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Habanerías

FC Export Inc.

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Por si alguien no lo sabía, el mandatario cubano no es uno, sino dos: siguiendo un patrón que los cubanos conocemos bien, existe un FC de consumo nacional y un FC de exportación. A veces coinciden, pero no siempre.
FC Export Inc. fue uno de los oradores más aplaudidos durante la reunión de Durban, Sudáfrica, contra el racismo y la xenofobia. Entre otras verdades incontestables, recordó que en cien países el ingreso per cápita es hoy inferior al de hace quince años, que la fortuna de los tres hombres más ricos del mundo es superior al producto interno bruto sumado de los 48 países más pobres, y que 200 multimillonarios cuentan con ingresos ocho veces superiores a los de los 582 millones de terrícolas más pobres. Habló del racismo y la xenofobia como “un fenómeno social, cultural y político, no un instinto natural de los seres humanos”, cosa que más o menos todos sabemos. Y descargó toda la responsabilidad del desequilibrio mundial en la conquista y explotación del Nuevo Mundo, el reparto de África y Asia entre las naciones europeas, y la práctica del colonialismo y la esclavitud; exigiendo a las naciones desarrolladas compensaciones por sus crímenes pasados, presentes y futuros. ¿De dónde saldría el dinero para abonar estas compensaciones destinadas a equilibrar la balanza mundial del desarrollo? El Sr. Fidel Castro tiene la respuesta: entregar sin dilación a los países pobres el 0,7% del PNB de las naciones desarrolladas; abolir la carrera armamentista y el comercio de armas y destinar al desarrollo “una buena parte del millón de millones de dólares que se dedica cada año a la publicidad comercial, forjadora de ilusiones y hábitos de consumo imposibles de alcanzar, junto al veneno que destruye las identidades y las culturas nacionales”. Así de fácil.
Sin dudas, el desequilibrio mundial es a la larga insostenible, y sobre las naciones más ricas recae la responsabilidad de contribuir al desarrollo de los países más pobres. No sólo porque les corresponde cierta responsabilidad histórica de su desdicha (aunque también), sino porque en la aldea global nadie puede desentenderse de lo que le ocurre al vecino. No hay nación suficientemente impermeable como para impedir que la avalancha migratoria, los fundamentalismos, las guerras y el terrorismo no toquen a su puerta. Males que tienen su origen y/o su sustento en la miseria endémica y la falta de expectativas.
La tesis maniquea de FC, según la cual la culpa de todo la tienen las naciones colonialistas y esclavistas, el capital y los monopolios —en cumplimiento de su viejo axioma “la culpa es de otro”, sea el imperialismo, el embargo, la caída del comunismo o los ciclones—, no explica por qué Corea del Norte y del Sur son hoy tan diferentes, por qué Chile es cada vez más rico y Cuba cada vez más pobre, por qué Rusia, país colonial, es hoy más pobre que los tigrillos asiáticos, que un día fueron colonia, o la diferencia entre la India y Australia, ambas ex-colonias inglesas.
Debe ser muy grato a los oídos de ciertos mandatarios africanos, insultantemente ricos en países insultantemente pobres, escuchar que toda la culpa es de otro, y posiblemente se afilen los dientes ante la perspectiva de compensaciones económicas.
Su receta para obtener los recursos compensatorios parece responder a aquel slogan del 68, “sean realistas, pidan lo imposible”. Cuando alega que el desarme universal y la abolición de la propaganda comercial darían recursos suficientes para el desarrollo, los presentes le aplauden como si fuera un chiste o una metáfora. Todos, incluso él, saben que decirlo es mucho más fácil que hacerlo. Pero es difícil creer en la receta cuando proviene de uno de los países más pobres y mejor armados de América Latina. Un país que exportó la Revolución a los tres continentes, de modo que “más de medio millón de cubanos han cumplido misiones internacionalistas absolutamente voluntarias”, según FC Export. Voluntariedad que no se cree ningún cubano. Y se jacta de su contribución a la abolición del apartheid, y la conversión de Sudáfrica en un país libre. Tan libre, que disfruta de pluripartidismo, democracia representativa y del derecho de opinión (fue algo que olvidó señalar).
