Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Con ojos de lector

Una voz entonces no escuchada

Hace 35 años, Tania Díaz Castro rompió con 'Todos me van a tener que oír' el estilo recatado e intimista de cierta poesía femenina.

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Ese desmarque con el discurso poético que hasta entonces dominaba se evidencia, en primer término, en el tono, en el estilo desacralizador con el que Díaz Castro se acerca a motivos antes tratados en la poesía escrita por mujeres. En "soledad impertinente" (en todo el poemario la autora no utiliza las mayúsculas), la noche "se tiende igual que un sapo de ojos abiertos", y las estrellas son un "tropel de prostitutas". El sujeto poético extiende esa mirada sarcástica, irreverente y un tanto escéptica a los seres humanos, y sus observaciones cristalizan en textos como éste: "vaya con esta cosa que se transforma en bestia/ babea patea mea perjura/ se transforma en monstruo/ tiene ideas suicidas y asesinas/ sin embargo parece ser un hombre".

Díaz Castro dedica además páginas al estornudo, el bostezo, el hipo, la carcajada, que eran insólitos en el repertorio temático de la poesía cubana de esos años (aún hoy siguen siendo poco usuales). Esos y otros asuntos la emparientan con un autor como Virgilio Piñera, a quien no por casualidad está dedicado uno de los buenos textos de Todos me van a tener que oír, "un asunto que quiero tratar con ustedes". Está construido a partir de una estructura narrativa, y bien pudo ser una historia surgida de la imaginación del autor de Presiones y diamantes. La voz poética cuenta en primera persona —y empleo ese verbo porque es el más exacto— cómo pidió a un viejo enterrador que le regalara un cráneo, y luego las peripecias que vive en una guagua, en la cual viaja con aquella calavera envuelta en papel de periódico. Es, insisto, un buen poema, que transita por una vertiente temática y un estilo que nuestros escritores han frecuentado más bien poco. Un detalle anecdótico: en el poema, se menciona en dos ocasiones El país de Ofelia, título de un poemario de Manuel Díaz Martínez. La primera vez que aparece va seguido de un asterisco, que obviamente remitiría a una nota donde eso se aclaraba. Mas el duende travieso de las erratas hizo que el linotipista olvidara copiar ese breve texto.

En Todos me van a tener que oír hay, como se puede apreciar, una dosis abundante de tremendismo, humor negro, absurdo, así como un despliegue imaginístico que se nutre en el surrealismo ("tengo una parada en la mejilla izquierda", "¿para qué grito si duermen los espejos?", "que te voy a sacar por los pelos del silencio"). Eso constituye lo que pudiéramos llamar el aspecto más notorio, por lo llamativo y teatral, que se retiene del libro. No es, sin embargo, la apreciación más justa de un poemario en el cual Díaz Castro ensaya otros registros y aborda otras temáticas. La que se expresa en esos textos es una voz poética que habla de su profunda soledad y de su tremenda necesidad de amor. Que se empapa además del magma de la vida, del acontecer cotidiano. En el poemario abundan asimismo las páginas dedicadas a los seres más queridos (la abuela, el hermano, la hija, la perra china), y hay homenajes a figuras como el poeta Manuel Navarro Luna. Son piezas en las que Tania Díaz Castro adopta una orquestación más suave, y que revelan a una voz poética maternal, tierna, sensible, que es la que domina a lo largo del bloque titulado Otros asuntos.

Todos me van a tener que oír marcó una inflexión decisiva en la hasta entonces breve obra de Tania Díaz Castro. La reveló además como una voz original, solitaria y cuya trayectoria posterior merecía ser seguida con atención. Mas su libro irrumpió en un momento poco oportuno para novedades literarias, y tuvo como caja de resonancia el silencio. La propia autora fue víctima después de la siniestra maquinaria represiva que se puso en marcha a partir de 1971, y fue confinada a la marginación y el ostracismo. Una amplia selección de aquel poemario fue rescatada en 1990 por Belkis Cuza Malé, en una edición bilingüe que incluye su traducción al inglés, Everyone Hill have to listen (Ediciones Ellas/ Linden Lane Press). No fue hasta 1996 cuando vino a publicarse en la Isla un nuevo poemario de Díaz Castro, Flores amarillas cortadas al anochecer. Tras esa demorada recuperación, la escritora ha reingresado en las listas negras, al sumarse a las actividades de los grupos disidentes y el periodismo independiente. Le toca asistir así a su segunda muerte civil, lo cual, por fortuna, no significa la de su obra publicada ni la de quienes tenemos la suerte de poder seguir leyéndola.


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