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Habanerías

Testículos y otras razones

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En su excelente análisis “El Proyecto Varela o las trampas de la fe”, publicado en Cubaencuentro, el colega Jorge Salcedo objeta en su esencia el Proyecto Varela. Ante todo, recuerda que el Proyecto es “sólo un instrumento para lograr un fin común: la democratización de la Isla”. Algo con lo que concuerdo plenamente, y que nadie debe perder de vista: El PV no es un fin en sí mismo. Reconoce la valentía de sus autores y firmantes, así como su carácter de “aldabonazo en la dormida conciencia democrática del pueblo cubano”, rememorando a Chivás. Y anota que “presentar al Gobierno cierta iniciativa de cambio con más de 10.000 firmas de ciudadanos es un ejemplo tan subversivo que poco importa el éxito o el fracaso de la iniciativa concreta”, acotando éste como su, al parecer, mensaje fundamental.

 

No obstante, centra su discrepancia en varios puntos:

 

1-El “Proyecto Varela crea un precedente funesto”, al legitimar la Constitución de 1976 como un marco válido y respetable. Y esta constitución no debe ser acatada, porque, en principio es una “regulación impuesta a la sociedad sin su consentimiento”. De modo que “concederle legitimidad a la Constitución de 1976 es partir de la mentira, y sobre la mentira no se puede fundar la democracia en Cuba”. “Es suicida pretender que esto no tiene importancia”.

 

2-El gobierno, sin violentar sus propios presupuestos constitucionales (que el Proyecto acata) puede rechazar el referéndum. Ante todo, porque “a la luz de la "Constitución" Socialista, las leyes propuestas en el Proyecto Varela no lo son”.

 

3-La verdadera legitimación del discurso disidente se basa en la Constitución de 1940 y la Declaración Universal de Derechos Humanos, desde cuya perspectiva paradigmática “la disidencia tiene mejor argumento que el régimen”.

 

Creo que el análisis de Jorge Salcedo, así como las objeciones que desde diferentes lugares se han hecho al proyecto, merecen un detenido análisis. Lejos de mí tildar tales objeciones como “actitudes extremistas de Miami” o atribuirlas al fundamentalismo de ciertos actores de la disidencia interna, cuyo propósito es hacer méritos ante los sectores más “duros” del exilio, con vistas a su futura expatriación. Aunque en dosis cada vez menores, tales actitudes también existan. Basta recordar que hay voces en el exilio clamando aún por la extirpación del castrismo a sangre y fuego, y dispuestos a pagar el precio en vidas cubanas que ello requiera, sobre todo porque serían vidas ajenas.

 

Pero al margen de tales “ideólogos”, la mayoría de los cubanos se posiciona frente al Proyecto desde el respeto a la valentía de sus autores y firmantes, en primer lugar, y desde su propio criterio sobre la “utilidad” perspectiva de la iniciativa.

 

Es cierto que al actuar en el marco de la Constitución de 1976, el PV, desde cierto punto, la acata. Pero es cierto también que las enmiendas al texto que propone, atacan directamente al núcleo de esa constitución que supuestamente acepta, al pretender subvertir los tres monopolios que sostienen el poder perpetuo de FC: el monopolio económico, el monopolio político y de asociación, y el monopolio del discurso. De modo que el Proyecto emplea un resquicio de la constitución para, en la práctica, someter al debate público y poner en tela de juicio, aspectos medulares de la carta magna.

 

Por otra parte, si nos atenemos a la estricta legalidad, deberemos aceptar que una constitución votada en su momento por el 96% de la población cubana residente en la Isla no es, en lo absoluto, un documento impuesto por decreto. Podemos argumentar la falta de opciones de la población cubana en ese momento, la intensidad con la que todavía actuaba el “síndrome del líder”, el intensísimo bombardeo propagandístico, empezando por la escuela, la represión a los pocos que sustentaban, abiertamente, un discurso disonante, y hasta un margen de trucaje electoral. Aún así, cualquiera que recuerde la mentalidad imperante aún en los 70, reconocerá que cualquier proyecto constitucional presentado por el Máximo Líder habría contado con una holgada mayoría. Ya no la aplastante mayoría de 1959, pero sí la suficiente para aprobar el documento.

 

De modo que partir de la Constitución imperante en la Isla no es partir de la mentira, sino de una realidad caducada, inoperante y violatoria de los derechos humanos elementales, pero que en su día constituyó la expresión de la voluntad de los cubanos.

 

La frase “sobre la mentira no se puede fundar la democracia” es, sin dudas, hermosa, pero me temo que inexacta. El hecho de que sea necesario “fundar la democracia” establece que se deberá fundar sobre las ruinas de la “no democracia”, es decir, sobre las ruinas del totalitarismo: esa forma de mentira estadística que consiste en el secuestro, por unos pocos, del discurso que pertenece a todos. Quiérase o no, habrá que contar mañana con las propiedades (buenas y malas) de esas ruinas si queremos edificar sobre ellas el edificio resistente, sólido, de una democracia perdurable.

