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Habanerías

De que talibán, van

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Seguir la prensa cubana del 11 de septiembre a la fecha es todo un curso de posgrado sobre la ambigüedad periodística. Primero, fue la condena al acto, los votos de solidaridad con las víctimas, e incluso la oferta de ayuda médica —más tarde, y con menos razones, el señor Fidel Castro rechazaría la ayuda norteamericana para paliar los efectos del ciclón Michelle—. Con sus peros: la prensa cubana, sin hacer explícita su coincidencia, dio cabida en sus páginas a cuanta opinión, en la prensa internacional, calificara el ataque como respuesta a la “nefasta política imperialista”. En todo caso, siempre podrían argumentar que “yo no lo dije”, e invocar el derecho del pueblo a recibir un amplio espectro de opiniones. Un ejercicio más que escaso en los medios cubanos.

 

Tras el inicio de la guerra, se llegó a calificar a los talibanes de defensores de la patria afgana. El pueblo, para el lector cubano, se alistaba con entusiasmo bajo las banderas del mulá Omar, para enfrentar la invasión imperialista. Los gobiernos occidentales, Rusia y las ex repúblicas soviéticas, Pakistán, etc. (de China no se habló explícitamente) fueron tildados de comparsas de los invasores yanquis, a los que aguardaba un nuevo Vietnam. No podrían doblegar el patriotismo de los afganos (léase talibanes), contra los que en su día se rompió Rusia los colmillos —en su día no se nos dijo nada al respecto, por cierto—, y les aguardaba una guerra larga y sangrienta. Todo esto dicho con una alegría apenas disimulada.

 

El lector asiduo de Granma recibía cada día su ración de muertos civiles ocasionados por los bombardeos norteamericanos, de los que invariablemente salían indemnes los combatientes del mulá Omar y de Bin Laden. Incluso el abandono de Kabul fue explicado como una retirada “táctica”, con todas sus fuerzas “intactas”.

 

Tras dos meses de contienda, el atónito lector cubano recordaría aquella memorable pelea en que el locutor radial describía el opercut del púgil cubano, el jab al mentón, los ganchos machacando al adversario, y cuando la victoria (al menos la descriptiva) estaba al alcance de la mano, el boxeador cubano caía fulminado sobre la lona.

 

Del mismo modo, a dos meses del inicio de la guerra, los “intactos” talibanes rendían su último reducto, el pueblo afgano recibía aliviado el fin del imperio fundamentalista, y daba vítores a los malvados invasores. Se lograba un precario, pero hasta hace unos meses impensable, gobierno de transición, y el país se aprestaba a recuperar la normalidad arrebatada por veinte años de guerra.

 

El mulá Omar no murió abrazado a la bandera. Se le vio huyendo montado en una moto. Y el Bin Laden que envió con alegría a sus hombres al paraíso, ha hecho un sospechoso mutis por el foro. Huida que La Habana comenta como la inquietante transformación en una sombra inasible. ¿Será el nuevo fantasma que recorre el mundo, el fantasma del terrorismo?

 

Aún así, la prensa cubana se adscribe a la tesis de Bin Laden y la periodista Marina Menéndez Quintero comenta que “Estados Unidos ha decretado la guerra y la emprende contra el mundo árabe”. Se informa con contenido alborozo sobre las trifulcas en el reciente gobierno de transición. Y se asegura que a pesar de la recompensa ofrecida por Norteamérica a cambio de los cabecillas, “ningún afgano está dispuesto a entregarlos”. Un chiste que tendría en Afganistán muchísimo éxito.

 

Dados todos esos antecedentes, no es raro que, aún cuando data de finales de 2001, la noticia de que los terroristas capturados serían confinados en la Base Naval de Guantánamo, los cubanos tuvieran que esperar la llegada de los Reyes Magos para que se les informara, de pasada y sin mayores comentarios, en apenas tres párrafos.

 

Aunque por ahora sólo hay celdas disponibles para cien, 1.500 personas están trabajando para habilitar espacios seguros que den acogida a unos 2.000 prisioneros en los 115 kilómetros cuadrados de la base, donde viven 2.700 personas, entre civiles, militares y sus familias. El costo será de 60 millones de dólares,

 

¿Cuál ha sido la reacción de las autoridades cubanas? Primero: el silencio. Y hasta hoy, una escuetísima información, otra forma de silencio, (in)comprensible al tratarse de un asunto que atañe directamente a Cuba, el país donde se dedican infinitas mesas redondas, televisadas para todo el país, sobre la crisis argentina, la guerra afgana o la inmortalidad del cangrejo.

 

El Nuevo Herald refiere que “la semana pasada, después que varios miembros del parlamento local se opusieron al traslado, voceros del gobierno de la Isla se apresuraron a recordar que aún no hay una posición oficial sobre el asunto y parecieron restarle importancia al tema”. Al parecer ya la hay, porque el senador republicano por Pensilvania, Arlen Specter, luego de su reunión con Fidel Castro, asegura que éste, "como mínimo, no presentaría objeciones" al traslado de prisioneros a Guantánamo.

 

¿A qué se debe tanto silencio y discreción? Primero, a pesar de su guapería perpetua, Fidel Castro ha visto la barba de su vecino arder (nunca mejor dicho) y tiene la propia en remojo. De modo que prefiere hacerse el ciego, y no emitir comentarios susceptibles de convertirse en bumeranes. Pero hay otras razones: si el talibán y sus compinches han sido investidos subliminarmente por la servicial prensa cubana como patriotas afganos en lucha contra el imperialismo, ¿cómo protestar ahora por su presencia en territorio de la Isla? Y si son los instigadores del atentado que en su día Cuba deploró, ¿cómo protestar por que sean juzgados, cuando Cuba se dice adalid de la lucha contra el terrorismo mundial? De cualquier modo, el ajedrecista consumado de la política que es Fidel Castro, no ha tenido otra que enrocarse y asumir calladito las consecuencias de un antinorteamericanismo tan cerril que le ha arrimado como compañeros de viaje a los sujetos más retrógrados de la historia contemporánea. Tanto, que para ellos todo Occidente es una blasfemia. Fidel Castro incluido.

