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Béisbol: II Clásico Mundial

Ceguera total

Reconocer la calidad del adversario: el primer paso para canalizar los problemas del béisbol en la Isla.

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Si el béisbol no fuera en Cuba el estandarte exclusivo de un poder absoluto e intolerante, y los compatriotas que brillan en el exterior tomados como enemigos prófugos, los Liván Hernández, José Ariel Contreras, Alexei Ramírez, Yunieski Betancourt, Kendry Morales, Yunel Escobar y compañía, seguramente orgullosos de defender los colores patrios, podrían fortalecer considerablemente la maquinaria nacional.

Cuba es el único país donde un atleta debe escapar —como un esclavo de siglos pasados— para hacer lo que mejor sabe en el mejor escenario posible. Los peloteros cubanos son los únicos que asisten a una guerra política bajo la vigilancia de una legión de gendarmes disfrazados, mientras sus colegas de todo el mundo participan de una fiesta del talento, la amistad y el sano patriotismo, libre de condicionamientos políticos.

Como ha sucedido con las reiteradas derrotas que sufre la representación nacional desde 2006 —I Clásico, Pre olímpico 2006, dos mundiales juveniles, un mundial universitario, un torneo de Holanda, Copa Mundial 2007 y Juegos olímpicos 2008—, es muy posible que esta vez las autoridades no tomen en cuenta las lecciones de la competencia.

El II Clásico Mundial ha demostrado que el certamen puede convertirse, junto a la Eurocopa de Fútbol y el Campeonato Mundial de Atletismo, en uno de los eventos deportivos más seguidos y populares del planeta, después de los Juegos Olímpicos y de la Copa Mundial de Fútbol. Esto será posible, siempre y cuando los que aman y viven del y para el béisbol logren que los mejores atletas entreguen, con devoción y ahínco, lo mejor de su talento.

Mucho más difícil parece que las autoridades cubanas se decidan a adoptar medidas para impedir que decline todavía más la estrella del béisbol nacional, por cuanto las transformaciones conceptuales, estructurales y metodológicas que se precisan implicarían renunciar al control y a la manipulación, que constituyen la esencia de ese poder irracional.

Fuera la arrogancia

Lo primero que deben hacer los dirigentes, atletas y aficionados es despojarse de esa obnubilante arrogancia —que magnifica cualquier victoria y facilita la justificación infantil de la más resonada derrota—, para valorar la grandeza y humildad de un grupo de millonarios que llegaron al Clásico arriesgando su integridad física (y sus jugosos dividendos) para representar a sus países por voluntad propia.

Reconocer la calidad del adversario puede ser el primer paso de un camino difícil, pero no imposible, para recuperar una supremacía que de momento sólo existe en los récords pasados y en la vanidosa imaginación de muchos compatriotas, que se niegan a aceptar la realidad.

Ver a los peloteros cubanos, después de concluir su última actuación, ser pastoreados hacia los camerinos por los gendarmes de turno, sin dignarse a saludar a sus adversarios vencedores, es un espectáculo más triste que la incapacidad ofensiva que les impidió descifrar el pitcheo japonés. También pone en duda la ética deportiva de la que tanto se ufanan las autoridades de la Isla.

Estas jornadas de béisbol de altos quilates lanzan una señal de alerta a las potencias occidentales de dicho deporte: deben mejorar su actitud y preparación, de cara a los eventos internacionales, si pretenden evitar que Japón y Corea del Sur afiancen la hegemonía asiática que se viene dibujando desde el año 2006 (dos clásicos, un torneo olímpico y dos campeonatos mundiales juveniles).

La gran batalla ha terminado por ahora. Los amantes del béisbol alrededor del mundo, con enorme gratitud, rendimos honor a los vencedores y a los que, sin llegar tan lejos, lo dieron todo en el diamante.

Todo parece indicar que el béisbol internacional se tornará más difícil. La élite podría ampliarse. Si La Habana no muestra una consecuente voluntad de cambio y apertura, el béisbol nacional sufrirá y los aficionados lo lamentarán.


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