FC Export se hizo eco de “la persecución a que son sometidos los gitanos en Europa”, de los 500 mexicanos muertos el año pasado en la frontera con Estados Unidos —más de los que murieron, según él, en al muro de Berlín, aunque se declara contrario a cualquier muro—. FC Import habría aclarado que una cosa son los gitanos europeos, y otra los disidentes cubanos. O que en el Estrecho de la Florida yacen 30.000 cubanos, mojados de cuerpo entero, en contraste con los espaldas mojadas mexicanos. O que las trabas impuestas por Cuba a la emigración y al “tráfico libre de personas” que él le exige al ALCA no constituyen un muro, porque anda escaso el cemento.
Y para concluir, FC Export felicitó “al presidente Mbeki por la democrática y valiente idea de que los participantes en el plenario de la Mesa Redonda preguntasen todo lo que quisieran”, según el diario Granma. Algo que a FC Import jamás se le hubiera ocurrido.
Septiembre, 2001



Vaticinios

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Si no aprendemos de la Historia, nos vemos obligados a repetirla. Cierto.
Pero si no cambiamos el futuro, nos veremos obligados a soportarlo.
Y eso podría ser peor.
Alvin Toffler
“El futuro ya no es lo que era”, dijo un tal Anónimo, y lo repitieron con otras palabras Paul Valery y Arthur Clarke. Puede decirse que el futuro ya no es lo que solía ser aquel 16 de octubre de 1953, cuando el joven abogado Fidel Castro Ruz leyó su alegato de defensa “La historia me absolverá”. Aquel texto nos permite cotejar el dibujo del porvenir que en aquellos días nos ofrecía el protolíder cubano con la realidad a medio siglo de distancia.
Antes de ofrecernos un vaticinio del futuro que se construiría bajo sus órdenes, FC vindicó su derecho a subvertir por la fuerza un orden tiránico. Citaba a tales efectos a las monarquías teocráticas de la antigüedad, a los pensadores de la antigua India, las ciudades estado de Grecia y a la República Romana, a Juan de Salisbury, Santo Tomás de Aquino, Martín Lutero, Felipe Melanchtlon, Calvino, Juan Mariana, los reformadores escoceses y Jorge Buchman, Juan Altusio, Juan Jacobo Rousseau, la Declaración de los Derechos del Hombre (“Cuando una persona se apodere de la soberanía, debe ser condenada a muerte por los hombres libres”) y a Montesquieu, entre otros, con una memoria prodigiosa que le abandonó en 1959, porque desde entonces hasta hoy la más tímida disidencia ha sido objeto de sanciones desmesuradas, tildadas de acciones al servicio de una potencia extranjera (el monopolio del poder trae de ñapa el monopolio de la cubanía). Él mismo lo explica citando en su alegato a Montesquieu: “Así como es necesaria la virtud en una democracia, el honor en una monarquía, hace falta el temor en un Gobierno despótico, en cuanto a la virtud, no es necesaria, y en cuanto a honor, sería peligroso”. Desde aquel instante podíamos empezar a preocuparnos por nuestro futuro, el sitio donde, como dijeran Mike Mc Avennie y Woody Allen, habríamos de pasar el resto de nuestras vidas.
¿Cuál era el futuro de Cuba que proponía aquel abogado? Se resumía en cinco leyes que “serían proclamadas inmediatamente”. La primera “devolvía al pueblo la soberanía y proclamaba la Constitución de 1940 como la verdadera ley suprema del Estado”. La segunda era la Ley de Reforma Agraria que se pondría en marcha. La tercera, otorgaría “a los obreros y empleados el derecho de participar del 30% de las utilidades en todas las grandes empresas”. “La cuarta ley revolucionaria concedía a todos los colonos el derecho a participar del 55% del rendimiento de la caña y cuota mínima de 40 mil arrobas a todos los pequeños colonos que llevasen tres años o más de establecidos”. Y la quinta ley “ordenaba la confiscación de todos los bienes a todos los malversadores de todos los Gobiernos” y a herederos de dineros mal habidos. Cosa que también se puso en práctica. Concluyendo “que la política cubana en América sería de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos del continente”, porque “Cuba debía ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo”. De seis, dos. Mal average.