 

De que talibán, van”; en: Cubaencuentro, Madrid, 9 de enero, 2002. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2002/01/09/5664.html.



Guerrilleteo

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Desde los primeros 80, cuando la Isla abrió sus puertas al turismo, algunos jóvenes emprendedores, dotados de espíritu empresarial y sabiendo que la única materia prima de que disponían eran sus cuerpos, abrieron sus piernas al turismo.

 

Hasta entonces, el único turismo admitido por el gobierno cubano era el ideológico: los norteamericanos y cubanoamericanos de las brigadas Venceremos y Antonio Maceo (los maceítos), exiliados chilenos, etarras, IRAcundos irlandeses, intelectuales de todas las progresías posibles, guerrilleros en estado embrionario o larval, camaradas, compas, tovarich y compañeros.

 

Los maceítos, venceremitos, orteguitos (y no de Ortega y Gasset), no venían a probar las carnes de los nativos, sino a probar en sus propias carnes la experiencia revolucionaria.

 

Pero con la masificación del turismo empezaron a llegar visitantes más interesados en las (los) negra(o)s que en los rojos. El guerrilleteo fue sustituido por el jineteo.

 

Desde entonces, con sus altas y bajas, Cuba se ha convertido en un destino preferente del turismo sexual, promovido incluso por el Turoperador en Jefe, quien se ha jactado de que el país posee las prostitutas más cultas del mundo. Cosa que seguramente habrá entusiasmado a los putañeros con inclinaciones intelectuales.

 

A ratos ignorado (no hay peor ciego que el que no quiere ver), a ratos admitido, perseguido con saña o perseguido ma non tropo, el jineteo es ya una parte sustancial de la oferta turística de la Isla. Y la anatomía es mayor causa de repitencia que el buen servicio o la calidad de la oferta.

 

No obstante, las autoridades cubanas, temerosas de que Cuba no sea ya luz, faro y guía para la progresía mundial; sino el punto de referencia para todos los putañeros del orbe, intenta ofrecer una alternativa al jineteo: el guerrilleteo en clave paleontológica.

 

Los precursores de esta nueva oferta fueron los artesanos, que desde hace mucho ofrecen suvenires ideológicos basados sobre todo en la figura de Ernesto Che Guevara: llaveros, pulóveres, hasta posavasos guevaristas, para que nos sea dado contemplar al Guerrillero Heroico a través del Chivas Regal.

 

Ahora se nos propone un tour por los santos lugares de la Revolución Cubana: la Sierra Maestra —con ascensión al Turquino incluida para los más osados—, donde se puede visitar la comandancia de La Plata, los senderos que discurrió la guerrilla, los venerables escenarios de las batallas, y descender más tarde hacia Santiago de Cuba, donde el turista contemplará con sus propios ojos el Cuartel Moncada, acto de iniciación político-militar del señor Fidel Castro, y la derrota más celebrada de todos los tiempos.

 

Los promotores de este nuevo turismo reconocen que es aún minoritario —la carne turgente de los mancebos y las doncellas insulares parecen resultar más atractivos que la carne de la historia—, pero confían en que se convierta en breve en una alternativa importante a los polos del jineteo tradicional.

 

Cuentan para ello con la experiencia de Berlín, cuyo muro, cuidadosamente fragmentado, adorna hoy los despachos de muchos ejecutivos transnacionales con un pasado progre. Y, sobre todo, la experiencia de Europa Oriental y China. En Moscú es posible adquirir por un módico precio insignias del Ejército Rojo, retratos de Stalin, pines comunistas y hasta uniformes completos de la KGB. En China ya son tradicionales los tours por los lugares emblemáticos de la Larga Marcha y los hitos geográficos en la vida del Gran Timonel. Corea del Norte lo intenta, pero tiene poco público.

 

En menos de un siglo, el comunismo ha pasado de revolucionar el presente e indicar el camino hacia el futuro, a convertirse en arqueología. Pocas veces han tenido en sus manos los historiadores un material más caliente, como corresponde a un futuro que se convierte sin transición en pasado.

 

En Cuba, este nuevo turismo poscomunista (y con frecuencia nostálgico: Éramos tan jóvenes y felices en las barricadas del 68, ¿te acuerdas?), tiene un atractivo añadido: es posible contemplar en vivo y en directo uno de los últimos ejemplares de la especie que ya ha ingresado (nunca mejor dicho) en el Libro Rojo de la historia.

 

Con un poquito de iniciativa empresarial, no dudo que se obtengan pingües beneficios. Plastificar pelos de la barba del Comandante en Jefe —edición limitada, ejemplares autentificados por su dueño y numerados—para su venta en divisas libremente convertible. O que el prócer de la patria dedique una hora al día a dar apretones de mano con foto incluida, a 500 USD. En fin, un poco de ingenio y disposición para complacer al cliente. A diferencia de la experiencia museable que el turista puede disfrutar en Rusia o en Polonia, en Cuba, como en Jurassic Park, los dinosaurios están vivitos y coleando.

 

“Guerrilleteo”; en: Cubaencuentro, Madrid,21 de diciembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/12/21/5514.html.



El hermanísimo

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“El Granma, como dijo Fidel hace ya un cuarto de siglo, no sólo llegó a Las Coloradas; continuó navegando por la Sierra y el llano; su proa arribó triunfante al primero de Enero de 1959 y ha proseguido ininterrumpidamente su ruta revolucionaria a lo largo de estos 45 años”. Son palabras del General de Ejército Raúl Castro Ruz, ministro de las FAR, en entrevista concedida al Teniente Coronel Jorge Martín Blandino, para el número especial de la revista Verde Olivo, en ocasión del aniversario 45 del desembarco del Granma. De ello se deduce que el pueblo cubano está embarcado hace 45 años.

