«Un sintagma por aquí, un estribillo por allá», de Carlos Olivares Baró
“Testimonio de una vida entregada a homenajear la música que encierran las palabras. No estamos en presencia de un libro sino de una pasión como único vestigio de la existencia; la maestría al servicio de la humilde grandeza de los descubrimientos”
Lector, tienes en tus propias manos, una singular reunión que el hombre, desde el siglo 19, se ha interesado en descubrir e intensificar: la mágica relación entre la música y la escritura, entre la poesía y el pentagrama. Por numerosos años, Carlos Olivares Baró, con sensibilidad, acierto, con creciente sabiduría, ha trabajado esta relación. Se ha ocupado, en diversas publicaciones periódicas, con admirable insistencia, en reflejar la aparición de discos, libros de poemas, biografías de músicos y escritores. La prosa clara, dinámica, de inesperados aciertos, ha puesto al lector mexicano al día de cuanto aparecía —discos, libros, conciertos, espectáculos—, de estos dos grandes géneros de la espiritualidad humana. Ahora, recogidos y ordenados, unos cuantos de los muchos que ha escrito, aquí están salvados de la voracidad del tiempo, para disfrute del lector.
Antón Arrufat
Soy asiduo lector de un reducido grupo de escritores que escriben sobre diversos tópicos: desde política, arte, literatura, humor o zoología que por nada del mundo me pierdo una solo letra de lo que escriben. En el caso de la música, uno de mis favoritos es Carlos Olivares Baró, un periodista dotado naturalmente de una sensibilidad y buen gusto capaz de entender los más diversos estilos y tendencias musicales, actividad harto complicada, dado a la variedad y valores específicos de cada género, cuyos cultivadores en muchos (demasiados) casos tratan de discriminarse unos otros. Baró es uno de esos especímenes dentro de este inmenso mundo del arte, que logra moverse entre nosotros como pez en el agua.
Paquito D’Rivera
El arte es ofrenda o vanidad, lo dijo Rafael Cadenas, uno de los poetas preferidos de Carlos Olivares Baró, y nada mejor, para cumplir con la primera parte de esta máxima, que ofrecer el testimonio de una vida entregada a homenajear la música que encierran las palabras. No estamos en presencia de un libro sino de una pasión como único vestigio de la existencia; la maestría al servicio de la humilde grandeza de los descubrimientos.
Raúl Ortega Alfonso
Carlitos, el “Guantanamero irredento y contumaz”, ha demostrado una entrega tan absoluta a la música y la literatura que puede calificarse de abnegada. Pero también feliz: en efecto, poniendo “un sintagma por aquí” y “un estribillo por allá”, sin ser músico pero bailador incansable ha logrado que el panorama musical y literario de México (y Cuba, por inevitable extensión) de estos últimos 40 años no pueda describirse sin mencionarlo. No sólo escribe de música: vive EN la música y cuando camina baila: “pasito alante, varón”, con una gracia al mismo tiempo sabia y profunda, de un hombre diestro en lidiar con las letras y las corcheas, rodeado hasta la asfixia por un universo de discos y libros, en los que se refugia de este malvado mundo. Este libro es la mejor prueba de las perlas que han brotado de esa concha protectora.
Alejandro González Acosta
CARLOS OLIVARES BARÓ, nació en Guantánamo, Cuba, pero decidió, por razones de amor, ser mexicano. Ha sido profesor de Lingüística, Semiótica y Literatura en varios centros de educación superior de México (Universidad Nuevo Mundo, Tepeyac, Casa Lam, Universidad de la Comunicación…). Su novela La orfandad del esplendor (1995) fue traducida al inglés en 1998. Textos suyos sobre música y literatura han aparecido en El Nacional, Ovaciones, La Jornada, Reforma, Siempre, Letras Libres, Arena de Excélsior, Bembé, Cubaencuentro, Diario de Cuba y Mexicanísimo. Columnista fundador de La Razón de México. Lector incondicional de Roberto Juarroz. Admirador de Los Van Van, Paquito D’Rivera, Thelonious Monk, Bebo Valdés, Miles Davis, Ernesto Lecuona y John Coltrane. Bailador obsesivo, aborrece el reggaetón: ama los compases del son y del changüí guantanamero. Tan tarajallúo que está, y sus amigos le dicen ‘Carlitos’.
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