Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Música

Una “Cecilia Valdés” vocalmente suntuosa

La Sociedad Pro Arte Grateli ha decidido reponer esta zarzuela para celebrar sus 44 años de esfuerzos por mantener vivo el género lírico en Miami

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Sobre esta joya de la música cubana, su autor, el maestro Gonzalo Roig (1890-1970), confesó:

“La Cecilia Valdés yo la escribí en un mes y días. Pero no fue solo escribirla, sino instrumentarla también. Estaba dedicado exclusivamente a la obra. Yo vivía nada más que para aquello. Me ponía un mono por la mañana, me iba para el teatro y allí me llevaban la comida”

El primero que escuchó la partitura completa de su zarzuela Cecilia Valdés fue precisamente otro grande de la música cubana, el maestro Ernesto Lecuona:

“(…) Llamé a Lecuona por teléfono y le dije que quería que viniera a mi casa para tocarle algo nuevo que había compuesto. Acudió esa misma tarde, acompañado de su hermana Ernestina, y después de los saludos efusivos de ambos, me senté al piano, y comencé a tocar. Pese a la fama que tienen los artistas de que viven nada más que para su propia obra, sin ojos ni oídos para la de los demás creadores, los hermanos Lecuona no son así, sino todo lo contrario, y escucharon con gran interés y paciencia toda la partitura. Al finalizar, Ernesto se levantó y me dio un gran abrazo, diciéndome: ‘Es la mejor zarzuela cubana que se ha escrito, y vas a ver qué gran éxito le espera. Te felicito de todo corazón’”.

Después de leer los testimonios de estos dos genios, grandes amigos por demás, sobre la zarzuela cubana CeciliaValdés —sobre todo el de Lecuona, quien ya había dado a conocer sus bellísimas zarzuelas El cafetal en 1927, y María la O en 1930, y triunfado tanto en Cuba como en el extranjero—, es altamente encomiable que la Sociedad Pro Arte Grateli haya decidido reponer esta bellísima zarzuela para celebrar sus 44 años de denodado esfuerzo por mantener vivo el género lírico en Miami.

En la tarde del domingo 24 de julio del 2011 acudí al Miami-Dade County Auditorium para disfrutar la puesta en escena de mi zarzuela cubana favorita.

Antes de descorrerse el telón, tanto de la obra como de mi reseña, quisiera comentar lo inadecuado del fondo musical que la dirección del teatro —ya van dos—, le impone a los espectadores antes de comenzar la función, –un tema de Yanni en este caso sin relación alguna con lo que íbamos a ver, lo que me provoca suspicacias sobre la cultura y el sentido común de los emplantillados a cargo.

Durante la obertura el escenario estuvo iluminado, mostrando a los personajes de Cándido y de Chepilla “congelados”, parece que por error del teatro —ya van tres—, cuando la música debió haber transcurrido a oscuras todo el tiempo hasta el comienzo del primer cuadro, aunque luego se apagó la luz y se volvió a encender al concluir la obertura, para dar paso a una clase magistral de actuación a cargo de ese primer actor que es Germán Barrios, como Don Cándido; mientras que Eliana Iviricu debe trabajar más su dicción para convencer en su personaje de clase baja que habla “en lengua”, como ahora lo hacen los santeros yorubas.

Muy bien el Po, po, po de Tania Martí como Dolores Santa Cruz, aunque los diálogos precedentes entre Leonardo y sus amigos me parecieron forzados y sus actuaciones algo envaradas.

La salida de Cecilia fue brillantemente actuada y cantada por la joven soprano Maureen Colón, aunque el agudo final debió haber sido dado en una nota más alta, como lo han hecho las sopranos referentes en este rol.

La cortina musical, a puro piano con la melodía principal de la zarzuela para el cambio de cuadro, me pareció cosa del cine mudo, nada feliz, por lo que debe buscarse otra solución para acompañar estos cambios.

El telón de fondo de la casa de los Gamboa debió haber sido estirado más, pues se veía muy arrugado, pero la lámpara-araña sí estuvo como de Fantasmadelaópera, muy bien.

No cabe que Tirso le llame “señorita” a Doña Rosa, y los diálogos entre los personajes me volvieron a parecer un poco forzados y envarados. El primer diálogo entre la mulata Dolorita —una revelación digna heredera de los paradigmas del teatro bufo cubano, léase Candita Quintana—, el sirviente esclavo Tirso y el “gallego” Don Melitón, estuvo muy simpático, aunque los movimientos pélvicos y del trasero de Dolorita me parecieron excedidos y vulgares, así como algunos gestos del negrito.