 

¿Quién es el General de Ejército Raúl Castro Ruz, el hermanísimo, que de acuerdo a la línea sucesoria de la monarquía cubana se nos presenta como el presunto general en jefe que sustituirá al comandante en jefe?

 

El comunista

 

Ramón Castro, el mayor, se dedicó siempre a lo suyo, el campo. Durante años se ocupó de la manutención de sus hermanos, enfrascados en la (por entonces) improductiva aventura política. Raúl, en cambio, siempre creció a la sombra de Fidel. Mientras FC se dejaba seducir por los clásicos del fascismo — hasta el punto de tomar prestado al Meón Camp el título de su famoso alegato en el juicio del Moncada—, el menor se afiliaba precozmente al comunismo. Viajó en febrero de 1953 al Festival de las Juventudes celebrado en Viena, donde conoció al agente del KGB Nicolau Leonor —sí, el mismo Leonor que atacara a Putin recientemente por la retirada de la base de Lourdes—, a quien reencontraría durante el exilio mexicano y la preparación del Granma. Fue allí donde Raúl le presentó a otro de los pocos comunistas originales que participaron en la expedición: Ernesto Che Guevara. Durante aquel viaje al Festival de las Juventudes, Raúl conoció Rumanía, Hungría y Checoslovaquia.

 

Estando en la Sierra, fue interceptada una carta de Raúl al Che, donde aplaudía la actuación histórica de Stalin. La carta fue difundida en la radio por el legislador Rafael Díaz Balarte, cuñado de Fidel Castro.

 

Al mando del Segundo Frente Oriental Frank País, Raúl puso en práctica una especie de soviet, organizando un micro estado en las montañas con encargados de Sanidad, Justicia, Educación, Personal e Inspección, Finanzas, Construcción y Comunicaciones, Radio, Prensa, Escuelas de Instrucción Revolucionaria, Buró Agrario, Buró Obrero, y Obras Públicas. Y se dedicó más a la recaudación que al combate.

 

Con este pedigrí, no es raro que su hermano, astuto político que al llegar a La Habana afirmó que no era comunista y que la Revolución era “tan verde como nuestras palmas” (como el melón, apostilló el público posteriormente); le dejara parqueado en Santiago de Cuba, en una clara maniobra de engaño. Años más tarde, redireccionado ya el proceso, Raúl podría afirmar sin tapujos que “todos nuestros oficiales piensan en ruso” (Roberto Ampuero: Nuestros años Verde Olivo). De modo que si algo queda claramente documentado, es su temprana filiación comunista.

 

¿El estratega?

 

Se supone que un ministro de las Fuerzas Armadas sea, ante todo, un militar de carrera. Raúl Castro es, en cambio, un general sin batallas. Por el contrario que el Che o Camilo Cienfuegos, quienes condujeron la invasión a Occidente y decidieron el curso de la guerra. Siempre cerca de su hermano, sus virtudes han sido ejecutivas. Al mando del Segundo Frente, la conducción de las acciones recayó en sus jefes de columna, en especial Efigenio Ameijeiras, Félix Pena, Manuel Fajardo y Ciro Frías. Los combates de Lima y Marcos Sánchez fueron conducidos por Ameijeiras y Villa, y el de Imías, estuvo a cargo de Pena y Belarmino Castilla. En la toma del Central Soledad, fueron decisivos los hermanos Herrera. El gran “éxito militar” de Raúl, más bien un “éxito de marketing”, fue el secuestro de 29 marines el 28 de junio de 1958. Una práctica que retomarían y perfeccionarían las guerrillas colombianas, al igual que su experimento de mini estado guerrillero en Yateras.

 

De modo que, en medio siglo, el militar de más alto rango en Cuba no tiene ni una batalla memorable en su haber. El desastre del Moncada fue obra de su hermano; la victoria de Girón, de El Gallego Fernández; la invasión, de Camilo y Guevara, y la guerra de Angola fue tarea del incómodo General Arnaldo Ochoa.

 

Fidel Castro, conocedor de las limitaciones de su hermano, y sabiendo que sólo jefes militares capaces lo conducirían al triunfo, lo confinó al Segundo Frente (en compañía de probados guerrilleros, como Ameijeiras), mientras depositaba en otros el peso de la guerra. Una vez obtenido el triunfo, y cuando la fidelidad pasó a ser más importante que la eficiencia, le permitió ascender al segundo puesto en el escalafón. Porque si una virtud tiene Raúl a los ojos de su hermano es la fidelidad. Sólo Celia Sánchez y él han gozado de la irrestricta confianza del desconfiado boss. Un porvenir que Raúl Castro ha sabido labrarse, dada su habilidad para la estrategia palaciega. De un modo u otro, ha logrado deshacerse de los jefes militares que le hacían sombra en su lugar a la diestra del Señor: Camilo, el Che, Ramiro Valdés, Ochoa, Abrahantes.

 

El sanguinario

 

Su fama de sanguinario data del exilio mexicano, cuando se encargó de ejecutar personalmente a un expedicionario acusado de traición. En el Segundo Frente abundaron más las ejecuciones que los combates. Incluso los marines secuestrados fueron invitados a presenciar el fusilamiento de varios prisioneros acusados de bandidos. Circula la anécdota de que Fidel le comunicó que no quería más sangre en el Segundo Frente, momento en que el obediente Raúl optó por ahorcar a los prisioneros. Tras el triunfo, se encargó personalmente de supervisar las ejecuciones de policías y militares acusados de crímenes en la zona oriental. Y recientemente, José Basulto dice tener confidencias de fuentes de inteligencia norteamericanas asegurando que en las grabaciones relacionadas con el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate se escucha claramente la voz de Raúl Castro. Se cuenta que durante los sucesos de agosto de 1994 en La Habana, cuando por primera vez los cubanos se lanzaron a la calle, el ministro del Interior, Abelardo Colomé Ibarra, le pidió instrucciones. Raúl le respondió que si la cosa se ponía peor, habría que “sacar los tanques”. Al cabo, no fue necesario. Los palos de las Brigadas de Acción Rápida, el Contingente Blas Roca, y la presencia de su hermano mayor disolvieron los disturbios. Dado su escaso carisma y la poca simpatía de que goza entre la población cubana, ya sabemos que Raúl Castro no habría dudado en apelar a métodos más contundentes. ¿Le habría obedecido el ejército y disparado contra la población? Ya eso es harina de otro costal, y algo que posiblemente no sepamos hasta que no ocurra.

