Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Un viejo dilema siempre actual

Este fin de semana se estrena en Miami Cartas de amor a Stalin, una obra del dramaturgo español Juan Mayorga que tiene como núcleo dramático las complejas relaciones entre los artistas y el poder

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Si la inteligencia nos dice que desde el Poder se pueden hacer muchas cosas fundamentales que no cabe realizarlas desde fuera de él, ¿qué hacer para ser fieles al propio espíritu crítico y a un Poder que los encarne?, ¿acaso la lucha de Antígona y Creón es inevitable?, ¿seremos capaces algún día de concebir el interés público como una armonía de los intereses privados y viceversa, en lugar de establecer constantemente una oposición paralizadora?
José Monleón

Treinta años acumula ya Alberto Sarraín (La Habana, 1949) en la dirección escénica, pese a lo cual su pasión por el teatro se mantiene inalterable. Él mismo se define como una persona terriblemente de teatro, como un adicto a esa actividad. Y quienes hemos podido seguir su trabajo, sabemos que con esa frase no exagera un ápice. Para probar esa pasión incombustible y a prueba de desalientos, este fin de semana Sarraín estrenará su nuevo montaje. Se trata de Cartas de amor a Stalin, que firma el dramaturgo español Juan Mayorga (1965).

La presencia de este título en el repertorio que Sarraín ha llevado a escena, puede que extrañe a muchos. Ante todo, porque su labor más importante está vinculada de modo indisoluble con la dramaturgia cubana. Esa definida preferencia por los textos escritos por sus compatriotas se puso de manifiesto ya en una fecha tan temprana como 1981, cuando montó con Latin American Theatre Ensemble, de Nueva York, Las pericas, de Nicolás Dorr. A aquella obra se han sumado después otras de Virgilio Piñera (Falsa alarma, Una caja de zapatos vacía, Electra Garrigó), José Triana (La noche de los asesinos), Carlos Felipe (Réquiem por Yarini), Abelardo Estorino (Los mangos de Caín, Parece blanca, Morir del cuento), Eugenio Hernández Espinosa (Alto riesgo), Alberto Pedro Torriente (Manteca, Delirio habanero), Abilio Estévez (La verdadera culpa de Juan Clemente Zenea, Santa Cecilia, La noche) y Abel González Melo (Chamaco, Talco). Eso hace de él si no el que más, por lo menos uno de los directores que más piezas cubanas ha estrenado.

Por lo demás, Juan Mayorga tampoco es el primer autor español que Sarraín ha montado. A su etapa inicial corresponden las puestas en escena de Ninette y un señor de Murcia (1982), de Miguel Mihura, Don Gil de las calzas verdes (1983), de Tirso de Molina, y Picnic en un campo de batalla (1984), de Fernando Arrabal. Más tarde dirigió Bodas de sangre (1988) y La Tarumba (1984), de Federico García Lorca. Y aunque no llegó a estrenarse, a fines de los años 90 comenzó a ensayar Malditas sean Coronada y sus hijas, de Francisco Nieva.

Pero más allá de que su autor sea español y de que la temática que aborda no sea propiamente cubana, Cartas de amor a Stalin encuentra perfecta cabida en la estética del repertorio montado por Sarraín. En primer lugar, es una magnífica obra, conceptualmente compleja, escrita con inteligencia, sensibilidad e imaginación. Asimismo, aunque se inspira en personajes y hechos reales, nada tiene que ver con el teatro histórico. Mayorga tomó esa materia prima y a partir de ella creó una fantasía teatral cuyo núcleo dramático lo constituyen las cartas que un desesperado Mijaíl Bulgákov escribe sin descanso, y cuyo destinatario único es Stalin. Sin embargo, como ha apuntado Carla Matteini, “en esa situación única, en los diálogos, en las precisas acotaciones que sugieren mutaciones en el clima emocional, surge el destello dramático del conflicto entre el deseo y su frustración, en este Bulgákov melancólico y obsesionado que Mayorga convierte en carne emblemática de la libertad asfixiada”.

