Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Con ojos de lector

Una voz entonces no escuchada

Hace 35 años, Tania Díaz Castro rompió con 'Todos me van a tener que oír' el estilo recatado e intimista de cierta poesía femenina.

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En el tramo final de la década de los sesenta, aparecieron varios libros que denotaban la exploración y la apertura hacia nuevos caminos estilísticos y temáticos de nuestra poesía. Eran, sin embargo, años convulsos en los que ya empezaban a producirse los primeros brotes de la política cultural que se impondría como norma en la nefasta y tenebrosa década de los setenta. Algunos de esos poemarios a los cuales me refiero llegaban avalados por el espaldarazo de un premio, como fueron los casos de Fuera del juego (Premio UNEAC 1968), de Heberto Padilla, y Lenguaje de mudos (Premio David 1968), de Delfín Prats. El primero de esos títulos circuló, aunque de manera restringida, debido al escándalo que suscitó la protesta de la misma institución que convocaba el concurso. El segundo, en cambio, llegó a ir a la imprenta, pero la tirada fue destruida antes de que llegase a las librerías. Igual destino corrió Juego de damas, con el cual Belkis Cuza Malé había obtenido una mención en el Premio UNEAC 1967.

En esa lista también se incluye Todos me van a tener que oír (1970), de Tania Díaz Castro (Camajuaní, 1939). Su autora se había dado a conocer algunos años antes con Apuntes para el tiempo, que se publicó en 1964 bajo el sello de las Ediciones R. Asimismo formó parte de la antología 5 poetas jóvenes (1965), en la que comparte espacio con Félix Conteras, Rolen Hernández, Iván Gerardo Campanioni y José Luis Rubins. Su segundo poemario fue editado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en su colección Cuadernos. El diseño lo firma el fallecido Darío Mora, y la portada es de Jesús de Armas. Para realizarla, éste tomó algunas figuras femeninas del cuadro El baño turco, del pintor Jean Dominique Ingres. Según se precisa en el colofón, Todos me van a tener que oír se terminó de imprimir en octubre de 1970, y la tirada fue de 4 mil ejemplares.

En la contraportada de la edición figura un texto en el cual se hace evidente esa búsqueda de una nueva escritura poética a la cual antes me referí. Copio a continuación, por considerarlas muy acertadas, esas palabras anónimas: "Este libro intenta romper convencionalismos ceñidores, ideas establecidas, poner el sol sobre la mesa donde está sentado nuestro binomio familia-sociedad. Hay en él absurdo, grotesco, neurosis, tremendismo. Aquí el modo expresivo de Tania Díaz Castro es violento, crudo, sincero. Narra vehementemente la vida interior de una mujer de este tiempo, quebrando así el lenguaje recatado característico de cierta poesía 'femenina'. Entra a estas páginas, reiteradamente, el amor —desnudo, elemental— y la autora lo grita para que todos la tengan que oír".

Algunas de las características que allí se señalan están presentes en el texto que abre el libro, y del cual éste toma prestado el título: "un día me voy a transformar/ en un pomo recto de boca ancha pero sin tapa/ un día de éstos confundo a las mariposas/ con los murciélagos/ un día venzo al sol y te lo pongo/ sobre la mesa con el pan a ver cuál es su sabor/ a ver si es amarillo es candela o qué carajo/ y te indigestas/ (…) un día de éstos me convierto en piedras/ y digo a romper cristales de todas las farmacias/ y desaparezco porque no estoy de acuerdo/ con muchas cosas/ un día tú verás que comienzo a escribir poesía/ y todos me van a tener que oír". Hay, como se puede apreciar, una voluntad rupturista, un empeño en no decir las cosas como se esperaba entonces (recuerdo que se trata de un poemario escrito hace treinta y cinco años) que las dijera una mujer. Al tono intimista y comedido, Díaz Castro opone el grito, el discurso en voz alta; al lenguaje delicado y bello, el habla bronca de la calle, las frases hechas, las palabrotas.


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