 

El hermano

 

A pesar de su papel de segundón eterno junto a la figura de Fidel, sometido a su personalidad y su despótico paternalismo de mayoral en la finquita nacional, la fidelidad de Raúl al Hermano en Jefe parece fuera de duda. Se afirma incluso que la frase "Donde sea, como sea y para lo que sea, Comandante en Jefe: Ordene", es obra suya. En la Sierra Maestra, sus ataques de celos hacia personalidades más a la altura de Fidel, como Camilo y Guevara, le merecieron el ascenso a comandante y el alejamiento al Segundo Frente, donde no tendría oportunidad de introducir ruidos que alejaran la victoria.

 

Algunos analistas de su personalidad le diagnostican un viejo complejo de inferioridad que se refleja en un afán de diferenciación (reafirmación). El atildado y ordenado Raúl, frente al descuidado y caótico Fidel. Sin nada que oponer a la personalidad arrolladora y el carisma del hermano mayor, Raúl cultivó las artes de la intriga, el calculado rencor y la paciencia: afiladas armas para la supervivencia en una corte donde ni hijos, ni hermanos disfrutan de inmunidad. La incondicionalidad es el único parentesco que ofrece garantías. Virtud que ha perfeccionado.

 

¿Es entonces el General de Ejército Raúl Castro, “un dirigente con dominio de la situación y capacidad de prever el futuro”, como afirma el Teniente Coronel Jorge Martín Blandino en su entrevista publicada en Granma? ¿Será cierto, como asegura su entrevistado, que tras la muerte del Castro mayor “la Revolución, sencillamente, seguirá adelante” como si tal cosa? ¿Será acertada su afirmación de que “No es exacto hablar de relevo de generaciones en la Revolución cubana, sino de continuidad”? ¿Sustituirá realmente Raúl a su hermano? Y, en tal caso, ¿qué podemos esperar de él? Son preguntas que merecen respuesta.

 

Comunista de antiguo pedigrí, general sin batallas, líder de segunda, rencoroso, calculador y más taimado que inteligente, Raúl Castro carece de cualidades para ejercer un verdadero liderazgo, pero más que suficientes para, apoyado sobre una nomenclatura temerosa de perder sus privilegios —y, más aún, de que se les pidan cuentas—, mantenerse en el poder durante el período de gracia que le conceda su maltratada anatomía. Más aún si sabemos que, en caso de necesidad, no dudaría en apelar a soluciones drásticas.

 

Pero, ¿realmente sustituirá a Fidel, como asegura la línea sucesoria?

 

La pregunta tiene una doble respuesta: la física y la política. La primera depende de los misterios de la fisiología y resulta difícil de responder. Se sabe que Raúl Castro, a sus 70 abriles, no es un chiquillo, que su salud ha sufrido quebrantos, a lo que ha colaborado (dícese) su afición a los alcoholes de alto octanaje. Por su parte, del hermano mayor se asegura que padece cáncer intestinal, una dolencia cardíaca y que ha sufrido un par de isquemias cerebrales, más una colección de estragos menores; aunque dado el secretismo, la frontera entre el dato y la conjetura es neblinosa. De cualquier modo, lo cierto es que la reacción de su corte cuando sufrió un apagón en el Cotorro y las reiteradas referencias de Raúl a la sucesión permiten suponer que se trata de una muerte anunciada, aunque no necesariamente inmediata. Una opción semisucesoria, sería el agravamiento de su ya obvia pérdida de facultades —lapsus, extravío del hilo en los discursos, dificultades del habla—hasta convertirlo en una suerte de icono que la nomenklatura se encargará de sacar en procesión mientras dure.

 

La respuesta política es sencilla: no lo sustituirá. Ocupará, presuntamente, su sitio.

 

En cualquier caso, Raúl Castro sí viene preparando la sucesión desde hace mucho tiempo, incluso antes de que fuera previsible. Desde fines de los 70 y principios de los 80, hombres del entorno de Raúl Castro han ido ocupando posiciones que consoliden una plataforma de fieles para el ejercicio del poder: aquel Humberto Pérez de la Junta Central de Planificación, extirpado por “tecnócrata” en 1985; Carlos Aldana, omnipotente capo del DOR, caído en desgracia por dedicarse a ejercer por cuenta propia. La retirada de Ramiro Valdés, su eterno rival y creador de la elite represiva, el Ministerio del Interior, allanó el camino al hermanísimo, que vio consumado su triunfo tras los sonados casos de 1989 relacionados con el tráfico de drogas. Empezando por Abrahantes, el ministro encarcelado y muerto en prisión en misteriosas circunstancias, el MININT fue “saneado”, y sus mandos, sustituidos por hombres de Raúl, hasta convertirlo, en la práctica, en un departamento de las FAR. Aberlado Colomé Ibarra, el actual ministro, responde directamente a Raúl. Por primera vez en treinta años, el hermanísimo tenía bajo su control hasta la última pistola del país.

 

Pero el “clan Raúl” no se limita a las instituciones armadas. Sólo seis dirigentes cubanos integran los tres círculos exclusivos del poder: el Consejo de Estado, el Consejo de Ministros y el Buró Político. De ellos, cuatro pertenecen al clan: Raúl, Aberlado Colomé Ibarra, Marcos Portal y Julio Casas Regueiro. Los otros son el propio Fidel y Carlos Lage. Veinte oficiales de las fuerzas armadas son delegados a la Asamblea del Poder Popular, cuya actual función ornamental no la exime de tener mañana cierta importancia, sobre todo de cara a la legitimación exterior del nuevo gobierno.

