Actualizado: 25/04/2024 19:17
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América Latina

Chávez, ¿relevo de Castro?

Desaparecido el gobernante cubano, es razonable esperar que otros líderes pretendan ser los voceros del antiimperialismo regional.

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¿Tiene Chávez, efectivamente, el potencial para convertirse siquiera en una "molestia" permanente, en una crónica piedra en el zapato de Washington, tan persistente e inconmovible en sus posiciones como lo ha sido Fidel Castro? Para responderla con algún grado de acierto vale la pena considerar la figura del "convaleciente", tal como se proyecta al momento de su desaparición política.

Para comenzar, está la superlativa permanencia de Castro en el poder: 47 años. Doce años más que el dictador mexicano Porfirio Díaz, once más que el paraguayo Alfredo Stroessner, diez más que Franco y que el dictador venezolano Juan Vicente Gómez. Kim Il Sung, el déspota norcoreano, sólo alcanzó a gobernar 44 años.

Tan prolongado ejercicio del poder omnímodo sólo es posible en una dictadura totalitaria que no deje espacio alguno a la disidencia. El control de Castro sobre la sociedad cubana encontró gran ayuda en las polarizaciones de la Guerra Fría durante ese medio siglo. Tal control llegó a ser absoluto y le ha permitido, a lo largo de casi cincuenta años, actuar sin contenciones de ningún tipo contra sus adversarios internos.

Pero la capacidad de Castro para perturbar el vecindario latinoamericano, o siquiera de predisponerlo de modo algo más que retórico contra Washington, ha sido sobrestimada durante demasiado tiempo por muchos de sus simpatizantes latinoamericanos, Hugo Chávez, entre ellos.

Castro y Latinoamérica

El 'prestigio revolucionario' de Castro se remonta a los años sesenta cuando la revolución cubana, todavía nimbada con un aura de juvenil heroísmo, apoyó abiertamente guerrillas izquierdistas en todo el continente que, una a una, fueron fracasando.

Es significativo que el papel jugado por Castro en las aventuras militares soviéticas en África durante los años ochenta comenzó a desplegarse sólo luego de fracasar en la empresa de promover insurgencias a todo lo largo y ancho del continente. Granada puso fin a esas desmesuras extracontinentales.

Si bien el régimen policial de Castro ha podido atrincherarse numantinamente en la Isla después del colapso de la antigua URSS, hace ya mucho tiempo que "exportar la revolución" dejó de ser una prioridad para Cuba. Esto ha sido especialmente notorio, luego del fin de las guerras de América Central.

Desde fines de los años ochenta, las ceremonias inaugurales de los presidentes latinoamericanos electos democráticamente contaban ya con Fidel Castro como el invitado especial más "sexy". Era un modo sumamente inocuo y barato de mostrar un "quantum" de independencia frente a Washington. Tan pronto Fidel Castro, el "pariente problemático", tomaba el avión de regreso a La Habana, sus anfitriones adoptaban las recetas neoliberales del "consenso de Washington" en materia económica.