Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Poesía rescatada del silencio

Una edición de pocos ejemplares e impresa en papel manufacturado recupera el libro de Delfín Prats Lenguaje de mudos, uno de los mitos más ardientes de la poesía cubana de su tiempo

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Si convenimos en que la pasada Feria Internacional del Libro de La Habana no fue demasiado pródiga en sorpresas, al menos un par de momentos de lo ocurrido durante febrero merecerían quedar salvados entre la abigarrada programación de dicha convocatoria. Los libros de Virgilio Piñera que se reeditan para dar presencia a su autor en el centenario que su nombre alcanza en este 2012, por ejemplo, tuvieron sus presentaciones allí, y en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba se realizaron no solo lanzamientos de títulos, sino también paneles de discusión que, en varios casos, atrajeron por el tema polémico que los sostenía. En esa misma institución, en la sala Villena, nos reunimos un nutrido conjunto de amigos, escritores, curiosos, para tratar de obtener uno de los pocos ejemplares que la Editorial Cuadernos Papiro trajo a la capital desde Holguín.

Impreso en papel manufacturado, con un diseño de gran formato que apelaba a la xilografía, regresaba al mismo espacio donde se le proclamó ganador del Premio David de 1968 el cuaderno Lenguaje de mudos, uno de los mitos más ardientes de la poesía cubana de su tiempo, que ha logrado sobrevivir, en la piel y la voluntad de su autor para que, de algún modo, este hecho tenga no poco de rehabilitación. Delfín Prats, creador de los versos de este poemario que retorna para encontrar lectores de una mirada más diáfana, no estuvo en el acto de presentación, en el que los asistentes se arrebataron los escasos 25 ejemplares de esta entrega. Sospecho que le hubiese asombrado y divertido el fervor con el cual algunos de sus cómplices en La Habana de los 60, y gente mucho más joven, se abalanzaron sobre estos volúmenes, en los que hallarán no solo una de las muestras más sólidas del decir lírico de aquel tiempo, sino también el rostro de un autor que ahora, a la vuelta de tantos delirios, puede al fin entonar para nosotros los cantos que escribió en ese lenguaje tan raro.

Apenas trece poemas integran este libro, que fuera galardonado en 1968 con el Premio David, el mismo que un año atrás, cuando se fundó, recayera en Casa que no existía, de Lina de Feria; y Cabeza de zanahoria, de Luis Rogelio Nogueras. Delfín Prats había nacido en Holguín, en 1945, y poco a poco, de manera accidentada, fue vinculándose al ambiente literario de aquella Habana aún efervescente. Proveniente de una familia campesina, donde las letras no eran una pasión, sintió desde niño una atracción por las letras que acabaría transformándose en parte inseparable de sus vivencias, y en Moscú, donde estudiaba ruso, empezó a procurar más datos acerca de lo que, en punto tan distante, vibraba como su propia tradición. El retorno a Cuba fue también el instante en que funda lazos estrechos de diálogo y amistad con varios poetas de su generación, y la amistad con José Mario, Reinaldo García Ramos y la propia Lina de Feria lo impulsaría definitivamente, por encima del rigor crítico que le exigieron, a la creación poética. Prats ha recordado que en una casa en Boca Ciega leyó para esos amigos los poemas que había escrito con el anhelo de conformar un primer volumen de versos. Ninguno de esos textos sobrevivió al debate que se desató entre ellos, pero de esa purga emanó el nacimiento de nuevos versos: los que ahora leemos, finalmente, en esta edición tan extraña que recupera Lenguaje de mudos.

