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Reencuentro en el más allá

Diego París López imagina en una obra teatral que los hermanos Loynaz se vuelven a encontrar con Federico García Lorca, cien años después de que el escritor español visitase Cuba

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En las últimas temporadas, Federico García Lorca ha cobrado vida en los escenarios. Pero no lo ha hecho a través de sus obras, que se representan continuamente, sino como personaje teatral. Cuando redacto este trabajo, se está presentando en el madrileño Teatro Español En tierra extraña, texto que firman José María Cámara y Juan Carlos Rubio. Narra el encuentro ficticio de García Lorca y la cantante Concha Piquer, propiciado por el poeta y letrista Rafael de León.

Semanas atrás, el actor Juan Diego Botto recibió el Premio Nacional de Teatro por su monólogo Una noche sin luna, que se centra en los últimos años del poeta y dramaturgo granadino. Unos años antes, Alberto Conejero acumuló numerosos premios con la obra La piedra oscura. Se inspira en la vida de Rafael Rodríguez Rapún, estudiante de Ingeniero de Minas, secretario de La Barraca y compañero de Federico García Lorca en los últimos años de sus respectivas vidas.

En esa misma etapa se centraron los argentinos Germán Akis y Raúl Baroni para escribir El último amante de Federico García Lorca, estrenada en Buenos Aires en 2013. Recrea la relación que mantuvieron oculta el poeta granadino y Juan Ramírez de Lucas, el “rubio de Albacete”, quien entonces tenía diecisiete años. Y si nos remontamos un poco más atrás en el tiempo, otros autores se habían acercado también a la figura del autor de Yerma. Lo hicieron, entre otros, José María Camps (Viznar o Muerte de un poeta), José Antonio Rial (La muerte de García Lorca), Lorenzo Piriz-Carbonell (Federico) y César Oliva (El sueño de Federico García Lorca).

La más reciente incorporación a esa lista es La casa encantada (García Lorca visita a los Loynaz en La Habana)(Editorial Betania, Madrid, 2021, 107 páginas), que firma el teatrista Diego París López (Madrid, 1972). Como actor, ha participado en películas como El Cover, Ventajas de viajar en tren, Oro, Gente de mala calidad y Días de fútbol, así como en una decena de series de televisión. En teatro, ha tomado parte en varios montajes del grupo Animalario y en producciones del circuito comercial de Madrid. Como dramaturgo, ha estrenado las obras De garrulos y gais, Los camioneros, El secreto de mi vecina y Arrabales de Nueva York, todas las cuales además ha dirigido.

La casa encantada es su segundo acercamiento a García Lorca. En Arrabales de Nueva York hizo una versión libre de Poeta en Nueva York, el poemario que el escritor publicó tras su visita a esa ciudad, entre 1929 y 1930. La obra objeto de estas líneas tuvo su origen en una conversación que París López sostuvo con su colega Lander Otaola. En el prólogo que redactó para la edición de La casa encantada, este comenta que una noche, tras finalizar una sesión de rodaje de una película, los dos se pusieron a charlar. Apunta que en algún momento salió a colación la estancia de García Lorca en Cuba, a donde viajó desde Nueva York. Y recuerda Otaola: “Yo le dije que ahí había una historia que por desconocida y fascinante debía ser contada, no ya como homenaje a uno de los grandes literatos del siglo XX en España, sino como obligación y reconocimiento a una familia de ascendencia vasca que tuvo una grandísima influencia en muchos aspectos culturales que han llegado hasta nuestros días (…) Los Loynaz eran unos adelantados a su tiempo a los que la Historia no ha hecho justicia. Tenían la magia cubana y la fuerza de los vascos. Eran una bomba a punto de estallar”.

