«Nomadis», una puesta en escena fuera de serie
Una obra que rompe con el canon local de Miami y que no hace concesiones de tipo alguno
Nomadis es un montaje fuera de serie (llevada a escena por “Antiheroes Project”) concebida y dirigida por José Manuel Domínguez, con María A. Franco como asistenta de dirección, y la colaboración y participación de un equipo de actores formado por Claudio Marcotulli, Fernando Goicochea, Ivette Kellems, José Manuel Domínguez, Paola Escobar y Sergio Mora. Aunque no lo puedo asegurar un ciento por ciento, porque no asisto a todos los espectáculos teatrales que se montan en esta ciudad, casi estoy seguro de que no se está haciendo nada parecido en los escenarios de Miami, por un concepto teatral que se basa en un el actor como foco y centro móvil de una escena, con una conciencia física que se vuelve síquica por una concentración profunda entre una cosa y la otra.
Concebida con un absoluto concepto plástico, argumental, abstracto, visual, auditivo, lúdico, móvil y coreográfico, rompe con el canon local. Pero, principalmente (y esto es muy importante) sin concesiones de ningún tipo. Esto explica, de entrada, que sea un montaje difícil de asimilar, el cual, sin perder de vista el espectáculo (hecho con un mínimo de recursos, que no va más allá de unos cubículos negros) no se ha concebido para entretener (esa absurda noción de la dramaturgia) sino para acondicionar la angustia. Recuérdese que ni los griegos con su secuela de asesinatos, ni los españoles cometiendo toda clase de atropellos escudados en el concepto del honor, ni los isabelinos que llevaban la intriga hasta sus últimas consecuencias, escribieron gran teatro simplemente para pasar el rato.
Contextualizando la trashumancia
Se aclara en el programa que Nomadis representa un proceso de creación colectiva (y Dios nos libre de las funestas connotaciones del lenguaje), un estudio de composiciones visuales y argumentales cuyo resultado final ignoraban al iniciar el proyecto, un nomadismo escénico, una búsqueda, resultado de la propia relación de los actores, que funcionan a niveles autorales, encabezado por José Manuel Domínguez, como autor y director del grupo. Ya esta descripción de por sí caracteriza el nomadismo de la obra, que incluye en una trashumancia teatral de un escenario al otro, ya que Antiheroes Project” carece de sede. El uso de un lenguaje bilingüe (inglés y español fragmentariamente desarrollado), que queda establecido desde que empieza la obra mediante el diálogo ininteligible de la pareja al fondo del escenario, que conversa en un tercer idioma desconocido, inventado, cuyo parto tiene lugar en ese momento. Un texto, en efecto, muy difícil de seguir que genera la angustia nómada de un grupo de jóvenes en cualquier tiempo y lugar, que como tal no pueden determinar donde están, de donde vienen y adónde van. Pero lo cierto es que el nomadismo anti heroico se caracteriza por la angustia de lo incierto, el desconcierto de lo que no está prefijado, que es el factor determinante del mismo. Si bien la propuesta del equipo tiene como meta “un homenaje a la Generación Beat y a nuestra propia generación sin nombre”, todo se amplía en la forma de un destierro total que es un acto de liberación que tiene mucho de fraterno suicidio colectivo. Si de un lado podría tener algo de la más coherente camaradería de un Friends televisado para un público más convencional pero no menos desarraigado, quizás por tenerlo casi todo; del otro repercute la africanía nómada del no tener, ininteligible, que recorre su desarraigo por plazas europeas medievales y renacentistas, y que huye y recoge el precario equipaje cuando asoma la policía. Ese nomadismo africano y tribal, rezuma actualidad global migratoria, donde la nacionalidad acaba refugiándose en la soledad de cada uno.
Naturalmente, nuestro “exilio histórico”, llamado así para desprestigiarlo y alienarlo, tan nómada como cualquier otro, cuenta como el de todos los demás. Como coloquio más inmediato, el malecón habanero, el parque central, o lo que sea, de ese paraíso que aparentemente se sigue cayendo a pedazos, del que todos parece que se quieren ir, en avión o en balsas (como también sugiere el texto), y ojalá que levitando, como sea y adonde sea, aunque nada de esto se haga totalmente explícito, como si cada cual tuviera que buscar la voz que lo identifique en lo que se está diciendo.
Todo esto se cumple en el desarrollo, ya que las “historias alternadas, ficcionalizadas y descontextualizadas”, según explica el programa, convierten el proyecto en una trayectoria sin concesiones. Unido a lo que podría llamarse un sentido no figurativo de la escena, el espectador tiene que buscar un punto de apoyo para asumir su propia incoherencia. Pide, quizás, como concesión, algo más específico, un punto de apoyo que no creo que vayan a concedérselo, y ni estoy seguro de que lo deben conceder, que ayude al espectador a sostenerse en un áncora argumental más concreta. Quizás esto reduciría el peso de la angustia de “Nomadis”: un ir hacia un lugar que no se sabe cuál es, si existe siquiera, si se va a llegar en algún momento, o inclusive, si se quiere llegar. No hay quién soy, dónde estoy, adónde voy y de dónde vengo.