 

Marcos Portal, ingeniero químico, y esposo de Tania Fraga Castro, sobrina de Fidel y Raúl, es el ministro de la Industria Básica (MINBAS) desde 1983, miembro del Buró Político desde 1997, y del Consejo de Estado desde 1998. Un ministerio que ha acaparado recientemente la producción farmacéutica. Formados por Marcos Portal en su ministerio son los actuales ministros de pesca, Alfredo López Valdés, y de Comercio Exterior, René de la Nuez. A ellos se suma el cuñado de Portal, José Antonio Fraga Castro, al mando del Grupo Empresarial de Laboratorios Farmacéuticos (LABIOFAM). Al “clan” pertenecen también el ministro de Economía, José Luís Rodríguez, el presidente del Banco Central, Francisco Soberón, y el ministro de Salud Pública, Carlos Dotres, quien lleva la “diplomacia de los médicos”, que ejercen sus funciones en numerosos países del Tercer Mundo. En total, según algunos expertos citados por El Nuevo Herald, existen hombres de Raúl ocupando altos puestos directivos en la mayoría de los 27 ministerios y 4 institutos que componen la Administración Central del Estado.

 

Julio Casas Regueiro, primer viceministro de las FAR, lleva a cabo la llamada “política de perfeccionamiento económico”. Y el verdadero “perfeccionamiento”, que es el tránsito hacia una economía de mercado, está también en manos de oficiales de Raúl Castro, en activo o jubilados, cuya presencia es abrumadora en la dirección de las empresas mixtas y en todas aquellas que operan en la economía del dólar.

 

Queda claro que la sucesión está siendo preparada. Y en tal caso, ¿qué podríamos esperar del hermanísimo en el poder? Para responder a esa pregunta deberíamos repasar algunas de sus conductas y declaraciones durante los últimos años.

 

Han sido notables sus salidas de tono y sus afirmaciones, cuando menos, sorpresivas. Algunas se pueden atribuir fácilmente a su incapacidad política, como cuando dijo el 4 de enero de 2001: "Que estén alertas, que no se desvíen, que la experiencia de lo que sucedió en la URSS, muy especialmente nos puede pasar aquí, esa autodestrucción del país más grande del mundo". Y el diario Granma tuvo que corregirle la plana. También ha afirmado que "esto es sociolismo, no socialismo", que "esto no lo para ni un millón de policías", refiriéndose a la corrupción generalizada, o que "aquí el problema no es el imperialismo, es el hambre".

 

Su hermano, pendiente de su papel en la historia, de donde dimana su fundamentalismo y su terca negativa (a menos que sea imprescindible para su supervivencia) a enmendar la obra con la que pasará a las enciclopedias, ha supeditado durante más de 40 años los intereses del hombre común a su proyecto personal. Ha aspirado a una parcela del liderazgo mundial, de cara al Tercer Mundo, a América Latina, a África. Y confiando en que su voluntad y sus dotes de liderazgo anularían cualquier oposición, no ha dudado en sacrificar para ello la felicidad y el bienestar de los cubanos.

 

Raúl no cuenta con esas dotes, y está más cerca de las preocupaciones del hombre común. Más cerca no significa que las haga suyas, sino que deberá considerarlas si quiere conservarse mínimamente en el poder. Difícilmente ignore que, además, no cuenta con la simpatía de los cubanos; ni tiene a su favor la mística que sí ha cultivado su hermano.

 

¿Qué podríamos esperar entonces de su gobierno?

 

Su tradición autoritaria (y su propio instinto de supervivencia) permiten augurar que no admitirá cambios políticos sustanciales —ni siquiera en la esfera académica; recordemos que fue suyo el cierre del CEA y las feroces críticas a los intelectuales—. Sus precoces votos comunistas permitirían augurar una vuelta de tuerca a la ortodoxia. No obstante, sabe que si desea ser tolerado deberá favorecer una mejora en las condiciones de vida de la población, una vez caducada la mitología equina. Y un barrunto de lo que podría suceder lo hallamos en su visita a China en 1997, cuando en entrevista con el primer ministro Li Peng, aseguró que las reformas que tienen lugar en ese país podrían servir de referencia y aplicarse en Cuba. Es decir, apertura de mercado y represión política. Una fórmula que en el gigante asiático ha permitido un cuarto de siglo de crecimiento económico sin desbancar del poder a la clase reinante. No es raro entonces que sean hombres del “clan Raúl” quienes lleven en Cuba la mayoría de las empresas que ya actúan de acuerdo a las leyes del mercado.

 

Otro asunto de la mayor importancia, son las relaciones con el vecino del norte. En enero, Raúl advirtió a Estados Unidos: "yo soy de los que creen que al imperialismo le convendría más tratar, con nuestras diferencias insalvables, de normalizar las relaciones en vida de Fidel que en el futuro". De lo que podemos leer todo lo contrario. Ajeno al “destino histórico” de su hermano, para quien el embargo y la beligerancia han sido excelentes medios de proyección internacional de una imagen numantina, y perfectas excusas para la indigencia económica; Raúl pactaría más fácilmente una apertura hacia el norte en el sentido económico, siempre que el monopolio político a corto plazo no se viese afectado. ¿Aceptaría Estados Unidos una invitación de esa índole? ¿Aceptaría la comunidad cubana participar en el reparto del pastel económico cubano? No se puede dar una respuesta categórica, pero habría que ver las condiciones que ofrezca el nuevo mayoral de la finca. Seguramente habrá empresarios norteamericanos y cubanoamericanos, que estarían dispuestos, sin demasiados remilgos, a concertar buenos negocios. Salvando las distancias, Norteamérica mantiene con China un enorme volumen de negocios, sin que hasta hoy el tema de las libertades o los derechos humanos haya determinado los índices de la bolsa.

