Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Parra, Literatura, Cuba

Para recordar una hoja de Parra

El poeta chileno que el 5 de septiembre cumplirá 102 años se ha caracterizado siempre por su independencia, lo que le costó el rechazo del Gobierno cubano y la intelectualidad oficialista

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A finales de la década de 1960 —alrededor de 1968 o 1969 para ser más exactos— Nicanor Parra era una especie de pequeño o gran ídolo para los escritores jóvenes cubanos o los que aspiraban a serlo. Más de un estudiante universitario hablaba de antipoesía como un recurso adicional y a la mano cuando se trataba de conquistar a una muchacha, doblemente efectivo si ella también tenía sus aspiraciones literarias.

De alguna forma la antipoesía tenía un encanto especial para el género femenino. Una especie de sexo oral que algunas rechazaban y decían no entender —y que ni les pasaba por la mente tratar de entenderlo en el futuro— mientras otras más atrevidas decían gustarle.

Por lo demás resultaba seguro mencionar a Parra. No era ciento por ciento seguro ideológicamente, pero políticamente sí. Había sido delegado del Congreso Cultural de La Habana en 1968 y el fantasma de Violeta Parra lo acompañaba.

Para entonces el Gobierno cubano continuaba explotando —con palpable disfrute añadido entre los nacionales— la atracción que ejercía sobre los intelectuales extranjeros.

Poco más que eso. Parra era sobre todo un poeta para intelectuales, pero el país permitía cierto elitismo. Por otra parte había demasiadas referencias comunes y vasos comunicantes entre la antipoesía y la poesía coloquial; los poetas nicaragüenses Ernesto Cardenal y José Coronel Urtecho; las fuentes compartidas de Ezra Pound, T. S. Eliot y William Carlos Williams, y hasta Eliseo Diego a una distancia respetable. Hubo algún que otro imitador nacional de Nicanor Parra, pero nada más. El resto quedaba en el fetichismo cultural que siempre ha desencadenado el poeta chileno.

Ocurrió entonces un gesto ingrato, según el Gobierno cubano. El 15 de abril de 1970 Parra acudió a tomar el té en la Casa Blanca invitado por Patricia, la mujer del presidente Richard Nixon. Eran los días de la escalada militar en el conflicto vietnamita, los bombardeos y la posterior invasión a Camboya y cuando los miembros del Khmer Rouge eran aún desconocidos o apacibles combatientes antiimperialistas —para los estadounidenses, el resto del mundo y especialmente para los intelectuales latinoamericanos.

De poeta mencionado con extrañeza o entusiasmo, Parra pasó a ser persona non grata. Lo curioso o no tan curioso del caso es que los ataques —y las burlas, porque a un antipoeta no bastaba con atacarlo, había también que burlarse de él— alcanzaron pronto a la poesía.

Así la antipoesía pasó a ser negativa, malsana y burlona; vertedero de todo lo que no debería ser un poeta en un régimen socialista; fiel espejo de la decadencia del mundo capitalista.

Espejo que se podía mirar por un momento, para una breve mirada hacia el infierno, pero que se debía romper de inmediato, por miedo a la confusión y el contagio.

Como contrapartida de la antipoesía, la poesía colonial se convirtió en la propuesta adecuada para la Cuba socialista: sencilla aunque seria; sin excluir el humor pero nunca regodeándose en la burla y la ironía.

Donde la antipoesía se empecinaba en la incredulidad, la poesía coloquial reafirmaba la creencia en los valores positivos de la vida y el ser humano, especialmente si ese ser humano vivía o tenía el privilegio de participar en una sociedad socialista.

No se puede afirmar que la poesía coloquial se convirtiera en nuestro realismo socialista poético, pero sí que disfrutó de los beneficios de la complacencia con que era recibida en el ámbito del oficialismo cultural.

Al igual que en tantas otras tareas tristes de la cultura cubana, a partir de 1959, fue Roberto Fernández Retamar quien sostuvo la iniciativa. Impulsado por un doble objetivo, pues no se trataba solamente de cumplir una tarea de la vanguardia cultural revolucionaria, sino de promover el lenguaje poético que mejor lo definía o que únicamente lo definía. En 1970 la Casa de las Américas retiró la invitación a Parra para participar como jurado del premio que anualmente otorga la institución.

Luego, tras el golpe de Estado de Pinochet, empezaron a circular por La Habana rumores y acusaciones de que Parra apoyaba a los golpistas.

Poco hay de cierto en todo ello. Parra no fue un típico militante en contra de Pinochet. No fue agredido físicamente durante la dictadura. Tampoco tuvo que marchar al exilio y conservó su puesto de profesor de la Universidad de Chile y ocupó en ella un cargo directivo.

Sin embargo, no por ello dejó de sufrir los recursos de silenciamiento típicos del régimen: quemaron cajas con sus Artefactos en 1973, así como la carpa del teatro-circo donde se presentaba Hojas de parra (1996), basada en su poesía, en marzo de 1977. Según el poeta, tres veces trataron de incendiar su casa de Isla Negra y que quemaron totalmente otra que había adquirido en Las Cruces, 120 kilómetros al oeste de Santiago de Chile.

Los hechos constituyeron una muestra más de las tácticas de miedo y destrucción usadas por los gobiernos totalitarios en cualquier época y parte del mundo, ya sea Cuba, España, Chile, Argentina o Alemania.

Hubo sin embargo un comentario de Parra que provocó un litigio.

“Por una parte es un salvador, si no fuera por Pinochet estaríamos como Cuba. Eso es un hecho. Pero enseguida las atrocidades que se cometieron. Uno quisiera un salvador sin atrocidades. ¿Cómo junta uno las dos cosas? La atrocidad con una operación de salvataje. Si uno quiere pensar en grande la cosa, no hay tal salvador. Un salvador a corto plazo ¿para qué? Un mecanismo que se llama consumismo, pan para hoy y hambre para mañana”, le dijo el poeta a Víctor Jiménez Atkin, quien filmó durante once años la película Retrato de un antipoeta.

Los familiares de Parra no estuvieron de acuerdo con la inclusión del comentario en el filme y en 2009, un mes antes del lanzamiento de la película, presionaron para que fuera eliminado. Uno de los patrocinadores también hizo lo mismo. El corte fue realizado, pero luego, en diciembre de 2011, la versión completa de la película.

Cuando Parra ganó el Premio Cervantes en 2011, el nombre de Retamar no se oyó por parte alguna entre las proposiciones. Como una antigua ironía, fue el de Fina García Marruz el que se escuchó entre los candidatos posibles, en una especie de vuelta al pasado literario que no abolirá el azar.

Cuando en 2014 Parra cumplió cien años, fue la presidenta chilena Michelle Bachelet quien encabezó la lectura de El hombre imaginario, su obra más emblemática, como parte del homenaje que se le realizó en su país y en todo el mundo.

Hay una línea de Parra que mejor define no solo su relación con el régimen de La Habana sino la realidad de muchos procesos históricos. Es bueno repetirla, sino a diario, con la frecuencia apropiada: “Revolución / revolución/ cuántas contrarrevoluciones /se cometen en tu nombre”.


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