 

Juan Carlos aceptó las reglas del juego que le impuso Franco. Sobre esa aceptación del mal, sobre ese pasado nefasto, se edificó la transición más ejemplar de los tiempos modernos, y una democracia tan inquebrantable que a los escolares de hoy el franquismo les resulta tan jurásico como la lista de los reyes godos. Y eso ha ocurrido en un cuarto de siglo.

 

Es, sin dudas, más fácil, negarse de plano a aceptar el orden constitucional cubano, y no “mancharse las manos” empleándolo para proponer su subversión. Hasta hoy, la disidencia (externa e interna) lo ha hecho. Se puede, y se debe, apelar a la Declaración de los Derechos Humanos, e incluso a la Constitución de 1940 —que a estas alturas sería absurdo reponer tal cual—. Pero tampoco se debe perder de vista que las guerras se libran a lo largo de muchas y pequeñas batallas. Los generales que se limitan a esperar su momento de librar la batalla final, y dejan escapar pequeñas escaramuzas y presuntas victorias de escasa gloria, suelen perder las guerras.

 

Durante decenios, la disidencia interna, marginada y ninguneada por el régimen cubano, escarnecida sin derecho a réplica, encarcelada por los más nimios motivos, y acosada hasta minimizar sus contactos con el resto de la población, ha logrado escaso reconocimiento interno y muy poca influencia sobre sus compatriotas. Internacionalmente, sólo en los últimos tiempos mandatarios extranjeros la han tomado en cuenta. ¿Por qué? Los factores son muy diversos: desde la feroz represión hasta el hecho de que, hasta hoy, ninguna de sus iniciativas ha movido una masa visible de seguidores. Con el PV, es la primera vez que esto ocurre. La primera vez que un importante político extranjero comenta abiertamente a los oídos de los cubanos una iniciativa disidente. La primera vez que numerosos países atisban el embrión de una sociedad civil a la que apoyar; un movimiento visible de oposición nacido “dentro” (y ese dentro es importante) de la Isla. La primera vez que el señor Fidel Castro se refiere a la disidencia como “opositores”. La primera vez que una asamblea de vecinos discute abiertamente un proyecto que socava las bases del sistema. La primera vez que en las sobremesas y los pasillos, en las guaguas y los parques de Cuba, la gente comenta no tanto el contenido del proyecto Varela, sino los cojones que tienen esos once mil cubanos para pararse con su firma como única arma, frente al dueño de los tanques y los cañones, frente al mayoral de la finca, el dueño de las palabras durante casi medio siglo. Y en el imaginario de la Isla, tener cojones suele ser más respetado que tener la razón.

 

Y hablando de asuntos testiculares, hay otro aspecto del Proyecto Varela que es, posiblemente, tan subversivo como su contenido. Durante medio siglo el señor Fidel Castro ha cultivado la imagen del guerrillero audaz, valiente, incluso temerario. Aunque por muy curiosos azares, que quizás no lo sean, desde sus tiempos de gánster universitario hasta hoy, jamás ha recibido un rasguño. La victoria de su pequeña guerrilla frente a un ejército moderno. La larga batalla contra la primera potencia mundial. Sus exabruptos verbales en cuanta tribuna le acoja. El que estuvo dispuesto a inmolar a su pueblo durante la Crisis de Octubre. El superviviente de la Guerra Fría y de los mil atentados. El mito, en suma, de David el cojonudo, una faceta del Comandante en Jefe que una buena parte de su pueblo admira. Pero ahora, gracias a la difusión nacional e internacional del Proyecto Varela, al Goliat en jefe le ha salido un David desarmado pero echaíto palante: 11.000 cubanos que le retan a un referendo.

 

Como bien apunta el colega Salcedo, FC tiene en su mano los recursos legales para desestimarlo, pero si lo hace, una buena parte de los cubanos sospechará que el tal David no le teme a Bush, pero sí a Pepe y a Julián, a María y Vivian: los cubanitos de a pie en condiciones de refrendar sus propias libertades. Y al descrédito de las mitologías sucede el fin de las religiones. Variante dos: Podría echarle huevos al asunto, aceptar el envite y celebrar el referendo. No dudo que su infinito ego le induzca a pensar que ganaría la apuesta; pero su no menor inteligencia le susurra que como están las cosas, no debería confiarse. Y en caso de perder, quedaría demostrado que no gobierna por consenso, sino por sus cojones. Una variante testicular que los cubanos, por el contrario que la anterior, aborrecen. Y Fidel Castro sabe que una eventual derrota abriría la mesa a un juego donde él no tendría todos los ases en la manga. Sin dudas todos esos elementos explican que a varios días de la presentación del proyecto y del discurso de Carter, todavía el mandatario cubano no se haya pronunciado.