 

¿Presenciaremos en Cuba la Era China de El Chino, como algunos llaman a Raúl Castro Ruz? ¿Fallará la paciencia de los cubanos y veremos al hermanísimo escribir sus memorias en alguna isla remota del Yang-Tse? Está por ver. La realidad es siempre más sorpresiva que cualquier conjetura.

 

 

“El hermanísimo (II) ”; en: Cubaencuentro, Madrid,18 de diciembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/12/18/5439.html.

 

“El hermanísimo (I) ”; en: Cubaencuentro, Madrid,13 de diciembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/12/13/5370.html.



Muerte a plazos

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Jorge Mynor Alegría Armendáriz tenía 38 años y era periodista de Radio Amatique, una estación de Puerto Barrios, Guatemala, donde conducía el programa Línea Directa, muy crítico hacia las autoridades locales. Amenazado de muerte en varias ocasiones, a fines de agosto pasado denunció que el alcalde de Puerto Barrios, Jorge Mario Chigua, había despedido a 60 empleados municipales. El 5 de septiembre de 2001, informó sobre el levantamiento de la inmunidad parlamentaria de David Pineda, diputado local del Frente Republicano Guatemalteco y antiguo alcalde de la ciudad, procesado por presunta malversación. Jorge Mynor se proponía investigarle a fondo y hacer públicos sus resultados. Pero ese mismo día, frente a su casa, unos desconocidos le asesinaron de seis disparos. A la mañana siguiente, otro periodista del mismo medio, Enrique Aceituno, presentó su dimisión tras recibir reiteradas amenazas, y ante la perspectiva de sufrir la misma jubilación anticipada que su colega. Ni uno ni otro son casos excepcionales: al menos 20 periodistas guatemaltecos han sido amenazados o agredidos en lo que va de año.

 

En dos meses de guerra en Afganistán, casi una decena de periodistas han muerto. Más bajas que las que, oficialmente, reconoce entre sus tropas el gobierno norteamericano. Asesinados a sangre fría, asaltados para robarles, emboscados y tiroteados, la tarea de informar coloca al reportero de guerra en circunstancias de especial indefensión.

 

En 1999, 71 periodistas de 19 países fueron asesinados. El récord correspondió a Yugoslavia (22), seguida de Sierra Leona (10), lo cual se explica por la situación bélica de ambas naciones. Colombia, con 7 periodistas asesinados, se mantiene entre los primeros puestos del macabro ranking.

 

Durante el año 2000, según Reporteros sin Fronteras, fueron 33 los asesinados. Sierra Leona con 3, Rusia y Ucrania con 4 cada una, así como Mangla Des, Colombia, Filipinas, la India y Sri Lanka, con dos periodistas por país, ocupan los primeros puestos. Los datos de la Asociación Mundial de Periódicos (WAN, por sus siglas en inglés), al incluir a periodistas y otros empleados de los medios de comunicación, hace ascender la lista a 53. Según ellos Colombia (10 asesinados) y Rusia (6) siguen siendo los países más peligrosos, donde el ejercicio responsable y veraz de la información puede considerarse un deporte de riesgo. Si bien las cifras de 2000 fueron sensiblemente inferiores a las de 1999, se da una terrible circunstancia: disminuyeron los periodistas muertos en combate y aumentaron los ejecutados para evitar la revelación de noticias escabrosas, o como represalia por haberlo hecho y advertencia al resto de los colegas.

 

En ninguna de estas listas aparece Cuba. Según ellas, ni un periodista de la Isla ha sido asesinado. Y hasta donde sabemos, es cierto. Relativamente cierto. ¿Por qué? Porque las estadísticas de Reporteros sin Fronteras sólo recogen los asesinatos al contado; no las mutilaciones o las muertes a plazos.

 

La primera mutilación a un periodista en Cuba se produce en la Facultad, cuando se le extirpa el 90% de la zona beligerante del cerebro, dejándole apenas lo suficiente para criticar a algún administrador descarriado, los dependientes de un comercio o los vendedores ambulantes que intentan sobrevivir en los arrabales del sistema. Claro que con frecuencia las operaciones no tienen éxito, y el periodista sale dispuesto a enfrentarse a la realidad. Tras muchos intentos fallidos, mutilados por el toque de silencio, el periodista puede seguir varios caminos:

 

1-Automutilarse y ejercer el periodismo manso que se le exige.

 

2-Redireccionar toda su energía crítica contra el criticable de turno (el imperialismo y alguien más: rusos, chinos, argentinos, etc.) y convertirse en un exitoso periodista orgánico —algo así como un relaciones públicas que redacta—.

 

3-Abandonar el periodismo y aplicar sus habilidades gramáticas a la redacción de folletos turísticos, por ejemplo.

 

4-Que lo excluyan del ejercicio oficial de la profesión, tras declararlo inmutilable, y no sujeto, por tanto, a la feliz reeducación de sus habilidades.

 

Si el periodista ha llegado a este extremo, si se empecina en hacer uso de su integridad crítica, puede emplearse en el periodismo alternativo, en cuyo caso el Estado dicta contra él sentencia de muerte a plazos, con la ventaja añadida de que el reo no aparecerá en las estadísticas de la WAN. El método de ejecución es mucho más sofisticado que la inyección letal o la silla eléctrica.

 

Como ejemplo, puede servirnos el periodista Raúl Rivero. Tras dar a conocer sus opiniones alternativas, el primer paso fue excluirlo de todas las organizaciones gremiales y declararlo, profesionalmente, “no persona”. Más adelante se le declara “no persona” en sentido general: se le puede acosar, citarlo una y otra vez a la estación de policía, detenerlo, interrogarlo y volverlo a soltar. Si el periodista es invitado a un evento internacional —a México o a Miami en este caso—, las autoridades le niegan el permiso, aunque le reiteran que contaría con una rapidísima autorización en caso de que la salida fuera definitiva. El reo sufre las repetidas amenazas de los oficiales de la Seguridad del Estado, quienes expurgan con cuidado sus artículos publicados fuera de la Isla buscando una frase punible, dada la legislación vigente. No pocos periodistas han dado ya con sus huesos en la cárcel por presunta difamación al Comandante en Jefe.