A partir de la década del 20 del siglo pasado, Mijaíl Bulgákov abandonó el ejercicio de la medicina y se convirtió en un dramaturgo y narrador muy popular en lo que entonces era la Unión Soviética. En esos años publicó la novela La guardia blanca y los libros de cuentos Diaboliada y Apuntes de un joven médico. Se estrenaron además sus piezas Los días de los Turbin, El apartamento de Zoika y La isla púrpura, llevadas a escena en el Teatro de Arte de Moscú, el Teatro Vajtángov y el Teatro de Cámara de Moscú, respectivamente. Sin embargo, a fines de esa década sus textos dejaron de publicarse, sus piezas teatrales fueron retiradas del repertorio y la prensa se dedicó a atacar e insultar a su autor. Bulgákov escribió entonces a Stalin para pedirle que se le permitiese salir al extranjero con su esposa. Incluso una de esas cartas fue entregada personalmente por el vicedirector del Teatro Bolshoi a Stalin, quien nunca contestó al escritor. Su única respuesta fue una famosa llamada telefónica, hecha el 18 de abril de 1930. Su contenido se conoce porque este se lo dictó a su esposa Elena. En ese breve diálogo, Stalin aconsejó a Bulgákov que redactara una solicitud para trabajar en el Teatro de Arte, pues pensaba que sería aceptada. Esa fue la causa de que en la conciencia del escritor y en el círculo de sus parientes y amigos surgiera la leyenda de la singular protección del caudillo. Pero como ha anotado Vladímir Lakshín, esa supuesta atención era, en cierto modo, una auto hipnosis y a la vez, un medio de autodefensa.

Unas relaciones cargadas de censura y autoengaño

Basándose en esa experiencia vivida por el autor de El Maestro y Margarita, Juan Mayorga escribió una obra en la cual, como él ha precisado, más que el afán de reconstruir aquel tiempo, le interesó observar la época actual, que también es —o puede ser mañana— de censuras, autocensuras y autoengaños. Toda la acción ocurre en la casa del escritor, y además de él intervienen como personajes Elena Bulgákova, su esposa, y Stalin. Este último es, en realidad, una visión fantasmagórica creada por la mente de Bulgákov. En su vana espera de una respuesta a las cartas que dirige al gran camarada, el escritor va cayendo en un proceso paranoico que lo lleva a la autodestrucción, no solo la de él mismo, sino también la de su entorno familiar.

Bulgákov construye su propio espacio trágico, al pretender conciliar dos principios que, en el contexto de la Unión Soviética de los años 30, resultaban insostenibles: conservar su libertad como creador y seguir viviendo en su país sin tener problemas con la censura. A diferencia de él, su esposa demuestra mayor lucidez, pues posee una visión mucho más clara de lo que es el estalinismo. Como trata de hacerle entender a Bulgákov, nada puede esperar él de un régimen bajo el cual el tirano omnímodo que es Stalin ha devenido una malvada personificación del pueblo.

Cartas de amor a Stalin trata esencialmente sobre las relaciones entre los intelectuales y artistas y el poder del Estado. Unas relaciones que nunca han sido fáciles, sino todo lo contrario. Tienen tanto de amor como de odio. Los artistas no quieren dar su brazo a torcer y reclaman ser libres; pero al mismo tiempo, se muestran halagados por la palmada del poder. Por su parte, los representantes del poder por tradición desprecian a los artistas, pero se ven obligados a acercarse a ellos en busca de una legitimación estética o moral. Por tanto, el antagonismo entre unos y otro dista de ser íntegro, ya que si bien se detestan, también se necesitan mutuamente para poder subsistir en las mejores condiciones.

