Actualizado: 29/04/2024 2:09
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Literatura

Un Conde en el Soviet Supremo

En vida, Alexéi Tolstói disfrutó de una fama y un reconocimiento que poquísimos escritores rusos del período soviético llegaron a alcanzar

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Ignoro qué ocurre hoy con sus libros en Rusia, si se reeditan, si se siguen leyendo. Pero en lo que se refiere al ámbito extranjero, Alexéi Tolstói (1883-1945) pareciera haber caído en una suerte de devaluación similar a la que han sufrido compatriotas suyos como Mijaíl Shólojov, Konstantín Simonov, Valentín Kataiev, Konstantín Fedin. En su caso, sin embargo, tal devaluación peca de injusta, pues su obra posee una calidad estética que lo sitúa muy por encima de esos otros autores. Su amplia bibliografía cuenta con varios títulos que ocupan un puesto destacado en las letras rusas. Y por lo menos en un par de ellos Alexéi Tolstói alcanzó la categoría de maestro. Esas cotas de excelencia las logró, ha hecho notar Marc Slonim, cuando permaneció fiel a sus dones esenciales y espontáneos y expresó el sabor de su suelo natal y de sus verdaderos hijos. Fracasó, en cambio, cuando intentó trasmitir un mensaje y ser algo más que un narrador. El resultado fueron entonces textos artificiales e inferiores.

En vida, Alexéi Tolstói disfrutó de una fama y un reconocimiento que muy pocos escritores rusos de la época llegaron a alcanzar. Sus libros se editaban en grandes tiradas, que igualaron a las de Shólojov, y eran traducidos a otras lenguas (sus obras se pueden leer, en total, en cincuenta idiomas). Sus dramas y comedias se representaban en numerosos teatros. Textos suyos fueron llevados a la pantalla, dirigidos por cineastas como Jakov Protazanov (Aelita)y Vladimir Petrov (Pedro I). Todo eso le reportaba unas cuantiosas sumas por derechos de autor. Asimismo su actividad literaria fue reconocida en tres ocasiones con el Premio Stalin, el más importante que se concedía entonces en la Unión Soviética. Asimismo fue elegido presidente de la Unión de Escritores Soviéticos, miembro numerario de la Academia de Ciencias, diputado al Soviet de Leningrado y, posteriormente, al Soviet Supremo de la URSS.

Acerca de este último dato, es pertinente comentar que aquel hombre que asistía a las sesiones del Soviet Supremo y se sentaba al lado de bolcheviques y dirigentes obreros, había nacido en el seno de una familia aristocrática y poseía orígenes nobles. De hecho, hasta el final de sus días vivió lujosamente, como un adinerado señor de los viejos tiempos. Incluso conservó su antiguo ayuda de cámara. De acuerdo a lo que se contaba en Moscú, este solía decir al contestar el teléfono: “Su Majestad está en el Comité Central del Partido Comunista”.

En un esbozo autobiográfico que redactó para uno de sus libros, Alexéi Tolstói expresa: “Nací en un caserío de la estepa, sito a unas noventa verstas de Samara. Mi padre, Nikolái Alexéievich Tolstói, era un terrateniente de la provincia. Mi madre, Alexandra Leóntievna, se separó de mi padre cuando me llevaba a mí en sus entrañas. Su segundo marido, mi padrastro, se llamaba Alexéi Apolónovich Bostrom y era a la sazón miembro de la Zémskaya Uprava de la ciudad de Nikoláievsk (hoy Pugachovsk)”. Aparte de estar emparentado lejanamente con los famosos escritores León Tolstói e Iván Turguénev, Alexéi Tolstói contaba en su hogar con antecedentes literarios. Su madre, quien llevó una existencia muy dura tras romper todos los lazos con su familia y con la sociedad aristocrática, era una persona culta y escribía. Según su hijo, fue autora de una novela, una colección de relatos y varios libros para niños, de los cuales el más popular es el titulado Mi amiguita.