Conviene decir que París López no ha escrito una obra documental, ni una biografía dramatizada, ni una función de homenaje a García Lorca. Partió, sí, de un hecho real: durante las semanas que este pasó en Cuba, entre marzo y junio de 1930, estableció una gran amistad con los hermanos Loynaz (Dulce María, Flor, Enrique y Carlos Manuel), y en los días que permaneció en La Habana los visitó casi todas las tardes en la mansión que tenían en El Vedado. Pero lo que se narra en la obra, lo advierte su autor, es pura ficción.

Un reencuentro que tal vez sea el último

Los cinco personajes que aparecen en la obra, García Lorca y los cuatro hermanos Loynaz, se vuelven a encontrar al cabo de un siglo de que el escritor español arribara a Cuba. Todos están ya muertos, y el reencuentro es posible gracias a un conjuro que García Lorca y Carlos Manuel hicieron durante su visita a Santiago de Cuba. Sus espíritus van llegando uno a uno a la casa de El Vedado, que ahora se halla en ruinas. El último en hacerlo es Carlos Manuel, pues perdió el pergamino que le entregó la santera y eso invirtió el orden en que todos deberían llegar. A lo largo de los dos actos de la obra, los cinco evocan los días que pasaron juntos en 1930, al tiempo que se ponen al día de lo que después acaeció a cada uno.

La casa en ruinas de los Loynaz sirve de escenario a unas conversaciones que conservan algo del espíritu de las tertulias que allí tuvieron lugar cien años atrás. Dan pie además a que en ese reencuentro, que tal vez sea para ellos el último, traten varios temas. Aparecen, como es natural, la poesía y el arte, que sirvieron para unirlos y hacerlos realmente libres. Hablan también de los lazos amistosos, el paso del tiempo, el amor, los grandes avances tecnológicos del presente. Y por supuesto, dialogan sobre la muerte, que como reconocen, en el caso de García Lorca fue tan injusta. Este no ha podido acostumbrarse a la soledad, que le pesa “como un cántaro lleno de tierra mojada en los hombros de una niña” y se le “clava en el estómago como alfileres de plata en una mejilla”.

A través de Dulce María, García Lorca se entera sorprendido de que en Cuba hubo una revolución. Acerca de ellos, la escritora le comenta: “El tiempo para mí, después de la revuelta, no existía. «Viví dentro de mi casa y era preferible no mirar fuera. Opté por eso». Y doy gracias a Dios por haber sido una protegida. Aunque hubo algún allanamiento de morada en mi casa, a mí se me respetó, y mi prudencia me hizo ser aún más respetada por esa revolución anquilosada. En ese sentido tuve suerte; otros, no tanto”.

En esas conversaciones, afloran también cosas que no se dijeron en vida. Así, tras discutir García Lorca y Enrique a propósito de un poema escrito por este último al que el autor de Yerma quiere agregarle una frase, el cubano le confiesa: “Federico, nunca se me había ocurrido decírtelo cuando estábamos vivos, pero ahora que estamos muertos, ya me da igual y te lo voy a decir. No soportaba cuando siempre tenías que llevar la razón. Y tampoco me gustó nada, que lo sepas, cuando desapareciste sin avisar y te fuiste a Santiago de Cuba”. Y le reprocha que Carlos Manuel y él se fuesen en un tren destartalado, en lugar de haber viajado los tres en su coche.

En su acercamiento a la figura de García Lorca, París López dio primacía a lo imaginativo. Juega a contrapelo y ha escrito una obra que se aparta de la caligrafía teatral preceptiva. La ha despojado de elementos y recursos que la harían más atractiva, pero a costa de hacerla perder los ingredientes surgidos de la poesía. Asimismo, rehúye la espectacularidad y busca sugerir más que representar.

El texto de La casa encantada tampoco posee gradación dramática al modo tradicional, pero a pesar de eso mantiene el interés, en este caso del lector. Es claro y comprensible, pero está lleno de matices. Sus personajes son escritores que dedican buena parte del tiempo a hablar sobre arte y literatura, mas pese a ello los diálogos están desprovistos de intelectualismo. Son, en resumen, las sólidas razones que hacen desear que la nueva obra de París López no demore en cobrar vida en el escenario.