Otros buenos propósitos del joven abogado eran “asegurar a cada trabajador manual e intelectual una existencia decorosa”, así como resolver los ocho problemas: “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; (...) junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política”. En cuanto al problema habitacional, se proponía financiar “la construcción de viviendas en toda la Isla en escala nunca vista, bajo el criterio de que si lo ideal en el campo es que cada familia posea su propia parcela, lo ideal en la ciudad es que cada familia viva en su propia casa o apartamento”. Medio siglo después, el legado es la destrucción de las ciudades “en escala nunca vista”, sólo el pequeño agricultor de 1959 posee la tierra, y aquel joven abogado que citaba los criterios anti latifundistas de la Constitución del 40 es el mayor terrateniente del planeta. Vamos a peor: de ocho, dos, y quizás pecamos de generosos.
“Cuba sique siendo una factoría productora de materia prima”. (...) “el Estado se cruza de brazos y la industrialización espera por las calendas griegas”, decía él por entonces y no parece haber transcurrido medio siglo. Incluso resulta asombroso que desde esa distancia, aquel abogado nos dicte un programa de Gobierno que se ajusta bastante a lo que esperan los cubanos de una transición: “Un Gobierno revolucionario con el respaldo del pueblo y el respeto de la nación, después de limpiar las instituciones de funcionarios venales y corrompidos, procedería inmediatamente a industrializar el país, movilizando todo el capital inactivo que pasa actualmente de mil quinientos millones a través del Banco Nacional y del Banco de Fomento Agrícola e Industrial y sometiendo la magna tarea al estudio, dirección, planificación y realización por técnicos y hombres de absoluta competencia, ajenos por completo a los manejos de la política”. Claro que ya no existen los millones que él heredó y dilapidó graciosamente.
Cierto que algunas cosas han variado: el cubano es hoy un pueblo más instruido, y dispone de índices de atención médica y educacional superiores. El país de inmigrantes se convirtió en país de emigrantes. De estar a la cabeza de América Latina en sus parámetros económicos, se ha trasladado a la cola. Del superávit al déficit. De acreedor a deudor. De conceder ayuda humanitaria, a recibirla. Hasta Malasia y el Vietnam devastado por una de las peores guerras del siglo le otorgan créditos blandos que parecen limosnas. Los gallegos acuden de turistas a la Isla. Los cubanos acuden de braceros a Almería, se asilan en Honduras, se baten con los tiburones del Estrecho para pisar la tierra prometida. Cuba dispone de uno de los mayores ejércitos del mundo con relación a sus habitantes, la moneda nacional es el U.S. dólar, las prostitutas multiplican el salario de los médicos, y los ingenieros sueñan ser camareros al servicio de un patrón catalán, que ahora acuden como bodegueros de alto standing. O mejor, despertarse algún día convertido en extranjero, para poder vivir decorosamente en el Vedado, fundar su propia empresa en Miramar y llevar a los niños de vacaciones a Varadero. O a Santa María, para no ser muy ambiciosos.
Por todo ello, coincido con aquel joven abogado cuando aseguraba en su alegato: “No podréis negarme que el régimen de Gobierno que se le ha impuesto a la nación es indigno de su tradición y de su historia”. Lo que él pronunció como una acusación, se encargó de convertirlo más tarde en vaticinio.
“La Historia: pendiente de absolución (II) ”; en: Cubaencuentro, Madrid,8 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/08/3488.html.



Angola en la desmemoria

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Más de un cuarto de siglo ha transcurrido desde aquel octubre de 1975, cuando en una operación relámpago tropas especiales cubanas atravesaron el Atlántico y cambiaron el destino inmediato de Angola, un país que hasta ese día pocos cubanos conocían. La operación sorprendió a la inteligencia norteamericana, y más aún a las tropas sudafricanas que habían iniciado un paseo triunfal hacia Luanda.
El 10 de noviembre de 1975 la bandera portuguesa sería arriada por última vez, y una frenética carrera hacia Luanda tenía lugar entre el MPLA de Agostinho Neto, la UNITA de Jonas Sabimvi, el fantasmal FNLA de Holden Roberto, y las tropas sudafricanas.
Detenidos en seco por los cubanos, con la cooperación de las FAPLA, brazo armado del MPLA, los sudafricanos contemplaron estupefactos el principio del fin del apartheid, aunque aún no lo supieran.
