Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Eduardo del Llano, Cine

“Vinci”

Eduardo del Llano se atreve, en una digna propuesta de película de época, a especular sobre la suerte del joven Leonardo en una cárcel de Florencia

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Una anécdota atribuida a Leonardo da Vinci asegura que, cuando el genial artista encontraba en los mercados aves enjauladas, compraba todas las que podía para, en el momento, abrirles la puerta del encierro y echarlas a volar.

Este comportamiento no resulta extraño en un hombre que se detuvo tanto en la observación del cuerpo de las aves para tratar de entender el mecanismo físico y también biológico que les permite levantar el vuelo y mantenerse en el aire de acuerdo a sus necesidades o resistencia.

Pero sin dudas, esa lectura se amplía cuando sabemos que de muy joven, Leonardo fue acusado de sodomía y fue a parar, al menos durante dos meses, a una cárcel en Florencia, por causa de una delación. Después de transcurrido ese tiempo fue puesto en libertad por falta de pruebas.

Con el empleo de muy pocos actores, el rodaje en una sola locación, en el parque militar Morro Cabañas y un guión escrito también por el director Eduardo del Llano, Vinci se estrenó hace algunas semanas, en los cines de La Habana. Últimamente el cine cubano por carencia de recursos está obligado a rodar bajo los preceptos de minimalismo y con estas limitaciones, del Llano se atreve, en una digna propuesta de película de época, a especular sobre la suerte del joven Leonardo en una cárcel florentina.

Abandonado a su suerte entre un asesino y un ladrón, gentes de la peor ralea, el artista se salvará de la violación que enseguida traman sus compañeros de celda solo a través del ejercicio de su arte y de una sutil propuesta que resulta irresistible a la mayoría de las personas: difícilmente el ser humano se niega a aceptar la emoción que proporciona la belleza aún en las condiciones más abyectas.

Carlos Gonzalvo (el ladrón) y Manuel Romero (el asesino) dotan a sus personajes con los rostros de la miseria física y moral. No sienten arrepentimiento ante sus delitos. Solo se lamentan del límite que la prisión impone a sus más bajas pasiones, a la satisfacción de sus instintos. Sin embargo, durante la progresión dramática, logran sentir y apostar por un desasosiego: que la idea abstracta de la libertad, se convierta, al fin en una realidad.

Por su parte, el joven actor Héctor Medina, en el papel de Leonardo, traza con acierto un personaje andrógino con marcado acento cortesano y frívolo que también se matizará en la medida en que crece la complicidad con sus compañeros de celda.

Mención aparte merece la actuación de Fernando Echeverría en el rol del carcelero. Se trata de una interpretación dulce. Cumple con la orden de encerrar al joven artista por la práctica de la sodomía, pero se apresta a disfrutar del espectáculo que ofrecerá la violación de un joven indefenso. No discrimina a los delincuentes comunes que han cometido graves delitos del joven que ha decidido ejercer su libertad sexual. Es agradable, a ratos, cortés. En sus mejores momentos hasta se muestra magnánimo con sus prisioneros. Les regala aguardiente y les permite alumbrarse por las noches con una antorcha. Los cautivos le prefieren porque no les agrede con la acción ni con la palabra. Solo los deja arrastrarse en su miseria. Eso sí, exige que la celda permanezca limpia. No se trata de una limpieza literal porque por el suelo y por los platos de los presos pululan las ratas. Pero esos dibujos que el artista he hecho sobre las paredes —el del pájaro, “el del pájaro es el peor” por lo que representa— son una obscenidad que no puede permitirse. Ni siquiera las evidencias materiales de un intento real de fuga, considera tan peligroso como una representación de la libertad.

Sin dudas, son varias las virtudes que posee este mediometraje. Entre ellas también se podrían destacar la banda sonora de Osvaldo Montes y la fotografía de Raúl Pérez Ureta que, en su trabajo con la luz, subraya el misterio de los dibujos de Fabelo que recuerdan la ejecución pictórica del joven Leonardo.

Eduardo del Llano no se dejó tentar por la idea fascinante de realizar un largometraje a costa de reiterar ciertas ideas. Prefirió la sugerencia y la suma de lecturas que aportan diferentes imágenes y diálogos en aras de la concisión.

El filme Vinci fue excluido de la lista de películas presentadas a competencia en el último festival de cine latinoamericano de La Habana. Se adujo que, aunque la película es cubana y realizada en el ICAIC, no trata una temática latinoamericana.

Por supuesto, esto es un argumento discutible. ¿No es Muerte de Narciso de José Lezama Lima un poema cubano? ¿No es cubana la interpretación de la absolutista Alicia Alonso en Giselle?

Fue burdo aducir que la película de Eduardo del Llano era europea en su asunto y añeja en el tiempo. Una manera de posponer su estreno y dejarla fuera de la discusión de ideas que cualquier festival genera.

Porque también el artista reducido a su rol de delincuente forma parte de nuestra historia más reciente. Solo nos haría falta revisar, por citar dos ejemplos, un par de biografías: la de Reinaldo Arenas y la de Virgilio Piñera.

Y acaso no deberíamos olvidar el espacio. Un espacio con una indudable impronta carcelaria. Una celda de la fortaleza de la Cabaña, el lugar donde ya se inauguró el evento cultural de más envergadura del país. La Feria del Libro es un sitio limpio de ideas perturbadoras. Concebido a la medida del dulce carcelero de Vinci.


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