Actualizado: 22/04/2024 20:20
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Cine, Arte 7

Un thriller político y políticamente correcto

En su tercer trabajo de dirección, Ben Affleck se muestra en control absoluto de todos los mecanismos convencionales del thriller comercial, y no intenta salirse de esos moldes

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Cuando en Noviembre de 1979 las turbas agitadas por el ayatola Khomeini y encabezadas por los Guardias Islámicos tomaron por asalto la embajada estadounidense en Irán, exigiendo la devolución del Sha Reza Pahlevi, cincuenta y dos miembros del personal diplomático fueron capturados como rehenes, pero nadie se dio cuenta de que otros seis trabajadores de la sede diplomática escaparon a la calle, evadiendo la captura por pura suerte. Tras deambular azorados y asustados por las calles de Teherán, terminaron en la residencia del embajador canadiense quien se arriesgó a ocultarlos. Estos fueron rescatados meses después mediante una fantasiosa operación de riesgos incalculables y coincidencias disparatadas. Argo, el tercer largometraje de Ben Affleck, narra estos hechos.

Basada en el artículo “Escape from Tehran” escrito por el periodista Joshuah Bearman y publicado en el año 2007, cuando ya la CIA había desclasificado los archivos de la operación, Argo comienza narrando todas las peripecias que se suceden en los pasillos de la Casa Blanca, el Departamento de Estado y la CIA para tratar de desarrollar un plan de extracción de los seis diplomáticos sin causar un conflicto mundial de consecuencias catastróficas y evitar una humillación pública. Cada plan propuesto es más descabellado que el anterior hasta que entra en acción Tony Méndez (Ben Affleck), un agente experto en operaciones de extracción, quien tampoco da pie con bola hasta que un día, viendo la televisión con su hijo sufre una iluminación y se le ocurre entrar a Irán haciéndose pasar como parte de un equipo de filmación canadiense que busca locaciones para un filme de ciencia ficción y conseguir engañar a las autoridades iraníes a la salida, haciendo creer que los seis diplomáticos habían entrado al país con él.

La creación de la falsa compañía productora, de los esfuerzos necesarios para dar la ilusión de que una película se va a filmar, para dejar un rastro verificable y las falsificaciones de documentos y personalidades para que los iraníes acepten que a pesar de ciertas discordancias los diplomáticos son miembros del equipo de producción son gran parte de la trama que se desarrolla o más bien se enreda y se desenreda a partir de ahí.

La película salta de la Casa Blanca a los Guardias Islámicos, de la embajada de EEUU en Teherán a la canadiense, de Hollywood a Langley, con una rápida y eficaz edición que recuerda mucho a Spy Game (2001) y a Syriana (2005). Mantiene un ritmo veloz pero sin crear confusiones en el argumento, que fluye y entretiene. Es capaz de mantener el interés todo el tiempo a pesar de que todos sabemos de antemano el final de la historia, porque está basada en hechos reales. Affleck ha mejorado mucho como director desde su debut con Gone Baby Gone (2007) y su pequeño traspiés con su segundo esfuerzo como director The Town (2010). Aquí se muestra en control absoluto de todos los mecanismos convencionales del thriller comercial. No intenta salirse de esos moldes, simplemente narra eficazmente una historia interesante.

El cuidado del detalle histórico en la recreación de los hechos, vestuarios, peinados, gestos y situaciones de la época es extraordinario Al final de la película, cuando corren los créditos finales, dividen la pantalla para mostrar fotogramas de los hechos reales y de los reproducidos y la comparación es asombrosa por la fidelidad. La fotografía de Rodrigo Prieto reproduce los matices adecuados aprovechando al máximo las locaciones en Turquía, Los Ángeles y Washington. Sin embargo, la actuación de Affleck es anémica. Mantiene todo el tiempo una expresión sombría que convierte a su personaje en un ente unidimensional y robótico. Bryan Cranston está excelente en su papel de Jack O’Donnell, el operativo principal de la CIA, y Victor Garber se muestra apropiadamente restringido como el embajador canadiense, en una actuación impecable en su minimalismo. John Goodman y Alan Arkin están aptos, pero excesivamente bufonescos en sus papeles como los “productores” hollywoodenses.

A pesar de que el propio Affleck ha declarado que no tenía pretensiones con su filme más allá de narrar una anécdota históricamente significativa, pero de modo entretenido, en esta película, producida por George Clooney, hay una intención de reinterpretar el thriller político clásico y de darle una toma de conciencia políticamente correcta. Dado el escabroso territorio a pisar, el tratamiento de los musulmanes, que a la larga son los que hacen el ridículo en la cinta, Affleck trata de mostrar respeto cuestionando los valores que la película defiende, o sea, los del Gobierno estadounidense, y presentando muchos de los hechos a través del prisma interpretativo de los pueblos oprimidos. Se destaca en esto un tercermundismo a destiempo.

La película comienza con una síntesis de la historia de Irán desde los tiempos de Mossadegh hasta los del Ayatola, narrada por una mujer con acento farsi, que aunque es bastante acertada históricamente, está narrada con un lenguaje que parece sacado de una indigestión de Fanon. Así Mossadegh al intervenir las petroleras británicas y estadounidenses “le devolvió al pueblo el control de sus recursos naturales”, y más adelante, “el pueblo iraní salió a la calle a pedir la devolución del Sha”, todo esto con gran solemnidad. Después, todos los agentes de la CIA y los funcionarios del Gobierno son presentados como cínicos descreídos que usan el lenguaje más soez posible, algo que aunque pudiera ser verdad, al recargarse en la ficción suena a falso. El carácter caricaturesco de los personajes de Hollywood resulta excesivo y se ahoga en los gastados chistes sobre la falsedad de los valores de la Meca del Cine, hasta el punto de resultar sosos y aburridos. Por suerte para Affleck, el personaje que interpreta es de origen hispano, por lo cual su carácter de minoría justifica su patriotismo sin atreverse los guionistas a presentarlo como otro cínico. Es el único personaje que se toma en serio a sí mismo. También ya Hollywood aburre con la forzada humanización de los personajes acentuado sus conflictos familiares. Es inconcebible que sigan tratando de vender una imagen conservadora en la cual al parecer el hombre soltero y desenfadado no tiene derecho a ser humanizado. Claro, se refleja el ojo del director clavado en la taquilla.

A pesar de esos defectos molestos, Argo es un filme acabado, que logra resolver su argumento con eficacia, cosa de la cual parecen incapaces muchos directores y guionistas hoy en día. Evita el didactismo y consigue que la edición le saque el máximo a la narración. Es uno de los más efectivos vehículos de la nueva tendencia del thriller político a ser políticamente correcto, presentando un imperialismo con conciencia y complejo de culpa.

Argo (E.U.A. 2012). Dirección: Ben Affleck. Guión: Chris Terrio, basado en el artículo “Escape from Tehran” de Joshuah Bearman con la asesoría de Tony Méndez. Fotografía: Rodrigo Prieto. Con: Ben Affleck, Bryan Cranston, Victor Garber, Zeljko Ivanek, John Goodman y Alan Arkin. De estreno en todas las ciudades de Estados Unidos.


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