Sobre su infancia, Alexéi Tolstói recordó: “Casi no leí libros para niños; posiblemente, ni siquiera los tuve. Mi escritor predilecto era Turguénev. Tenía siete años cuando oí leer pasajes de dicho autor en las veladas invernales. A Turguénev siguieron León Tolstói, Nekrásov y Pushkin. (A Dostoievski se le tenía cierta prevención en la casa, por considerarlo un escritor «cruel»)”. Hasta los trece años, fue educado en su casa, por maestros que su padrastro contrató. Primero tuvo a un seminarista y después un marxista deportado. Estudió la enseñanza secundaria en Samara (1894-1901) y luego continuó en el Instituto Tecnológico de San Petersburgo (1901-1908). Para entonces, se había casado y tenía dos hijos.

Durante su etapa de estudiante en San Petersburgo, sufrió la influencia de los simbolistas. Eso lo llevó a escribir poemas en los que los imitaba. En 1907 publicó su primera colección de versos “decadentistas”. Según él, “era un libro imitativo, ingenuo y malo”. Al año siguiente dio a conocer Tras los ríos azules, obra de la cual declaró no renegar. Por esos mismos años hizo sus primeras incursiones en la narrativa. Vieron la luz así sus novelas Una semana en Turguénovo, El príncipe cojo y Extravagantes, así como el volumen Cuentos de las urracas. Por otro lado, inició su actividad como dramaturgo. En 1913, el Teatro Mali de Moscú estrenó su comedia Tiranos, que provocó una apasionada reacción de parte del público y no tardó en ser prohibida por el director de los teatros imperiales. Entre 1914 y 1917 escribió otras cinco piezas -El disparo, Espíritu maligno, Paloma, Cohete y Flor amarga-, que también fueron llevadas a escena. En vísperas de la Revolución de Octubre, Alexéi Tolstói contaba con un amplio reconocimiento. Era considerado uno de los autores neorrealistas más brillantes y talentosos.

Tomó partido por los blancos

En las obras narrativas correspondientes a esta primera etapa, recreó el material sobre las costumbres de los hacendados de su región natal, que había acumulado en su infancia y juventud. Eso hizo de él un salvaje cronista de la nobleza provinciana y de su declinación. En particular en sus narraciones, la observación realista se combina con las alusiones poéticas simbolistas. Cito de nuevo a Marc Slonim, para quien esos cuentos están escritos “con ímpetu y brío, con un lenguaje rico, lleno de detalles concretos e imágenes sensuales. Al mismo tiempo que son sumamente entretenidos y sustanciosos, están animados por el humor, por astutas tramas secundarias y por escenas eróticas”. A causa del fuerte acento satírico con que en esos textos se presenta a una clase corrupta y decadente, los críticos soviéticos expresaron que Alexéi Tolstói reflejó la desintegración de la aristocracia provinciana de Rusia. Pero en esa etapa al escritor no le interesaban ni el mensaje, ni la denuncia, ni los juicios de valor. Su literatura estaba animada por otros propósitos bien distintos.

Entre 1914 y 1916, sirvió como corresponsal de guerra para el periódico Russkie Viédomosti. Visitó el frente en varias ocasiones y también viajó a Francia e Inglaterra. Publicó un libro con esos reportajes, aunque según él la censura zarista no le permitió contar todo lo que vio y sufrió. En la edición posterior de sus obras, solo incorporó algunos de aquellos textos. Al producirse en Rusia la revolución de febrero de 1917, la saludó y apoyó. No así la insurrección que estalló en el mes de octubre, encabezada por los bolcheviques.

De hecho, tomó partido por el movimiento contrario, el de los blancos. Incluso trabajó con el general Antón Denikin en la sección de propaganda y redactó encendidos panfletos de propaganda contra el comunismo (en el esbozo autobiográfico, esos datos no aparecen). Sí apunta que en el otoño de 1918 se trasladó con su familia a Ucrania e invernó en Odessa. En julio del año siguiente los Tolstói partieron hacia París. Al referirse a esa etapa, el escritor comenta: “La emigración fue el período más duro de mi vida. Comprendí lo que significaba ser un paria, un hombre alejado de su patria, sin ningún peso, inútil, al que nadie necesita para nada”.

