Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Música

«Hay que sonreír, pase lo que pase»

Unas semanas antes de morir, Israel 'Cachao' López ofreció a ENCUENTRO EN LA RED una de sus últimas entrevistas.

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Decía el poeta norteamericano Walt Whitman: "Quien toca este libro, toca a un hombre". Cuando se conversa con el maestro Israel Cachao López, nos adentramos en las páginas más auténticas de un libro, pues este excepcional músico, de 89 años de edad, ha sido testigo y hacedor en momentos cumbres de la música cubana. Ya sea con el mambo y las descargas, o con la difusión de los ritmos cubanos en el Nueva York de los años sesenta y setenta, su contribución ha sido clave en el desarrollo de nuestra música.

Su virtuosismo y versatilidad musical lo han llevado a compartir escenarios con importantes músicos; lo mismo con Ignacio Villa (Bola de Nieve) y Arturo Sandoval, que con Charles Palmieri y Tito Puente. Pero su virtuosismo no sólo abarca el aspecto musical, sino también el humano.

Cachao, que ha conocido las vicisitudes de su oficio, hasta llegar a los parajes del olvido, nunca ha permitido que la adversidad resquebraje su amor por la música ni afecte su personalidad, caracterizada por una visión optimista de la vida, el buen sentido del humor y la bondad. Este contrabajista y compositor ha recogido ya los frutos de su larga y brillante carrera artística: cinco premios Grammy y una estrella en el Bulevar de Hollywood, cuentan entre los reconocimientos recibidos.

Sin dudas, Cachao representa esa rara avis de artista en la que virtud profesional y humana convergen para formar una nota musical sin disonancia alguna. Ese virtuosismo íntegro es también otra razón por la que se puede decir: "como su ritmo no hay dos".

Maestro, ¿nos puede hablar de sus inicios en la música, y mencionar algunos de los músicos —o agrupaciones— con los que trabajó en Cuba?

Sí, como que no, con mucho gusto. Comencé en 1926, con ocho años de edad, como percusionista. Yo provengo de una familia completamente musical; la música estaba en el ambiente y aprendí bastante rápido. Primeramente, fui bongonsero de un conjunto muy famoso en aquella época: el Conjunto Casino, que tenía como cantante a Roberto Faz, uno de los grandes de la música cubana. Un año más tarde, en 1927, formo parte de la Orquesta de Bola de Nieve, para ponerle fondo musical a las películas silentes. Esto duró hasta 1930, que es cuando las películas empiezan a salir con sonido.

Entonces, en 1931 me integro a la Orquesta de Marcelino González, en la que todos sus integrantes éramos muchachos —yo tenía 12 años cuando aquello— y nos dedicábamos a tocar en los bailes. Ese mismo año entro en la Orquesta Filarmónica, a la que pertenecí por treinta años. Por esa época trabajo también con Antonio María Cruz. Entonces, en 1937 comencé con la Orquesta de Arcaño, una orquesta de cooperativa, llamada Arcaño y sus Maravillas. Con ésta trabajé durante doce años, hasta 1949. Luego, cuando abandoné la Orquesta de Arcaño, seguí con la Orquesta de Fajardo. Creo haber tocado en mi vida con más de 200 orquestas. También recuerdo haber estado presente en la inauguración del Teatro Blanquita, llamado ahora Carlos Marx, y en la del Hotel Riviera.

¿Por qué escoge el contrabajo, a pesar de tocar otros instrumentos?

Bueno, porque era un instrumento tradicional en la familia. Mis padres, mis hermanos, Coralia y Orestes, eran contrabajistas. Pero, además, yo tocaba trompeta y piano. De esos dos, prefería el piano, pues padecía de bronquitis asmática para la trompeta. Si no fuera por eso, me hubiera salvado de estar cargando con un instrumento tan pesado como el contrabajo. Mi hermano Orestes sí tocaba 12 instrumentos. Mi hermana, piano y contrabajo; mi madre, guitarra y contrabajo; mi padre, contrabajo solamente. Incluso, dicen que mi familia se compone de 35 contrabajistas. Y yo no los conozco a todos, pues la familia creció y yo salí de Cuba hace mucho tiempo. Uno de los que toca el contrabajo es mi sobrino Cachaíto, que está en Cuba.


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