 

Son muchos elementos a tomar en cuenta antes de decidir las ventajas y desventajas de una iniciativa como ésta. Y no es de importancia menor lo que nos recuerda Jorge Salcedo: que desde las luchas por la independencia al Proyecto Varela, las concesiones de la lucha política a la real politik han conseguido frustrar las aspiraciones, los sacrificios y los sueños, legitimando resultados ajenos a los fundacionales. Efectivamente, ni la República fue “con todos y para el bien de todos”, ni la Revolución de Fidel Castro fue democrática y “verde como nuestras palmas”. ¿Podría ocurrir mañana lo mismo? Podría. Razón por la que todos los cubanos deberemos tener muy claro que, sean cuales sean los medios y recursos de cada uno, los fines son siempre los mismos. El Estado de derecho, la democracia, el respeto irrestricto a las libertades y a la dignidad de los seres humanos son nuestros únicos conjuros para superar un siglo entero buscándonos a nosotros mismos, sin encontrarnos.

 

 

“Testículos y otras razones”; en: Cubaencuentro, Madrid, 3 de junio, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/sociedad/2002/06/03/8243.html.



Clonaciones

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La famosa Ubre Blanca, única vaca con establo privado, música de Mozart y aire acondicionado, visitada por presidentes y delegaciones de alto nivel, otorgó a sus ordeñadores, durante el día más Guinness de su vida, 109,5 litros de leche. Y durante su temporada récord, 24.268,9 litros en 305 días. En el imaginario de la Isla, las ubres de esta vaca ejemplar ocuparon el pedestal del obrero y la koljosiana.

 

Mientras la aparición del “hombre nuevo”, escrupulosamente limpio del pasado burgués, se iba prorrogando año tras año, la aparición de la “vaca nueva” ya era un hecho. Los más mínimos acontecimientos de su vacuna vida eran reseñados por la prensa, que le dedicó un sentido epitafio el día de su muerte. Y como cualquier prócer de la Patria, tuvo su estatua en mármol blanco. Previsoras, las autoridades cubanas han conservado durante casi dos décadas un puñado de sus células, que ahora se han convertido en noticia.

 

Según un científico cubano, tras la desaparición del campo socialista, la producción de leche disminuyó un 50%.Su declaración establece una extraña relación causa/efecto, dado que la masa ganadera cubana disminuyó inexorablemente desde 1959 hasta 1990, y de ahí a la actualidad, pasando desde una cabeza de ganado por habitante, hasta casi cuatro habitantes por cabeza de ganado hoy. A inicios de los 70, se disminuyó drásticamente la cuota de carne que se distribuía por la libreta de (des)abastecimiento, explicando en un documento que se debatió en los centros de trabajo y estudios del país que la drástica contracción de la cabaña amenazaba con el ingreso de las vacas cubanas al libro rojo de la fauna. Sin mayores explicaciones ni culpables (es más fácil mencionar a la matanza furtiva que a la política furtiva).Y por entonces faltaban casi veinte años para que se detuviera el flujo de carne rusa.

 

Claro que si se entiende como producción de leche cubana el añadirle agua a la leche en polvo que llegaba desde la antigua RDA, ciertamente la caída del muro de Berlín tuvo para la Isla consecuencias lácteas que las vacas locales fueron incapaces de paliar.

 

El caso es que en las células de Ubre Blanca depositan hoy sus esperanzas las autoridades cubanas. Cumpliendo orientaciones directas del señor Fidel Castro, el Centro de Investigaciones de Mejoramiento Animal, dirigido por José Morales, se encuentra empeñado en la tarea de choque de clonar a Ubre Blanca, algo de “máxima prioridad para el país y para el Comandante en Jefe”, según el citado director, quien también asegura que la aparición de Ubre Blanca-2 es inminente.

 

De modo que tenemos a las puertas la versión lechera de la Zafra de los 10 Millones, el Cordón de La Habana y el desmonte masivo de tierras, que transformaría la Isla en un fértil vergel de punta a punta, y terminó desfoliando vastas extensiones, que al cabo tampoco se convirtieron en plantíos.

 

En casi medio siglo, las iluminaciones repentinas del mandatario cubano, adicto a lecturas diversas (economía, agricultura, ganadería, medicina, biotecnología, etc., etc.) han generado planes que harían manar sobre Cuba el cuerno de la abundancia en apenas unos años. Cuando se extirpó de los alrededores de La Habana una espléndida arboleda de frutales y cultivos diversos, para sustituirla por el café caturra de aciaga memoria, se desmontó una agricultura muy productiva para reemplazarla por la quimera de riqueza rápida. Dados los precios del café en el mercado mundial por entonces, el Cafetero en Jefe calculó dividendos espectaculares. Cuando el plan fracasó estrepitosamente, ni siquiera se ocupó de reconocer su error, responsabilizarse por las pérdidas o recuperar la agricultura tradicional en las áreas devastadas. Ya estaba listo para apostar fuerte, en la ruleta de la economía, por el azúcar. Tan fuerte, que la zafra de 1970, sin alcanzar siquiera la meta añorada, desmembró el tejido productivo al desviar de sus labores habituales a cientos de miles de trabajadores. Al cabo, su resultado más perdurable fueron los Van Van. De nada valieron las advertencias de los pocos especialistas que se atrevieron a contradecir las visiones del líder.

