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Otro premio de la crítica para Mirta Yáñez

A propósito de Sangra por la herida, la última novela de esta escritora cubana

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Tengo casi todos los libros de Mirta Yáñez y los que no, aparecen un día en la biblioteca de Universidad de California como Sangra por la herida, novela con la que obtuvo el premio de la crítica junto a Leonardo Padura por La mujer que amaba las perras, como diría Gertrudis, uno de sus personajes. Si el libro empieza con una nota original y entrañable, que pone al revés la literatura escrita por los varones —su antología Estatuas de sal, escrita con Marilyn Bobes, cumplió quince años y sigue divulgando la obra de las narradoras— la arista humorística e irónica no es la cuerda sostenida de este libro de 220 páginas (Unión, 2010), sino la compasiva, nostálgica y elegíaca revisión del universo de los jóvenes en los tumultuosos sesenta, que ahora viven o desviven sin haber cumplido sus sueños. ¿Tengo que decir que aunque no estudié en la Escuela de Letras ni viví en el barrio de Alamar, sus personajes me son conocidos, queridos, y que aunque apenas me senté dos veces en el banco de la entrada de la calle G, me parece que compartí algo con Gertrudis y tengo algo de Martín?

No he dejado (todavía) mis medias en ninguna tendedera, pero todos al ocultar o silenciar, en nuestra inercia, tenemos “una atadura oscura con algún suceso del pasado”, hilo conductor de ese desgarrado desfile. El argumento, en una novela de personajes, una historia vivida desde distintos puntos de vista, hace imposible identificar el hecho, si acaso es uno solo.

Hace más de un año recibí una fotografía. Margarita Mateo presentaba el libro en un sábado del libro. Detrás de la autora, personajes ataviados para una performance, que Rita Martín convirtió en clip. Alguien del público trae girasoles. Desde entonces muchos otros se han detenido en sus valores, entre ellos, muy convincente comentario de Roberto Madrigal en su blog.

Ésta fue la sinopsis de la novela que la autora me envió:

Mediante un concierto de diversas voces de distintas edades y naturalezas se elabora una historia vista desde distintos puntos de vista, fundamentalmente de mujeres, cuyo hilo conductor es el suicidio de una joven en los años sesenta cubanos, años de brillo cultural, de sueños luminosos y de la más absurda intolerancia. Vista la historia desde el presente, se teje, al mismo tiempo, la memoria, aparentemente ficcional, de una familia de inmigrantes españoles, la vida conflictiva y sórdida en un barrio periférico habanero y los distintos rumbos que fueron tomando un grupo de muchachas que, en su adolescencia, soñaron y ambicionaron una vida esplendorosa.

Está Daontaon con su alegría y María Esther con su desencanto. Están los sitios de La Habana donde los jóvenes escuchaban música o tomaban helados, los libros que los nutrieron, las familias que los prohijaron, las exposiciones y los recorridos, de la sala Tespis al teatro Varona, de los arrecifes de Alamar a la niebla de Londres o el cementerio donde alguien fue a buscar la tumba de Vallejo. La Rampa y su forma verbal: rampear. Y están las prohibiciones, las asambleas y las purgas, las desviaciones ideológicas, las bombas que caen sobre Hanoi, los pelos largos, la moralidad y los muertos de Tlatelolco. Los hechos con los que los borraron del mapa o les quitaron lo bailado.

Daontaon se expresa en negritas y cursivas. Es agridulce. Y hay una “mujer que habla sola en el parque” que interrumpe el relato para avisar que La Habana se muere. Su sonsonete, su llamado, casi como un grito, me recuerda los personajes de José Triana en El parque de la fraternidad.

El escenario y los seres humanos se han fundido, la época y sus voces, sin delimitación ni recriminaciones. La penuria y el dolor. Y la narración se abre a las preguntas eternas acerca de la muerte, la enfermedad y el transcurrir del tiempo. “¿Salvar el pellejo o perseverar en la verdad como Giordana Bruna? pregunta Gertrudis.

Hay un suceso en Alamar que nunca se descubre —crónica roja y escándalo policial— y está el sufrimiento de esta generación encanecida, que todavía sangra por la herida pero no ha dejado de contarlo. En este libro estupendo no hay ditirambos ni celebración sino ánimas en pena en busca de su morada.

Mirta Yáñez (La Habana, 1947). Narradora, poetisa y ensayista. Ha obtenido cuatro veces el Premio de la Crítica. En el año 2008, Ediciones UNIÓN publicó una colección selecta de sus relatos, El búfalo ciego y otros cuentos.


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