Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Música

Un danzón para Cachao

Al legendario bajista hay que despedirlo con música.

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Suenen las congas, el timbal, el güiro, los metales, ardan violines. A Cachao, danzonero mayor, hay que despedirlo con música. No de jazz, como se empeñan algunos, sino con clave y alegría bailadora.

El legendario bajista, autor de cientos de tumbaos, con 89 años, tres bisnietos y su estrella en el célebre Paseo de la Fama de Hollywood, se nos fue. Conversador ameno, profundo, sencillo, desenfadado, chistoso, cubano rellollo que llamaba las cosas por su nombre. Así quiero recordarlo, conversando.

Un día en la Avenida Bergenline, en Union City, en medio de un atracón de chicharrones y yuca con mojo, le pregunté: "¿Duelen los 20 años que pasaste en el olvido?". "La música es de altibajos. A veces pasa de moda, el público te olvida, pero hay que seguir, porque uno, sin la música, no puede vivir. Y a esperar un milagro. Y ya vez, ocurren. El mío se llamó Andy García", respondió.

Israel López, alias Cachao, andaba con su contrabajo a cuestas, tocando donde pudiera, hasta que en 1993 el documental de Andy García: Cachao, como su ritmo no hay dos, impactó en la televisión norteamericana. De la noche a la mañana, Cachao se hizo leyenda: Radio City Music Hall a teatro lleno, un rosario de Grammy, limosinas, autógrafos. Merecido reconocimiento para el creador de ritmos cubanos, con un sabor para regalar.

"¿Te gusta ser famoso?", le pregunté con el café.

"Nunca es tarde si la música es buena", respondió jocosamente. "Y no me alegro por mí, sino por Cuba, porque hoy la gente llama salsa a la música cubana, y no hay tal, la salsa no es más que la guaracha y el son que le han cambiado el nombre".

"Chapea bajito, que te pueden oír los boricuas", le dije. "Qué va, hay que gritarlo. Por medio siglo Cuba ha estado divorciada del mundo. Gracias a los boricuas, la música nuestra no desapareció. Se lo tenemos que agradecer eternamente".

Y sí que lo sabría el cubano. Cachao llegó a Nueva York en 1962, a tocar en el legendario Club Palladium, con las orquestas de Charlie y Eddie Palmieri, con Tito Rodríguez, con Joe Quijano, con Johnny Pacheco. Fue actor y testigo del nacimiento de la salsa, época en que las orquestas boricuas controlaban el baile en la Gran Manzana, porque la música cubana había sido expulsada del paraíso.

El nieto de Cachao

Nieto de músico, hijo y hermano de músicos, Cachao (no es un alias, es por su abuelo Aurelio López Cachao) nació el 14 de septiembre de 1918 en La Habana, en la misma casa de la calle Paula donde 65 años antes naciera José Martí.

A los seis años tocaba la trompeta, a los ocho el tres, el piano y el contrabajo. Era tan virtuoso, que a los doce lo nombraron contrabajista de la Orquesta Filarmónica de La Habana: "Tenía que subirme a una caja de madera para alcanzar las cuerdas de mi instrumento". Ya todos decían: 'qué bien toca el nieto de Cachao'.

De sangre caliente, a Cachao no le bastaba Mozart y se escapaba al baile: "Comencé de bongosero con Bola de Nieve, en 1927, me contó. "Con él toqué tres años en los cines silentes. Teníamos que simular ruidos, gritos, estudiar la película por el día para aprendernos los sonidos que teníamos que hacer por la noche".

"En el treinta, cuando comenzó el cine sonoro, los músicos quedamos fuera, comencé con la Orquesta Típica. Luego pasé al Conjunto Casino, junto al flaco Roberto Faz. A finales de los treinta, me uní a la danzonera Arcaño y sus Maravillas, donde tocaba la crema de los músicos cubanos. Y claro, ahí mi hermano Orestes y yo nos pusimos a inventar".

"Resulta que el Ciego de Oro, Arsenio Rodríguez, había incorporado la tumbadora y el piano a su conjunto sonero, y acaparaba bailadores —Cachao parecía cansado de repetir su historia—. Arcaño se la vio difícil, y comenzó la guerra musical entre la charanga y el conjunto, entre el son y el danzón. En medio de esa guerra musical, mi hermano Orestes, violonchelista, y yo, escribimos un danzón con un tumbao moderno, al que titulamos Mambo, y por un momento la batalla se emparejó".