A pesar de ello, no abandonó la actividad literaria. En París escribió los volúmenes de cuentos Sombras chinescas (1922) y Humedad lunar (1923) y empezó a redactar la novela Las hermanas, que después pasó a ser la primera parte de la trilogía Tinieblas y amanecer. En esa primera versión, no oculta sus sentimientos contrarios a los bolcheviques. También es de esa etapa La infancia de Nikita (1922), deliciosa narración lírica con elementos autobiográficos en la que cuenta la historia de un niño en la Rusia prerrevolucionaria. Aunque se publicó en París, en la Unión Soviética fue reeditada varias veces y es merecidamente una de sus obras más famosas y populares. Asimismo revisó todo lo escrito hasta entonces y que a él le parecía de cierto valor.

En el otoño de 1921, se trasladó a Berlín. Allí se unió a los Smenovejistas, llamados así por la recopilación de artículos Smena Vej (Cambio de jalones), editada por ese grupo en Praga en 1921. Lo integraban principalmente intelectuales blancos emigrados, que adoptaron una política de colaboración con el poder soviético, si bien no se suscribían a la ideología comunista. A la etapa berlinesa de Alexéi Tolstói pertenecen obras como Aelita, El asesinato de Antoine Ribot y Manuscrito encontrado debajo de una cama. Esta última la consideraba, por su tema, la más importante de todas.

Su vinculación a los Smenovejistas irritó a los exiliados rusos de París. Eso lo llevó a publicar en la primavera de 1922 su Carta a Chaikovski, que en la Unión Soviética fue reproducida por el diario Izvestia. Estaba dirigida a Nikolái Chaikovski, un veterano socialista que había expresado su preocupación por los rumores acerca del “cambio de casaca de Tolstói”. En su carta, este declara. “Debemos admitir que no hay otro gobierno en Rusia o fuera de Rusia que no sea el gobierno bolchevique. Y si reconocemos este hecho, tenemos que hacer cuanto podamos para ayudar a que la última fase de la revolución rusa tome una dirección que haga más fuerte a nuestra nación, enriquezca la vida rusa y obtenga de la revolución todos sus elementos buenos y justos”.

Eso marcó su ruptura con los círculos emigrados y le sirvió de pasaporte para regresar a su patria. Tras publicar una serie de artículos en un periódico pro comunista de Berlín, se le permitió retornar con su familia como “emigrado arrepentido”. Los primeros años fueron difíciles para él, pues debido a sus orígenes aristocráticos resultaba sospechoso. Incluso recibió ataques como escritor “burgués”. De acuerdo a él, el principal rechazo provino de los grupos trotskistas. En su esbozo autobiográfico, cuenta que la presión de la Asociación de Escritores Proletarios de Rusia hizo que, tras volver él a escribir teatro en 1924, se vio obligado a interrumpir por bastante tiempo su actividad como dramaturgo.

Una ganancia importante para el régimen soviético

En los años 30, dos o tres veces intentó volver a escribir para el teatro. Pero de nuevo la Asociación de Escritores Proletarios de Rusia y la prensa trotskista embistieron ferozmente contra él (nuevamente cito sus palabras). A lo cual agrega que “solo después de la disolución de la AEPR y de la desaparición de la vida social de trotskistas y trotskizantes, de todo lo que odiaba a nuestra patria y la perjudicaba, percibí que el hostil cerco en torno a mi persona desaparecía”.

Esos ataques, sin embargo, no reflejaban la postura oficial. Para el régimen soviético, la ganancia de una figura como Alexéi Tolstói era importante. Se trataba de un escritor con notables dotes naturales, poseedor de una excelente prosa, que era uno de los principales exponentes de ese neorrealismo que combinaba las mejores tradiciones de la literatura rusa del siglo XIX con algunos recursos modernistas. Asimismo y aparte del inobjetable valor estético de su obra, constituía el ejemplo viviente de la reconciliación entre el régimen comunista y la intelectualidad prerrevolucionaria. Representaba la unión de lo viejo y lo nuevo, y así lo vieron los dirigentes. En una reunión, Viacheslav Molotov lo presentó como el “Camarada Tolstói, el gran escritor de la tierra de los soviets”.