 

Si algo no se puede decir del señor Fidel Castro es que sea un hombre aburrido. Detesta los riesgos calculados de la economía de mercado. Y detesta por igual la pesada maquinaria de la llamada “economía socialista planificada”, con sus planes quinquenales y sus aburridas previsiones. Su espíritu guerrillero se niega a un sistema que depende del cálculo, sin emociones ni sorpresas. Como los buenos jugadores de Las Vegas, para él apostar es lo importante. Ya se encargará el pueblo cubano de sufragar las pérdidas. El pueblo cubano y sus sufridos acreedores internacionales, a los que ha sableado sin misericordia durante casi medio siglo. Rusos, argentinos, venezolanos, mexicanos, españoles, y un largo etcétera conocen en carne propia que otorgar crédito a Cuba es un deporte de riesgo.

 

Por el bien de los niños cubanos, únicos que concluyen su crecimiento a los siete años, por lo cual después de esa edad ya no necesitan leche, ojalá miles de ubres blancas comiencen a poblar los campos de Cuba. Claro que además de ser muy productivas, las nuevas ubres blancas deberán ser vacas autogestionadas: se buscarán la comida por su cuenta, e incluso se ordeñarán mutuamente. De ser confinadas en granjas estatales, podría ocurrir que se murieran de hambre, o que su leche regara sin provecho los establos, e incluso que el producto de sus ordeños, se cortara en los depósitos por falta de transporte, o carenara por error en una cantera de áridos, y no en la fábrica de quesos que le correspondía.

 

Pero ya puestos a la tarea de clonar, bien podrían los biotecnólogos de la Isla clonar a aquellos campesinos que con sabiduría, dedicación y escasos medios, surtían el mercado en abundancia, sin culpar jamás al clima, a Norteamérica o a Rusia en caso de mala cosecha. Clorar a los ganaderos que desde el siglo XVI convirtieron a la Isla en un importante exportador de cueros y salazones. O a los empresarios que legaron a los actuales gobernantes una economía saneada y ascendente, sin deudas y con un superávit en su balanza comercial.

 

Pero mucho me temo que si el experimento de Ubre Blanca resulta un éxito, el próximo candidato a la duplicación sea otro.

 

“Clonaciones”; en: Cubaencuentro, Madrid, 28 de mayo, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/economia/2002/05/28/8156.html.



Revocación del miedo

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En su comunicado a todos los cubanos, Oswaldo Payá Sardinas, presidente del Movimiento Cristiano Liberación, acaba de informar de la presentación ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, del ya conocido Proyecto Varela, que propone llevar a referendo cinco puntos cruciales:

 

•Derecho a asociarse libremente

 

•Derecho a la libertad de expresión y de prensa

 

•Amnistía

 

•Derecho de los cubanos a formar empresas

 

•Una nueva ley electoral.

 

Para conseguirlo, se han reunido, según el propio Payá, 20.000 firmas, de las que, como consecuencia de la fuerte represión desatada, se han presentado 11.020. Ellas permitirán a la Asamblea Nacional, al menos teóricamente, debatir la puesta en marcha del posible referendo.

 

El proceso que acaba de concluir con la entrega de las firmas ha sorteado enormes dificultades para llevar a término lo que en cualquier país del mundo sería un trámite rutinario. La primera es que una buena parte de los opositores que habrían firmado gustosamente la petición, han sido desprovistos de sus derechos políticos, precisamente por sus opiniones políticas. La segunda es convencer a muchos cubanos de que abandonen el confortable doble discurso (la verdad privada vs. el silencio público) y rubriquen sus opiniones impronunciadas, ateniéndose a las consecuencias. La tercera ha sido convencer a los cubanos de la honestidad de los promotores del proyecto, sin otros medios que el contacto personal frente a toda la maquinaria propagandística al servicio del poder, que se ha empleado a fondo durante decenios en deslegitimizar cualquier disidencia, echando mano a la calumnia, el escarnio y la mentira; impunemente, dado su monopolio de los medios. Y, por último, la represión desatada, con incautación de firmas, prisión y amenazas.

 

Parecía imposible que las firmas llegaran a la Asamblea Nacional, pero así ha sido, y no gracias a las facilidades concedidas por las autoridades.

 

Una vez llegados a este punto, se abren varias posibilidades:

 

La más probable: que la Asamblea —es decir, el señor Fidel Castro, dueño de la Asamblea—, decida la improcedencia del referendo, y éste muera antes de nacer. Ni siquiera necesitará explicar al pueblo cubano su postura, dado que la prensa hará disciplinado silencio. Millones de cubanos ni siquiera sabrán que se ha desestimado sin más la propuesta de sus compatriotas, aún refrendada por la Constitución, un documento que en su día votó la casi totalidad de los electores.

 

La menos probable: Que el referendo se lleve a cabo. Muy hipotética, dado que, mientras blasona de contar con la adhesión masiva de los cubanos, el gobierno jamás se ha atrevido a poner en manos de los ciudadanos decisiones estratégicas para su monopolio del poder, como el derecho a asociarse libremente, que sacaría de las catacumbas a los grupos opositores, los engrosaría mediante la amnistía y fomentaría sindicatos libres; o el derecho a la libertad de expresión y de prensa, cuando bien saben que la información es poder; por no hablar de los derechos económicos y de una nueva ley electoral, que someterían sus monopolios tradicionales a la competencia.

