Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Cine, Cine surcoreano, Arte 7

Presencia de lo ausente

Este filme se vuelve un intenso thriller psicológico, que sorprende en cada giro de su trama

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Del director surcoreano Lee Chang-dong (Daegu, 1954) solamente había visto Poetry (2010), un filme intenso, de una fuerza insólita y conmovedora a la vez, sin concesiones, desgarrador y hermoso. Desconocía sus cuatro filmes anteriores, todos escritos y dirigidos por él, los cuales han ganado gran aceptación de la crítica internacional y han acumulado premios en varios festivales importantes. Por ejemplo, Oasis (2002) le valió varios galardones en el festival de Venecia y Peppermint Candy (1999), arrasó con los premios en el festival de Karlovy Vary, pero basta con ver Poetry para darse cuenta de que uno está en presencia de un gran director, un artista original. Fue debido a esto que me decidí a ver Burning, su filme más reciente, a pesar de sus dos horas y media de duración.

Lee Jong-su es un joven aspirante a escritor que realiza cualquier tipo de trabajos para sobrevivir en la norteña ciudad de Paju. Al terminar una de sus labores ocasionales, se tropieza con Hae-mi Shin, una joven que está regalando boletos para una rifa como promoción para hacer entrar clientes a una tienda. Hae-mi le saluda y le pregunta si no se acuerda de ella. Lee no la reconoce y ella le dice que se ha hecho cirugías plásticas, que ahora es más bonita que cuando ambos iban a la misma escuela y eran vecinos en el pequeño pueblo de donde ambos proceden.

Tras una rápida seducción, Hae-mi invita a Lee a su casa, en donde tras un jugueteo terminan acostándose. Hae-mi vive en un reducidísimo apartamento de una sola y mínima habitación en la cual apenas entra la luz. Le dice a Lee que va a dar un viaje de dos semanas a África y le pide que alimente a su gato. Lee accede y va todos los días a cumplir con la encomienda. A pesar del poco espacio, el gato nunca se ve, pero a pesar de su ausencia, notamos su presencia porque cada vez que Lee llega se ha comido lo que le han puesto. Lee siente la presencia de Hae-mi en su ausencia y se masturba cada vez que va al habitáculo.

Lee va a buscar a Hae-mi al aeropuerto y ella llega acompañada de Ben, se lo presenta como “el único coreano que había en el aeropuerto de Nairobi” cuando una alarma de terror los retuvo tres días allí. Ben es un joven millonario que maneja un Porsche y vive en un apartamento de lujo en una zona privilegiada de la ciudad. Lee inmediatamente se siente en desventaja dada la diferencia de clases entre él y Ben.

Debido a que su padre, un pequeño ganadero, tiene unos problemas legales, Lee se ve obligado a regresar a su pueblo para atender la pequeña finca. Hae-mi y Ben le visitan y comienzan a formar un extraño trío controlado por los caprichos de Hae-mi. Ben es un tipo extraño que le confiesa a Lee que su entretenimiento principal es quemar “invernaderos abandonados”. Poco después Hae-mi desaparece.

Lee piensa que Ben es el culpable y comienza a vigilarlo y casi que a perseguirlo. A su vez comienza a hacer averiguaciones sobre datos que Hae-mi le dio de su pueblo, que él no recordaba, y se da cuenta que casi todo es falso pero posible. Lee sigue obsesionado con Hae-mi y cada vez más intrigado con la figura de Ben. El filme se vuelve un intenso thriller psicológico que sorprende en cada giro de su trama. Todo lo importante está ausente y se siente su realidad en el efecto que tiene en la psiquis de Lee.

Otro aspecto interesante en la dirección de Chang-dou, es la composición de los encuadres. Hay un momento en que los tres personajes se encuentran sentados uno al lado del otro, mirando el atardecer con la vista hacia Corea del Norte, que está tan cerca del pueblo de Lee (¿y de Hae-mi?), que las estaciones de radio que se escuchan son de Pyongyang y Lee se sabe de memoria la propaganda norcoreana (aunque Corea del Norte tampoco se ve, sólo se siente su ausencia cercana) y tras dejar oír unos cuantos lemas y los personajes comentarlos con sorna, comienza a escucharse la música que Miles Davis compuso para Ascensor para el cadalso, el excelente filme de Louis Malle, mientras una Hae-mi semidesnuda comienza a bailar a su compás. La escena es de una belleza irrepetible.

Muchas interrogantes sobre los personajes se siguen acumulando a lo largo de la narrativa y las claves son ambiguas, porque se basan en la ausencia de datos corroborativos, en la fuerza psicológica de la duda y de lo posible. La narrativa fluye sin tropiezos hasta un final demasiado claro, que es lo único discordante con el desarrollo anterior de la trama.

Los actores están bien ajustados en sus papeles. Sus movimientos y la forma en que son enmarcados recuerdan un poco a los personajes de Antonioni en La aventura y en Zabriskie Point, pero el angst y la alienación son muy surcoreanos, se mueven como el agua, buscando la debilidad por donde irrumpir.

Chang-dong desarrolla su guion basándose en un cuento de Haruki Murakami titulado “Barn Burning”, que desconozco. Chang-dong fue maestro de escuela y novelista antes de comenzar en el cine a los 43 años y sus antecedentes se notan en su manejo de la trama y de los personajes y en la forma en que se aleja de todo didactismo. Mantiene un humor negro muy seco a lo largo del filme que resulta como una ironía cortante. No hay nada gratuito en esta película. Nada le sobra y sus dos horas y media pasan desapercibidas.

Burning es un filme de muchos niveles de lectura, que enfrenta temas serios sin solemnidad y con belleza estética, concatenando enigmas.

Burning (Corea del Sur, 2018). Dirección: Lee Chang-dong. Guion: Lee Chang-dong y Jungmi Oh, basado en el cuento “Barn Burning” de Haruki Murakami. Director de fotografía: Hong Kyung-pyo. Con: Yoo Ah-in, Steven Yeun y Jeon Jong-seu. Se está estrenando en algunas ciudades de Estados Unidos y se encuentra disponible en On Demand.


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