Clandestinidad, Literatura, Literatura rusa
Una historia de anonimato y redención
Leonid Tsypkin fue un escritor clandestino que, pese a haber sido ignorado y despojado de todo en sus últimos años, fue capaz de aportar a la literatura rusa uno de sus clásicos indiscutibles
Meses atrás comenté en este diario la primera traducción impresa en España de Dostoievski, mi marido, de Ana G. Dostoievskaia, quien fue la segunda esposa del gran escritor ruso. En esas memorias nos aproxima a la figura del creador de Los hermanos Karamazov, y al ser la persona que más lo conoció dejó la que constituye su biografía más íntima.
Casi un siglo después, otro escritor tomó Dostoievski, mi marido como una suerte de Biblia para escribir una obra propia. Como ha comentado el novelista argentino Alan Pauls, glosó el libro hasta el fervor, hasta hacerlo desaparecer, hasta robárselo a su autora, en una especie de trance transferencial. A partir de esa desusada premisa, concibió una novela que, entre las notables singularidades que posee, se distingue porque todo lo relacionado con ella está fuera de lo corriente: el estilo con que está escrita, su impecable factura técnica, las circunstancia en las cuales fue creada, el modo en que finalmente llegó a los lectores. Un libro cuya historia fue tan insólita como lo fue la biografía del hombre que lo firma: Leonid Tsypkin. Una vida, cito de nuevo a Alan Pauls, “de anonimato y clandestinidad, represión y redención, adoración y martirio”.
Los cincuenta y seis años que Tsypkin alcanzó a vivir estuvieron marcados por varios hechos que constituían el fundamente del régimen soviético. Había nacido en Minsk en 1926. Sus padres eran judíos rusos y ambos ejercían la medicina. Tenía él ocho años cuando el padre fue encarcelado. Lo acusaron de los cargos que formaban parte del repertorio de delitos imaginarios habituales en esa etapa.
Gracias a la intervención de un influyente amigo, fue puesto en libertad. No tuvieron esa misma suerte tres hermanos suyos, quienes murieron durante el Gran Terror. Al volver a su casa, el padre de Tsykpin llegó con la espalda rota. En la cárcel intentó suicidarse arrojándose por el hueco de una escalera. Pero no quedó inválido y pudo continuar dedicándose a la cirugía hasta su muerte.
Pocas semanas después de la invasión alemana a la Unión Soviética, las tropas nazis tomaron Minsk. La madre del cirujano, otra hermana suya y dos sobrinos pequeños fueron asesinados en el gueto. Tsypkin y sus padres lograron escapar, gracias a la ayuda de un antiguo paciente del médico. Al finalizar la guerra, los tres pudieron regresar a Minsk, donde él retomó los estudios. Decidió seguir el camino de sus progenitores y en 1948 se licenció en medicina. Al año siguiente contrajo matrimonio con una economista y en 1950 nació Mijaíl, el único hijo que tuvieron.
En 1949, Stalin dio inicio a su paranoia antisemita con la campaña contra los “cosmopolitas sin raíces”, uno de los eufemismos acuñados para calificar a los judíos. Eso los convirtió en los nuevos enemigos del pueblo, y dio lugar a purgas que los afectaron desmedidamente, como el infame “complot de los doctores”. Tsypkin logró eludir el destino que le esperaba gracias a que consiguió un empleo en un oscuro hospital psiquiátrico en una zona rural.
Escribía para sí mismo
En 1957 obtuvo el permiso para residir con su esposa y su hijo en Moscú. Lo hizo posible el hecho de que le ofrecieran un puesto de patólogo en el renombrado Instituto de Poliomielitis y Encefalitis Viral. Allí formó parte del equipo que introdujo en la Unión Soviética la vacuna Sabin contra la polio. En su labor posterior, demostró estar interesado en diversas áreas de la investigación. También publicó artículos en revistas especializadas y se ganó el respeto de sus colegas.
Cuando finalizaba la carrera de medicina consideró la idea de abandonarla para cursar literatura, aunque todo quedó ahí. Esa pasión juvenil no lo abandonó, y a principios de los años 60 empezó a escribir. Sus primeros tanteos se materializaron en unos poemas en los cuales era evidente la influencia de Marina Tsvietáieva y Boris Pasternak. Eran sus poetas preferidos y encima de su mesa de trabajo tenía colgados sus retratos.
Aquellos textos los escribía para sí mismos. Nunca se los dio a leer a otras personas. Era la época del estancamiento de Leonid Brézhnev, en la cual la palabra y la literatura seguían siendo víctimas de una persecución y un control sistemáticos. La Unión Soviética estaba dominada por el poder político omnisciente en todos los ámbitos de la vida. Por eso los lectores de Tsypkin se redujeron a su esposa, su hijos y dos compañeros de este de la universidad. Él, además, no tenía contacto con los círculos intelectuales moscovitas, ni tampoco amigos escritores.