Como la zarzuela transcurre en 1830, según se dijo, los comentarios de Leonardo sobre Saco (José Antonio Saco, 1797-1879), Varela (Félix Varela, 1788-1853) y Heredia (José María Heredia, 1803-1839) —y sobre Elhimnodeldesterrado que éste último escribió— están muy a tono con la época, aunque me sorprendieron en un joven tan malcriado y tan acostumbrado a hacer su voluntad y a conseguir todo lo que quiere, pero reconozco que el joven Gamboa pudo ser la excepción de su tipo como intención del libreto.

Prejuicios sociológicos aparte, no me parece creíble que el coro se congregara dentro de la casa de los Gamboa para cantar “Habana, linda sultana…”, y tampoco el vestuario de las damas me pareció acertado, por las notables diferencias en el largo de las faldas y con el rango social pretendido en algunos de los casos, pero estas incongruencias no opacaron la vibrante e impecable interpretación de Jorge Antonio Pita, el afinado y exquisito tenor lírico en el rol de Leonardo, la mejor voz de toda la función.

En el cuarto cuadro del primer acto, frente a la casa de Cecilia, los diálogos entre José Dolores Pimienta —excelentemente interpretado y cantado por el barítono Armando Naranjo— y su hermana Nemesia (Samantha Nápoles), sí me parecieron mejor estructurados y más naturales, y Naranjo alcanzó el clímax vocal en la romanza “Dulce quimera”.

En el primer dúo entre Leonardo y Cecilia, ambos lograron un acople perfecto y volvieron a convencer al auditorio con sus bellas voces.

En el segundo acto, el telón de fondo simulando la campiña cubana dejaba bastante que desear, pues los ¿cafetos? estaban desproporcionados y las palmas parecían dibujadas por un pintor aficionado, además de lucir arrugado y feo.

El contramayoral de Isabel Lincheta me desconcertó por lo blanco, y le hago la misma recomendación a Ismael González para que hable “en lengua” de verdad como le dije a Iviricu.

Enid González cantó muy bien su aria de las flores, con sobreagudo final incluido, y su dúo con Pita estuvo muy bien acoplado y hermoso.

El cuadro de los esclavos —que debió haber tenido de fondo la usual imagen del ingenio— logró una gran belleza plástica gracias al ballet de Pepe Bronce, pero la pareja central estuvo de más.

El barítono Rodolfo Cutiño se sumó al banquete vocal que fue esta representación de Cecilia con su acertada interpretación del aria del esclavo carabalí, y la estampa bufa del negrito, el “gallego” y la mulata resplandeció gracias al talento de Jesús Brañas como Tirso, Miguel de Grandy II como Don Melitón, y Grethel Ortiz como Dolorita, quien para mí es toda una revelación a la que auguro un brillante futuro, pues, además de una buena y bella voz, tiene el carisma requerido para este género donde tanto brillara Candita Quintana.

La escena de la bellísima contradanza de esta zarzuela estuvo inobjetable, muy bien montada y bailada, y los trajes femeninos ahora sí estuvieron a la altura de la época y de la clase social representada.

Muy bien y emotiva la actuación de Maureen Colón ante la cuna de su niña —y en general durante toda la función— y la Nemesia de Samantha Nápoles cumplió su cometido de amiga de Cecilia y hermana de José Dolores con dignidad y discreción.

En la que debió ser la escena final de la zarzuela, el asesinato de Leonardo por Pimienta, sobraban esas palmas del fondo (las mismas del ingenio de Isabel), porque la boda era en La Habana y no allá, pero la acción fue bien resuelta dramatúrgicamente, aunque el reclamo de Cecilia a Pimienta por su crimen debió haber sido más enérgico.

Lo que sí me pareció totalmente de más, por cursi y ridícula —aunque estuviera en el libreto original— fue esa escena final donde Charito ha recobrado la razón y se encuentra con Cecilia, quien ha sido enviada al hospital como castigo por haber sido la instigadora de Pimienta; todo un desenlace de culebrón barato del peor gusto, donde la visión de la virgen en la pared me recordó el final de Fausto, de Gounod, cuando Margarita se eleva al cielo, así que menos mal que a Cecilia la dejaron en tierra, pues, aunque haya sido por su amor despechado, fue la instigadora de un asesinato y por tanto no es coherente la aparición de esa virgen “redentora”.

Telones arrugados, palmas mal pintadas y trajes inadecuados aparte, esta Cecilia del domingo 24 de julio fue un triunfo más de Grateli en su admirable cruzada por mantener vivo este género en Miami, pese a la falta de apoyo a la cultura del gobierno local, que le cobra $10.000 por cada función; dinero que se podría usar para mejores trajes y decorados, a la altura de las formidables voces que la cantaron en esta feliz ocasión.


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