Pero aunque en las altas esferas políticas su canonización se había puesto en marcha, a Alexéi Tolstói le tomó un período largo encontrar su verdadero lugar en la literatura soviética. Siempre fue mejor describiendo la vida que él había conocido. De ahí surgieron varias de sus obras más destacadas. Durante mucho tiempo, sus trabajos posteriores a su regreso del exilio adolecieron del problema de su incapacidad para dar con un tema congénito a él. Por su nacimiento y su formación, pertenecía a las tradiciones de la nobleza. En esencia, era un hombre del pasado, un cruce de caballero de provincia y escritor bohemio. De ahí que se sentía perdido en el crisol de la nueva Rusia. Como antiguo emigrado tenía que ser, además muy cuidadoso. Por esa razón, se abstuvo inteligentemente de escribir sobre un presente que no le era familiar. De la vida en la era soviética apenas se ocupó en cuentos como La víbora, Vasili Sushkov y Ciudades azules, este último escrito tras un viaje a Ucrania.

Se refugió así en la literatura fantástica, en la cual había incursionado antes en Aelita (1923). En esa novela, Alexéi Tolstói combina la novela al estilo de H.G. Wells con la narrativa psicológica rusa. Cuenta el arribo a marte de una expedición científica soviética. Su misión es iniciar allí una revolución social. Alexéi Gusev, un soldado desmovilizado del Ejército Rojo, se pone a la cabeza de los proletarios marcianos, quienes resultan ser habitantes de la Atlántida que habían emigrado. Con esa novela, se inició en la Unión Soviética la tradición de la literatura utópica.

En El hiperboloide del ingeniero Garin (1924), Alexéi Tolstói trató de incorporar mensajes ideológicos en la ciencia ficción. Su protagonista es un inescrupuloso inventor que ha hecho un descubrimiento sensacional: un rayo precursor del láser, que es tan mortífero y efectivo como la bomba atómica o la de hidrógeno. Valiéndose del mismo, Garin se impone a la debilitada Europa, amenaza al mundo con un desastre ecológico y se convierte en dictador. Al final, su plan fracasa gracias a la intervención de dos valerosos luchadores por la felicidad de las masas. A esa línea fantástica aderezada con ideas revolucionarias, pertenecen también los cuentos recopilados en Siete días en los que fue robado el mundo. Por la contribución hecha por Alexéi Tolstói a la ciencia ficción, en 1981 el primer premio para obras pertenecientes a ese género fue bautizado como Aelita. Asimismo, al año siguiente la Unión Astronómica Internacional honró al escritor dándole su nombre a un cráter de Marte.

En la bibliografía de Alexéi Tolstói no faltan algunos títulos que los críticos han calificado como obras de relleno. Ese es el caso de Oro negro, que luego él rebautizó como Emigrados (1925). En esa novela desarrolla un argumento melodramático, con intrigas en torno al petróleo de la Unión Soviética urdidas por extranjeros y rusos blancos en el exilio. El mundo de la emigración también es presentado con matices grotescos en Ibikus o Las aventuras de Nevzorov (1925). Asimismo junto al periodista Alexander Starchakov, quien murió en una de las purgas hechas por Stalin, Alexéi Tolstói escribió el libreto de Orango (1932), ópera satírica compuesta por Dmitri Shotakovic, que fue redescubierta en 2006. Por otro lado, dejó una significativa producción para niños, a la cual pertenecen libros tan populares como El nabo gigante y La llave de oro o Las aventuras de Buratino.

