Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Una historia de la violencia

Cólera y tiempo, el nuevo libro del filósofo alemán Peter Sloterdijk.

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Mientras que el comunismo encarna una forma auténtica de las tendencias occidentales hacia la modernización —no bajo el ángulo económico—, el islamismo es anacrónico en el mundo contemporáneo y su actitud antimoderna rompe con la cultura científica global, de parásito frente a la tecnología armamentista occidental. Quienes pretenden que el próximo siglo sea del Islam, no perciben que el mundo islámico tiene que "salir de la situación de retraso de la cual él es el propio responsable". Ningún Marx islámico puede afirmar hoy que la tecnología que surgió del seno de la civilización occidental, no alcanzará su pleno desarrollo sino entre las manos de los islamistas.

Se trata de una "ideología vengadora, que no puede más que castigar, pero que no produce nada". Su debilidad como religión política radica en el hecho de que sus líderes no pueden formular para el mañana más que "conceptos no técnicos, románticos, teñidos de furor". Si bien es cierto que, tras varios siglos de estagnación, ha despertado de su sueño dogmático, descubre que no podrá "reanudar las grandes gestas culturales que realizó hasta el siglo XIII, cuando era cosmopolita, moderado y creativo". No obstante, Sloterdijk admite en su libro que los años venideros reservan "ofensivas incoherentes que podrían tener semejanza con movimientos de renacimiento semimodernos de perdedores coléricos como los de la era más desagradable de Italia y de Alemania".

Escepticismo y una nota de optimismo

Del comunismo, el autor de Cólera y tiempo opina que "la satisfacción de la ebriedad filistina de la expropiación y la exigencia de venganza hacia la fortuna privada en su conjunto, han sido siempre más importantes que liberar el flujo de los valores". Asimismo, compara el socialismo con una máquina a la cual se le ha extraído el motor y que se pretende hacer funcionar tirándola por bueyes.

Un dato inesperado en un intelectual europeo, es la reivindicación que Sloterdijk hace de la controvertida obra de Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre (1992), y admite que su nueva obra es un diálogo imaginario con la del politólogo de origen japonés, la cual "considera como uno de los pocos análisis filosóficos contemporáneos que tocan el nervio de la época".

Para Sloterdiejk, el libro de Fukuyama representa el sistema que mejor analiza la situación del postcomunismo en el mundo y la antropología política del tiempo presente. El filósofo alemán admira la "sensibilidad impresionante" de Fukuyama, que se pregunta si la democracia liberal estará capacitada para ofrecer a los ciudadanos la satisfacción completa de sus necesidades intelectuales y materiales.

Sloterdiejk concuerda con ese escepticismo conservador que no ignora que las contradicciones perduran en el núcleo del sistema liberal y persistirán incluso cuando "el último dictador fascista, el último coronel matamoro (única alusión que hace a América Latina) o el último dirigente comunista, sea extirpado de la superficie de la tierra", ya que "la alta política no se puede realizar sino bajo la forma de ejercicios de equilibrio". Por ello, constata que se necesita tiempo para resolver las misiones que exige la realización del bien común, pero ya "no se trata del tiempo histórico de la epopeya y del drama trágico". Según él, "el tiempo que nos toca es el tiempo de civilizarnos". Cuando lo que se pretende es hacer "la Historia", el retroceso es seguro.

Pese a su escepticismo, el autor concluye con una nota de optimismo, y espera que llegue el momento en que se ponga punto final a los impulsos de revancha y veamos el advenimiento de un mundo sin resentimientos y, tal vez, una verdadera "civilización mundial".

Es de desear que el mensaje de Sloterdijk llegue a los oídos de quienes, en posiciones opuestas, comparten la misma cólera y disponen de su banco de la violencia, además del mismo discurso, y parecen una copia en negativo de aquellos que tanto deniegan.

Remitiéndome al filósofo: "Se actúa en función de un peligro real, con el propósito de impedir que suceda lo peor. Los errores no están autorizados, aunque sean factibles".


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