Actualizado: 30/04/2024 23:28
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CON OJOS DE LECTOR

Una voz original y solitaria

Cada nuevo libro de Carlos A. Díaz Barrios viene a confirmar la solidez de una obra concebida bajo los dictados del talento y el rigor.

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Las islas siempre ahogan a sus habitantes

El sujeto poético se cruza con personas emigradas de sus países a aquel lugar "infernalmente maravilloso": la mujer nepalesa que todas las noches lo obliga a que le pinte un lunar morado en medio de la frente; las prostitutas mexicanas que ve pasar en un auto por el desierto; el salvadoreño que barre con una escoba plástica los sesos de un suicida, mientras la gente pasa a su lado alborotando y comiendo palomitas de maíz. Él mismo también es un emigrante, aunque confiesa no sentirse extranjero, sino sólo desesperado en algunas ocasiones. Extranjero, confiesa, se sentía cuando estaba en la Isla, "cuando el mundo me hacía hablar otro idioma que era un idioma muerto, que me hacía ampollas en la lengua". Un idioma, agrega, que lo delataba como un extranjero nativo. "Pero para qué hablar de una isla, si las islas siempre ahogan a sus habitantes".

Una figura recurrente a lo largo de los tres poemarios es la de Dios. Además de presentársele al lado del sujeto poético sacándose una espina del pie, en Kansas Lounge es un tipo radiante, con acento californiano y sonrisa de vendedor de pianos o de agente de seguros. Llega a un sucio bar de mala muerte con una inmensa maleta llena de muñequitos de goma, cajitas de música, mecheros y tarjetas postales con vistas de los lugares más hermosos del cielo. No estaba rodeado de ángeles, no era el crucificado sobre una pared, ni el agonizante con las manos rotas por querer abrazar al Padre. Era "un tipo tan sereno y tan alegre, / que uno tenía que llorar / para no mancharle la felicidad de su cara. // Era como si te estuvieran arrancando / desde adentro todo tu cuerpo. // Algo que te cortaba y a la vez / te curaba las heridas. // Un remolino de flores sobre el mar / lleno de flores".

Que nadie espere hallar aquí ejercicios de introspección, ni muestras de expresión directa de la intimidad. Díaz Barrios se decanta por el despliegue imaginativo, y nunca mejor dicho. Es asombrosa su capacidad para concebir personajes y escenarios insólitos, en los que lo irracional convive con lo cotidiano y los mitos populares, con las referencias cultas: "Yo siempre quise tener un bajo Fender y una guitarra Gibson amarrada a la montura del caballo, una corneta hermosa y una mujer que se fuera derritiendo como una vela en el amor. // Pero nada de eso me dio la historia, pollitos amarillos me dio la cabrona, una tubería arrancada de un baño de un McDonald's en el Sur de California, un zapato defectuoso, un trabajo miserable de bañar un caballo blanco al que le faltaban los dientes". Hace además que muchos de ellos adquieran el valor de imágenes poéticas, para lo cual se nutre en la estética surrealista.

Imaginación y libertad fueron las principales banderas agitadas por André Breton en su Manifiesto Surrealista de 1924. Allí define así ese nuevo movimiento, el más duradero e influyente aportado por las vanguardias: "Automatismo psíquico puro, por el cual se pretende expresar, sea verbalmente o por escrito, el funcionamiento real del pensamiento. Un dictado del pensamiento con ausencia de todo control ejercido por la razón, al margen de toda preocupación estética o moral". Breton exalta el papel de las fuerzas más oscuras de la mente humana, el mundo del subconsciente y de los sueños. Asimismo abre las puertas a un mundo maravilloso, plagado de inquietudes e imágenes fantásticas. Y sostiene que un poema "debe ser un deslumbramiento del intelecto".

La poesía de Díaz Barrios no incorpora todas esas características, pero sí su esencia de escritura libérrima y su búsqueda de lo sorpresivo ("la sorpresa —cito de nuevo a Breton— debe buscarse por sí misma, de forma incondicional"). Logra con ello dar a esos textos un gran aliento imaginativo, lo cual es muy de resaltar. Instalado en ese reino de la más absoluta libertad creadora, crea así un mundo que resulta poco usual en nuestra poesía. En esa preferencia por la exuberancia en lugar de la restricción, hay no obstante poemas que, a mi juicio, hubieran ganado con un poco más de control. O tal vez con un poco más de pulimento, de revisión, que hubiera eliminado algunos descuidos que proceden, me atrevo a decir, de un discurso que surgió a borbotones, de un tirón, y que así mismo quedó plasmado en el papel.

Tal señalamiento crítico, sin embargo, no significa una merma de importancia del satisfactorio balance literario que, en conjunto, alcanza Carlos A. Díaz Barrios en Kansas Lounge, Rosas negras de Amenofis y Box Office Draw. Los sólidos valores de esos tres libros redimen con amplitud de esos defectos.


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