Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Virgilio Piñera, Teatro

Virgilio Piñera: un trueno en las dos orillas

Un balance crítico de las cinco producciones que se vieron en Miami en “Un fogonazo del absurdo”, primer festival internacional orquestado alrededor del teatro del dramaturgo y escritor cubano

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No es simple coincidencia el hecho de que en dos puntos del mapa hayan sucedido homenajes al gran escritor cubano Virgilio Piñera. En la Isla, y en Miami, de manera simultánea, sus piezas teatrales, su verbo para la narrativa, la poesía, el ensayo y la polémica, han servido como puntos de arranque a encuentros, diálogos y replanteos de su figura que han unido en el mismo haz a estudiosos, lectores devotos, y creadores dispuestos a ser carne y personajes virgilianos. En la Florida, convocado por la Universidad de Miami a través del Departamento de Lenguas Modernas y Literatura, el Archivo Digital de Teatro Cubano que dirige la profesora Lilian Manzor; y FUNDarte, la organización multidisciplinaria que lidera el productor Ever Chávez, se han confabulado felizmente para dar marcha a “Un fogonazo del absurdo”, primer festival internacional orquestado alrededor del teatro piñeriano, con cinco producciones que subieron a las tablas del Ring Theatre, en la propia UM. En Cuba, a la par, el Festival Nacional de Teatro en Camagüey dedicó un segmento de su muestra a montajes que celebran la memoria de este escritor insólito, cuyo centenario ha sido un largo trueno durante el 2012. Y aún faltan ecos de su paso ruidoso, antes de que diciembre cierre este calendario. La coexistencia de ambas ideas, con Virgilio Piñera como eje, debería servir para alzar puentes mayores. Y creo que esa voluntad ha sido la más nítida conquista de estas iniciativas.

Si en Cuba, ampliando lo que la Casa de las Américas proyectó en su reciente Mayo Teatral con un puñado de puestas recientes o rescatadas que confirman la manera en que Virgilio sigue rondando nuestros tablados, el Festival de Camagüey convocó a una mesa donde se analizó la resonancia de su legado en el país, y varios directores que lo han enfrentado comentaron sus experiencias al respecto; en Miami la propuesta abarcó todo un mes de presentaciones y el cruce de varios de sus estudiosos. Obras como El trac y Un jesuita de la literatura (ambas de Teatro El Público y defendidas por los excepcionales talentos de Alexis Díaz de Villegas y Osvaldo Doimeadiós), Dos viejos pánicos (Teatro A Dos Manos) y La boca (sobre un texto de Tomás González que evoca directamente a la personalidad de Piñera, a cargo de El Taller), permitieron que en la ciudad agramontina, donde el autor viviera una parte esencial de su primera formación, su rostro y su voz se sintieran orgánicamente. Piñera exige una mirada sin rodeos, es siempre una figura esencialmente crítica, que nos demanda actitudes poco convencionales, incluso, contra lo mucho que pervive de modo mansamente convencional en la escena cubana contemporánea. Me hubiese gustado mucho haber estado allí para corroborar la eficacia viva de esos espectáculos y regalarme una función más del inteligente resultado que es el Aire frío de Argos Teatro, dirigido por Carlos Celdrán.

Fue ese montaje el que dio la voz de arrancada en Miami del festival “Un fogonazo del absurdo”. El público de Miami colmó el Ring Theatre para deslumbrarse ante la poética sencillez, la eficacia expresiva del montaje de Celdrán, quien ha podado cuidadosamente el largo original para limpiarlo en función de una lectura contemporánea que insiste en demostrarnos, y bien que lo consigue, que las angustias y alegrías de Luz Marina Romaguera no se limitan a la carencia de un ventilador que pueda refrescar su abrumada existencia. Imaginando un tiempo que arma lo cubano como fluido y lo trae todo al presente, la versión, espléndidamente actuada por un elenco que encabeza una Yuliet Cruz que borra cualquier calificativo gastado, supo trascender barreras, temores, risas y llantos para abrir magníficamente el evento. Si en Cuba la conexión de la platea con la pieza es inmediata, no menos lo fue aquí, y los aplausos que hicieron retumbar la sala demostraron la grandeza piñeriana en su despiadado análisis de lo que pervive en un país como obsesión, esperanza y repaso de sus propias pérdidas. Haber apostado por este espectáculo como pórtico, fue una idea excelente de los organizadores, quienes lograron en todo el trabajo de recibimiento, producción y publicidad un resultado de veras loable.

No pude ver, debido a los embates de la tormenta tropical Isaac, la única función que pudo ofrecer aquí Artes y Producciones Artísticas junto a Mephisto Teatro con El juego de Electra, una versión concebida por Liuba Cid a partir de Electra Garrigó, que consiguió opiniones respetuosas entre los afortunados que pudieron llegar al Ring Theatre bajo la lluvia pertinaz. Los siervos, a cargo de Raúl Martín y Teatro de La Luna, llegaron desde La Habana para mostrar su concepción de grand guignol a partir del original virgiliano, al que se ha infligido una serie de variaciones y cortes polémicos, que desdibujan la profecía del autor acerca del peligro del poder totalitario. Liván Albelo encarnó con su habitual profesionalismo a Nicleto, el filósofo del partido que decide declararse siervo para echar a andar nuevamente la maquinaria de las contradicciones humanas. La puesta, que combina danza, canto, comedia de ideas rápidas, forma parte de una línea de trabajo que en Delirio habanero, estrenada por Martín en el 2006, obtuvo un punto de giro radical para llegar a la más actual fase del colectivo, en el que ahora mismo hay un interesante conjunto de talentosas actrices.