 

La mucho menos probable: que efectuado el referendo, la mayoría de los electores diera el visto bueno a las reformas.

 

Y la inimaginable: que un resultado adverso obligue automáticamente al señor Fidel Castro a aceptar la voluntad popular.

 

Esta cadena de improbabilidades explica que desde su nacimiento el proyecto haya sido objetado por numerosos detractores que lo consideran un esfuerzo inútil, cuando no una legitimación del gobierno actual, al actuar dentro del marco de la Constitución vigente. De este marco de actuación se desprende el segundo bloque de objetores: una zona del exilio cubano que se considera excluida, ya que al ser despojados de sus derechos electorales en Cuba (aunque conserven la ciudadanía), quedan descartados automáticamente de refrendar con su firma el proyecto. El propio Payá ha declarado promover un cambio pacífico y desde dentro. “Porque si el cambio es violento, el gobierno que venga será un gobierno de fuerza y si esperamos que el cambio llegue desde afuera, entonces el pueblo no será protagonista del cambio”. Y la expresión “desde afuera”, ha subrayado la postura de esa zona del exilio. Por último, hay quienes acusan al proyecto de una concesión de principios: ¿por qué someter al veredicto público derechos que son inalienables a la condición ciudadana, como las libertades económicas, de expresión o asociación?

 

Sin dudas, a todos estos opositores les asiste una dosis de razón. Claro que cabría aclarar algunas cosas. La primera es que sobre los cubanos que residen en Cuba recae, y sobre todo recaerá, el peso de los cambios que ocurran en la Isla. Sin excluir la participación, pero no el protagonismo, del exilio. De modo que si hoy la iniciativa se atiene a la constitución vigente, precisamente para modificarla en su esencia, más que torpedear lo que es, valdría aplaudir lo que pretende ser. Y si esa constitución excluye al exilio, no es culpa, obviamente del Proyecto Varela, que sólo aprovecha una mínima opción legal para plantear sus reivindicaciones. Aunque ellas sean obvias en sociedades democráticas, no olvidemos que en Cuba serían verdaderas revoluciones tras medio siglo de totalitarismo. Algo que han olvidado quienes se niegan a someter a escrutinio unos derechos no tan universales en la práctica como todos quisiéramos.

 

Por último: ¿vale la pena todo este esfuerzo si la perspectiva de éxito es casi nula? Decididamente, sí. No por el referendo o su más que hipotético triunfo.

 

La democracia, las libertades y los derechos del ciudadano se construyen sobre una sociedad civil consciente de sus fueros. Jamás será un gracioso regalo. Y tanto para construir un Estado de derecho como para mantenerlo, se necesita esa sociedad civil, que en Cuba ha sido sistemáticamente podada hasta las raíces. El hecho de que 11.000 o 20.000 cubanos hayan firmado es índice del tránsito a la edad adulta de la oposición interna, que ya no podrá ser impunemente tratada como grupúsculos insignificantes. Y la temeridad de 20.000 es la antesala a la valentía de 200.000, y ésta, a su vez, del desacuerdo público y sin tapujos de 2.000.000.

 

Si alguien ha estado muy claro desde el principio sobre la peligrosidad del Proyecto Varela, ha sido, a pesar de su prepotencia, Fidel Castro. No ha perseguido el proyecto con tanta saña por puro hábito represivo, sino por miedo. Y no miedo a 11.000 firmas y un referendo que puede disolver son un gesto. Miedo a que cunda el mal ejemplo y los cubanos pierdan el miedo. En una sociedad en decadencia, sumida en un presente en ruinas y deslizándose hacia un futuro incierto, y donde once millones de habitantes están pendientes de la muerte de uno solo, la pérdida del miedo sería un catalizador poderoso hacia un futuro que contradiga los slogans en curso. O peor: que los cubanos alcancen la certeza de que el miedo ya no es rentable: que a lo sumo les aportará un televisor chino, o el derecho a un salario de miseria y prestaciones sociales que no tendrían por qué ser abolidas, sino mejoradas en una sociedad plural y democrática. Miedo a que los cubanos comprendan, al fin, que perder el miedo puede otorgarles la llave de la única puerta hacia el futuro.

 

“Revocando el miedo”; en: Cubaencuentro, Madrid, 15 de mayo, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/sociedad/2002/05/15/7934.html.html.



Cartas a la redacción

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Siempre he sentido curiosidad por las “cartas de los lectores”, indefectible sección en todos los diarios y revistas. El lector sagaz que denuncia una errata. El que aplaude y el que muestra su indignación ante tal artículo. El que propone temas y el que lamenta el tratamiento de ciertos temas. Frente a la profesional redacción de los artículos, el apresurado texto de los lectores es, cuando se respeta su voz, la respiración de la calle. Cierto que normalmente abundan más los halagos que las críticas, porque quienes normalmente escriben son los asiduos de ese medio. Pero tampoco faltan las segundas.

