Tragicomedia musical
El fuerte de este filme son los números musicales
El estilo del realizador australiano Baz Luhrman (Sydney, 1962) se caracteriza por una visión surrealista del tema que aborda, que lo hace a través del espectáculo musical, el cual lleva a sus extremos más impresionantes y exagerados. Su narrativa, la poca que hay, se regodea en lo caricaturesco. El ritmo de sus obras, desde Strictly Ballroom (1992), pasando por Moulin Rouge (2001) y luego con The Great Gatsby (2013) tiende a la sobresaturación, lo cual, en casi todos los casos, lleva al agotamiento mucho antes del final de la cinta.
Elvis, su filme más reciente, mantiene el sello de Luhrman, con todo lo bueno y lo malo del mismo. No es una biografía de Elvis Presley, aunque toca casi todos sus puntos conocidos, que los cuenta como pinceladas intercaladas entre fastuosos números musicales, en su mayoría exhilarantes.
Para mirar la realidad en sus aspectos más surreales, Luhrman se vale de un recurso ingenioso. El filme está narrado desde el punto de vista del Coronel Tom Parker ya en el ocaso de su vida, en un momento en el cual su mente parece atrofiada por la senilidad y sus problemas cardíacos.
Parker, un personaje en sí mismo, y hacia el cual la película se desvía repetidamente, no era coronel ni se llamaba Tom Parker. Su verdadero nombre era Andrea Van Kuijk, había nacido en Holanda en 1909 y entró ilegalmente a Estados Unidos, donde se convirtió en un empresario representando artistas y shows, mientras ocultaba su verdadera identidad y se construyó toda una historia. Como personaje, es mucho más interesante que Elvis y eso se refleja en el filme. Parker administró por muchos años la carrera de Presley, lo manipuló y le robó mucho dinero.
La película está contada a tono y ritmo de comedia musical, solamente que sabemos que hay un elemento de tragedia porque todos conocemos el final de la historia de Elvis. Como en los filmes anteriores de Luhrman, el ritmo narrativo y la fuerza de los espectáculos se agotan a medio camino. Al final tiene que recurrir a los peores recursos del melodrama barato y las secuencias finales son muy previsibles (a pesar de que los 159 minutos se pasan con amenidad).
El Elvis de Luhrman es un personaje poco interesante. Se presenta como un tipo simplón, ingenuo y medio mojigato. Es un hombre que perdió su brújula después que se murió su madre, un Edipo del pobre. Para darle un poco de peso, crea escenas entre Presley y B.B. King, acentuando esa amistad como parte de la reverencia que tenía Presley por la música negra y por los derechos de los afroamericanos. Lo muestra admirado con Little Richard cantando “Tutti Frutti”, sin tocar después en el filme de que Elvis se apropió de esa canción ni mencionar otras apropiaciones que hizo Elvis de la música afroamericana. Le da un toque de conciencia política al tocar en breves secuencias, su reacción a los asesinatos de Martin Luther King Jr., y de Robert Kennedy. Su relación con Priscilla cae dentro de lo conocido y está contado en tono de telenovela.
El fuerte del filme son los números musicales. Luhrman se mueve con flexibilidad artística entre todas las etapas de Elvis y el montaje de cada una de las piezas resulta en secuencias inmejorables, tanto desde el punto de vista visual como del sonoro. Como puro espectáculo, Elvis funciona a la perfección. El director utiliza las grabaciones del propio cantante (aunque algunas canciones las canta el actor Austin Butler), remezcladas para que suenen con más potencia. Algunos de los mínimos cambios molestarán de seguro a los puristas, quienes alcanzarán el clímax de la exasperación al final del filme con la versión hip hop de Eminem usando algunas de las canciones de Elvis. Sin embargo, pienso que está entre lo mejor de la película.
Austin Butler, quien comenzó su carrera en la televisión con Hannah Montana y quien últimamente se ha concentrado en largometrajes, entre ellos Once Upon a Time… In Hollywood, ha captado perfectamente los manierismos, la enunciación y el estilo en el escenario de Elvis Presley. Los maquillistas y los vestuaristas lo han convertido en alguien muy similar físicamente a Elvis Presley, aunque a mí a cada rato se me parecía demasiado al Danny Zuko de John Travolta en Grease, cosa que bien puede haber sido un guiño discreto del propio Luhrman.
Tom Hanks, también con exceso de maquillaje y de prótesis, está muy bien en su caricaturesco papel del Coronel Parker. Es quien trae el humor al filme. El resto de los actores resultan eficaces en su trabajo de apoyo.
El guion del propio Luhrman, junto con Craig Pierce, con quien ha escrito el guion de sus anteriores largometrajes con la excepción de Australia, y la colaboración de Sam Bromell y Jeremy Doner, con quienes trabaja por primera vez, es probablemente lo más flojo de la película. No tiene mucha coherencia en su estilo y cae en recursos melodramáticos pedestres.
Mención especial merece la fotografía de Mandy Walker (Mulan, Red Riding Hood), quien trabajó con Luhrman en Australia. Visualiza a la perfección las composiciones coreográficas de Luhrman, utilizando iluminación y encuadre para sacar el máximo de cada secuencia y ajustándose con sutileza a todas las exigencias contextuales de las distintas épocas, empleando los matices y la tonalidad adecuada. Y esto es importante porque, Elvis es, principalmente, una fiesta de los sentidos.
Elvis (Australia/Estados Unidos, 2022). Dirección: Baz Luhrman. Guion: Baz Luhrman, Sam Bromell, Craig Pierce y Jeremy Doner. Director de fotografía: Mandy Walker. Con: Austin Butler, Tom Hanks, Olivia DeJonge, Helen Thomson y Kelvin Harrison Jr. De estreno en todo Estados Unidos.
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