante, tuvo la nobleza de admitirlo. En una carta de 1914 que le dirigió a Proust, le expresa: “No me separo de su libro desde hace varios días; me saturo de él con delirio, me recreo en él. ¡Ay!, ¿por qué ha de resultarme tan doloroso el amarlo tanto? Rechazar este libro habrá sido el más grave error de la N.R.F., y (pues me avergüenza ser en buena parte responsable de ello) uno de los pesares, de los remordimientos más dolorosos de mi vida”. Proust nunca le perdonó a Gide lo que consideraba una afrenta. Pero accedió a entregar algunos fragmentos de El mundo de Guermantes para que se publicasen en la revista.

Proust desde el trópico

A propósito de esta importante efeméride, he pensado que valdría la pena dedicar un trabajo a la difusión y acogida que ha tenido en Cuba la obra de Marcel Proust. Quiero decir, sería estupendo que alguien se decidiese a hacerlo, no que yo lo vaya a realizar. Líbreme Dios de semejante osadía. Es una labor para la cual habría que disponer de mucho tiempo, para dedicarse a buscar en bibliotecas. Algo con lo cual yo no puedo ni soñar. No tengo idea de quién podría emprender ese proyecto, pues entre nosotros el escritor francés no cuenta con muchos devotos y lectores files. Igual me equivoco, pero al menos esa es la impresión que da la realidad.

¿Cuándo se publicaron los primeros textos de Proust en Cuba? No hablo de sus libros, aspecto al cual me voy a referir luego. Hablo de artículos y fragmentos de sus novelas. Seguramente existen otros antecedentes, pero puedo decir que al menos entre los más antiguos está la traducción de “Retratos de pintores (Cuyp, Watteau, Van Dyck)”. La misma se debe a José Lezama Lima y apareció en el número de marzo-abril de 1943 de la revista Nadie Parecía. Se trata de tres poemas pertenecientes al libro Los placeres y los días. A pesar de que no llegó a escribir sobre él, el poeta cubano era un admirador del novelista francés. En dos de sus libros autobiográficos, Los años de Orígenes y El oficio de perder, Lorenzo García Vega cuenta una anécdota que lo ilustra. Ocurrió en la trastienda de “una librería, la Librería Victoria, o La Victoria, como todos la llamábamos”. A continuación, copio la versión que aparece en el primero de esos títulos:

“Estaba, él, frente a la estantería de la derecha. Estaba pasando las páginas de la Paideia de Jaeger. Era un adolescente. Tenía puesto un saco negro —quizás quería parecerse a Unamuno—, y una corbata —nunca dejaba de usar corbata—. Tenía, también, él, unas manos temblorosas.

“[…] Pero el espectador estaba allí, en la pequeña puerta de la trastienda -no una puerta precisamente, sino la abertura de un tosco biombo de cartón-. Y el espectador dijo:

“—Muchacho, ¡lee a Marcel Proust!

“Era José Lezama Lima”.

Tengo para mí que esa admiración de Lezama Lima por Proust no resulta evidente en su escritura. De todos modos, los críticos se han encargado de encontrarla y magnificarla. El hecho de que, al igual que Proust, fuera asmático, homosexual y mantuviera una relación muy estrecha con la madre, fue suficiente para que se aplicara la lógica: ¿Verde y con pinchitos? Guanábana. Eso ha dado lugar a una considerable bibliografía. Uno de los primeros en escribir sobre ello fue Severo Sarduy. En abril de 1971 dio a conocer en la revista La Quinzaine Littéraire un texto titulado “Un Proust cubaine”. Se ha difundido mucho y, hasta donde sé, existen traducciones al español y el inglés.

El chileno Jaime Valdivieso fue mucho más allá y dedicó al tema todo un libro: Bajo el signo de Orfeo: Lezama Lima y Proust (1980). Los ejemplos son varios, pues el tema parecía dar mucho de sí. Pero como no se trata de una bibliografía, me limito a mencionar un par de trabajos más: “Marcel Proust y Lezama Lima: Notas sobre Paradiso” (1969), de Julio Ramón Ribeyro, y “A Proust of the Caribbean” (1974), de Peter Moscoso-Góngora. El primero fue reproducido en la Valoración Múltiple sobre Lezama Lima editada en Cuba.