En el fondo, Nomadis es una respuesta apolítica y apocalíptica a los desastrosos funerales de las utopías de sello marxista, que empezaron (cuando menos) con la Generación Beat y repercute hasta hoy en día: una generación rebelde que se negaba a entrar por el aro, cuyo concepto liberador no era tan solo “hacer el amor”, sino “hacer lo que me diera la gana”. Paralela al látigo castrista, desata la crisis demoledora de los cincuenta, “revolución vs. revolución”, y repercuten hasta el presente, sin que haya podido resolverse tampoco con el $$$$$$$$$$$$$$ de los rascacielos bancarios. Una respuesta también a los de Brickell Avenue, a la fachada del vacío, al signo del capital (del euro y del dólar tras los mencionados desastres de las utopías), condenados todos a un nomadismo antiheroico que configura la sobrevivencia precaria del destierro. Al reubicarnos la obra (cuando menos como punto de referencia) en la Generación Beat, Nomadis da una vuelta al abismo como gesto de liberación, mediante el uso de un lenguaje de correlaciones libres a través de lo visual y auditivo, de la coreografía y la incoherencia abstracta; un lenguaje casi no figurativo, vértigo generador de un mundo que no ha sido superado. Esto nos reubica, aunque pudiera no parecerlo a primera vista, en un punto de la vanguardia cultural cubana que se inicia a principios de los sesenta pero que se retuerce a latigazo limpio, y que condujo, a modo de síntesis, al Trac de Piñera, grito inarticulado que es también a donde nos remite Nomadis.
In love with “a Goddess” and dreaming of sex
Con tal encabezamiento, en correspondencia con el montaje de la obra y tomando a Jack Kerouac como punto de apoyo, sobresale una noticia publicada en The Guardian (Inglaterra, 18 de septiembre, 2014) hace unos pocos días, que le da a Nomadis una adicional e inesperada vigencia. A consecuencia de que en la obra se menciona a Kerouac un par de veces, este hecho de entrada me llamó la atención y me sirvió para enfrentarme al espectáculo. El abstraccionismo visual y coreográfico, postmodernamente inconexo, incluyendo el texto, sirvió de puente libre para situarme en el marco de Nomadis, quizás llevado por el sistema de asociaciones libres al que invita el montaje, donde en realidad cada cual elabora lo suyo. Por casualidad, acababa de ver On the Road, película sobre una novela de Jack Kerouac con elementos autobiográficos; saga hippie que hace un par de años se convirtió en cine, dirigida por Walter Selles, con Dean Moriarty y Garret Hedlum (merecedor de un Oscar) en los papeles protagónicos.
Tanto en la película como en Nomadis está también ese espíritu nómada de la angustia que no se asienta en ninguna parte, característico de la vida y obra de Kerouac. De un lado, la actuación del propio José Manuel Domínguez revolcándose por el piso, o alienado, tocando el acordeón por algún rincón, a los golpes contra la pared; y del otro, la dinámica y química que se desprende de la relación entre Fernando Goicochea y Paola Escobar, que sobresale en el montaje, como si el vestuario rojo de Escobar, rompiera intencionalmente la continuidad del negro; producen un efecto keouraquiano, Goicochea, keouraquiano también como el jugador de fútbol que fuera Keourak, con presencia parecida, portavoz del romanticismo futbolístico del escritor (en una fenomenología “romántica” norteamericana, donde no faltan referencias más contemporáneamente explícitas) y Escobar, que con agilidad coreográfica irrumpe en el marco negro, corresponde específicamente con las cartas de Keourak dadas a conocer recientemente, como si fuera una premonición escénica del grupo.
“The 17 complete letters, two postcards and seven substantial fragments by the author of “On the Road” were found by the daughter of George J Apostolos, a childhood friend of Kerouac’s. The author wrote to Apostolos from Horace Mann, the New York City prep school to which he had won a football scholarship, and from Columbia University, largely between 1940 and 1941, when he would have been in his late teens.” In a letter, he records in minute detail the charms of his “dream girl”, whom he intends to marry: “There is no doubt in my mind that you or I have never laid our eyes on such an exquisite creature as Jacqueline Sheresky,” he rhapsodies.“Her neck has that stamp of blueblood; it curves up delicately and like ivory to a perfectly moulded almond chin, and thence to quivering scarlet lips, covering a row of alabaster teeth. Her eyes are dark as ebony, with a flash of fire in them. Her hair topples down in rippling cascades of black sleekness, over a pair of resilient, lush shoulders. She is slim, blooming and graceful; I have never seen anything like it.”
Es indiscutible que la relación entre Goicochea y Escobar, bajo el montaje de Domínguez, constituye un fuerte asidero dramático y erótico de la obra, explícito en la escena y en la carta, como si se desprendiera del texto de Keuorak, seguramente sentido pero no conocido por “Antiheroes Project”, dada la reciente divulgación de las cartas. La substancia está ahí y quizás marque una pauta dentro del nomadismo individual y colectivo. La seguridad y el certero manejo corporal del grupo, del cual el vigor adicional y agilidad de Sergio Mora es una muestra, la introducción del grotesco gracias la actuación y vestuario de Ivette Kellems, e inclusive Claudio Marcotulli por la impersonalidad documental de estar detrás del lente, así como el diseño de luces de Alexey Tarán, contribuyen al total acierto de Nomadis.
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