En esa Habana de La Zorra y el Cuervo, el Club 23, el Gato Tuerto, del Carmelo, de una Rampa de nocturnidad enfebrecida, Delfín Prats experimentó los pasajes que poco a poco dieron un perfil preciso a Lenguaje de mudos. Sus relaciones con Reinaldo Arenas (que lo reinventaría como uno de los explosivos personajes de El color del verano y Antes que anochezca), los ex miembros de El Puente y otras personas, no se avenían con exactitud a lo que, en oposición a esas ebulliciones de libertad madrugadora, empezaba a alzarse como un recelo moral de connotaciones políticas. Del paso por Rusia quedaría solo un texto en el libro que se fundía con esas noches: “Canción georgiana”. El resto, los otros doce poemas, poseen una intensidad resuelta en sucesivos despertares ante los hechos que, en su sencillez, definen un momento de la vida. El paisaje natal aparece en “Sitio predilecto”. Una obra de la plástica, debida al artista Espinosa Dueñas, desata el caudal erótico que puede percibirse, sutilmente, en “Litografía”.

El contexto aparece en esas estrofas como ráfagas, a través de expresiones que se funden con la pretensión más elevada de otras aspiraciones. Lo homoerótico, el gusto por una vida plena en el gozo de los cuerpos y la juventud, procurada en parajes donde la naturaleza misma sea un espacio de liberaciones sucesivas, debe haber levantado las sospechas de los primeros lectores de este libro que, ya desde su título, quería saberse contradictorio. El premio David le fue concedido, pero el autor, que se encontraba en Holguín en ese instante, lo sabe solo después, cuando ya le es imposible asistir a la entrega del lauro. Cuando llega a la capital para recogerlo, según ha relatado en la útil entrevista que le hace Leandro Estupiñán y que publicó La Gaceta de Cuba[1], la crisis de esos días reduce el monto del premio a bonos que le permiten comer gratis por un mes en varios sitios: una dieta de arroz con bacalao en el Hotel Flamingo, y cosas por el estilo. El clima de esa Habana comenzaba a sufrir otras presiones, y la vida que él había descrito en Lenguaje de mudos peligraba bajo otras nubes de tormenta.

Poesía que supera enconos y sospechas

Como recordarán algunos, Lenguaje de mudos nunca llegó a las librerías. No hay que olvidar que ese galardón se concede en el mismo año en que la UNEAC articula el proceso de desacreditación contra los triunfadores en su concurso más relevante, para acallar los excesos que creían ver los miembros de su directiva en las páginas de Fuera del juego y Los siete contra Tebas, poemario y pieza teatral en los que Heberto Padilla y Antón Arrufat osaron deslizar críticas, desde lo eminentemente literario, a otra clase de reinos y poderes. El veto de silencio que se impuso a esas obras alcanzó, en onda expansiva, a Delfín Prats, y Virgilio Piñera, también acreedor en ese 1968 del Premio Casa de las Américas con Dos viejos pánicos, no viviría lo bastante como para ver representada esa obra. Lenguaje de mudos no se comercializó, y la tirada fue casi enteramente destruida: apenas han sobrevivido algunos ejemplares de aquel volumen hermosamente diseñado para que sepamos que no es un mito, que en realidad estuvimos a punto de leerlo y apreciarlo en otro tiempo. El aire viciado que se impondría en la década del 70 ya dejaba sentir su cercanía, y esos libros entrarían en un círculo de mutismos en el que, para leerlos o acceder a ellos, habría que aprender, irónicamente, a hablar ese mismísimo “lenguaje de mudos”.

El regreso a la letra impresa no sería concedido a Delfín Prats sino cuando esa oleada irrespirable comenzó a ceder. Recuerdo el impacto que provocó la aparición, en 1987, de Para festejar el ascenso de Ícaro, libro de escasas páginas —como suelen ser todos los de este autor, alejado de la arrogancia que hace a otros acumular tomos y títulos sin cesar y sin rigor—, donde esplendía un don poético que reaparecía intacto, a pesar de las batallas sordas en su contra. Rompiendo el verso a la manera de los vanguardistas, apelando a imágenes de lirismo en las que la metáfora era siempre sorprendente, ese cuaderno ganó algo más que el Premio de la Crítica: hizo regresar a su autor como un ser respetable y entrañable en el hervor que la poesía incorporó en la década del 80. Delfín Prats fue reconocido como uno de los nombres en esa galería de la resurrección que nos permitió, a los jóvenes autores de aquel día, tener por nuestros a Rafael Alcides, Lina de Feria, Manuel Díaz Martínez, César López, y otros que fueron no solo miembros de los jurados que galardonaban a los nuevos creadores en los concursos más prestigiosos, sino parte de nuestras lecturas públicas, de nuestro reconocimiento a la poesía como un país que podía saberse iluminado en su propia conciencia de autonomías.