 

Una anomalía en esa estadística son los diarios oficiales cubanos. En una relación de doscientas cartas que tuve la paciencia de cotejar, la única alusión crítica es la de Dallamy Rojas, una cubana casada con un italiano, quien declara que “en Cuba todo no son flores, pero afuera es mucho peor”, sin extenderse más sobre los pormenores de lo que en Cuba “no son flores”, aunque reconociendo que en Italia no le falta de nada, salvo los paisajes naturales y humanos de la Isla. Quizás algún día los empresarios italianos puedan comprar una porción de Isla, cubanos, cuarterías y apagones incluidos, y Dallamy pueda visitarla en algún parque temático del Adriático.

 

Fuera de ello, ni una crítica a un artículo, ni un desacuerdo, ni una visión alternativa. Periódico alguno del planeta suscita entre sus lectores una devoción tan plena. ¿O será que las misivas críticas, en sobres decorados con gusanitos, son destruidas con indignación por los carteros del pueblo combatiente y nunca llegan a la redacción?

 

La esmerada factura de “cartas de los lectores “por periodistas designados, ha sido una práctica más frecuente de lo que la ética quisiera, en momentos en que se necesita una reacción decidida del público. Pero no se puede asegurar que Erick, de Miami, sea el seudónimo del periodista Pepe, de Coco Solo. Ni sería extraordinario que así fuera. De cualquier modo, asumiendo que sean totalmente auténticas, las cartas de los lectores que publican el diario Granma y sus replicantes, son una lectura un tanto monótona, sin sobresaltos, aunque sumamente instructiva. En sentido general, ellas pueden confinarse en varias categorías:

 

1-Cartas oportunas: Un venezolano contento con los asesores deportivos cubanos, cuando arrecian las críticas de cubanización a Chávez. Un boliviano se dice bloqueado por las transnacionales de la información, cuando se acusa a Cuba de opacidad informativa. Un argentino se disculpa por la cobardía de sus dirigentes, dispuestos a condenar la violación de derechos humanos en Cuba. Declaraciones en defensa de “los cinco héroes presos del Imperio”, desde Madrid o Chicago.

 

2-Cartas solidarias: Llegadas desde diferentes confines, pero con un gran peso de argentinos que, inexplicablemente, hacen cola frente a la embajada española en Buenos Aires y no ante la cubana. El vasco Mario Cerrato se declara lleno de orgullo (¿?) porque un país no ha sido aún conquistado por el capitalismo. El nica Rigoberto Ramos admira a los cubanos porque no se agachan ante el imperio. Incluso Luisa Barbosa declara: “Ahora entiendo por qué el Che se quedó en esta Isla”. (Quizás también entienda por qué se fue. Le agradecería que me lo contara). Un costarricense que trabaja como ingeniero en Estados Unidos, autoexpatriado según él, asegura que “los países ricos deberían copiar a Cuba”. Si Estados Unidos decidiera aceptar su proposición, y otorgarle el salario de un ingeniero cubano, no tardaría en reexpatriarse.

 

3-Agradecimientos y piropos: De extranjeros que cursaron sus estudios en Cuba, como el Dr. Mohamed Djoubar Soumah, quien nació en Guinea, estudió en Cuba, y ahora ejerce en Ottawa, Canadá. Es para estar agradecido. Y de Luis Geraldino Pereira Pina, que desde Cabo Verde defiende la Revolución “con uñas y dientes”. O piropos a “este maravilloso diario” (Granma) desde Cartagena, Colombia.

 

4-Cartas arrepentidas y/o nostálgicas: Escritas por cubanos que un día emigraron, y que hoy confiesan su error. Algunos hacen pública declaración de sus nostalgias, o muestran su adhesión a los gobernantes de la Isla, e incluso de declaran dispuestos a regresar si les fuera permitido. Las cartas de esta categoría son las más interesantes.

 

Matilde Sánchez asegura que “cuando me llena la depresión viendo el mundo tan amargo que se nos presenta, la única medicina es pensar en Cuba y dar un viajecito por la Isla para comprobar que todavía existen esos hombres "humanos". Una vez rebasada la depre, regresa a Estados Unidos, donde reside.

 

Alejandra declara “el dolor y la añoranza” por su tierra, de la que extraña “las gentes y su alegría, las calles, el cielo, el olor, físicamente estoy aquí, pero mi mente y mi alma están allá”. 900.000 cubanos disfrutan la correlación espacial inversa, pero no escriben cartas. Y alerta que “el sueño americano no existe”.

 

Magda, disidente en Cuba y exiliada política, va más allá: Se queja de haber recibido una patada cuando ya no era noticia, y de estar sometida “a la explotación y a la humillación de saber que por un mendrugo se contribuye día a día a que los multimillonarios monopolistas aplasten a la clase media y al proletario”. Solicita su repatriación, aunque su ex-esposo y sus hijas “se quedan en este "paraíso".

