Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Revolución y cubanidad en dos tiempos

De 'Memorias del subdesarrollo' a 'Utopía': La chusmería no es consecuencia de la miseria, sino del régimen impuesto en 1959.

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'El cubano' como enigma

El nuevo canon marxista que se fue conformando en los años sesenta implicaba necesariamente, aunque no siempre de modo explícito, el cuestionamiento de buen número de aquellos estereotipos tradicionales de la cubanidad.

Si, como explicó Ambrosio Fornet en uno de los ensayos medulares de la década, la revolución del treinta había vuelto "superficiales y precarias" las definiciones positivistas del cubano, produciendo, entre los intelectuales incapaces de explicar la realidad en términos de clases, nuevas indagaciones influenciadas por el raciovitalismo orteguiano, la de 1959, triunfante a diferencia de aquella, ¿no venía a manifestar a su vez la obsolescencia de estas otras nociones sobre el carácter nacional?

Así las cosas, carecía de sentido aquella pregunta por la cubanidad que había animado, desde los tiempos de Francisco Figueras hasta los de Jorge Mañach, toda una tradición intelectual definida por las ideas de la decadencia nacional y la frustración republicana. Y no es hasta la llegada del "período especial", cuando la ideología oficial se desplaza desde el marxismo hacia el nacionalismo, que aquella vieja interrogante reaparece en las reflexiones intelectuales y las obras de arte.

"El cubano" resurge como enigma, mientras el cuerpo y la violencia ocupan el lugar antes reservado a la ideología. Así es notable en una obra como El rey de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez, que lleva, significativamente, un epígrafe de Memorias donde se define el subdesarrollo como la "incapacidad para acumular experiencia". Reynaldo, personaje sólo movido por necesidades fisiológicas —el hambre y el deseo sexual—, está lo más lejos posible del ideal civilizatorio de los años sesenta: él representa la barbarie, alguien totalmente al margen de la ingeniería social comunista.

Otra cara de la barbarie muestra Arturo Infante en su cortometraje Utopía . Aquí, en lugar del realismo sucio, se apela a la comedia y el absurdo, en una aguda e hilarante sátira del discurso según el cual el cubano es "el pueblo más culto del mundo". Estos cubanazos típicos —hombres tomadores de ron y jugadores de dominó, mujeres en licra que acuden a la manicura— no son incultos, como Rey, pero su insólita cultura no alcanza a marcar un espacio de civilización; sus querellas, sazonadas con "malas palabras", sobre temas de alta cultura o de academia, pasan de la violencia verbal a la física y, en uno de los casos, terminan en sangre.

Las preguntas surgen: ¿es la violencia, en curiosa dialéctica, una consecuencia de la ilustración comunista? ¿O estamos aquí ante un fondo propio del carácter nacional que, refractario a la paideia revolucionaria, regresa como un extraño atavismo?

La chusmería

Utopía puede leerse, con Memorias como trasfondo, en dos sentidos diferentes. La primera lectura vería en la obra una demostración de que es el carácter nacional, aquel sustrato de imprevisión y de barbarie que se manifiesta en la chusmería cubana y en la incapacidad para dialogar civilizadamente, lo que resiste una utopía hermosa y da al traste con loables empeños culturales. La segunda lectura destacaría, en cambio, el horror de la utopía totalitaria y consideraría la chusmería y la violencia como consecuencias antes que causas.

Creo que la primera interpretación, que recupera el potencial crítico del cortometraje de Infante, recuerda no poco aquel socorrido argumento que justifica los horrores del socialismo, alegando que el problema no está en el sistema, que sería bueno en sí mismo, sino en el hombre, que con su natural egoísmo y falibilidad entorpece su funcionamiento.

Frente a esta lectura conservadora, pienso que sólo se hace justicia al radicalismo de Utopía si lo entendemos como una crítica del sistema antes que del carácter nacional. La chusmería, uno de los aspectos más pintorescos de la cubanidad contemporánea que este filme muestra, no es, evidentemente, una consecuencia de la miseria económica, pues no se halla entre los sectores marginados de otros países de América Latina, pero no es tampoco un componente esencial del "carácter nacional", sino más bien un producto del régimen impuesto en la Isla desde 1959.

¿Habrá que atribuirla, como querría una mentalidad conservadora, al encumbramiento de la "canaille" por la desjerarquización que conlleva la revolución? ¿Debemos buscar su génesis en las consignas de los primeros años, cuando la espontánea alegría del triunfo fue cediendo paso a la manipulación estatal de la ingenuidad y la estulticia? ¿No mostraba ya Memorias del subdesarrollo algo del vínculo entre la revolución y la chusmería?

Ciertamente el fenómeno merece una indagación tan acuciosa como la que Mañach le dedicara al choteo, pero no es mi intención emprenderla ahora. Sólo afirmo que, destruidos los antiguos valores de la educación formal propios de la sociedad republicana y erosionados los que promovía la cultura socialista, sólo queda en Cuba la chusmería, que no está desvinculada, por cierto, de ese otro fenómeno digno de un estudio sociológico que es la profusión de nombres inventados en las más recientes generaciones: no por gusto el único nombre propio que aparece en el tercer cuadro de Utopía, el de alguien que cogió la gripe popularmente apodada "La Traviata", es justamente "Yoyanka".

Memorias del subdesarrollo es, a pesar de sus ambigüedades, una obra que expresa la confianza en el desarrollo que caracteriza los años sesenta; se trataba de captar un momento y una idiosincrasia que serían necesariamente superados por el progreso revolucionario; la lucidez de Sergio es la que tienen ciertos enfermos en su etapa terminal, pues él representa a toda una clase en extinción.

Utopía refleja, en cambio, el fracaso de aquel proyecto desarrollista, al mostrar al hombre nuevo como espantoso Golem donde coexisten explosivamente la vulgaridad cubana con la educación artística.


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