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Literatura, Elena Tamargo

Vivió como quiso

Recuerdo a Elena Tamargo en un lejano pueblo de Las Villas mostrando, con todo candor, su belleza en un breve parque

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No merecía morir de esa manera, ni en ese sitio. Pero nos consuela saber que, al menos, y eso es mucho, mucho, vivió como quiso. Como ser humano, fue magnánima; como mujer, libre; como poeta supo entregarse a su obra —que se incluye dentro de lo mejor de nuestra poesía— y a la Poesía Mayor.

La recuerdo en un lejano pueblo de Las Villas mostrando, con todo candor, su belleza en un breve parque de aquel; la belleza de su figura, de su voz lánguida, de sus palabras. Y en un palacete de La Habana donde sus ojos se asombran al constatar aquella mentira a sangre fría. Y en el sur de la ciudad de México esas noches de invierno en las cuales, por más que llamáramos a alguien, siempre estábamos solos. La veo en la Universidad Iberoamericana de México defendiendo a los Poetas de la Isla. Y brindándole a Felito, en suma crisis, veinte pesos, y asimismo un jarabe para “ese catarro tropical”. Está desnuda, de espaldas, en esa foto de aquella sala en la colonia Del Valle. Y otra noche, de nuevo, estamos solos, casi solos, frente al ataúd del poeta, que la ha dejado sola, casi sola, en medio de la escarcha de la ciudad de México. Y a la mañana siguiente nos vemos en el Cementerio de Dolores, tan umbrío, observando cómo tanta vida y verso tanto se marchan entre los árboles. Otra noche, en la misma ciudad desolada, escucho su voz desde el otro lado de la línea telefónica avisándome que mañana podría morir en el quirófano, pero que está segura de que no morirá porque aún le falta por hacer. Está ella, en Miami, para siempre en la memoria una tarde de suma luz, frente a un almácigo haciéndonos saber lo hermoso de la palabra “almácigo”. Y una noche en el oeste de aquella ciudad pasándonos los consejos de madre joven. Y de nuevo, lejos en el tiempo, en La Habana, en ese balcón donde se atestan las macetas, ella acierta, más que como una erudita, como una pitonisa, sobre el desastre que habría de venir para los hijos de la Isla. Está, estará ella en muchos sitios, pero siempre, sobre todo, como ya avisamos una vez, estará allí, “en la verja”; esperándonos.


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