Hasta enero del siguiente año, los cubanos no leeríamos en la prensa una mención ambigua a la participación de Cuba en esa guerra, aunque ya habían comenzado las movilizaciones que constituirían, a lo largo de 16 años, e involucrando a cientos de miles de soldados y reservistas, la mayor campaña militar cubana fuera de sus fronteras.
Durante 16 años, Cuba mantuvo en Angola un contingente militar de entre 30.000 y 50.000 hombres; al que se sumaron técnicos, médicos, maestros, etc. Salvo una minoría de mandos militares y dirigentes, que hicieron en Angola carrera y fortuna, los “internacionalistas” acudían a África movidos por el altruismo y la generosidad (en el mejor de los casos), o para evitar una mancha en su expediente que truncaría en Cuba toda posibilidad de ascenso.
Tras el acuerdo tripartita de 1988 entre Angola, Sudáfrica y Cuba, que sancionaría la independencia de Namibia según la resolución 435 de las Naciones Unidas; se determinó la evacuación de los soldados cubanos antes del primero de julio de 1991.
Vimos el regreso de los últimos soldados y la repatriación de los cadáveres, algo más de 2.000 en cifras oficiales; muchos más, según fuentes alternativas. Las secuelas de aquella guerra aún son palpables en los veteranos mutilados física o síquicamente, las viudas y los huérfanos. Para ellos no se trató de un ejercicio de “internacionalismo”. Tampoco fue el capítulo africano en la operación a gran escala por el liderazgo en el Tercer Mundo, emprendida por el Comandante en Jefe tras la extenuación de la insurgencia latinoamericana. Para ellos sigue siendo, hoy, la experiencia que marcó para siempre sus vidas, en ocasiones de modo irreversible.
A diez años de la retirada cubana, ¿cuál ha sido el destino de Angola? ¿Qué peso específico tiene en él la Isla?
La primera pregunta tiene una respuesta trágica. En el décimo aniversario de los acuerdos de paz de Bicesse, firmados en Lisboa, y donde Cuba no fue invitada ni como observadora, Angola cumple más de un cuarto de siglo de guerra civil, con un saldo de cuatro millones de desplazados, un millón de muertos, más de un millón de casos de malaria, más de medio millón de seropositivos y 100.000 afectados por la enfermedad del sueño; un 80% de la población infantil desnutrida y escasos 46 años como promedio de vida. Si es vida que, en uno de los países más ricos de África, con enormes recursos petrolíferos, diamantes y pesca, la mitad de la población duerma a la intemperie, el 82% se encuentre por debajo del umbral de pobreza, sólo el 37% disponga de agua potable, y apenas el 16% cuente con servicios mínimos de saneamiento.
Tanto el presidente José Eduardo dos Santos, democráticamente electo, y que desestimó un futuro socialista para Angola, como Jonas Sabimvi, quien no aceptó su derrota electoral y retomó las armas, reiteran ahora su disposición de reanudar conversaciones de paz. Una disposición más bien retórica, que no descarta el mantenimiento de sus ofensivas militares.
La UNITA, apoyada por Zambia, Burkina Faso, Togo, Ruanda, Uganda, ciertos círculos nostálgicos de África del Sur y los rebeldes del antiguo Zaire —aliados que “no quieren que Angola se convierta en un régimen imperialista en esta parte de África”, según Rui Oliveira, portavoz de UNITA—, ha pasado de controlar las provincias de Cuando-Cubango, Moxico, Bié y las Lundas, donde se encuentras las minas de diamantes, su gran fuente de financiación, a repartirse por todas las áreas rurales, donde desarrolla una estrategia de guerrillas y domina las comunicaciones, incluso las aéreas, hasta el punto de interrumpir el Programa Alimentario Mundial, tras el derribo de dos aviones de la ONU. Acusan al gobierno de practicar ofensivas a gran escala y masacrar a las poblaciones civiles de las áreas controladas por ellos.