Cuando residía en París, Alexéi Tolstói expresó: “Solo sé esto: lo que más detesto de todas las cosas es caminar por la ciudad con los bolsillos vacíos. Mirar las vidrieras de las tiendas sin poder comprar nada, eso es una verdadera tortura para mí”. Tras su retorno a Rusia, nunca más tuvo que preocuparse por ello, pues además de que llegó a ser uno de los intelectuales más influyentes en el Kremlin, en su época fue posiblemente es más rico de los escritores soviéticos. Gran amante de la vida confortable, la buena comida y las mujeres bonitas, al tiempo que talentoso escritor y trabajador infatigable, era un conciliador típico. Sabía elegir a los protectores adecuados, así como el modo más seguro para escribir lo que se esperaba de él.

Arreglos a mayor gloria de Stalin

Ese olfato oportunista se evidencia claramente en dos de sus obras. Una es Pan (1937), novela en la que narra la defensa de Tsarintsin (más tarde Stalingrado y luego Volgogrado) por el Ejército Rojo en 1918. Acerca de la misma, su autor comentó: “Tuve que oír muchos reproches respecto a la novela; casi todos la calificaban de seca y «documental». Puedo decir, a guisa de justificación, que Pan fue un intento de elaborar materiales históricos exactos y por ello se observa en la obra cierta sujeción de la fantasía. Sin embargo, quizás ese intento mío sea alguna vez provechoso para alguien. Yo me reservo mi derecho de escritor a hacer ensayos y equivocarme. Los experimentos de los escritores deben ser respetados, pues sin audacia no hay arte”.

En realidad, las principales objeciones hechas a Pan tienen que ver con la falsificación de los hechos históricos. Alexéi Tolstói los “arregla” para mayor gloria de Stalin, a quien se le da un papel en la defensa de Tsarintsin que realmente no tuvo. Al mismo tiempo, Alexéi Tolstói denigra la figura de Trotski, quien aparece como un traidor. Como apunte curioso, Pan fue la primera obra de la literatura soviética en la cual Stalin aparecía no como carácter episódico, sino como personaje central.

La otra obra en la cual sometió su escritura al Partido fue la pieza teatral Iván el Terrible, integrada por dos partes: El águila y su pareja (1942) y Los años difíciles (1943). La crítica oficial la elogió, argumentando que interpretaba la estética de la dramaturgia shakesperiana de acuerdo a los principios fundamentales del marxismo. Al igual que entonces hicieron otros escritores y artistas, con esa pieza Alexéi Tolstói contribuyó a dar una nueva imagen de la figura de Iván el Terrible, de quien Stalin tenía una valoración muy positiva. La pieza tuvo tres versiones, y al concluir la segunda su autor le comentó a Yuri Annenkov: “He reescrito de nuevo la obra, de acuerdo con las revelaciones del Partido. Ahora estoy escribiendo una tercera y espero sea la versión final, puesto que la segunda tampoco satisfizo a nuestro Iosif” (se refería a Stalin).

La pieza le había sido encargada, siguiendo las instrucciones del Partido sobre “la necesidad de restaurar la imagen de Iván IV en la historia rusa”. Eso llevó al escritor a idealizar la figura del protagonista, algo que además extendió a la opríchnina, una especie de cuerpo represivo que velaba por los poderes absolutos del monarca. Asimismo resulta demasiado obvia la tendencia a leer el presente a través del pasado, pues se establecen paralelos entre Iván el Terrible y Stalin. Fue, por cierto, una idea que Serguéi Eisenstein desarrolló en su monumental película. Por la primera parte recibió el Premio Stalin, pero este quedó disgustado con la segunda. Para tratar de salvar su filme, el cineasta reconoció sus errores y se dirigió al supremo patriarca del Kremlin para que le diese permiso para revisar su trabajo.

Iván Bunin, Premio Nobel en 1933 y otro de los escritores rusos que emigró tras la Revolución de Octubre, dijo de Alexéi Tolstói que escribió un montón de cosas malas, pero que incluso en ellas hay muestras de su talento. Sus palabras son ciertas, y a ellas se puede agregar que sus dos grandes obras, la trilogía Tinieblas y amanecer y las tres partes de Pedro I, justifican plenamente los honores que recibió en vida. Y hay que decir que recibió muchos a partir de la década de los 30, cuando alcanzó el cénit de su fama y su popularidad. Al morir Máximo Gorki, fue reconocido oficialmente como el decano de las letras soviéticas, aunque había otros autores mayores que él. Tras el fallecimiento del creador de La madre, pasó a ocupar la presidencia de la Unión de Escritores Soviéticos. Además fue embajador en Bulgaria y estuvo encargado de varias misiones diplomáticas y culturales en Europa. Cuando murió, fue declarado un período de luto nacional. Su deceso fue anunciado a la nación en un mensaje especial, firmado por los miembros del gobierno, el Partido, el Ejército Rojo y la Academia de Ciencias.

