Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Música

Reinvención del género

Boleros perdidos, el disco que acaba de lanzar en Miami el violinista y compositor Alfredo Triff.

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La plantilla de ejecutantes es soberbia. El director del proyecto ha mostrado su capacidad aglutinadora al reunir a individualidades de la talla de Murciano (piano y vibráfono), Alex Berti (bajo), Daniel Ponce (congas), Sammy Figueroa (percusión), Ahmed Barroso (guitarra), Alejandro Berti (trompeta), Carlos Averhoff (saxo y flauta), y a Roberto Poveda y Aymeé Nuviola en las voces, con las intervenciones especiales de David Font (percusión) y Rayner Marrero (piano) en el número Convergencia. Formidable equipo de músicos conectados por filamentos de empatía profesional, tanto en los rigores del pentagrama como en los lances espontáneos, toda una agrupación all star que precipita la inmersión de los sentidos en esta poética de la nocturnidad, la desolación y el romance, impregnada de espíritu de gran ciudad.
Del magnífico ensamblaje, montado sobre el fundamento rítmico del contrabajo de Berti y los cueros de Ponce, y al que el resto de los instrumentos le va añadiendo su licor, fluyen compases de un melodioso y extravagante delirium que va puntuando sagazmente el febril violineo de Triff. Bolero session, bolero fusion, banda sonora para una madrugada lacaniana. El néctar final se desliza insomne y psicotrópico bajo las turbaciones escondidas del corazón bohemio o se diluye, humoso, en las "deslatitudes" del desarraigo y la nostalgia.

Poveda se crece en la interpretación de unas composiciones verdaderamente desafiantes, donde la disonancia por momentos se hace laberíntica y en las que el trovador muestra oído y afinación exquisita jugando pulcramente con los contratiempos y aparentando con glamour un libre albedrío donde, en verdad, está primando la rigurosa dirección musical. Su trabajo vocal, premeditado en la crudeza, se complejiza cuando tiene que asumir, a contrapelo con la métrica, el aire de fatiga emocional y de decadencia que marca la intención autoral para lograr la recontextualización con que se pretende romper los esquemas del romanticismo tardío que perdurara en esta expresión musical.

La dramatización del intérprete es contenida y distante de la sentimentalidad afectada. Es efectista por el cálido extrañamiento y no por la desmesura temperamental. Hay momentos intensos en las inflexiones etílicas de Poveda que recuerdan, guardando las distancias entre tendencias, las vocalizaciones magistrales de Beth Gibbons, la legendaria cantante de Portishead, el grupo británico que revolucionara la escena musical entre 1991 y 1997, quien solía hechizar al público son sus introspecciones interpretativas.

Una carencia

Sí hay algo que objetar en la concepción del disco es que se desperdiciara la posibilidad de una mayor participación de la mujer. La breve presencia de Aymeé Nuviola es tan convincente, que uno se queda con el antojo de disfrutar el carácter femenino coloreando otras melodías. Ojalá, si llegara a concretarse una segunda ronda de tan originales variaciones del tema, esta carencia no sea obviada.

En Boleros Perdidos se redescubre, se expande y se reinventa el género. La melodía y la letra renacen ahora en el barrio industrial, obligadas a competir con la música prefabricada y cocinándose con ingredientes de la postmodernidad: la crónica urbana, la sofisticación intelectual, la interacción con otras alusiones estéticas, los sentimientos y valores transterritorializados, la experimentación y la fusión multicultural. La excelencia de la instrumentación ya desde ahora lo está haciendo único. Cada ejecutante es una bestia musical desatada en su propia ejecutoria. Aquí los egos combustionan por un resultado que se aparte de las frivolidades comerciales y desborde el provincianismo, y lo logran porque no se desvían de la nota certera, asumiendo con lealtad el pensamiento y la riqueza estructural del autor, o porque cuando reciben la indicación dan rienda suelta al virtuosismo feroz.

Sucede, entonces, lo que suele ocurrir cuando auténticos músicos pretenden hacer buen arte si tropiezan con la probabilidad de un disco, es decir, no hay otra premonición que la entrega circunstancial y plena. Después vendrá el éxito o la historia. O la revisión de la historia, como la de esta entrega, tan insólita como embriagante, que sin proponérselo pudiera dividir el tiempo de un género en dos.


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