Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Estados Unidos

La frontera sur

Once millones de indocumentados exigen una amnistía en EE UU. ¿Sería igual una ciudad como Nueva York sin esta fuerza laboral?

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Por la frontera sur de Estados Unidos cruzan un millón de indocumentados al año. Ya suman once millones. Violaron la frontera y ahora exigen que se respeten sus derechos laborales, civiles, educacionales.

La prensa anglo habla de "invasión mexicana". La prensa hispana protesta por discriminación. La grave situación migratoria ha creado dos bandos irreconciliables: de un lado, empresarios, sindicalistas y las iglesias (Coalición Nacional para la Inmigración), claman por una amnistía; del otro, los que exigen tolerancia cero con los que han violado la Ley.

La propuesta de los senadores republicanos Mel Martínez y Chuck Hagel, que divide a los indocumentados en tres: los que están en EE UU desde hace más de cinco años, los que llevan entre dos y cinco, y los que llegaron hace menos de dos años —una fórmula que era buen término medio y permitiría la legalización de unos siete millones de indocumentados y un programa de trabajadores temporales para el resto—, fue rechazada por la bancada demócrata en un acalorado debate senatorial. La reforma migratoria ha quedado en ascuas hasta después de Semana Santa.

Jim Gilchrist, líder del grupo de guardias civiles Minuteman, dijo que no promoverá una insurrección antiinmigrante en Estados Unidos, pero si ocurre quedará en la conciencia de los legisladores. Dijo también que considera alarmante que una turba de cientos de miles de indocumentados haya salido de las sombras como una horda invasora que exige derechos de ciudadanía, sin obligaciones, responsabilidades y lealtad a Estados Unidos.

En respuesta, cientos de miles de indocumentados vuelven a las calles de Los Ángeles, Nueva York, Chicago, Washington; gritan en nombre de la raza, ondean al aire banderas mexicanas. Marchan incitados por sacerdotes, pastores, activistas. Las cadenas de televisión y radio hispanas atizan el fuego contra el proyecto de Ley Sensenbrenner (aprobado en diciembre por la Cámara), que autoriza la construcción de un muro en la frontera con México, convierte a los que intenten cruzarla en criminales (hasta ahora es delito civil) y sanciona a quienes les ofrezcan ayuda.

Las marchas se hacen sentir

Ya el Comité Judicial del Senado había rechazado el draconiano proyecto de la Cámara, propuesto legalizar a 1,5 millones de trabajadores agrícolas en cinco años, y crear una Dream Act para dar acceso a las universidades a los hijos de indocumentados, cuando sus medias intenciones fueron rechazadas en el pleno del Senado tanto por demócratas como por republicanos.

El líder de la mayoría republicana, Bill Frist, calificó la frontera sur como "un serio reto a la seguridad nacional" y rechazó el programa de trabajadores temporales porque sonaba a una amnistía.

Desde Nueva York, la senadora Hilary Clinton, rodeada por abogados de inmigración, rechazó oportunamente (las elecciones para el Senado son en noviembre) todos los proyectos que se discuten en el Congreso, incluyendo los de McCain-Kennedy y Martínez-Hagel. De la Ley Sensenbrenner, dijo: "hace que se criminalice al buen samaritano y hasta al propio Jesús".

Las banderas mexicanas en medio de las protestas, provocan que la prensa y la televisión anglosajonas se escandalicen y repitan: "Los que portan banderas mexicanas deberían regresar a México. ¿Tienen derecho los mexicanos a desfilar con banderas mexicanas en nuestras calles? ¿Qué pasaría si cientos de estadounidenses desfilaran por Ciudad México con la bandera de las 50 estrellas?".


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