Finalmente, al cabo de un tiempo se decidió a dar a leer sus poemas a otro escritor. Fue en 1965 e iba a mostrárselos a Andréi Siniavski, pero unos días antes de la cita este fue detenido. Él y Yuli Daniel fueron protagonistas de un famoso proceso penal, en el cual se les acusó de publicar material antisoviético en editoriales extranjeras. Eso hizo que Tsypkin se volviera más cauteloso, y durante una etapa abandonó su actividad secreta. Se dedicó entonces a redactar su tesis de doctor en Ciencias, que defendió exitosamente en 1969. Tras eso recibió un aumento salarial, lo cual le permitió dejar el trabajo a tiempo parcial como patólogo en un pequeño hospital.
Cuando retomó la escritura, no incursionó más en la poesía, sino que determinó incursionar en la narrativa. De esa producción se conocen los cinco textos traducidos al inglés y recopilados en The Bridge over the Neroch and Other Works(2013). En la novela corta que da título al libro, Tsypkin rememora la huida de su familia ante el avance de las tropas alemanas, así como las historias que escuchó acerca de lo que pasó a los judíos que no lograron escapar a tiempo. EnNorartakir, un matrimonio de vacaciones en Armenia disfrutan de la vista del monte Ararat y la historia antigua de la tierra, hasta que son expulsados sin contemplaciones de su hotel y regresan a la realidad soviética. Las narraciones restantes ofrecen ventanas para el conocimiento de la vida urbana soviética.
Como apunta la traductora Jamey Gambrell en su prefacio, “para el narrador de Tsypkin, la historia es una cuerda floja por la que caminar cada minuto de cada día, tanto en su mundo interno como externo”. Asimismo, acerca de los personajes de esos textos hace notar que en unas narraciones donde el antisemitismo y la identidad del narrador como judío son a menudo el eje de la historia, puede parecer extraño que la palabra judío casi nunca es usada. De hecho, afirma que solo aparece un par de veces.
Reimaginar a Dostoievski
Entre 1977 y 1980, Tsypkin se dedicó a crear su obra más extensa, Verano en Baden-Baden. Entre todos los escritores rusos, tenía una absorbente devoción por Dostoievski. Conocía muy bien toda su obra y cuando decidió reimaginar una etapa de su vida se preparó concienzudamente. Se documentó, revisó archivos y además se dedicó a seguir sus huellas. Para ello recorrió los sitios relacionados con su vida y con sus personajes.
La labor tan minuciosa que hizo se puede apreciar a través de los documentos suyos que se conservan en la universidad norteamericana de Stanford. Incluye distintas versiones de sus manuscritos, el material que acumuló durante su búsqueda en las bibliotecas, papeles y notas escritas a mano, mapas, postales. Hay también una colección de catálogos y folletos del Museo Dostoievski de Leningrado desde 1959 hasta 1975, que llevan al dorso cuidadosas anotaciones de Tsypkin.
Llevaba siempre una cámara que tenía desde los años 50 y tomó decenas de fotos. Soñaba con que, cuando su novela finalmente se publicara, algunas de ellas se podrían incluir. En 1979, dio en el Museo Dostoievski de Leningrado una conferencia titulada “Dostoievski en Petersburgo”, que estuvo enmarcada por las fotografías que había tomado en esa ciudad en 1975. Al año siguiente, cuando terminó de redactar Verano en Baden-Baden, donó al Museo un álbum con parte de esas imágenes. En 2001, Penguin sacó en Londres una edición de la novela que por primera vez incluye varias de sus fotos originales.
En 1977, su hijo Leonid y su mujer tomaron la decisión de emigrar y solicitaron el permiso de salida. Temerosa de perjudicar las posibilidades de que se los autorizaran, la madre de él renunció a su puesto en el Comité de Suministros Materiales y Técnicos. Las visas fueron concedidas y Leonid y su esposa partieron hacia Estados Unidos. Como era entonces la norma, la KGB lo notificó al director del Instituto donde laboraba Tsypkin, quien de inmediato fue rebajado a investigador subordinado. Era la misma categoría con la cual él había comenzado a trabajar hacía más de dos décadas. Eso significó además la reducción del setenta y cinco por ciento del sueldo que ganaba, y que era el único ingreso de la pareja. Buscar empleo como investigador en otro lugar no tenía sentido, pues al llenar la solicitud de empleo tendría que declarar que su hijo había emigrado.