 

Héctor, médico oriental, al leer la carta de Magda, confiesa que “en Cuba lo tenía todo (...) una profesión decorosa, el amor de mis pacientes y el calor y orgullo de sentirse cubano en una tierra libre e independiente, careciendo de motivaciones para oponerme a un Sistema Político y Social que me lo había dado todo”. En agosto del 94, ciertos amigos de entonces “comenzaron a envenenarme la conciencia y casi sin pensarlo dos veces, me vi de pronto en aquella jungla en que se convirtió la Base Naval de Guantánamo”. Resulta difícil de creer que alguien tome una decisión de este calibre “sin pensarlo dos veces”. ¿No será que Héctor ha comprendido el mecanismo perverso según el cual las autoridades cubanas perdonan la estupidez, pero no la disidencia?

 

Arrepentido, desde Miami Héctor escribió a la Sección de Intereses de Cuba en Washington intentando ser repatriado “pero, como tú debes saber muy bien, existe una Política Migratoria Cubana que solo acepta casos humanitarios”. Le denegaron el regreso. Y añade: “¿Por qué me van a perdonar? ¿Es que acaso no traicioné a los que se quedaron a luchar por seguir llevando a Cuba por un camino independiente?” No obstante, “Yo insisto, imploro y tengo la certeza de que alguna vez me dejarán regresar y al fin, volveré a ser libre, porque aquí en el imperio del dólar, me siento cautivo”. Y se .refiere a los “miles de cubanos que deseamos y nos vemos imposibilitados de regresar por la necesidad de la Revolución de defenderse de la política agresiva de la Mafia de Miami”.

 

Juan e Ileana (“una cubana que vive fuera de su país, con la Patria dentro”) envían “un saludo revolucionario”, y concluyen repudiando “la criminal Ley de Ajuste Cubano”, con un “Hasta la Victoria Siempre” como despedida. Piden “publicar esta carta en el Granma diario, para que el mundo vea que existen cubanos que apoyan incondicionalmente la Revolución Cubana” (desde Nueva York).Incluso a muchos militantes del Partido en Cuba les ruborizaría tanta incondicionalidad. Juan e Ileana bien podrían fundar el primer núcleo del PCC en Manhattan.

 

De Cuba han emigrado dos millones de personas. La mayoría de los que salieron de adultos sufren la nostalgia propia del expatriado, para la que Matilde Sánchez ha encontrado un remedio perfecto, el boleto de ida y vuelta. Lástima que no le sea tan fácil a los deprimidos de la Isla. Esa añoranza a la que se refiere Alejandra con frecuencia está tamizada por una memoria selectiva: sublima los buenos momentos en Cuba —los de su juventud, posiblemente—, y segrega los malos hacia un olvido protector, perfilando una “Edad de Oro” cuyas fronteras no rebasan el territorio trucado de su memoria. También ocurre todo lo contrario: quienes niegan en bloque todo atisbo de felicidad en su tránsito cubano. Y encuentran siempre argumentos para huir hacia adelante.

 

El caso de Héctor es triste, pero no infrecuente. Un médico que no ha logrado revalidar su título en Estados Unidos, y debe ejercer los oficios de la supervivencia. Algo que choca contra la noción de elite, propia de los profesionales cubanos, y el rechazo visceral a carecer del reconocimiento del que se sienten acreedores. Es natural, y algo con lo que debe contar quien se arriesgue al exilio. Un oficio duro, como ya dijo Nazim Hikmet, de personas dispuestas a hacerse cargo de su propio destino, y asumir las consecuencias. Las buenas y las malas. Decidirlo “sin pensarlo dos veces” es tan arriesgado como lanzarse al mar sobre una cámara de camión sin calcular marejadas y distancias. Lamentablemente, los cubanos habitan entre la ubicua prensa oficial, que vaticina la revolución mundial y la inminente caída del capitalismo, y los rumores que traen desde Miami exiliados deseosos de pasar por triunfadores. De modo que muchos cubanos de a pie, necesitados de creer en algún paraíso, lo ubican al Norte. Deshabituados a la disciplina y al rigor del trabajo cotidiano, han olvidado que en el capitalismo es, justamente, donde se cumple el slogan de Karl Marx: “De cada cual según su capacidad, y a cada cual según su trabajo”. Y acuden con la noción equívoca de que lloverá sobre ellos desde los rascacielos maná, ambrosía, Mercedes Benz y casas con piscina. Algunos nunca se reponen del choque con “la realidad objetiva y fuera de nuestra conciencia”, aunque hayan aprobado varios cursos de materialismo dialéctico.

 

Magda, según sus palabras, militó en la disidencia cubana, se exilió por razones políticas, intentó incorporarse a los sectores de la política anticastrista en Miami, y “le dieron una patada” cuando no fue noticia. Hoy está dispuesta incluso, por sus ideales, a abandonar a sus hijas. Un caso tan raro y lleno de tinieblas que ni el médico Héctor podría diagnosticarlo a simple vista.