Obra de gran aliento

A Alexéi Tolstói le llevó más de veinte años escribir las tres novelas que integran Tinieblas y amanecer. La primera la comenzó en 1919, cuando se hallaba en el exilio en París. Y como él precisó, la última palabra de la tercera la estampó el 22 de junio de 1941, el día en que las tropas nazis invadieron la Unión Soviética. Inicialmente iba ser la crónica novelada de la vida de una familia. Pero en el transcurso de su redacción se convirtió en una epopeya monumental, cuyo tema él resumió como “el regreso a la tierra natal, el camino a la patria”.

Tinieblas y amanecer cubre el mismo período histórico que El Don apacible de Sholojov, pero lo hace desde el punto de vista de la intelligentsia progresista. Las hermanas se ambienta en el San Petersburgo de antes de la I Guerra Mundial. Una ciudad corrompida y decadente en cuyas tertulias filosóficas y literarias se vitorea el maquinismo y la justicia social. Estalla entonces el conflicto bélico, se pierden batallas y el zar es derribado de su ya tambaleante trono. En El año 18, los acontecimientos se trasladan al sur. Rusia ha salido de la guerra. Los bolcheviques han tomado el poder y despliegan la lucha bajo la consigna de “Todo el poder para los Soviets”. Los alemanes ocupan Ucrania. Por último, en Mañana sombría la epopeya llega a su fin. En la guerra civil, los blancos son derrotados y tras el terrible período de destrucción, violencia y hambre, Rusia se halla en el umbral de una nueva vida.

Aunque a lo largo de la misma aparecen muchos personajes (obreros, literatos, artistas, militares de alto rango), la trilogía tiene como protagonistas a dos hermanas, Dasha y Katia, y a los hombres a quienes ellas aman, Teleguin y Roschin. Las circunstancias amorosas están insertadas en un vasto fresco del período histórico que va del inicio de la I Guerra Mundial a los primeros años del régimen bolchevique. Obra de gran aliento, tanto por su calidad literaria como por la objetividad con que muestra los acontecimientos sociales que entonces se desarrollaron, Tinieblas y amanecer traza, como expresó Konstantín Fedin, un pintoresco lienzo de primordial importancia para comprender la Rusia de entonces.

Entre otros aciertos, Alexéi Tolstói tiene el de crear unos personajes caracterizados con una gran profundidad sicológica. Aunque en los tres libros dedica numerosas páginas a describir los motines obreros de 1916-1917, los debates en la Asamblea Constituyente, los episodios bélicos en Polonia y Galitzia, la ofensiva de Tsaritsin, en el fondo se levanta la figura del ser humano que lucha contra su tiempo para defender su amor. “Pasarán los años, la guerra, la revolución, y solamente quedará intacto nuestro corazón, que quiere amar, que ama”, le dice Roschin a Katia.

Asimismo en Teleguin y Roshin, Alexéi Tolstói representa la evolución que se produjo en aquellos intelectuales a quienes los cambios que ocurrieron en Rusia llevaron a reconciliar lo individual y lo colectivo. Algo de lo cual el propio autor de la trilogía era un vivo ejemplo. Los protagonistas de su obra vivían alegre y despreocupadamente bajo el viejo régimen, pero se vieron arrastrados por el torbellino de la historia y terminaron compartiendo las tribulaciones y sufrimientos de sus compatriotas. Esa evolución está particularmente lograda en el personaje de Teleguin, quien además nunca es presentado como un héroe comunista.