Entre los nuevos poemas de Para festejar…, se deslizaban algunos de aquel Lenguaje de mudos. “Humanidad”, por ejemplo, un texto que Delfín confiesa tener entre sus preferidos, emergía ahí como pórtico. “Saldo”, “Lentes”, “Gestos”, también ganaron un lector nuevo gracias a esta edición. Junto a ellos, aparecían nuevas muestras de un talento poético seguro de sus claves: mi generación aprendió de memoria “No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz”, y releyó con detenimiento las líneas de “Aguas”, uno de los mejores poemas de nuestra tradición. Eran testimonios de una fe en la poesía que, libre de cualquier soberbia, había sabido pervivir, y esplender en su regreso.

Otros libros ha firmado Delfín Prats, reconstruyendo mediante antologías o reescrituras varias el cuerpo de su obra lírica. Siempre acosado por las erratas (Abrirse las constelaciones, una selección de sus poemas editada en 1994, posee el abrumador récord de más de 80 en apenas 112 páginas), ha concebido también breves cuadernos de prosa, como Cinco envíos a Arboleda y Strip Tease y el eclipse de las almas, que han visto la luz en su ciudad natal. Allí se preparó esta entrega que rescata, definitivamente, los trece poemas originales de Lenguaje de mudos. Hallarlos en una edición que insiste en su naturaleza artesanal, sobre grueso papel de fibras vegetales, desde el ya desusado arte de la impresión directa por linotipia, que estuvo al cuidado de Manuel Arias Silveira, con diseños e ilustraciones de Freddy García Azzo, y bajo la dirección artística de Tatiana Zúñiga Góngora; es la oportunidad de reencontrarnos con una de las voces más personales de la literatura cubana de las últimas décadas, con un poeta cuyo lazo con la palabra ha sabido organizarse desde un voto de sinceridad que al tiempo que lo aparta de escuelas y tertulias, lo hace más nítido entre nosotros. El libro, en esta edición que nos lo devuelve entero, es en sí mismo un acto poético que complementa lo que sus versos nos dicen, y es de ahí que brota mi agradecimiento a la editorial y a su empeño por traerlo, para que no se me borre de la memoria un día de la pasada Feria Internacional del Libro de La Habana, como este momento en el cual nos llegó Lenguaje de mudos a las manos con la intensidad del primer día de lectura.

En la misma sala de la UNEAC donde se efectuó el lanzamiento, hace algún tiempo, en una exposición por los 40 años del premio David, pude ver un ejemplar de aquella edición príncipe de este libro. Durante el acto de presentación, Tomás Fernández Robaina, amigo de correrías y lecturas del ausente Delfín, nos dejó oír una emocionante alocución que refrescaba la memoria de esos días en los que nacieron los poemas de este cuaderno memorable. Ojalá esas palabras hayan llegado, como eco al menos, a Delfín Prats en ese Holguín que imaginó desde sus primeros versos, sabiéndose en él como en estas páginas, en las que no solo reaparece un tiempo, sino que perdura, limpia como las aguas que él ha evocado en sus poemas, una verdad de la poesía que supera enconos y sospechas. Lenguaje de mudos ha vuelto a La Habana, al tiempo infinito de la propia poesía, y en él encuentra su nuevo lector, a viejos amigos, ansiosos todos por abrazarlo en la propia dimensión a la que nos invitan sus palabras.



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