Eduardo dos Santos, a su vez, plantea como condiciones básicas para el diálogo, el alto al fuego, el desarme de la guerrilla, el reconocimiento de los acuerdos de paz y el respeto a las leyes e instituciones del Estado, descartando la suspensión de las ofensivas gubernamentales, mientras ocurran sucesos como la matanza reciente de 200 civiles en Caxito y el secuestro de 60 niños, caso denunciado también por Ibrahim Gambari, secretario general adjunto de la ONU para los asuntos africanos, quien ha advertido a UNITA que “no se justifica hacer rehenes como medio de alcanzar objetivos políticos”.
La segunda pregunta, ¿qué peso específico tiene Cuba en el presente y el futuro de Angola?, es muy fácil de responder: ninguno. Portugal, antigua metrópoli; Rusia, suministrador de armas a Luanda; Estados Unidos y Francia, cuyas trasnacionales explotan las reservas petrolíferas de Angola; así como los aliados regionales de ambos bandos, son los elementos que podrían inducir a un acuerdo y el cese de una guerra tan trágica como olvidada por la comunidad internacional. La ONU afirma ahora que adoptará nuevas medidas para buscar la paz en Angola. Y el presidente George W. Bush ha afirmado que no apoyará incondicionalmente al gobierno angolano a pesar de sus concesiones de petróleo, y en carta a dos Santos ha exigido “la búsqueda de una solución pacífica para el conflicto que paraliza el pleno desarrollo de las inmensas riquezas y el potencial de su país y de su pueblo”, lo que explica el retorno a la retórica del diálogo. ¿Será posible la paz a corto plazo en ese opulento y miserable país que un día fue noticia para los cubanos? No hay indicios serios que permitan afirmarlo.
Cuando estuve en Angola en 1985, un humilde estibador de los muelles de Luanda, me confesó para mi perplejidad: “Cuando los portugueses estábamos mejor”. Yo atribuí la frase a su ignorancia. Dieciséis años después, cuando de Cuba sólo quedan en Angola recuerdos difusos y los huesos de muchos compatriotas abonando una tierra martirizada, empiezo a creer que el ignorante era yo.
“Angola en la desmemoria”; en: Cubaencuentro, Madrid,3 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/internacional/2001/08/03/3409.html.



La historia: pendiente de absolución

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A propósito de los recientes festejos por el 26 de julio, he releído el texto del alegato de defensa de Fidel Castro Ruz, conocido como “La historia me absolverá”—título heredado de Adolf Hitler—, 25.241 palabras pronunciadas el16 de octubre de 1953, y he intentado cotejar el dibujo que de aquellos días nos ofrecía el protolíder cubano, su diseño de porvenir para la Isla, con la realidad que tiene lugar medio siglo más tarde, gracias, en buena medida, a su intervención.
Según FC, la dictadura en curso de Fulgencio Batista había significado para Cuba un retroceso de 20 años, y “arruinado al país con la conmoción, la ineptitud y la zozobra se dedica a la más repugnante politiquería, inventando fórmulas y más fórmulas de perpetuarse en el poder”. Y esa dictadura llegó cuando acababa “de cumplir cincuenta años la República que tantas vidas costó para la libertad, el respeto y la felicidad de todos los cubanos”, porque “nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres”. De modo que todavía no era la seudorrepública que más tarde nos enseñaron en la escuela, sino una forma de organización socio-política que su posterior sepulturero definía de la siguiente manera:
“Había una vez una República. Tenía su Constitución, sus Leyes, sus Libertades; Presidente, Congreso, Tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El Gobierno no satisfacía al pueblo pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos y en el pueblo palpitaba el entusiasmo. Este pueblo había sufrido mucho y si no era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Lo habían engañado muchas veces y miraba el pasado con verdadero terror. Creía ciegamente que éste no podría volver; estaba orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de que ella sería respetada como cosa sagrada: sentía una noble confianza en la seguridad de que nadie se atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una mejora, un avance, y lo veía cerca. Toda su esperanza estaba en el futuro”.
Si llega a escribirlo hoy un periodista independiente, estaría cumpliendo condena de 25 años (sin amnistía).