 

Recordemos que en Cuba existe la llamada Ley de Protección de la Independencia Nacional y la Economía. Según ella pueden dictarse condenas de hasta 20 años para quienes difundan documentos “subversivos” (eso significa cualquier cosa que no sea obediencia pura). La policía hostiga permanentemente a los periodistas alternativos, de modo que medio centenar se han exiliado, varios cumplen condena y hasta los corresponsales de medios extranjeros destacados en Cuba se encuentran bajo vigilancia.

 

Las autoridades, por su parte, pueden difamar e insultar al periodista públicamente sin derecho a réplica. "Ellos no te llaman y te dan una paliza. No te dan un tiro ni te caen a patadas. Tratan de desestabilizarte, humillarte, desprestigiarte. Te acusan de ladrón, traficante o, incluso, hacen creer que eres colaborador del gobierno'', dijo Rivero recientemente.

 

Todo ello forma parte de la muerte a plazos: se le priva primero de todo medio oficial de subsistencia, para después investigar si cobra por sus colaboraciones en la prensa internacional. En caso afirmativo, se le acusa de mercachifle de la palabra, algo que puede llevarlo incluso a la cárcel. Si no se le comprueba, los agentes y policías harían bien en pedirle la receta de cómo vivir del aire, o elevando los brazos en el patio para hacer la fotosíntesis, aprovechando el inclemente sol de la Isla. Receta que garantizaría el futuro luminoso de la Isla. Con un fervor digno de mejores empeños, también se persigue si compra en bolsa negra o ejerce el trapicheo de subsistencia, empleando para ello unos parámetros morales que, de aplicarse textualmente a la población cubana, sería más barato enrejar la Isla que construir cárceles para todos.

 

Pero eso no basta.

 

La condena no sólo incluye matar el prestigio, la probidad, la estabilidad emocional, matar la honradez del reo a los ojos del público. La condena se extiende a la familia. Blanca Reyes, la esposa de Raúl Rivero, lleva dos años intentando que la autoricen a visitar a su hijo, que reside en Miami. Se le ha negado. Y recientemente la han amenazado “con abrirle un expediente por 'tráfico ilegal de divisas'. Claro que los mismos agentes volvieron a recomendarle que se fuera del país con Raúl. Esta parte de la condena es quizás la más perversa: acosando a la familia mes tras mes, año tras año, pueden debilitar su unidad, crear fricciones y sembrar la duda: ¿valdrá la pena todo este sufrimiento y este acoso? ¿No estaremos inmolando las únicas vidas que tenemos por un resultado incierto? Y el propio periodista puede verse ante una dolorosa disyuntiva: Hago lo que considero mi deber, pero ¿tengo derecho a imponer una vida de perseguidos a las personas que amo?

 

Si un buen día el periodista, por cualquier motivo (familiar, personal, profesional) decide aceptar el consejo de sus verdugos y abandonar el país, entonces la muerte a plazos se habrá consumado sin necesidad de manchar las impolutas estadísticas cubanas. Un país donde Jorge Mynor Alegría Armendáriz jamás habría sido asesinado. De haber sido nombrado por el Departamento de Orientación Revolucionaria, el propio director de Radio Amatique se habría encargado de que jamás investigara las actividades de un diputado del único partido, y menos aún que lo diera a conocer en un programa de su cadena. De ser un periodista cubano, Jorge Mynor aún caminaría por este mundo, dormiría con su mujer y conduciría su programa. Lo que no me atrevería a afirmar es que siguiera con vida.

 

“Muerte a plazos”; en: Cubaencuentro, Madrid,10 de diciembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/cultura/2001/12/10/5294.html.



Victoria de la razón

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Por décima vez consecutiva, el embargo norteamericano ha sido condenado por amplia mayoría. Esta vez 167 países votaron a favor de la resolución 56/9, 3 votaron en contra y tres se abstuvieron. “Contundente victoria de Cuba en las Naciones Unidas”, puede leerse en el Diario Granma, ansioso por demostrar, como de costumbre, que el planeta en pleno apoya al gobierno de la Isla. Olvidando que la inmensa mayoría de esos países votó hace no mucho a favor de condenar al gobierno cubano por su sistemática violación de los derechos humanos. En aquel momento la prensa insular tildó a esas mismas naciones de lacayos del Imperio, lamebotas y sobornados. En su esquema maniqueo de las relaciones internacionales, no parecen comprender que existe algo llamado “independencia de criterio”.

 

De hecho, no se trata de una victoria del gobierno cubano —que ha secuestrado el nombre de Cuba durante medio siglo—, sino de la razón.

 

En teoría, el embargo tiene como propósito presionar a la Isla para forzar el cambio hacia un Estado de derecho y el respeto a las libertades individuales. Y la razón nos dice que si no lo ha conseguido en 43 años, algo falla. Las únicas dos empresas que han aplicado empecinadamente la misma política durante 43 años, a pesar de su probada ineficacia, son el gobierno cubano y quienes mantienen en Estados Unidos el embargo. En ambos casos se invoca la felicidad de los cubanos. En ambos casos, la felicidad de los cubanos es lo que menos cuenta.

 

Cuando ya la ineficacia del embargo había quedado sobradamente demostrada, e incluso su utilidad para el gobierno de la Isla, que la emplea como hoja de parra para tapar su ineficiencia, la respuesta norteamericana fue recrudecerlo, al aprobar la Ley Helms-Burton. Una ley que “procura sanciones internacionales contra el Gobierno de Castro en Cuba, planificar el apoyo a un gobierno de transición que conduzca a un gobierno electo democráticamente en la Isla y otros fines". Su presupuesto básico es sancionar y reparar "el robo por ese Gobierno [el de Castro] de propiedades de nacionales de los Estados Unidos", haciendo de ello un instrumento para la democratización de Cuba.

