Repertorio 'revolucionario'

El ejemplar más vasto en toda la historia del libro cubano tal vez podría ser una antología que recoja las malas antologías que se han publicado en nuestro país.

Claro que, a Dios gracias, no existen reglas rígidas para la elaboración de una antología. Cada una responde a objetivos, criterios y gustos de sus creadores. Y eso es normal. Lo que tiende a complicar el asunto son las pretensiones del título.

Siempre faltarán argumentos para descalificar una compilación cuyo autor reconozca desde el título: Antología de mis poetas preferidos. A uno puede no gustarle el contenido, pero no podríamos negar que la obra responde a sus fines.

Es lo que estuvo a punto de suceder con Cincuenta canciones en años de Revolución, antología de Radamés Giro e Isabel González, recién publicada por la Editorial José Martí, del Instituto Cubano del Libro. Para justificar el anodino enunciado del título bastaría con la selección, azarosa incluso, de los textos de cincuenta canciones cubanas dadas a conocer durante el último medio siglo.

Mas, lo que complica el asunto en este caso no es el título, sino ciertas palabras escritas para la presentación del libro y que aparecen en su página inicial.

Allí se afirma sobre las canciones compiladas: "…todas fueron hitos y a la vez son obras de gran valor intrínseco, en lo poético y lo musical". Se asegura también que "el común denominador en ellas es el pueblo, quien las hizo suyas, las cantó —y canta— y todavía las conserva en su memoria histórica y musical".

¿Podría algún cubano adulto, donde quiera que hoy resida, jurar seriamente que cantó y aún canta —puesto que las conserva en su memoria histórica y musical— las canciones Como un milagro, de Juanito Márquez, Solamente una ventana, de Ángel Quintero, Su nombre es pueblo, de Eduardo Ramos, o Girón: la victoria, de Sara González? ¿Cabe sostener con rigor que fueron hitos?

Pablo Milanés posiblemente sea el autor que más piezas imperecederas aportó a nuestra memoria musical de las últimas décadas. Sin embargo, ¿habrá algún cubano que entre su colección de joyas memorables compuestas por Milanés atesore, recuerde y aun pueda cantar de memoria la Canción por la unidad latinoamericana?

Sospechosa ausencia

César Portillo de la Luz es autor de Contigo en la distancia, canción paradigmática donde las haya, que fue compuesta hace poco más de medio siglo, pero que sólo en las últimas décadas logró hincar raíces definitorias en nuestro legado. Sin embargo, Portillo no está representado en esta antología sino con su Canción de un festival. ¿Alguien la recuerda y la canta en este minuto?

Caso parecido, aunque más grave, pues ni siquiera se le menciona en Cincuenta canciones en años de Revolución, es el de José Antonio Méndez, cuyas piezas Novia mía y La gloria eres tú jamás dejamos de cantar durante los últimos cincuenta años, y aún las cantamos. Ni siquiera han valido para él (y si no valen para él, ¿entonces para quién?) las siguientes palabras, que los propios antólogos rubrican para la presentación: "la vigencia y revitalización de algunos géneros de la música popular, como el bolero, incitan a una reflexión sobre su importancia…".

Pero es que en la antología no aparece ninguno de los boleros inmortales que en estos cincuenta años de "revolución" nos acompañaron en las voces de Pacho Alonso, Benny Moré, Bola de Nieve, Las D'Aida, Fernando Álvarez, Elena Burke o Moraima Secada…

Eso, por no mencionar a quienes no pudieron acompañar físicamente a su público natural de la Isla, por más que sus interpretaciones no dejaran de ser hitos en nuestra memoria histórica y musical. Basta con un muy breve recordatorio: Olga Guillot, Celia Cruz, La Lupe, Rolando Laserie, Vicentico Valdés y aun Orlando Contreras.

En esta antología está representado Frank Domínguez mediante su canción Imágenes, pero no con Tú me acostumbraste. Está Marta Valdés con Canción eterna de la juventud y Llora, pero no con Tú dominas o Tú no sospechas o Y con tus palabras. Está Alberto Vera con Lo que me queda por vivir, pero no está el dúo Piloto y Vera con Añorado encuentro o Perdóname conciencia. Está Pedro Luis Ferrer con Romance de la niña mala, pero no con sus numerosas y magníficas guarachas prohibidas, las que, no obstante, han sido hito entre nosotros. Está Carlos Varela con Habáname, pero no con Guillermo Tell o con Jalisco Park.

Entre tanta sospechosa ausencia se extrañan igualmente algunas piezas que durante las últimas décadas recrearon para siempre en nuestra memoria otros intérpretes de distintas generaciones que hoy no viven en Cuba: Xiomara Laugart (Ay, amor o Si me pudieras querer), Tanya (Ese hombre está loco), Albita Rodríguez (La Parranda) o Meme Solís, con el amplio repertorio de su cuarteto.

Evidentemente, resulta necesario que el lector (al menos el lector cubano) ponga mucho de su parte para asumir Cincuenta canciones en años de Revolución como una antología representativa de sus gustos como común denominador, y no como un frangollo que responde a criterios de selección más bien raros y, por lo que parece, condicionados por imperativos de la política.

Si por lo menos hubiesen dejado claro el propósito en la página de presentación. Aunque no hay por qué dudar que lo intentaran, digamos subliminalmente, a través del título.

Dadas las circunstancias, sería de esperar cualquier frangollo dentro de un libro desde cuyo título se haga la salvedad que contiene canciones que han sido divulgadas en años de revolución.

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