cubaencuentro.com cuba encuentro
| Cultura

Cimarrón, Literatura, Literatura cubana

Un relato que da gusto oír

La editorial española Siruela ha recuperado Biografía de un cimarrón, sobre el cual Graham Green comentó que “no ha habido un libro como este antes y es improbable que vuelva a existir otro como él”

Enviar Imprimir

“Hay cosas que yo no me explico de la vida. Todo eso que tiene que ver con la Naturaleza para mí está muy oscuro, y lo de los dioses más. Ellos son los llamados a originar todos esos fenómenos que uno ve, que yo vide y que es positivo que han existido. Los dioses son caprichosos e inconformes. Por eso aquí han pasado tantas cosas raras. Yo me acuerdo que antes, en la esclavitud, yo me pasaba la vida mirando para arriba, porque el cielo siempre me ha gustado mucho por lo pintado que es. Una vez el cielo se puso como una brasa de candela y había una seca furiosa. Otro día se formó un eclipse de sol. Empezó a las cuatro de la tarde y fue en toda la isla. La luna parecía que estaba peleando con el sol. Yo me fui dando cuenta que todo marchaba al revés. Fue oscureciendo y oscureciendo y después fue aclarando y aclarando. Las gallinas se encaramaban en los palos. La gente no hablaba del susto. Hubo quien se murió del corazón y quien se quedó mudo”.

Seguramente, unos cuantos lectores van a disfrutar por primera vez del relato autobiográfico que así comienza. Lo digo porque en las mesas de las librerías donde se exponen las novedades recién salidas de la imprenta se puede encontrar por estos días Biografía de un cimarrón (Ediciones Siruela, Madrid, 2020, 268 páginas), el ya clásico título que Miguel Barnet (La Habana, 1940) dio a conocer en 1966. No es, sin embargo, la primera vez que ve la luz en España. Antes fue publicado por Ariel (1968), Alfaguara (1984) y Dirección Única (2018). Hubo también ediciones en Argentina (Galerna, 1968; Centro Editor de América Latina, 1977), México (Siglo XXI, 1968), Chile (Quimantú, 1972), Venezuela (Biblioteca Ayacucho, 2013). El libro fue traducido, asimismo, a más de cuarenta idiomas e incluso sirvió de base al destacado compositor alemán Hans Werner Henze para componer una pieza musical.

Cuenta Barnet en la introducción cómo surgió el libro. En 1963 trabajaba como investigador en el Instituto de Etnología de la Academia de Ciencias y leyó en un periódico una página dedicada a varios hombres y mujeres que sobrepasaban los cien años. Dos de los entrevistados le llamaron la atención: una mujer que había sido esclava, espiritista y santera, y un hombre que, aparte de haber sido esclavo y participado en la última guerra de independencia, fue cimarrón en los montes de Las Villas. A los pocos días se dirigió al Hogar del Veterano, donde estaba albergado el segundo. Se llamaba Esteban Montejo y lo describe como “un hombre serio, sano y de cabello completamente blanco”. Al pasar a conversar con él, su interés se limitaba a aspectos generales de las religiones afrocubanas. Originalmente, su idea era hacer un relato etnográfico, pero a medida que charló con el longevo señor fue ampliando las temáticas de las preguntas y pasó a redefinir sus objetivos. Decidió que el libro iba a ser “un relato en primera persona”. Fue su primer acercamiento a lo que después llamó novela-testimonio.

Como herramientas de trabajo, Barnet utilizó un lápiz, un cuaderno de notas y una grabadora de cinta magnetofónica. Comenta que, al principio, su entrevistado era arisco, desconfiado, y se resistía a hablar con facilidad de su vida. Luego se percató del interés del trabajo y empezó a colaborar. Tras algunas semanas de encuentros continuados, “comenzó a demostrar una afabilidad poco usual entre las gentes de su edad. Hablaba con fluidez y él mismo en muchos casos escogía el tema que consideraba de más importancia (…) En una ocasión nos señaló, sorprendido, nuestra omisión al no preguntarle sobre los chinos en Sagua la Grande”.

La transcripción comportaba una faena de depuración

Lo que hizo después Barnet con aquellas horas de conversación no fue una transcripción literal. Parte de los recuerdos fueron contados por Esteban Montejo de modo deshilvanado y sin seguir un orden cronológico. Una vez que se sentó a darle forma de relato, Barnet se preocupó por que, en primer lugar, los principales hechos de la vida del testimoniante quedaran plasmados en la sucesión en que ocurrieron. Tuvo también que aportar coherencia y organización, hilvanar capítulos, eliminar repeticiones, desbrozar, limpiar.

