Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Cine, Arte 7

Perversión, crueldad y placer

De esta película solo cabe señalar que los verdaderos masoquistas fuimos los espectadores, que pasamos dos horas aburridas ante la pantalla del multiplex

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El diccionario de la Real Academia Española tiene dos definiciones para las palabras masoquismo, sadismo y perversión. Una es moral y la otra es práctica. En la moral, define tanto al masoquismo como al sadismo como perversiones sexuales, en el sentido en que perversión está definida como “viciar con malas costumbres…”. Pero en su definición alternativa, la perversión es el mero hecho de perturbar el orden de las cosas y masoquismo y sadismo son meras complacencias en sentirse humillado y maltratado o en la ejecución de una crueldad refinada.

Deleuze, quien también se ocupó extensamente del cine y la psicología, cuestionó la perversidad moral del sadismo y el masoquismo como un reduccionismo errado. A partir de ahí, los analistas y filósofos contemporáneos que se dedican al asunto, dirigen sus estudios en esa dirección.

Tanto Von Sacher-Masoch como el Marqués de Sade, fueron locos exquisitos que pasaron los últimos años de sus vidas en asilos psiquiátricos, que es por lo que más se les recuerda, a pesar de que ambos no eran más que hombres de ideas avanzadas, no solo en cuanto a la sexualidad, que resultaban intolerables al orden establecido de sus tiempos. Debo añadir, que en el más reciente manual de diagnóstico de enfermedades mentales que edita la American Psychiatric Association, sadismo, masoquismo y sadomasoquismo están clasificados como “desórdenes psiquiátricos”.

Lo que sí resulta perverso es el atractivo de fruto prohibido que ambas prácticas sexuales ejercen sobre los que no se atreven a entregarse a ellas y la desvergonzada manipulación de los mercaderes literarios y cinematográficos para explotar esa curiosidad. La más reciente en sacar provecho de ello es la escritora inglesa (pero de origen escocés y chileno), E.L. James, quien de un trabajo administrativo en el cine, pasó a escribir fan fiction basado en la popular Twilight y terminó escribiendo Fifty Shades of Grey, una novela del género conocido como soft-porn, que culminó como una trilogía compuesta también por Fifty Shades Darker y Fifty Shades Freed de los cuales se han vendido más de setenta millones de ejemplares en todo el mundo y que, según la revista Forbes, le han generado $100 millones en ganancias a la Sra. James.

El tema del libro y de la película que se basa en este, es el de la relación entre Anastasia Steele, una virginal estudiante de literatura inglesa y Christian Grey, un billonario que es dueño de una megacorporación que nunca se sabe a ciencia cierta a que se dedica. Ella es sexualmente naive, pero curiosa, y él es un hombre frío, que solamente siente placer sexual ejerciendo como dominador e infligiendo dolor a sus parejas.

El libro utiliza como anzuelo un lenguaje supuestamente atrevido que parece haber movido lo más íntimo de un público mayormente menopáusico y de próstatas inflamadas que no exigen mucho literariamente y se conforman con juegos de palabras que inciten a una “perversa” ignición sexual. Tiene frases como (y tomo de la edición de Grijalbo): “Te quiero dolorida, nena. Quiero que cada vez que te muevas mañana, recuerdes que yo he estado dentro de ti. Solo yo. Eres mía”. O: “Yo no hago el amor. Yo follo duro”, ambas dichas por Christian, mientras que Anastasia, en un monólogo interior, narra: “Envuelve una mano alrededor de mi cintura, mientras su otra mano agarra mi cadera, y se introduce en mi fuertemente, haciéndome gritar”. O: “Su lengua acaricia mi nombre, y el corazón se me vuelve a disparar”.

Prosa porosa y cursilona, pero que juega con el hecho de que la imaginación del lector hace el resto. No he leído el libro, pero con lo que he leído acerca de él y por otros extractos que he leído aparte de los arriba citados, me puedo formar una idea del por qué ha tenido tanto éxito. Pero el cine, como realidad en sí misma, deja poco a la imaginación y, al menos en esta primera entrega (amenazan con dos más), ese furor sexual no se traduce a la pantalla.

Los juegos sexuales de soft-porn han sido explorados comercialmente desde finales de los sesenta en los filmes de Tinto Brass, Michael Powell, las películas de Emanuelle y más seriamente pero para mí muy fallidamente, por Stanley Kubrick en Eyes Wide Shut. Todos estos filmes explotan el lado perverso de la sexualidad. Por ahí apunta Sam Taylor-Johnson al encargarse de la dirección de la versión cinematográfica de 50 Shades of Grey.

Pero en el cine no se ve la combustión entre Anastasia y Christian. Interpretada eficazmente por Dakota Johnson (quien combina la voz de su abuela Tippi Hedren, con los gestos de su mamá Melanie Griffith y el rostro de su padre Don Johnson), Anastasia es una ingenua demasiado curiosa, que a pesar de su inicial torpeza al vestir y de su inexperiencia sexual, muy pronto se transforma en una joven sofisticada y elegante y con su aparente timidez va controlando la relación a su antojo. El actor norirlandés Jamie Dornan, que fue modelo de Calvin Klein (y debió quedarse como tal), aprovecha esa experiencia para dar un Christian Grey vacío y sin matices, como un comercial de ropa interior. Es un Grey sin ninguna de sus cincuenta sombras.

Grey habla fuerte, pero actúa débil. A pesar de su insistencia en un contrato para llevar la relación al sadomasoquismo, cede en varios puntos mucho antes de firmar y tras las escenas sexuales, que parecen más propias de una novela de Harlequin, tras alcanzar su orgasmo corre a tocar el piano enmarcado por unos gigantescos cristales, en una hipermoderna sala con una lluviosa pero atractiva vista de Seattle. Todo en la puesta en escena está excesivamente manicurado y el colorido es de postal turística.

Lo peor es que tras visitar ominosamente el cuarto en el cual guarda todos sus látigos, cadenas y otros objetos para ejercer la crueldad, las escenas de sadomasoquismo son prácticamente inofensivas. Seis latigazos es el castigo mayor que Grey proporciona. Incluso la desnudez es muy cuidada. A pesar de que Dakota Johnson se pasea desnuda gran parte del final de la película, los desnudos frontales se escamotean sutilmente, con su pubis apenas insinuado. En el caso de Grey, es peor aún.

Sam Taylor-Johnson, quien dirigió la interesante Nowhere Boy que se adentra a aludir matices de incesto en la relación entre John Lennon y su madre, aquí no sabe qué hacer con el material ni cómo dirigir a los actores. La narración es timorata y la sexualidad está ausente. Tan es así, que se dice que E.L. James exigió que no dirigiera ninguna de las próximas dos secuelas.

No hay mucho más que destacar aquí. Solamente que los verdaderos masoquistas fuimos los espectadores que pasamos dos horas aburridas ante la pantalla del multiplex.

50 Shades of Grey (EEUU, 2015). Dirección: Sam Taylor-Johnson. Guión: Kelly Marcel, basado en la obra homónima de E.L. James. Director de Fotografía: Seamus McGarvey. Con: Dakota Johnson, Jamie Dornan, Marcia Gay-Harden y Jennifer Ehle. De estreno amplio en todo Estados Unidos y Europa.


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