 

Y será el presidente de Estados Unidos quien determine cuándo existe un gobierno de transición. Dimanar de elecciones libres e imparciales y una clara orientación hacia el mercado, sobre la base del derecho a poseer y disfrutar propiedades, son las condiciones adicionales para que el mismo presidente concluya que se trata de un gobierno elegido democráticamente, momento en que la felicidad reinará en la Isla, ya que el bienestar del pueblo cubano se ha afectado, según la ley, por el deterioro económico y por "la renuencia del régimen a permitir la celebración de elecciones democráticas". La primera razón es obviamente correcta. La segunda, indemostrable. Taiwán, Corea y Chile, por un lado; Haití, Nicaragua y Rusia, por el otro, demuestran que la democracia de las urnas y la democracia del pan no forman un matrimonio indisoluble.

 

La presunta “amenaza castrista” permite a la ley apelar a la extraterritorialidad y sancionar a terceros países, dado que "El derecho internacional reconoce que una nación puede establecer normas de derecho respecto de toda conducta ocurrida fuera de su territorio que surta o está destinada a surtir un efecto sustancial dentro de su territorio" (sic). [No sólo a entidades y personas que]"trafiquen con propiedades confiscadas reclamadas por nacionales de los Estados Unidos", sino a quienes establezcan con Cuba cualquier comercio en condiciones más favorables que las del mercado; donen, concedan derechos arancelarios preferenciales, condiciones favorables de pago, préstamos, condonación de deudas, etc., etc. Es decir, todo lo que proporcione al Gobierno Cubano "beneficios financieros que mucho necesita (...) por lo cual atenta contra la política exterior que aplican los Estados Unidos". De modo que el planeta Tierra y sus alrededores quedan advertidos: Cualquier acción que contradiga la política exterior norteamericana respecto a Cuba, queda terminantemente prohibida.

 

El resultado ha sido la posposición indefinida de la aplicación de sus capítulos más drásticos. Helms y Burton no tomaron en cuenta que esas actividades económicas son también beneficiosas para los inversionistas, y como la primera ley del capital es la ganancia, la primera libertad democrática es la libertad de empresa, y el primer deber de un gobierno es defender a sus ciudadanos, y si son empresarios, más aún, la protesta ha sido unánime, consiguiendo de rebote la solidaridad hacia el pueblo cubano (que el gobierno de Fidel Castro monopoliza para su usufructo). En lugar de quedar "aislado el régimen cubano", la ley ha conseguido aislar a Estados Unidos, como se observa en cada votación de la ONU al respecto.

 

Está claro que Fidel Castro jamás aceptará las decisiones de una corte norteamericana, de modo que no será él quien pague las propiedades que expropió. ¿Quién las pagará entonces? Aunque la Ley Helms-Burton estipula que el presidente de Estados Unidos podrá derogarla una vez se democratice la Isla, las reclamaciones anteriores a esa fecha tendrán que ser satisfechas (incluso la voluntad de satisfacerlas es condición para que el nuevo gobierno sea aceptable); de modo que se da el contrasentido: Una ley dirigida contra Castro sólo afectará al gobierno de transición o al "democráticamente electo" que lo suceda, es decir, el que, al menos teóricamente, propugna la ley. Gobierno que heredará un país arruinado, y una deuda que no contrajo. Si el propósito es fomentar el nacimiento de una democracia precaria, está muy bien pensado.

 

Con ley o sin ella, si a alguien faltará lo elemental, no será a Fidel Castro, factor que deberíamos tener en cuenta todos los cubanos al pronunciarnos al respecto. Aunque alguno ha afirmado que se trata de "alentar" a los cubanos a "derrocar la dictadura". Una especie de "Sublevación o Muerte" que desde el exilio veremos por televisión.

 

La oposición cubana al embargo/bloqueo, puede inducir a algunos analistas a pensaren su presunta utilidad. Si observamos con atención, descubriremos que esa oposición es retórica, y que todo intento de distensión ha sido bombardeado desde La Habana, dado que los beneficios económicos del cese del embargo no compensarían la rentabilidad política de su mantenimiento, que permite al señor Fidel Castro mantener un discurso victimista, convocar la solidaridad internacional y justificar el desastre del país.

 

En 43 años se las ha ingeniado para domar con discursos y represión la miseria de su pueblo. Pero sabe que sería más difícil manejar las consecuencias de una apertura en toda regla, la invasión de turistas, productos y capital norteamericano. Razón por la que hasta hoy ha admitido la inversión extranjera sólo en la medida que le ayuda a paliar los efectos de la crisis y colaborar en su propia supervivencia. Entonces, ¿esas inversiones que el embargo y la Ley Helms-Burton pretenden evitar, contribuyen a apuntalar al gobierno actual? A corto plazo, sí. Pero también alivian la dramática supervivencia de los cubanos que viven en la Isla, cuyo sufrimiento no puede ser la moneda con que se compre una presunta "transición democrática". Y a mediano plazo, cada empresa que se desliza a otro tipo de gestión demuestra la ineficacia de la economía estatal ultracentralizada al uso, y debilita los instrumentos de control del individuo por parte del Estado. Concede al pueblo cubano una percepción más universal, más abierta, y de ahí una mayor noción de sus propios derechos, o de su falta de derechos, en contraste con los que se otorgan al extranjero en su propia tierra; desmitificando el camino trazado desde arriba como el único posible.

 

Hoy los turistas y los empresarios extranjeros corroen más que cualquier embargo las doctrinarias exhortaciones al sacrificio. La mayoría sospecha que el porvenir no queda hacia delante, por la línea trazada que se pierde más allá del horizonte y cuyo destino es por tanto invisible, sino hacia el lado. Más al alcance de la mano.

 

 

“Victoria de la razón”; en: Cubaencuentro, Madrid,5 de diciembre, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/12/05/5211.html.