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Réquiem por Casín: entre la nostalgia y la memoria

Con la partida de Orlando Casín también se va un pedacito de Cuba, de la dignidad y al mismo tiempo de la nostalgia del emigrante cubano

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La muerte es una vida vivida.
La vida es una muerte que viene.
Jorge Luis Borges

La comunidad cubana, sobre todo la artística de Miami —y la de la Cuba buena, la que recuerda a sus ausentes—, está de luto. Nos ha dejado Orlando Casin. Su deceso se une a la larga lista de artistas e intelectuales quienes han terminado sus días en este lado del Océano. No cabe la manida frase de que Orlando Casín esperaba por un pronto regreso a su Patria libre. Cuba libre siempre estuvo dentro de él, la libertad de Cuba era él.

En mis tiempos mozos, entre el mundo del teatro y la televisión, con frecuencia oía decir que Orlando era un “fuera de serie” por lo humano y la sinceridad de sus opiniones, algo a veces escaso en tales medios. Una parte de su familia estuvo romanceando con la mía a finales de los ochenta. Todos ellos sentían un profundo respeto y cariño por al actor; decían que era un hombre self-made —un hecho a sí mismo. Veían en Orlando el ejemplo a imitar: persona humilde, nacido en la barriada habanera de Cayo Hueso, que supo hacerse de una cultura sólida y ser un profesional multifacético por sus propios medios, esfuerzo y talento.

Por mi trabajo visité cierta escuela en una ocasión. Él estaba en la entrada, registrando a los visitantes como cualquier security. Fue imposible no saludarlo, hablarle de la familia a la cual había conocido en Cuba. Orlando recordó sus nombres, donde estaba cada uno. Después pregunté qué hacia un actor de su calibre en una escuela. Todavía hoy no sé si era parte del P.T.A —una asociación de padres que colaboran—, o era un trabajo a medio tiempo. Casín me miró fijo, y dijo sin remilgos: “En este país hay que hacer lo que venga. No se puede estar sentado en la casa”. Habrá cientos de anécdotas sobre su vida y trabajo. Esas quedan para quienes lo conocieron mejor.

A pocas horas de anunciarse el fallecimiento se ha publicado otra vez la entrevista que hiciera Jaime Bayle al actor. Es de lo mejor que el peruano ha hecho en su programa; uno ríe y llora al mismo tiempo, como en la más exquisita película de Chaplin. La razón es muy sencilla: Orlando Casín habla sin afeites de la nostalgia, la Isla en su memoria, la obra en la memoria de los cubanos, y la dignidad del emigrado político. No niega sus deseos de volver a Cuba. Pero bajo diferentes escenarios.

En la entrevista con Bayle en algún momento hay un pin-pon cuasi filosófico. El escritor, también emigrante, habla del desarraigo, del trasplante humano a otra tierra, la incomodidad de no estar en lo “tuyo”. Aquí Orlando da muestras de gran inteligencia social y emocional; aborda el tema de la nostalgia, no por la tierra en sí, sino por la gente, quienes lo recuerdan, y donde él y muchos más tienen una obra. En ese momento el actor se emociona y no puede evitar las lágrimas: le han desaparecido su país, el que conoció en otra época. Las personas han cambiado al punto de parecer un sitio ajeno, extraño.

Pocas veces alguien había hablado del desarraigo y la nostalgia con la profundidad y la seriedad que merecen. La gente se cuida; si dicen que extrañan la Isla, los tildan de comunistas; si dicen haber olvidado, borrado a Cuba de su mapa mental, son apátridas. Es un gran tema porque encierra una paradoja: sin hundir raíces en otra tierra no se puede crecer. Pero al mismo tiempo, al olvidar las raíces originales, es difícil saber quién eres y hacia donde vas. No se puede volver a nacer, aunque algunos por acá celebren dos cumpleaños.

El caso cubano es muy singular por el matiz político. La mayoría de los emigrantes de otras latitudes dejan casas y amigos, y vuelven cuando pueden o lo desean. Venezolanos y cubanos debemos pensar que detrás ha quedado un mundo donde la vida fue tan difícil que recordarla tendrá el agridulce sabor de los amores truncos. Pero siempre habrá exconvictos deseosos de regresar a la cárcel y llevar la jaba a otros cautivos por puro goce narcisista; también los hay que jamás vuelven a los lugares donde la humillación y el tedio consumió sus mejores días.

Otros exprisioneros pudieran creer que todavía deben algo a sus compañeros de celda; dentro de ella o en una trinchera es donde realmente se conocen a los individuos. Que al visitar la Isla encontrarán, entre el parapeto y la galera, un hermano extraviado, necesitado, salvable. Casín había estado allí en los noventa, y como muchos, tuvo la sensación de que no pertenecer ya a ese mundo. Las personas eran raras, distintas. Y lo percibían y trataban diferente. No lograba estar totalmente feliz. Faltaba algo, dijo.

Esto puede ser parte de la clave para desenredar un hilo de Ariadna que no conduce a ninguna salida en este laberinto que es Cuba escindida en dos mitades. El exilio es tranquilo, interesante. Permite y deja vivir. Y soñar. Aunque haya que trabajar como mulo, incluso de portero en una escuela secundaria en Miami, el exilio ofrece ser protagonista de la propia existencia; ser actor principal en esta obra única, irrepetible, que es la vida. Eso vale toda la nostalgia del mundo. La añoranza… esa puede ser ineludible.

Con la partida de Orlando Casín a otra dimensión de la existencia, también se va un pedacito de Cuba, de la dignidad y al mismo tiempo de la nostalgia del emigrante cubano. Vienen a la memoria los versos de otro gran cubano, gigante de las letras hispanoamericanas, fallecido cerca de la querida Calle Amores, pero muy lejos de su Calzada de Jesús del Monte. Como Casín, el poeta Eliseo Diego cargó con toda la decencia y la añoranza como una cruz. Así escribe Don Eliseo en Testamento: “…no poseyendo más/entre cielo y tierra que/mi memoria, que este tiempo/decido hacer mi testamento/Es este/les dejo/el tiempo, todo el tiempo”.


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