Por entonces la Constitución del 40, que FC defiende con fervor en su alegato, había sido sustituida por unos estatutos a la medida del nuevo amo, y que entrañaban una contradicción: aunque se reconocía que “La soberanía reside en el pueblo y de éste emanan todos los poderes” (Art. 118), se añadía que “El presidente de la República será designado por el Consejo de Ministros” y que a su vez “Corresponde al presidente nombrar y remover libremente a los ministros, sustituyéndolos en las oportunidades que proceda”, de modo que se eligieron entre ellos, y, a su vez, se atribuyeron el derecho a modificar la constitución. Un procedimiento cuyas virtudes tuvo tiempo de reconsiderar en los años siguientes, para ponerlo en práctica, corregido y mejorado, tan pronto asumió el mando de la Isla, hasta el punto de gobernar casi 20 años sin constitución alguna, hacerse una a medida para los 30 siguientes, y olvidar que, según él mismo dijo en su alegato, “es un principio elemental de Derecho Público que no existe la constitucionalidad allí donde el Poder Constituyente y el Poder Legislativo residen en el mismo organismo. Si el Consejo de Ministros hace las leyes, los decretos, los reglamentos y al mismo tiempo tiene facultad de modificar la Constitución en diez minutos, ¡maldita la falta que nos hace un Tribunal de Garantías Constitucionales!”.(Y ¡maldita la falta que nos hace una Asamblea Nacional del Poder Popular que jamás ha votado en contra!, digo yo). Obviando también, una vez ocupado el trono, que “El que tratare de impedir o estorbar la celebración de elecciones generales, incurrirá en una sanción de privación de libertad de cuatro a ocho años”, cosa que recordó a sus jueces.
FC hablaba en su alegato en nombre de los cubanos humildes, a quienes describía pormenorizadamente. Empezando por los soldados, a quienes se prohibía “conversar con cualquier ciudadano de la oposición, es decir, el 99% del pueblo … ? ¡Qué desconfianza …! ¡Ni a las vírgenes vestales de Roma se les impuso semejante regla!”. Las casitas que les habían prometido no pasaban de 300 en toda la Isla, cuando “con lo gastado en tanques, cañones y armas había para fabricarle una casa a cada alistado”. Recuerda “a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento” (y ya los emigrantes van por dos millones). “A los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros cuyos retiros, todos, están desfalcados, cuyas conquistas les están arrebatando, cuyas viviendas son las infernales habitaciones de las cuarterías, cuyos salarios pasan de las manos del patrón a las del garrotero” (valga hoy la redundancia). Recuerda a los agricultores que trabajan una tierra que no es suya y “que no pueden amarla, ni mejorarla, ni embellecerla, plantar un cedro o un naranjo”. Habla en nombre de “los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones y que tan mal se les trata y se les paga; a los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas, arruinados por las crisis y rematados por una plaga de funcionarios filibusteros y venales, a los diez mil profesionales jóvenes (...) que salen de las aulas con sus títulos, deseosos de lucha y llenos de esperanza, para encontrarse en un callejón sin salida, cerradas todas las puertas, sordas al clamor y a la súplica”. Y a los maestros les promete entre 200 y 350 pesos (dólares al cambio de entonces) mensuales, es decir, que hoy deberían ganar entre 4.400 y 7.700 pesos, para que no vivan “asediados por toda clase de mezquinas privaciones”. Más el uso gratuito del transporte a los maestros rurales, años sabáticos, etc. “¿De dónde sacar el dinero necesario?”, se preguntaba FC en su alegato. Y respondía: “Cuando no lo roben, cuando no haya funcionarios venales que se dejen sobornar por las grandes empresas con detrimento del fisco, cuando los inmensos recursos de la nación estén movilizados y se dejen de comprar tanques, bombarderos y cañones en este país sin fronteras, sólo para guerrear contra el pueblo, y se le quiera educar en vez de matar, entonces habrá dinero de sobra”. Lo dijo él, que conste.
Pero FC es aún más contundente al avizorar el futuro describiendo el presente, cuando nos habla de que “cuatrocientas mil familias del campo y de la ciudad viven hacinadas en barracones, cuarterías y solares sin las más elementales condiciones de higiene y salud”; o de que “Cuba podría albergar espléndidamente una población tres veces mayor, no hay razón pues para que exista miseria entre sus actuales habitantes. Los mercados debieran estar abarrotados de productos; las despensas de las casas debieran estar llenas; todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente. No, eso no es inconcebible. Lo inconcebible es que haya hombres que se acuesten con hambre mientras quede una pulgada de tierra sin sembrar”. Para concluir que los niños “habrán oído diez millones de discursos, y morirán al fin de miseria y decepción”. Lamentablemente, citando al mismo, para los cubanos se mantiene invariable que sus “caminos de angustia están empedrados de engaños y falsas promesas”.
