Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Bacall, Bogart, Cine

“¿Sabes silbar, verdad?”

Fallece Lauren Bacall, una de las diosas de la época dorada del cine norteamericano

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“¿Sabes silbar, verdad Steve?
Solo tienes que juntar los labios y… soplar”.

Nunca una frase tan simple encerró igual picardía y erotismo. Lauren Bacall tenía 19 años cuando la dijo, una belleza impresionante y una voz gatuna, aterciopelada y gutural, casi aguardentosa —pero sin llegar a la ronquedad de Lizabeth Scott ni al tono brusco de Marlene Dietrich—, donde la sensualidad borraba toda aspereza.

“No tienes que decir nada,
ni tienes que hacer nada.
Nada en absoluto.
O… quizá solo silbar”.

Era la entrega perfecta que siempre ha soñado todo hombre (“Sabes que conmigo no tienes que actuar, Steve”) y Humphrey Bogart, que tenía fama de tipo duro y nada tonto, supo aprovecharla más allá del cine. Se casaron al año siguiente de esa primera película de Bacall, Tener o no tener, en 1945, y fueron la pareja perfecta, cada uno con sus imperfecciones, hasta que el cáncer y toneladas de alcohol acabaron con Bogart en 1957. Para entonces se había hecho realidad lo que el crítico francés André Bazin vio con agudeza en El tesoro de la Sierra Madre: la máscara de la muerte reflejada en el espejo que muestra el rostro del actor.

Antes lograron hacer otras tres películas, El sueño eterno, La senda tenebrosa y Cayo Largo y si de ellas la segunda es la más elaborada, con el tiempo uno se da cuenta que Tener o no tener, la primera, es la mejor. No por la trama ni por la fotografía ni por la dirección sino por la magia —y nunca esta palabra ha sido más verdadera y menos un lugar común que aquí— que logró crear la pareja.

Tener o no tener es, además, uno de los mejores ejemplos de lo que puede lograr el cine casi sin proponérselo —o al menos aparentando no proponérselo—, por encima de la buena y la mala literatura y más allá del talento de los escritores.

Será mejor decir, lo que lograba aquel cine norteamericano de la década de los cuarenta.

De esa magia en Tener o no tener es responsable en buena medida ese actor único que fue Bogart, pero también Bacall.

Ni Howard Hawks, que la dirigió al igual que en El sueño eterno; mucho menos Ernest Hemingway, que escribió la novela original luego modificada en esta y otras versiones cinematográficas —el escritor consideraba que la venta de los derechos del libro a Hollywood era el peor negocio que había hecho en su vida— y nunca

Jules Furthman y William Faulkner, los dos guionistas principales; tampoco la fotografía de Sidney Hickox, que es muy buena; así como las actuaciones de Walter Brennan, un excelente actor en un rol estereotipado, y Hoagy Carmichael, un gran compositor por primera vez en el único papel que sabía desempeñar y repetiría una y otra vez, tienen nada que ver con lo que vale y más que brilla destella en Tener o no tener —que si se mira con prurito cinematográfico es una mala película. Solo Bogart y Bacall la convierten en una cinta extraordinaria. Cuando usted escucha los diálogos y disfruta del juego erótico entre ambos debe saber que nada de eso aparece en la seudonovela mediocre de Hemingway, ni en la dirección convencional de Hawks y mucho menos en la escritura cinematográfica de Faulkner para ganar algún dinero: son el resultado —en muchos casos, la improvisación— de esa otra historia de pasión y amor que se estaba desarrollando tras la cámara. Al final Bacall ganó un marido y creó un estilo que luego imitarían muchas otras, pero le faltaba por demostrar su versatilidad y convencer de que era una gran actriz además de una estrella.

Lo consiguió tras una extensa filmografía, en que la inevitable pérdida de la juventud, no de la belleza, no impidió que continuara destacándose.

A los 89 años, ha muerto Lauren Bacall —al parecer, deja un proyecto en filmación, Trouble Is My Business (II)— y no hay que sentir pena por ella sino por uno.


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