Hay en eso una doble maldad. Por un lado, la de los escritores y artistas que quieren disponer de libertad para crear, pero requieren de la protección del poder. Por otro, la del poder que necesita propagandistas sumisos e incondicionales, que además sean verdaderos artistas. A esto último se refiere Stalin, cuando en el monólogo con que termina la obra le expresa a Bulgákov: “¿Podemos fiarlo todo a esos artistas que se llaman a sí mismos ‘de izquierdas’? Tienen el carnet del partido, pero ¿tienen talento? Saben cuándo ponerse el gorro rojo y cuándo quitárselo; cuándo cantar loas al zar y cuándo a la hoz y al martillo. Pero ¿pueden hacer un arte digno de la Revolución? Necesitamos hombres como tú, Misha. Artistas de verdad. Lástima que os cueste tanto entender lo que el pueblo necesita de vosotros (…) El arte no pueden hacerlo leales funcionarios, sino herejes peligrosos como tú. Si un escritor intenta ser leal, si intenta ser útil, hará una literatura que se lee hoy y con la que mañana se envuelve la pastilla de jabón”.

Otra de las reflexiones que plantea Cartas de amor a Stalin tiene que ver con el peligro de la autocensura. Bulgákov se debate entre las dudas que el régimen soviético suscita en él y la atracción que siente por el poder encarnado por Stalin. Termina por ceder ante este último y no se da cuenta de la manipulación de que es objeto. Como le comenta su esposa, su vida se ha reducido al afán por redactar una carta magistral que conmueva al tirano. Algo a lo cual él contesta: “¿Solo una carta? Jamás he escrito nada tan importante. Mis comedias, mis novelas… ¿qué valor tienen frente a una carta así? Todo lo que he escrito es un juego de niños si lo comparo con una carta a Stalin”. Eso lo lleva a renunciar al que era su mundo propio, a autocensurarse y a escribir mentiras, las mentiras que Stalin quiere oír. En una escena, Elena Bulgákova le comenta: “Me da miedo dejarte solo. Es como si esta casa estuviese endemoniada. Como si el demonio estuviese suelto por la casa”. Y en efecto, sin darse cuenta Bulgákov ha abierto las puertas de su casa al tirano, quien acaba dictándole al oído lo que debe escribir. Por eso la esposa es la única que al final de la obra puede salir de viaje. Como no espera nada de Stalin, para ella aún puede haber un futuro. No así para Bulgákov, que ha establecido con el poder unas relaciones cargadas de censura y autocensura de las que él mismo no es consciente.

Cartas de amor a Stalin ha sido traducida a 11 idiomas y se ha montado en varios países. Su autor es considerado uno de los dramaturgos más talentosos e importantes de España, y sus textos se representan además en escenarios de medio mundo. Últimamente, obras suyas han estado en cartel en Australia, Bélgica, Estados Unidos, Polonia, Francia, Turquía, Grecia, Brasil, Ucrania, Italia, Portugal, Corea, Rumanía. Asimismo el famoso director francés François Ozon ha adaptado al cine su pieza El chico de la última fila, que llegará a las pantallas en los próximos meses. Y el año entrante será estrenada en Polonia su obra El cartógrafo de Polonia, que formará parte de las actividades con las que se conmemorará el 60 aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia.

Cartas de amor a Stalin, de Juan Mayorga. Producción de La Má Teodora, Teatro Abanico y Archivo Digital de Teatro Cubano. Dirección: Alberto Sarraín. Actores: Mauricio Rentería, Juan David Ferrer (Mijaíl Bulgákov), Mabel Roch (Elena Bulgákova), Larry Villanueva, Mario Guerra (Stalin). Escenografía: Alaín Ortiz. Vestuario: Luis Suárez. Diseño de luces: Pedro Remírez de Estenoz. De abril 20 a mayo 13. Teatro Abanico, 3138 Commodore Plaza, Coconut Grove, FL 33133. Viernes y sábado, a las 8:30pm. Domingos, a las 5pm. Entrada: $ 20.


Mauricio Rentería (Bulgákov) y Larry Villanueva (Stalin)Galería

Mauricio Rentería (Bulgákov) y Larry Villanueva (Stalin).

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