Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Fotografía

Un lugar a salvo de nosotros mismos

La última exposición de Pedro Portal reúne decenas de retratos de cubanos separados por la geografía y la política.

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Un milagro

Un milagro. Es lo que pienso al contemplar las imágenes, los seres rescatados en las fotografías de Pedro Portal que conforman el proyecto Rostros de la isla dispersa, en el que trabaja desde hace alrededor de diez años y que consta de decenas de retratos de cubanos separados por la geografía y por la política. Personajes de la cultura, de las artes, de la política, personajes anónimos. Cubanos provenientes de todos los ámbitos de la nacionalidad. Ojalá pronto se convierta en una gran exposición y en un gran libro, como merece.

Todo un milagro, murmuro. La dispersión ha hecho un alto en estas fotos. Ahí están las víctimas (ya se sabe que todos somos víctimas, pero no todos somos culpables) de alguna forma hermanadas, convertidas en el rostro genérico de la dispersión de la Isla que no puede ser otro que el rostro auténtico de la Isla.

Extremos al parecer incompatibles, armonizados, juntos en un orden que existe más allá de lo pavoroso de nuestra naturaleza, de la naturaleza pavorosa de la Isla.

Eso hacen estas fotos, nos devuelven un orden imposible.

Asombroso, me digo.

Veo a un escritor acosado, veo a un tipejo, veo a un héroe, veo a un preso político, veo una bailarina, veo a un poeta mendigo, veo a un escritorzuelo, veo a un funcionario, veo a una mujer anónima. Y todos somos lo mismo. Todos dispersión. Ha hecho bien el artista en juntarnos. Somos el mismo rostro. Un rostro espeluznante sin duda, a pesar (o tal vez debido) a la poderosa belleza de las imágenes.

Somos eso, me digo, y el deber de un artista es por encima de todo mostrar lo que la gente no quiere ver. Excelente, Pedro Portal ha cumplido con su deber de artista. En estos tiempos de complacencia generalizada, de cobardía, de vilezas sin cuento, en estos tiempos sucios, es un logro extraordinario.

Algo que se dispersa, que desaparece, con lo que ya no podía contarse y que ha sido detenido, recuperado gracias al arte y transferido a un lugar donde el odio, la justicia o el crimen, el amor o el dolor no llegan. Un lugar más allá de nosotros mismos. ¿Qué más puede pedirse? ¿No es esa a fin de cuentas la misión del artista, detener lo que se esfuma, lo que parte, convertirlo en algo que esté a salvo del tiempo y de nosotros mismos?


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