“La Historia: pendiente de absolución”; en: Cubaencuentro, Madrid,2 de agosto, 2001. http://www.cubaencuentro.com/opinion/2001/08/02/3393.html.



Siempre es 26

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Ya lo había anunciado el máximo líder, cuando vaticinó 1.200.000 cubanos congregados el 26 de julio. Y, qué poder de predicción, señores televidentes, pudimos contemplarlos por la CNN, desfilando junto al mar para rememorar el asalto a un cuartel de Santiago, y exigir la devolución de cinco patrióticos espías a su verdadero padre. Ello demuestra la sintonía entre los deseos del líder y la espontaneidad de los cubanos. Claro que no podían menos ante una fecha de resonancias universales: mencionada en la televisión de Nigeria, y celebrada en el restaurante Havana Club, con asistencia del cuerpo diplomático acreditado en Ulan Bator, Mongolia.
Mientras veía las imágenes del desfile en La Habana, que “amaneció inundada de pueblo y vestida de los colores rojo y negro”, e “hizo retumbar las calles”, según Granma; escuchaba en mi memoria la inolvidable voz de Omara Portuondo repitiendo el estribillo “Siempre es 26” —toda consigna es un estribillo redactado por compositores políticos, razón por la que sus montunos son tan aburridos—. ¿Qué intentaba anunciarnos la conocida frase, además de que se derogaba el calendario gregoriano?
La interpretación popular y festiva celebra un día de asueto. Algunos claman por un calendario lleno de 26, para disfrutar de un festivo eterno, y otros dictaminan que en Cuba, dado el contrato social —el Estado se hace el que paga y los empleados se hacen los que trabajan—, siempre es 26.
En la interpretación oficial, se trata del “Día de la Rebeldía Nacional”, cuando tuvo lugar el primer episodio de la serie que concedería el poder perpetuo a un hasta entonces desconocido abogado: Fidel Castro Ruz. La denominación de origen extiende el suceso a todo el pueblo cubano. Una extrapolación sancionada por el triunfo posterior, y la necesidad que tiene todo nuevo orden de crear su propia mitología, e incluso su propia cronología. Antes de 1959. Después de 1959. Y así travestir sus hitos en hitos de la Patria Toda. La “rebeldía nacional” comenzó en 1953. Las guerras de independencia fueron apenas sus preámbulos.
Claro que “siempre es 26” podría tener otros significados. Seguramente no es un homenaje a Santa Ana, la abuela de Jesucristo, mencionada por primera vez por San Epifanio. Ni a Santa Ana María Taigi, mujer de paciencia invicta. Tampoco hará referencia al día de la independencia de Liberia, a la muerte de Jaime I, el Conquistador, el nacimiento de Bernard Shaw, Antonio Machado, Jung, André Maurois, Adous Huxley, Satanley Kubrick o Mick Jagger; el aniversario de la promulgación en el Reich de una ley de esterilización para mejorar la raza humana, la creación de la CIA en 1947, la muerte de Eva Perón o el estreno de Parsifal de Wagner en Bayreuth.
Dudo que el slogan sea un homenaje a los carnavales que se celebraban en Santiago aquel 26 de julio de 1953. “Siempre es carnaval” carece de la solemnidad que necesitan los gobernantes de facto para sacralizar lo que no ha sido sancionado por la libre voluntad del pueblo. El monarca que se instaura apelando a méritos históricos, requiere un andamiaje propagandístico, una mitología más espesa, que el monarca tradicional, a quien basta el pedigrí de su hemoglobina.