A diferencia de los caracteres centrales de las novelas de Dmitri Furmanov, Fiodor Gladkov, Nikolái Ostrovski y Shólojov, Teleguin apoya al nuevo régimen, pero no se adhiere a la doctrina comunista, ni tiene intenciones de incorporarse al Partido. No actúa movido por convicciones políticas, sino por su sentimiento nacionalista. Algo similar hace que Roschin abandone a los blancos junto a los cuales había combatido, para sumarse a las filas de los bolcheviques. Su conclusión es la misma que la de Teleguin: identifica el servicio a la revolución con el patriotismo. Precisamente, Tinieblas y amanecer debe parte de su gran aceptación a que elude las pretensiones ideológicas, al mostrar que hombres como Teleguin y Roschin eran parte de la espina dorsal del país.

El interés de Alexéi Tolstói por Pedro I, el zar que cambió el destino de Rusia y emprendió la tarea de modernizar el país, venía desde la década de los años 10. Era algo que además compartía con otros autores. Desde la época de Pushkin, esa figura había atraído a varios escritores. El propio creador de Eugenio Oneguin se ocupó de ella en obras como los poemas “El jinete de bronce” y “Poltava” y la novela El negro de Pedro el Grande, que no alcanzó a terminar. Incluso al final de su vida estaba recopilando material para redactar una historia de su reinado. León Tolstói también tuvo la idea de dedicarle una novela histórica, pero al final la desechó. Dmitri Merezhóvski hizo de Pedro I el protagonista del tercer volumen de su trilogía Cristo y Anticristo. Boris Pilniak lo incluyó como personaje en varios cuentos, en los que evidencia una francamente hostil hacia él. Asimismo el famoso zar aparece entre los caracteres secundarios de varias novelas históricas menores, que se publicaron en el siglo XIX.

Una novela largamente gestada

De 1917 datan los cuentos “Obsesión” y “Un día de Pedro I”, que representan los primeros acercamientos de Alexéi Tolstói a esa figura. En el segundo es el héroe, aunque la imagen de él que allí se da dista de ser positiva. El escritor lo desacraliza y muestra sus cualidades negativas, tanto físicas como espirituales: su fealdad, su falta de modales, su crueldad casi bestial. Las reformas que llevó a cabo Alexéi Tolstói las interpreta como caprichos personales de un déspota bárbaro y terco. Eso dio lugar a que el famoso historiador Serguéi Platónov denunció el cuento como una distorsión de la verdad histórica.

Esa temprana hostilidad aún está presente en la pieza teatral En el potro (1929), en la que Alexéi Tolstói contrasta a Pedro I con su hijo Alexis. Como el propio autor admitió después, en ese texto no logró desprenderse de algunas tendencias “tradicionalistas” en el enfoque de aquella época. En su obra, sin embargo, el personaje aparece ya como un hombre de estado para quien lo mejor para su pueblo es la suprema ley a la que todo lo demás debe ser sacrificado. Stalin asistió a una representación de En el potro y comentó que el heroísmo del personaje no estaba suficientemente resaltado. Como el patriarca del Kremlin se veía a sí mismo como un Pedro I moderno, este pasó a ser visto como un edificador y organizador del país. Atendiendo a esa nueva imagen, Alexéi Tolstói reescribió la pieza en 1934 y cuatro años después retomó el texto para redactar la versión definitiva.

La novela Pedro I tuvo una larga gestación y llegó a los lectores en varias entregas. La primera parte se publicó serializada en 1929 en la revista Nóvy Mir. La segunda vio la luz en 1933. Ambas eran consideradas por su autor como la introducción de la tercera, en la trabajaba cuando murió. Solo alcanzó a redactar seis capítulos, que aparecieron póstumamente. Durante todos esos años, Alexéi Tolstói escribió además versiones teatrales de los dos primeros libros, así como el guión del filme en dos partes Pedro I (1937-1938), que tuvo una gran aceptación tanto dentro como fuera de la Unión Soviética.