Perdidas las esperanzas de encontrar otro trabajo y convencido de que sus obras nunca saldrían de su escritorio, él y su mujer solicitaron visas para emigrar. Tuvieron que esperar hasta 1981 para que les contestasen que sus peticiones habían sido denegadas por considerarlas “inconvenientes”. Algunos meses después hicieron una nueva solicitud, y nuevamente la respuesta fue negativa. Por otro lado, en el Instituto le informaron a Tsypkin que había quedado sin trabajo. Se convirtió así en un refusenik, nombre que se daba a los ciudadanos soviéticos, en su mayoría judíos, a quienes se les había negado el visado de salida y que, por tanto, perdieron su empleo.
La mañana del sábado 20 de marzo de 1982, Tsypkin se sentó en su escritorio para continuar traduciendo un texto médico del inglés al ruso. Al igual que sucedió a muchos en esos años, esa era la única actividad con la cual se le permitía ganar algún dinero. De pronto se sintió mal y llamó a su mujer. Tuvo un ataque al corazón del cual falleció. Ese mismo día había cumplido cincuenta y seis años.
Susan Sontag la sacó de la oscuridad
Convencido de que nunca le permitirían emigrar y de que su novela nunca se publicaría en la Unión Soviética, Tsypkin logró sacar una copia clandestinamente mediante la ayuda de un amigo. En Estados Unidos, su hijo se ocupó de buscar el modo de que viera la luz. El mismo día que le notificaron a Tsykpin la pérdida de su trabajo Leonid lo llamó para anunciarle que por fin iba a ser un autor publicado. La revista semanal Novaya Gazeta, que sacaban en Nueva York emigrados rusos, aceptó editar por entregas la novela. Supo así que su novela por fin iba a encontrar a sus lectores. Pero no llegó a recibir ejemplares con la primera entrega. La noticia le llegó siete días antes de su muerte.
La salida de la novela en Novaya Gazeta no trascendió más allá de la colonia de emigrados rusos. Tampoco tuvo eco la traducción al alemán impresa en 1983. Empezó a conocerse a partir de 1987, cuando Quartet Books lanzó en Inglaterra la traducción al inglés. Sin embargo, fue la escritora norteamericana Susan Sontag quien la sacó de la oscuridad. Como ella ha contado, la descubrió cuando esa edición estaba descatalogada un día que saqueaba “una caja de desaliñados libros viejos en rústica en el interior de una librería en la calle londinense de Charing Cross”. Tras leerla, quedó deslumbrada con aquella obra que no dudó en incluir “entre las hazañas más hermosas, exaltadas y originales de todo un siglo de narrativa y metanarrativa”.
En 2001, Sontag escribió en The New Yorker un elogioso artículo titulado “Por amor a Dostoievski: El rescate de la novela”. Ese mismo año New Direction editó Verano en Baden-Baden en Estados Unidos. Iba encabezada con un excelente prólogo de Sontag, que se ha reproducido en muchas de las traducciones de la novela hechas en otros países. La obra de Tsypkin tuvo por fin la difusión y la acogida crítica que merecía. Desde las páginas de The New York Review of Books, Joseph Frank, el destacado erudito en Dostoievski, la describió como “una rapsodia sobre temas dostoievskianos” y como una “pequeña obra maestra poética, que abre perspectivas perspicaces sobre Dostoievski, así como sobre la literatura rusa del pasado y el presente”.
En The New York Times, Jonathan Rosen expresó que “Tsypkin lidia con Dostoievski en esta brillante novela de la misma manera que Dostoievski lidió con un Dios que, como señala Iván Karamazov, permite el sufrimiento de los niños”. Y en su reseña en Los Ángeles Times, Donald Fanger, profesor de literatura en Harvard, describió la novela como “una obra de arte terminada por derecho propio, apasionante, misteriosa y profundamente conmovedora”. Asimismo, se refirió al “asombroso estilo, que a través de las páginas opera a través con largas frases que crecen por asociación, extendiéndose en amplitud y profundidad, llenas de inteligencia y sorpresas”.
Hasta la fecha la obra maestra de Tsypkin cuenta con traducciones a más de catorce idiomas, y es hoy un libro de culto que no cesa de sorprender y admirar. En cambio, demoró en estar al acceso de sus compatriotas: en Rusia: allí no apareció hasta 2003, en una edición que cuenta con un texto introductorio de Leonid Tsypkin. Fue el regreso desde la extinta Unión Soviética de aquel escritor clandestino que, pese a haber sido ignorado y despojado de todo en sus últimos años, fue capaz de aportar a la literatura rusa uno de sus clásicos indiscutibles.
© cubaencuentro.com