Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Alemania

¿Quién le teme a Angie? (I)

El incontenible ascenso de la 'dama de hierro' alemana.

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De ahí que Angie, quien se ganó sus primeros marcos como cantinera en los jolgorios del Club Estudiantil, guarde un grato recuerdo de sus años mozos en un país socialista de corte prusiano donde, a diferencia del nuestro, las cosas funcionaban como Dios manda (recurso retórico del autor, que es ateo) y la gestión estatal oficial nunca estuvo tan reñida con la calidad de la vida como en la Isla de nuestras penurias.

Esta mirada al pasado sin rencor, a la par con la admirable formación ética que le dieron sus padres, será más tarde una de sus cartas de triunfo en la política alemana. "Si algo aprendimos en la RDA —dirá más tarde—, es una fina sensibilidad para la honestidad". Un aprendizaje difícil de hacer en la picaresca quevediana que se vive en Cuba.

De su talento y tesón estudiantil da fe el hecho de que haya llegado al nivel nacional en una Olimpiada de Matemática. Además, a los 15 años compitió en la Olimpiada Internacional de Ruso, celebrada en Moscú en 1970. En la capital soviética adquirió su primer disco de los Beatles: In a Yellow Submarine (en una época, compárese, en que nadie se imaginaba que un día la estatua de Lennon adornaría un parque habanero).

Un detalle revelador: Angie era fan del cantautor disidente Wolf Biermann, una especie de Pedro Luis Ferrer germanooriental, cuyo destierro en 1976 desató una fuerte polémica en los medios culturales de la RDA.

Su expediente en la STASI

Quienes la conocieron en la época de la Universidad de Leipzig coinciden en que fue una alumna "muy aplicada y autodidacta". Ya antes, dice su profesora de ruso, "mechaba" hasta en la parada del ómnibus. Estudiante brillante, sabía hacerse querer, ya que no sólo se cuidaba de no opacar a sus condiscípulos, sino compartía de buen grado sus conocimientos con los menos aventajados. Sus biógrafos certifican que era "circunspecta sin ser tímida", poseía dotes de mando y mantuvo siempre una decencia elemental: no delató a nadie en un país donde la soplonería era poco más que un "delito de caballero".

De haber incurrido en ese pecado capital, sus detractores en la Alemania reunificada, quienes deben de haber hurgado a fondo en los minuciosos archivos de la STASI, la habrían desacreditado sin piedad. (Tomen aquí nota, por favor, aquellos fulanos de la Isla que cojean de esa pata: el día menos pensado sus expedientes en Villa Maristas pueden jugarles una mala pasada). En cambio, consta que, tras licenciarse en Física en 1978, rechazó una oferta del Ministerio de la Seguridad del Estado.

En su expediente secreto figuran dos señalamientos graves: "diversionismo ideológico" y simpatías por el sindicato polaco Solidaridad, que más bien reflejan la meticulosidad de la STASI. De hecho, un condiscípulo suyo que es hoy concejal socialdemócrata afirma haberla juzgado entonces: "más a la izquierda que yo, aunque con mucha vista larga".

Al regreso de Hamburgo en 1986, a donde viajó con la excusa de asistir a la boda de una prima hermana (tan laxas eran las autoridades de emigración de la RDA), saca en limpio esta conclusión: "Si uno puede elegir libremente, escoge el mundo occidental". Una convicción que, como veremos más adelante, guiaría su conducta en el caos posterior a la caída del Muro.

A falta de culpas más graves, el colega encargado de espiar a la ambiciosa investigadora del Instituto de Física de la Academia de Ciencias, tal fue su primer empleo, no desdeña chismes, como el detalle de que a la casa de los Kasner en Templin llegaban paquetes de Alemania Occidental, o su práctica del amor libre: "sus noviazgos raras veces duran más de medio año". Y ya que hemos entrado en el tema amoroso: su primer matrimonio en 1977 (por la iglesia, a instancias de la novia) con Ulrich Merkel, de quien conservó el apellido, terminaría cuatro años después con un reparto de bienes a la cubana: ella se quedó con la lavadora y él con los muebles.

La canciller de la Alemania reunificada

En 1984, mientras escribía su tesis doctoral en la Humboldt-Universität de Berlín conoció a su actual esposo, el especialista en química cuántica Joachim Sauer, con quien se casó en 1998. El Dr. Sauer, para más señas sobre el estatus de ambos, se había hecho notorio a la STASI por sus críticas al gobierno. Pese a su secreta aversión al régimen, la Merkel no se sumó a las multitudinarias manifestaciones de protesta en Leipzig que, bajo el lema "Nosotros somos el pueblo", precipitaron la caída del régimen. Era, pues, a todos los efectos públicos, una hoja en blanco antes de la caída del Muro.

Tanto es así que, cuando el 9 de noviembre de 1989 un atolondrado funcionario estatal comete el histórico desliz (tan erráticas podrían ser también en Cuba las campanas del cambio) de anunciar oficialmente la apertura inmediata de la frontera con la RFA, Angela Merkel ni siquiera rompió su rutina cotidiana, limitando su entusiasmo a telefonear a Templin para cumplir la promesa de darle a su madre la grata noticia de la caída del Muro. Después fue a darse su sauna como de costumbre.

Al día siguiente, quitada de bulla, cruzó al otro lado, donde trabó amistad con un grupo de desconocidos que celebraban el acontecimiento en plena calle. Pero se negó a unirse con ellos a la eufórica muchedumbre que colmaba la lujosa avenida Ku'damm en el centro de Berlín Occidental. Y se marchó sin más, so pretexto de que "al día siguiente debía levantarse temprano para ir al trabajo". ¿Cómo iba a poder pasarles por la mente a aquellos amigos de ocasión que acababan de conocer a la futura canciller federal de la Alemania reunificada?

Pero así es la vida. Tal vez usted, lector cubano, conozca ya al futuro presidente de Cuba sin saberlo.


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