A diferencia de los cuentos y la pieza teatral, en la novela Pedro I es presentado como un hombre brillante y capaz, que modernizó y cambió totalmente a su país. A pesar de que no lo idealiza y muestra su carácter duro y despótico, Alexéi Tolstói destaca lo mucho que contribuyó a llevar adelante el proceso de “occidentalizar” a Rusia, que hasta entonces era una nación pobre, atrasada y con escasa población. Una nación que vivía aletargada en el feudalismo y que estaba dominado por las boyardos. “Un fundador en todos los órdenes”, dijo Voltaire del monarca ruso.

¿A qué se debió esa mudanza en la actitud de Alexéi Tolstói respecto a la figura de Pedro I? Pude deberse, en parte, al nuevo acercamiento promovido desde las altas esferas del poder soviético. No obstante, conviene señalar que esto se inició cuando el escritor estaba ocupado en la redacción de la segunda parte. Es, pues, mucho más probable que obedeció a un estudio más atento y meticuloso de las fuentes documentales. Para escribir Pedro I, su autor se basó fundamentalmente en los libros de los reputados historiadores Vasili Klyuchevski y Vladimir Soloviov, aunque también le fueron útiles las novelas históricas de Dmitri Merezhóvski y Daniil Mordovtsev.

En más de un aspecto, Pedro I se distingue de otras novelas históricas rusas de esa etapa (véanse, por ejemplo, las escritas por Yuri Tiniánov, uno de los líderes de la escuela formalista). Sorprende, en primer lugar, que en sus casi 900 páginas no se menciona ni una sola fecha. Asimismo y a diferencia de las obras de aliento épico, posee una estructura narrativa más ágil y episódica. Alexéi Tolstói emplea una técnica que recuerda la de las tomas cinematográficas, y además desarrolla tramas secundarias y episodios independientes que completan y apuntalan el argumento central. Eso da a la composición un carácter fragmentario, ajeno al clásico esquema ruso del análisis sicológico.

La novela traza un soberbio retrato de Pedro I y cubre desde su infancia hasta la batalla contra el ejército sueco en Narva (1701). Al parecer, su autor tenía la idea de cerrar la tercera parte con la gran victoria sobre los suecos en Poltava (1709). Con atrevidas pinceladas, va trazando la trayectoria y la personalidad de un hombre sencillo y curioso, pero de temperamento explosivo. Podía ser muy amable o extremadamente cruel. Se le amaba, se le temía y se le odiaba en similar medida. De igual modo, de las páginas del libro emerge un ser humano de grandes pasiones, sobrehumana energía e intensa curiosidad, dedicado a su país y dispuesto a aprender de cualquiera.

Pero si bien el mayor interés está puesto en Pedro I y en la Rusia de su tiempo, la novela incorpora además un abundante reparto de caracteres, reales unos, ficticios otros, que contribuyen a enriquecer y diversificar la trama. Es una galería brillantemente pintada, que abarca sacerdotes, cortesanos, principillos, dignatarios y representantes de todos los estratos sociales, sin dejar fuera siervos fugitivos y asaltantes de caminos. Alexéi Tolstói además no descuida la caracterización de los personajes secundarios. Un buen ejemplo es el de Carlos XII, el rey y guerrero sueco a quien Pedro I derrotó.

Pedro I nunca da la impresión de un informe académico o un museo de cera. Sus personajes son seres vivos, y no simples vehículos para expresar ideas y puntos de vista. La reconstrucción de la época ofrece un espléndido panorama de ese crítico y turbulento período de la historia de Rusia, pero no tiene nada de crónica arqueológica. Es una obra llena de vida, y por su fluidez narrativa, su variada riqueza de escenarios, sus vívidas descripciones de las batallas, se lee con el mismo interés con que se leería cualquier novela de tema actual.

Hay una opinión generalizada en cuanto a considerarla la mejor novela histórica de las letras rusas, y en otros países cuenta además con numerosos admiradores. Uno de ellos fue el escritor francés Romain Rolland, quien expresó que se trata de una epopeya gigante, enorme, densa e intrincada como un bosque, con sus caminos, sus pantanos y sus desfiladeros con cielos encapotados.