Representaciones combinadas con un evento teórico

Una caja de zapatos vacía fue la propuesta que una compañía de la ciudad anfitriona nos brindó. El complejo e incómodo texto piñeriano, concebido como una violenta reacción del autor a fin de demostrar a los jóvenes que irrumpían en la escena cubana que él no pensaba quedarse de brazos cruzados ante los ecos del happening, el teatro de la crueldad, y los juegos macabros de los 60, ha dado unos cuantos dolores de cabeza a directores y estudiosos. Acaba de estrenarse también en La Habana, a cargo de Estudio Teatral Aldaba, a muchos años de que en Miami lo presentara por vez primera Alberto Sarraín. Ahora, The Mudras Project y EG Productions convocó a Raúl Durán, Annia Bu y Ernesto Tapia para resucitar este explosivo ritual. El reto fue hacerlo en un tiempo récord, y a pesar de los esfuerzos del elenco y la búsqueda hacia una conexión con danza y música en vivo, se advierte la necesidad de un mayor tiempo de ensayos. Una caja… es una de las piezas más demandantes de todo el repertorio piñeriano, que exige cómplices más que espectadores, y para ello debe estar perfectamente afinado el delirio en el que sus personajes, víctimas de un juego de poder que termina por anularlos, poco a poco van hundiéndose. Sugiero al equipo que replantee sus ideas, se libre de elementos decorativos en lo escenográfico y la concepción general, y confíe más en el talento de sus intérpretes. Mientras más desnuda es una idea violenta, su propósito nos alcanza del modo más contundente.

Cerrar este evento con dos obras breves, traducidas por la inglesa Kate Eaton, interpretadas por estudiantes de la propia universidad bajo la dirección de Henry Fonte, fue una idea feliz. El director artístico del Ring Theatre asumió esos textos como un guiño a la comedia de salón: una suerte de cruce entre Noel Coward y Eugene Ionesco, concertado por un malévolo y chispeante Virgilio. Un Piñera que se traduce en cuerpos no cubanos para dejarnos ver sus juegos de mascarada ingeniosa a través de la piel y de otros deseos protagonizó, como espíritu, la representación de Siempre se olvida algo y Falsa alarma, como un programa doble que se tituló Carrying water in a sieve. Kaela Flanagan, una joven actriz que asumió el papel de la Señora Camacho en la primera pieza, y el de La Viuda, en la segunda, dio muestras de versatilidad y buen dominio de su voz y su físico en roles bien diferentes, unidos por el humor piñeriano, su exigencia rítmica y su pasión por las transiciones rápidas. Una Cuba que asomaba por el ventanal escenográfico, unida a varias versiones del famoso chachachá Cachita, servían de marco a las puestas que los noveles talentos encararon con la frescura de su edad, y con la sorpresa de dar vida a un dramaturgo que les era prácticamente desconocido. Falsa alarma, la mejor de ambas, consiguió de sus intérpretes un acertado tono que el público agradeció con los mejores aplausos.

Todo ello estuvo combinado con un evento teórico, celebrado entre el 30 de agosto y el 1 de septiembre, en la Wesley Gallery de la propia universidad, en el que estudiosos de la obra piñeriana, amigos y colegas de Piñera, como su albacea Antón Arrufat, se conjugaron para ofrecer una mirada múltiple a ese legado que sigue ganando adeptos, por encima de las dificultades que su obra entraña y de la memoria no siempre feliz del destino que Piñera encarnó. Recordarlo como un ser polémico, diestro en batallas y amenazas, cuya obra pervive por encima de esa leyenda, animó el sentido de los paneles donde actores que han interpretado Aire frío en distintas épocas y escenarios, por ejemplo, permitió que otra manera de leer y evocar a Virgilio, nos conceda un modo más lúcido de entenderlo y hacerlo asequible a muchos más. Dainerys Machado, Roberto Gacio y Omar Valiño, entre otros, leyeron sus abordajes junto a Pilar Cabrera, Carlos Espinosa, José Quiroga, Alan West-Duran, Matías Montes Huidobro, Rita Molinero, Ernesto Fundora, Abel González Melo, que se enlazaron a actores y actrices para evocar puestas, estrenos, críticas, anécdotas, en una perfecta extensión de lo sucedido ya en La Habana durante el Coloquio “Piñera Tal Cual” que se efectuó en junio pasado. Cuando culmine diciembre, podrá trazarse una línea que hilvanará todos estos hechos, reforzando la idea de un año piñeriano cuyo reto más grande será impulsarnos a un replanteo integral de lo que Piñera significa, aprovechando la reedición de sus principales obras y la aparición de documentos tan importantes como los que integran su correspondencia.

El año Piñera quedará en la memoria como el estruendo de este fogonazo, como un trueno que nos quiere hacer despertar, tal y como se anunciaba en algunos versos del extraordinario poema que es aún La isla en peso. En La Habana, en Miami, en Argentina, en España, en tantos sitios del mundo y en lenguas acaso insospechadas, alguien menciona ya a Virgilio Piñera, y descubre que sus textos hablan de una circunstancia que ha entrado cada vez más fuertemente en la realidad que somos. Su eco sirve para unirnos y remarcar semejanzas, al tiempo que ubica críticamente también lo que nos diferencia. Eso suelen hacer los grandes escritores. Los adelantados, incluso los que, como Piñera, han disparado esas flechas desde una irreverente marginalidad. Quiero agradecer a todos los que, en distintos puntos del mapa, han encarnado ese estruendo, ese fogonazo, ese trueno. Tras el golpe y su centelleo, otra imagen de Piñera, otra imagen de Cuba, también nos deslumbrará.


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