Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Evo Morales, López Obrador y la violencia callejera: No es lo mismo gobernar que oponerse.

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En La Paz no deja de haber guerra, aunque el gran jefe aimara ya no es indio sino cowboy. De aquellos polvos, estos lodos…

Antes de alcanzar la presidencia de Bolivia, Evo Morales fomentó el bloqueo de carreteras y ciudades, convocó huelgas que tensaron hasta el límite la gobernabilidad del país y supusieron pérdidas no despreciables para la economía local. Tampoco desautorizó a sus correligionarios cuando prometieron incendiar el Parlamento, si éste no aprobaba de inmediato la nacionalización de los hidrocarburos. Nueve meses después, continúa la 'democracia callejera' al estilo Morales.

A pesar de la política del presidente de sumar al gobierno a la crema y nata de la ruptura institucional —como el caso del agitador profesional Abel Mamani, ex presidente de las Juntas Vecinales de El Alto y hoy flamante ministro del Agua—, la tormenta boliviana no remite.

Morales se enfrenta, desde los sectores obreros, a más críticas de las esperadas. La realidad da cuenta de paros en el transporte público, la sanidad y la educación, además de huelgas en al menos dos departamentos y cinco regiones. Según un diario local, la gestión del presidente cayó siete puntos en agosto, hasta el 61 por ciento, el nivel más bajo desde que asumió el poder en enero.

El mismo Morales que produjo pérdidas millonarias al país por su actitud de paralización de la economía durante el mandato de sus predecesores, no ha reparado en militarizar los campos petroleros en Yacuiba, para evitar una nueva interrupción en el suministro de gas a Argentina.

El líder boliviano se ha tropezado rápidamente con que gobernar es más complicado de lo que parecía. Esta manera visionaria de hacer política, cuyo testigo recoge por estos días el candidato opositor mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO), encarna un profundo desprecio por los valores democráticos, y así se manifiesta. Pero una cosa es con guitarra y otra con violín…

Si AMLO arribara algún día al Palacio de Los Pinos, se encontraría un país extremadamente caldeado, con ciudadanos dispuestos a conquistar en el Zócalo, o con bloqueos al Congreso, lo que no han logrado conseguir en las urnas. Y un sistema judicial profundamente herido, por el simple hecho de no dar la razón al impugnante.

América Latina sufre hoy entre tres bandos encontrados: los partidos tradicionales de derecha, en peligro de desaparecer por su clamorosa ineptitud para resolver los problemas de los ciudadanos y terminar con la miseria y la corrupción; la izquierda populista, dispuesta a conquistar las instituciones mediante guerras de desgaste en las que todo vale, para luego gobernar recortando libertades y derechos; y la izquierda y la derecha pragmáticas, que con sus respectivos matices llegan al poder sin discursos incendiarios ni mesianismos revolucionarios y promueven una agenda social que no pone en jaque los equilibrios económicos.

Cualquier presidente de esta última corriente tiene más legitimidad que Evo Morales para enviar militares a proteger intereses económicos: el boliviano fue ayer el rey de las revueltas en los mismos sitios que hoy intenta 'proteger' del gentío insaciable. Y, desde luego, si AMLO gobierna algún día —lo cual es casi improbable—, carecerá de prestigio para exigir respeto a la Justicia y no podrá invocar orden y responsabilidad, términos inherentes a todo proceso democrático.