Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Artes Plásticas

Puente hacia la claridad

La galería puertorriqueña Espacio 304 acoge una muestra con los últimos trabajos del artista Heriberto Mora.

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Dentro de los pintores de su generación —la llamada generación del noventa—, la obra del pintor cubano Heriberto Mora constituye el mejor ejemplo de búsqueda metafísica, en la que la mirada del espectador tiene que trascender lo meramente físico para indagar en las interioridades de lo humano. Para ello, Mora se ha valido de una serie de influencias que han marcado su formación artística y humana. Y dentro de esas influencias destacan las fuentes gnoseológicas de las grandes religiones, sobre todo la cristiana y las del oriente, ya sea el hinduismo o el budismo.

El viaje metafísico de Mora —ese camino por el que nos conduce su mano de pintor— ha mostrado también las estaciones del viaje, que no son más que sus propias mutaciones ontológicas, esa metamorfosis espiritual e intelectual de la que nos dan testimonio sus telas y óleos. De este modo, Mora nos invita a entrar en otra estación de su labor creativa, es decir, nos obsequia en esta ocasión un puente hacia la claridad para cruzar los abismos del viaje, para llegar a la otra orilla, donde nos aguarda ese invisible esplendor que habita en todo espíritu humano.

Ahora, el artista convida al espectador a una nueva exposición de su obra ( Susurros de luz), que se exhibe desde este 11 de septiembre en la galería Espacio 304 (San Juan, Puerto Rico). Y no por pura coincidencia de efeméride histórica esta nueva muestra de Mora representa también un canto a su tiempo, al que el artista no es ajeno, pues dicha inquietud ya había sido plasmada en piezas anteriores; inclusive de una forma crítica, pero sin renunciar a su concepción estética, caracterizada por el uso de elementos alegóricos.

Quizás porque Susurros de luz es un canto de amor y esperanza, el pintor, amante de esos colores que bucean en los recovecos del espíritu, como ocre, tierra, gris, etcétera, apela ahora a tonalidades más intensas: rojo, verde, azul. Pero este nuevo empleo de los colores tiene, sin lugar a dudas, el propósito de reafirmar su mensaje temático: los colores como instrumentos simbólicos para trasmitir esperanza, inocencia, alegría, amor, paz, unidad humana.

Mora se siente ciudadano de esa aldea global de la que habla Marshall McLuhan, y esa aldea postmoderna lleva el peso de su mirada artística a través de los medios masivos de comunicación, ya sea la televisión o internet. La globalización de Mora es también espiritual, como fue la de Jesucristo, inspirador de una religión global. Por eso, el pintor cubano, en su peregrinaje, no puede limitarse a loar lo silenciosamente feliz de una región, como lo hizo Chagall con su aldea rusa, aunque a ambos los une el mismo anhelo.

El compromiso humano del pintor con su aldea, que es el mundo, lo lleva a desparramar semillas en busca del fruto de la inocencia y la esperanza, donde los colores son multitudes que sostienen un caballete —acaso el mundo, la creación—, mientras dos niños lo hacen con una flor, esa esperanza que le sirve de alimento. De nuevo, como una reafirmación de su estilo, hace su aparición en esta exposición el elemento rústico, en este caso con los carreteles de hilo y el hilar, como principio de la creación. Cada hilo simboliza la diversidad humana por medio de un color.

En el cuadro De la profunda sencillez del amor, uno se vuelve a encontrar con esa ventana, metáfora de la otra dimensión a la que siempre ha hecho un llamado la obra de Mora: un zunzún liba en una flor el néctar de la vida, mientras que el mundo agoniza con su montaña de intelectualización (paquetes de escritos). En otro cuadro, la paloma simboliza la unión de las naciones en la redondez del planeta, o sea, las naciones quedan verdaderamente unidas más allá de las convenciones protocolares.

Lo humanamente dual, ese contrapunto al que tiene acostumbrado el pintor, resalta en uno de los lienzos, en el que un proyector lanza una luz en la que aparece el icono de La virgen y elniño, de Vladimir, como representación de la dualidad humana. Aquí el color rojo se convierte en símbolo del vacío espiritual, representado por la multitud, o sea, la masificación. Por su parte, la luz que disemina el proyector deviene en epifanía que transforma dicha multitud.

En la pieza Retorno asistimos a esa devoción del pintor por la naturaleza, la cual ha sido una constante en su obra. La impronta del trascendentalismo norteamericano, sobre todo la de Thoreau, con Walden y otros escritos, está presente en esta pieza, al ser paradigma de la contemplación de la naturaleza como fuente de conocimiento y crecimiento espiritual.

Se observa así un edificio en forma de llave en medio de un pinar. La llave tiene forma de zigzag, o de serpiente, como representación alegórica del viaje de la vida, en el que el hombre debe poseer la astucia de una serpiente para transitarlo. Este cuadro es un digno homenaje a la naturaleza, razón por la que el pintor opta por el trazo monocromático: verde.

Con esta exposición, Heriberto Mora continúa susurrando luz con sus pinceles, precisamente en tiempos de amenazas terroristas, incomunicación humana y crisis espiritual. Bienaventurados sean los que tienen oídos y pueden escuchar; aquellos que no le responden con sordera al llamado de su voz interior. Estos elegidos encontrarán en estas piezas un puente hacia la claridad.

Heriberto Mora

Nacido en 1965 en Vereda Nueva, en La Habana, se graduó en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro en 1987. Salió de Cuba en 1992 rumbo a España y desde 1993 reside en Miami. Su obra ha sido expuesta en galerías de Estados Unidos, Europa y América Latina.


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'De la profunda sencillez del amor', una de las piezas incluidas en la muestra.Foto

De la profunda sencillez del amor, una de las piezas incluidas en la muestra.

Susurros de luz