Pero el son ganó la guerra. El mambo con violines se quedaría en "El Ritmo Nuevo de Arcaño". El mambo debía esperar casi una década por los metales endemoniados de Dámaso Pérez Prado. Y Cachao, con su contrabajo a cuestas, se sumó a la orquesta de Fajardo y sus Estrellas, al ritmo de moda, el chachachá, y a acompañar los shows del Teatro Blanquita, del hotel Habana Riviera, zarzuelas, óperas, y a donde lo llamaran.

Una noche, tras bambalinas en el escenario del desaparecido Club Tropigala, de Miami, me volví a encontrar con Cachao. Ya era famoso, pero estaba ahí, en silencio, en la pata del escenario. Siempre llegaba temprano, y con humildad esperaba su turno. Y claro, le pregunté: "¿Cómo te llevabas con Dámaso Pérez Prado?".

"No existía ninguna rivalidad —me aclaró—. Yo estaba en Madrid y me llamó a tocar con su orquesta. Pérez Prado venía de una gira por el Japón, y en España se le enfermó el bajista. Éramos buenos amigos. Nos dimos un fuerte abrazo. Yo había hecho el mambo con violines, él le agregó los metales y fue un éxito".

Cachao tocó con Pérez Prado en cuatro transmisiones de radio, y se radicó en Nueva York, donde, ya sabemos, tocó con Tito Rodríguez, Walfredo de los Reyes, olvidaba Chico O'Farrill, y hasta el gato, "porque había que buscarse la comida".

La última vez que vi a Cachao, estaba con Andy García (tocaba en el club BBKing, de la 42 St., de Manhattan). Esa noche los acompañó Paquito D'Rivera. Tremenda descarga, el público americanísimo deliraba. Cuando terminaron, en el camerino, le pregunté si creía que los ritmos cubanos volverían a hacer bailar al mundo.

"La salsa está en su peor momento —me dijo en voz alta, hacía un ruido infernal—. Tú oyes una salsita y las oyes todas. Cuando Cuba se abra, y toda esa música salga, yo te voy a hacer un cuento. Las raíces se van a mantener, pero habrá miles de experimentaciones, y a gozar bailadores".

"¿Debo creer que eres fan de la timba que se está haciendo en Cuba?", reaccioné a su predicción.

"La timba no es nueva, tiene más de cien años. Yo era un adolescente cuando decían 'hay una timba en tal lugar', y allá corríamos. Quizá, ahora, los jóvenes músicos de la Isla armonicen los metales más estridentes, más ruidosos, pero el ritmo es el mismo, no hay nada nuevo, la timba es la rumba. Lo que sí estoy seguro es que del son, la guaracha y la rumba van a surgir nuevas combinaciones, nuevos ritmos, porque Cuba es una fábrica de ritmos, ya verás".

Padre de las descargas

Cachao fue el padre de las primeras descargas que se hicieron en Cuba (1957), en Radio Progreso, y como muchos se empeñan en llamarlas de otro modo, me obligó a preguntarle: "¿Eran descargas de jazz?".

"Nunca nos propusimos hacer jazz, tocábamos música cubana", me respondió el papá de la criatura. "Nos apoyamos en tumbaos cubanos, silenciamos el piano dejando pasar a un primer plano la tumbadora y el timbal. A cada instrumento le dejamos sobresalir, hasta el tradicional tres tuvo su destaque. No hay otra, hacíamos música cubana. Si a alguno les sonó a jazz, es sordo para las claves".

En aquellas descargas Cachao reunió a los grandes de entonces: Richard Egües (flauta), Guillermo Barreto (timbal), Niño Rivera (tres), Alejandro El Negro Vivar (trompeta), Generoso Jiménez (trombón), Orestes Macho López, Tata Güines (tumbadora), Gustavo Tamayo (güiro). Cachao era el último sobreviviente de estos artífices del sabor.

¿Por qué danzonero mayor? Porque compuso más de tres mil danzones y sus superdanzones para orquesta sinfónica son un homenaje al ritmo nacional. Por eso —cantemos todos—, suenen las congas, el timbal, el güiro, los metales, ardan violines: a Cachao, conversador, humorista, danzonero mayor, hay que despedirlo con música.


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