Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Con ojos de lector

Muchos versos, pero poca poesía

Oscar Hijuelos y Lori Marie Carlson compilan una selección de poesía cubana del siglo XX, en la que los autores de la Isla son los grandes ausentes.

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Hace pocas semanas salió de la imprenta Burnt Sugar. Caña quemada (Free Press, Nueva Cork-Londres-Toronto-Sydney, 2006, 117 páginas). Lleva como subtítulo Contemporary Cuban Poetry in English and Spanish y sus compiladores son el novelista Oscar Hijuelos y su esposa, la traductora y también escritora Lori Marie Carlson. Como es costumbre en las ediciones norteamericanas, el volumen viene avalado por varios autores, cada uno de los cuales redactó unas breves palabras. Por ejemplo, Raquel Chang-Rodríguez afirma que se trata de "una colección fascinante que junta tanto a escritores de Cuba como a otros que viven en la diáspora". Según Mayra Montero, " Burnt Sugar reúne a un buen número de poetas cubanos esenciales". En la contraportada además se presenta a Hijuelos y a Carlson como "dos de las más importantes autoridades en el tema". Si sumamos todos esos elogios, el lector debería esperar de Burnt Sugar lo mejor. A condición, claro, de que ese lector sea lo suficientemente ingenuo para tomarse en serio esos textos que aparecen en las solapas y contraportadas de los libros, y en los que muchas veces se pone por las nubes a autores que apenas alcanzan a sobrevolar a ras del suelo.

En la nota de los editores que figura al inicio de Burnt Sugar, se expresa que la idea original de "esta ecléctica muestra de la poesía cubana del siglo XX" era incorporar textos pertenecientes a autores cuyo trabajo celebra su esencial cubana, sin importar que se halen en una u otra orilla. En el caso de los que residen o vivieron hasta su muerte en la isla, se encontraron con un problema: las actuales regulaciones del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos prohíben el pago de los derechos, lo cual para la editorial significaba el tener que hacer frente a una buena cantidad de inconvenientes legales y prácticos. Eso hizo que los compiladores renunciaran a incluir los creadores intramuros, renunciando así al concepto de ofrecer un panorama abarcador. Únicamente se salvaron de esa eliminación Emilio Ballagas y Fayad Jamás, cuyos respectivos herederos residen en el extranjero.

El resto de los autores que finalmente fueron incluidos en Burnt Sugar son: Gustavo Pérez Firmat, José Abreu Felippe, Enrique Sacerio-Gari, Reinaldo Arenas, Heberto Padilla, Pablo Medina, Agustín Acosta, Luis Cartañá, Rafael Catalá, Ángel Cuadra, Eugenio Florit, Orlando Rossardi, Walter de las Casas, Severo Sarduy, Virgil Suárez, Achy Obejas, Sandra M. Castillo, Lissette Méndez, Laura Ymayo Tartakoff, Ruth Behar, Rita Geada, Belkis Cuza Malé, Ricardo Pau-Llosa, Jesús J. Barquet, José Kozer, Lourdes Gil, Pura del Prado, Orlando González Esteva, Uva de Aragón, Adrián Castro, Rita María Martínez, Carolina Hospital, Dionisio D. Martínez, Dolores Prida y Armando Valladares.

Ante un libro como Burnt Sugar lo primero que cabe preguntarse es si, dadas las dificultades surgidas sobre la marcha, debió haberse realizado. Expresado en otros términos, ¿tenía sentido poner en manos del público de habla inglesa (además de los Estados Unidos, el libro se distribuye en Inglaterra, Canadá y Australia) una muestra de nuestra creación poética del siglo pasado, en la cual faltaban varios de sus nombres más significativos? Personalmente opino que no. Prescindir de la presencia de autores como Regino Boti, José Manuel Poveda, Mariano Brull, Rubén Martínez Villena, Nicolás Guillén, Dulce María Loynaz, José Lezama Lima, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Vigilio Piñera, Reina María Rodríguez, Raúl Hernández Novás, es sencillamente un despropósito, un disparate. Me pregunto qué imagen de la calidad y riqueza de la poesía cubana puede hacerse un lector extranjero al que se ha privado del acceso a esos creadores. Se harán, en todo caso, una imagen empobrecida, incompleta, lejana de la real.


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