Al no ser Esteban Montejo una persona con estudios o de habla culta, la transcripción comportaba una faena de depuración. Eso obligó a Barnet a parafrasear parte de lo que le contaba. El resultado es un lenguaje coloquial, vigoroso, salpicado de arcaísmos, lleno de sabor criollo, que a la vez que creíble, es legible. Todo eso lo resumió muy bien Alejo Carpentier, al expresar que es un trabajo llevado con rigor de etnólogo y mano de poeta, que se materializó “en un caso único en nuestra literatura: el de un monólogo que escapa a todo mecanismo de creación literaria y, sin embargo, se inscribe en la literatura en virtud de sus proyecciones poéticas”.

Ese rigor del etnólogo resulta más evidente en las notas al pie de página incluidas por Barnet y que amplían, corroboran y aclaran cosas dichas por Esteban Montejo. No son muchas —en total, dieciocho—, seguramente para no abrumar a los lectores no especializados. Menos visible, en cambio, es la preocupación que lo llevó a verificar datos, fichas y otros detalles, para evitar las imprecisiones históricas a la hora de hacer las preguntas. Y a propósito de esto, anota que Biografía de un cimarrón no es un trabajo histórico, aunque “la historia aparece porque es la vida de un hombre que pasa por ella”.

Su itinerario vital llevó a Esteban Montejo a conocer la Colonia, la República y la Revolución. Nació en 1860 en el ingenio Santa Teresa, donde conoció los horrores de la esclavitud (“por eso es que no me gustaba esa vida”). Logró huir al monte y se las ingenió para sobrevivir solo (“La verdad es que yo no confío ni en el Espíritu Santo. Por eso de cimarrón no estuve con nadie”). Al salir, se había abolido ya la esclavitud, y como liberto trabajó en un par de ingenios, uno de los cuales fue de los primeros en Cuba en convertirse en central.

Al estallar la guerra en 1895, se incorporó a las fuerzas mambisas. Su estreno fue en la batalla de Mal Tiempo, que narra de modo vívido y llano. Conoció de primera mano a Máximo Gómez y a Antonio Maceo. Acerca del primero, comenta que “era valiente, pero reservado”. Del segundo dice que en Mal Tiempo “se portó como un hombre entero” y que si “no hubiera peleado allí, las cosas hubieran sido distintas. Nos hubiéramos despeñado”. Sobre la explosión del buque “Maine” opina que todo el mundo sabía que lo habían volado los propios americanos para meterse en la guerra. Y piensa que “los blancos criollos fueron tan culpables como ellos, porque se dejaron mangonear en su propia tierra (…) Si ahí la gente se hubiera revirado todo hubiera sido distinto. No hubieran ocurrido tantas cosas”. Esteban Montejo finaliza su relato con estas palabras: “Por eso digo que no quiero morirme, para echar todas las batallas que vengan. Ahora, yo no me meto en trincheras ni cojo armas de esas de hoy. Con mi machete me basta”.

Como se ve, la de Esteban Montejo fue una existencia rica en experiencias significativas. Fue un narrador-testigo de varios hechos históricos trascendentales, y por eso su testimonio es también el retrato de una época y de un país. Sus recuerdos personales tienen además mucho de memoria colectiva, porque son comunes a amplios sectores de nuestra población. Hombres y mujeres que fueron marginados por la sociedad, y a los cuales se les privó de cualquier forma de expresión, incluso la oral. El libro de Barnet es así parte de la Historia de la gente sin historia. De no existir, la de Esteban Montejo se habría perdido, y por eso constituye un aporte tan valioso.

Biografía de un cimarrón posee, además, la cualidad de ser un libro de lectura muy disfrutable. Pese a que superaba los cien años, Esteba Montejo tenía una mente clara y dejaba que su memoria discurriese libremente. Nunca engola la voz, ni tampoco eleva el tono. Narra con naturalidad y en su relato abundan las muestras de sabiduría popular: “Hay que respetar las religiones, aunque uno no crea mucho”; “Cada uno va a la plaza con su canasta”; “El que habla demasiado, se enreda”; “Lo mejor para la guerra es la desconfianza. Para la paz igual aunque en la guerra es más necesario”’; “El que no cree en milagros hoy, cree mañana. Pruebas hay todos los días”; “Hay que tener una fe. Creer en algo. Si no estamos jodidos”; “El respeto es el que abre las puertas de todo”; “Todas las fiestas tienen su relajo, si no no son fiestas”.

Como escribió Onelio Jorge Cardoso, a Biografía de un cimarrón “da gusto oírlo. Esta es la conversación de un hombre de ciento seis años de edad que se gana la categoría de un libro, tanto por su vida como por su forma de expresión. Por eso da gusto oírlo, porque se oye más que se lee, ya que hay una manera de oír cuando se tienen dentro las propias resonancias de la lectura, heredadas o transmitidas del mismo suelo, nacimiento y lengua compartidos”.