Aunque si acudimos a la etimología del carnaval, palabra que procede del latín carnem levare (quitar la carne) podría decirse que celebramos el día en que nos quitaron la carne. Siempre es 26. Lo de carrus navalis es otro asunto etimológico en discusión, yen 1953 faltaban tres años y pico para que zarpara el Granma, el mayor barco o carrus navalis de la historia, en palabras de Pepito. Si recordamos que el carnaval es subversión, travestismo, retorno al caos primigenio, cuando nada es lo que parece y la verdad se enmascara; muñecones, disfraces, caretas, comparsas y carrozas con mucho papel de colores que se deshace al primer aguacero, entonces podría decirse que siempre es 26. Así, por el llamado “Protestódromo” del Malecón, émulo sin gracia del Sambódromo de Río, desfiló el pasado 26 la mayor comparsa, encabezada por el abuelo del Ayatolá Pérez Roque, y el nieto del Ayatolá Khomeini, el tal Hojjatoleslam Hajj Seyed Hassan Khomeini. Del Coranjo la comparsa. Durante todo el año se nos presentan chirigotas redondas en la tele. Desfile de muñecones en la antigua Plaza Cívica, disfrazada a su vez de Plaza de la Revolución. Un niño náufrago convertido en mascota política. Unos patriotas que parecen espías, y pasan por poetas (de libro édito y todo). Un millón de católicos habaneros que pasean como protestantes frente a la Oficina de Intereses norteamericana. Un embargo disfrazado de bloqueo, que inhibe el crecimiento de la malanga y aborta la parición del aguacate. Y una democracia tan bien disfrazada de dictadura que ni se le nota. Siempre es 26.
Pero no, porque el carnaval es la libertad controlada y temporal de subvertir el orden establecido e irse de lengua suelta contra los poderosos, y en Cuba ya se sabe que la ley contiene rigurosamente esos excesos.
Pero existen otras interpretaciones. FC reconocía en su alegato de 1953, La historia me absolverá, que el plan de ataque al Moncada “fue trazado por un grupo de jóvenes ninguno de los cuales tenía experiencia militar”, además de sobreestimar su propia voluntad y pasar por alto la realidad objetiva. De ahí los extravíos, descoordinación y la consiguiente derrota. Porque lo que se celebra en esta fecha es una derrota. Si hilamos la compra de barredoras de nieve, el Cordón de la Habana, el Plan Lechero que desembocó en el status actual de la vaca en Cuba como especie protegida; aquel café caturra de aciaga memoria; la Zafra de los 10 millones cuyo único resultado feliz son los Van Van, las fábricas a medio hacer por toda la Isla, el descalabro de producciones tradicionales, el ínfimo rendimiento y la escasez crónica; concluiremos que, efectivamente, siempre es 26. Sólo que la derrota de un centenar durante un día, se ha ampliado a once millones durante medio siglo.
Pero no sólo fue una derrota. Fue una masacre. A los, quizás, 32 muertos en combate por la parte rebelde, y 22 soldados, se sumaron otros 50 o más asesinados. Los próximos 48 años presenciarían miles de fusilamientos; decenas de miles de muertos en combates cercanos y lejanos: ahorcados en Manicaragua, ametrallados en Adis Abeba, degollados en Ahaggar, devorados vivos en las márgenes del Okavango; otras decenas de miles intentando huir a través del campo minado que rodea la Base Naval de Guantánamo, o a través del Estrecho minado de tiburones y corrientes traicioneras, que rodea la Base Naval de Cuba; tiroteados, hundidos a golpes de proa, cayendo de los trenes de aterrizaje en aeropuertos helados: náufragos del naufragio que es la Isla. Siempre es 26, corean las viudas y los huérfanos.
Claro que el 26 de julio se celebra también la presentación política en sociedad del abogado Fidel Castro Ruz, quien no desaprovechó la ocasión de convertir su derrota militar en una operación de marketing con un rating de mártires. Desde el Moncada a la Sierra, las guerrillas latinoamericanas, Angola y Etiopía, hasta cumbres y cónclaves internacionales surtidos, la felicidad de los cubanos ha sido la moneda que ha sufragado al contado, sin plazos ni moratorias, la mayor operación de marketing político montada por líder alguno, la elevación del ego personal al rango de primera prioridad de una nación, rehén de la vanidad y la soberbia.
Efectivamente, Omara, siempre es 26, y por muchas razones.
“¿Siempre es 26? ”; en: Cubaencuentro, Madrid,30 de julio, 2001. http://www.cubaencuentro.com/sociedad/2001/07/30/3329.html.