¿Qué pensaba Lezama Lima de esas referencias a Proust? Pues le molestaban mucho. Copio aquí el fragmento de una carta de 1974 a su hermana Eloísa, donde eso queda claramente resumido: “Leí la sombría crítica de [Michael] Wood en The New York Review. Es una crítica dogmática que ya sabemos por qué lado viene (…) Y las eternas comparaciones idiotas con Proust, con Joyce, con Mann, demuestran la voluntad negativa y cerrada con que ha leído la obra. Porque hay asma, abuela y madre tiene que ser Proust, como si yo no pudiera ser tan asmático como Marcelo. Como aparecen adolescentes hay que citar a Joyce. Como en la novela aparecen diálogos sobre temas de cultura es, desde luego, el Settembrini de La Montaña. Da pena cansarse uno las manos para tanta mierda que ejerce la crítica con pedantería de dómine. La esencia de Paradiso se les escapa, perdidos en los escarceos del enjuiciamiento crítico”.

Vuelvo atrás en el tiempo, para dar noticia de algunos ecos críticos que tuvo la obra de Proust entre nosotros. Supuse que Social debió prestarle alguna atención y, en efecto, no estaba equivocado. Consulté el Índice de la revista Social (1916-1938), preparado por la Biblioteca Nacional José Martí, y hallé tres asientos: “Vermeer y la novela de Proust”, de Alfonso Reyes (febrero 1924), “Marcel Proust, el novelista de la intuición”, de José Antonio Ramos (septiembre 1928) y “Tres genios modernistas (Proust, Rainer Maria Rilke y James Joyce)”, de Eddy Chibás. Asimismo en otras publicaciones aparecieron “La vivencia religiosa en la literatura contemporánea (Una nueva interpretación del caso Marcel Proust)”, de Luis Rodríguez Embil (revista Nosotros, de Argentina, abril 1937) e “Ideología literaria de Proust”, de Camila Henríquez Ureña (Lyceum, abril-mayo 1939).

Mucho más significativo es un hecho relacionado con Eva Frejaville (1913-1998), aquella francesa que llegó en 1939 a La Habana, junto con Alejo Carpentier, y dejó una impronta en nuestra vida cultural. En Cuba cursó estudios en la Universidad de La Habana y los culminó en 1951 con una tesis titulada Marcel Proust y la novela francesa actual. Antes había dado a conocer en la revista La Verónica (noviembre 1942) el trabajo “Marcel Proust”. Asimismo bajo el sello de la editorial La Verónica, que dirigía el poeta español Manuel Altolaguirre, ese mismo año se publicó Marcel Proust desde el trópico, texto de la conferencia pronunciada por Madame Frejaville en el Círculo de Amigos de la Cultura Francesa, el miércoles 25 de noviembre de 1942. Eso hace de ella una de las primeras personas que contribuyó a divulgar en Cuba la obra de su compatriota.

¿Cómo conocieron los lectores cubanos la obra magna de Marcel Proust? Pues como el resto de los lectores de Hispanoamérica, a través de la edición argentina de Santiago Rueda. Aún no había fallecido el escritor francés, cuando Por el camino de Swann ya estaba accesible en español. Se publicó en 1920, y su traducción se debió al poeta español Pedro Salinas (se adelantó en dos años a la primera que se hizo al inglés). También hizo lo mismo con A la sombra de las muchachas en flor, que vio la luz en 1922. Empezó a trabajar en El mundo de Guermantes, pero la abandonó sin terminarla. Esa labor fue concluida por José María Quiroga Pla, yerno y secretario de Miguel de Unamuno, además de buen amigo de Salinas. Al mismo tiempo, esas traducciones aparecieron en España, bajo el sello de Espasa Calpe, cuyos libros se distribuían en Cuba y en general en los países de habla hispana. Hablo de esos primeros volúmenes, pues la colección completa de En busca del tiempo perdido no pudo editarse en España hasta 1952. Primero, debido al estallido de la guerra civil y después, a causa de la política homofóbica del régimen de Franco.

Para poder continuar con la publicación de la saga de Proust, Santiago Rueda contrató al argentino Marcelo Menasché. Este tradujo los cuatro volúmenes restantes (Sodoma y Gomorra, La prisionera, Albertina ha desaparecido y El tiempo recobrado), que aparecieron entre 1945 y 1946. Sus versiones tuvieron buena aceptación en Argentina, pero en España y el resto de América fueron consideradas inferiores a las de Salinas y Quiroga Pla. Lo cierto es que gracias a Santiago Rueda, durante varios años Proust llegó a todos los países de habla hispana. De hecho, los siete volúmenes se reeditaron hasta los años 80 y aún se puede encontrar en las librerías de ocasión. Un dato interesante es que en 1947 se puso a la venta la saga completa en un volumen de 2,175 páginas. Menos conocido es que en el catálogo de Santiago Rueda también figuran otros tres títulos de Proust: El caso Limoine (1946), Crónicas (1947) y Los placeres y los días (1947).

Y concluyo estos apuntes en inglés, que siempre hace que uno quede muy bien: to be continued next week.