Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Opinión

Obama, diagnosis de una pasión

¿Qué atributos justifican la popularidad del candidato, teniendo en cuenta que es un novato en el Senado y su hoja de servicios es inexistente?

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La extraordinaria popularidad de Barack Obama —aspirante presidencial y casi seguramente el candidato que resultará nominado por los demócratas para las elecciones generales de este año en Estados Unidos— si bien no ha logrado contagiarme, como en su momento tampoco me contagió la de Fidel Castro (tengo una predisposición genética que me vacuna contra esos aspavientos populares), no deja de sorprenderme.

Muchedumbres enfervorizadas, en las que abundan blancos de clase media y educación superior, acuden a oír y aplaudir al senador afroamericano dondequiera que éste se presenta. Para describir el entusiasmo que provoca en sus partidarios suele recurrirse al adjetivo "delirante". A punto de desbancar a Hillary Clinton (un verdadero icono de la jerarquía demócrata) y con ventaja sobre el veterano senador John McCain en los comicios de noviembre, según algunas encuestas, el respaldo público de Obama bien puede describirse como un "fenómeno" en su sentido clínico o meteorológico.

¿Qué atributos personales en el candidato justifican esa popularidad, teniendo en cuenta que Obama es un novato en el Senado, con una experiencia política limitadísima y una hoja de servicios poco menos que inexistente?

En ánimo de responder esta pregunta podrían apuntarse varios atributos personales: elocuencia (en la tradición de los predicadores negros que, en el caso de Obama, se presenta con un agradable acento de Harvard); dinamismo (que se vincula, a los ojos del espectador, con la energía que debe distinguir a los que toman decisiones y con los movimientos corporales, el body language, que puede relacionarse, aunque con alguna contención, con los de ciertos intérpretes —cantantes, actores— populares); atractivo (en opinión de muchos, mujeres y hombres por igual, el senador es un flaco sexy con una sonrisa cautivadora); relativa juventud (a los 46 años está una generación más cerca de los electores más jóvenes que Hillary Clinton y casi dos de su posible adversario en noviembre, John McCain) y promesa de cambio (lo cual, aunque es lo más impreciso y oscuro de su presentación, resulta también lo más fácil de vender luego de la desastrosa gestión pública de George W. Bush y la presente situación económica que vive el país).

Bendita internet

Todo lo anterior, sin embargo, no bastaría para explicar el fenómeno de Obama en su totalidad. Más allá de los atributos personales señalados, habría que agregar la novedad metodológica de la campaña del senador y su capacidad de mantener su pujanza gracias a una recaudación popular sin paralelo en la historia política del país.

Como primer factor de la novedad habría que nombrar a la internet, gracias a la cual la campaña de Obama ha sido capaz de reclutar un ejército de 700.000 voluntarios que, a su vez, se ha dedicado a promover en la red la plataforma de su candidato y a obtener decenas de miles de contribuciones relativamente modestas que, sumadas, constituyen un monto extraordinario: ¡hace unos días ya sobrepasaba los 200 millones de dólares!

Esta cifra no sólo supera todo lo recaudado por Hillary Clinton y John McCain juntos, sino que constituye el resultado de una nueva estrategia basada en una gigantesca falange de partidarios, verdadero ejército en constante acción política a través del medio de comunicación más accesible de que hoy disponemos: la red ha multiplicado exponencialmente la candidatura de Obama. Aunque los otros candidatos también han recurrido a la internet; en comparación con esta formidable ofensiva cibernética, los empeños de Clinton y McCain en este medio son sólo tentativos, si no ridículos.

Otro factor a considerar ha sido el apoyo que ha encontrado Obama de parte de un grupo de expertos en medios de comunicación y en recaudación de fondos —la mayoría de ellos provenientes de empresas establecidas en el Valle de Silicon, California—. Esta contribución ha sido decisiva para refinar los instrumentos con que se llega al electorado (el outreach, como se dice en inglés) real o potencial, y para la creación, constante dinamización y rendimiento de esta campaña sin precedentes. Algunos comentaristas ya han observado que este ejército de voluntarios se convertiría en una temible palanca en manos del Ejecutivo si Obama saliera electo presidente.

Los datos y las cifras que acabo de resaltar no ayudan a suscitar mi simpatía y mi confianza; más bien me atemorizan, pues le dan a la campaña del senador Obama un sesgo que bien pudiera llamarse "populismo cibernético", una práctica en que se mezcla la política con la publicidad, esta vez mediante la internet, para transmitir como en avalancha una abrumadora sensación de "inevitabilidad". No es menester argüir que hay muchos dentro del electorado norteamericano que tienden a no resistir este alud propagandístico y, en lugar de enfrentarlo, se dejan arrastrar por él con una actitud de resignado fatalismo.

Producto de una reacción

A un amigo —cubano, blanco y conservador, en el sentido más estricto de esta palabra, que no es lo mismo que un radical de derecha— que hace campaña en favor de Obama le pedí que me definiera por escrito las razones de esa adhesión. Su respuesta, en la que uno puede apreciar un intento genuino de sinceridad y precisión, empieza por apuntar las cosas que no ve o no cree en el candidato: "No creo que Obama sea un político 'distinto' ni coincido con muchas de sus ideas ni pienso que su administración sea una panacea. Además, veo el peligro de que un gobierno encabezado por él pueda entrar en conflictos con otras naciones a causa de una real o imaginaria debilidad".

Estas razones, que a mí me bastarían para oponerme incluso a que el nombre de Obama figurase en la boleta electoral, no logran disuadir a mi amigo de su deseo de que gane la nominación y la presidencia. Prima para él el castigo que merecen los republicanos por una administración que juzga catastrófica y una política exterior que le parece "el fruto fétido de la imaginación de un grupo de ex trotskistas (o hijos de ex trotskistas), quienes ahora nos quieren vender la idea de 'la revolución permanente' desde la derecha". Como colofón, mi amigo agrega, sin mayor elaboración, que "un presidente negro será bueno para Estados Unidos".


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