 

Entre esos millones que constituyen la diáspora cubana, no es raro que cien, mil o diez mil se arrepientan de su decisión, y estén dispuestos a regresar. El planeta está lleno de emigrantes que van y vienen. Y dado que, en palabras del propio MINREX, “Cuba no tiene dificultad en reconocer que sus nacionales son parte del flujo migratorio internacional en búsqueda de mejores destinos económicos”; resulta sorprendente que se les niegue el regreso, salvo “casos humanitarios” (¿el resto son deshumanitarios?). Si los cubanos son meros emigrados económicos, ¿qué tendrían que perdonarles?, ¿a quién traicionaron? ¿Por qué debe un cubano implorar que los dueños de la finquita nacional le dejen regresar a la patria donde nació? ¿O es que al Gobierno cubano le resulta tan insólito que un cubano intente repatriarse? ¿Tanto, que los tildan a todos de presuntos agentes de “la mafia de Miami”, e impiden su retorno invocando la seguridad nacional?

 

Piroperos, oportunos, solidarios, nostálgicos, agradecidos y arrepentidos, parecen ser los únicos que escriben a los periódicos cubanos. Tanto, que incluso “Un lector asiduo” pide al diario Granma renovar “las cartas enviadas por los lectores (...) por lo general siempre me encuentro con las mismas”. Yo añadiría que incluso bajo distintas firmas, suenan a las mismas.

 

 

“Cartas a la redacción”; en: Cubaencuentro, Madrid, 9 de abril, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/cultura/2002/04/09/7230.html.



Ginebra una vez más

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Comienza para las autoridades cubanas, una vez más, la batallita de Ginebra, bailando en la cuerda floja para conseguir que no se les aplique una sanción por violar los más elementales derechos humanos.

 

El gobierno de La Habana fue condenado por la Comisión de DDHH, ininterrumpidamente, desde 1990 a 1997. Se le impuso un relator que la Isla no aceptó, amparándose en su autodeterminación y creando más dudas, si cabe, sobre sus votos de respeto a los derechos humanos. En 1998, la moción de condena no fue aprobada, hecho que la prensa cubana celebró como un gran triunfo. Efímero, a juzgar por las sucesivas condenas sufridas entre 1999 y 2001, al aprobarse por mayoría —22 votos contra 20 y 10 abstenciones en 2001— las resoluciones presentadas por la República Checa. Lo que no significa que La Habana haya hecho el más mínimo caso a la exhortación a “asegurar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales en Cuba".

 

¿Tiene algún sentido condenar al gobierno de la Isla, cuando ello no entraña más que una condena moral, sin ninguna consecuencia política o económica?

 

¿Tiene sentido que Estados Unidos y el exilio cubano derrochen cada año miles de horas-cabildeo para conseguir una nueva condena?

 

Y por último: ¿Tiene sentido que las autoridades de la empobrecida Isla se gasten cada año, en viajes y reuniones de funcionarios, en tráfico de influencias y ayudas por votos a países africanos, sumas que paliarían el hambre y la falta de medicamentos de los cubanos, todo para evitar una condena en Ginebra?

 

El reciente discurso del canciller Felipe Pérez Roque, en el 58º período de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de ONU en Ginebra, el pasado 26 de marzo, puede esclarecer algunas de esas dudas. Pérez Roque insiste en varios aspectos:

 

1-Urge democratizar y hacer transparentes los métodos de la Comisión, y subraya su falta de credibilidad y su extrema politización.

 

2-Define a la Comisión como rehén de los países ricos, y ejemplifica su doble rasero con la crítica al estado de los DDHH en 18 países del Tercer Mundo (en el caso de Cuba por brutales presiones) y ninguno del primero. “¿Es porque no existen tales violaciones, o porque resulta imposible en esta Comisión criticar a un país rico?”. Y explica el peso de los países desarrollados dado que éstos “Son los que pueden acreditar aquí delegaciones numerosas, son los que presentan la mayoría de las resoluciones y decisiones que se adoptan, son los que tienen todos los recursos para realizar su trabajo”.

 

3-Interpreta el planeta como una tiranía de Estados Unidos, y aunque antes acusaba en bloque a todos los países ricos, más tarde los invita a una coalición anti norteamericana y alerta sobre “un peligro común a todos: el intento de imponer una dictadura mundial al servicio de la poderosa superpotencia y sus transnacionales, que ha declarado sin ambages que se está con ella o contra ella”. Admite, en cambio, que Estados Unidos fue excluido del foro, sin que hayan dado resultado sus esfuerzos por regresar.

 

4- Reclama varios derechos: al desarrollo y a recibir financiamiento para lograrlo. Derecho a recibir compensación por los siglos de esclavitud y colonialismo. Derecho a que se condone la deuda externa. Derecho a salir de la pobreza, a la alimentación, a garantizar la atención de la salud, derecho a la vida, a la educación, a disfrutar del conocimiento científico y de nuestras culturas autóctonas. Derecho a la soberanía, a vivir en un mundo democrático, justo y equitativo.

 

5-Y exige a Estados Unidos no “seguir desatando guerras que no solo no resuelven los conflictos, sino crean otros nuevos y aún más peligrosos”, que renuncie al empleo del arma nuclear, que no rompa el tratado ABM, que acepte el principio de verificación de la convención sobre armas biológicas, firme el Protocolo de Kyoto, otorgue el 0,7% de su PIB al desarrollo de las naciones más desfavorecidas, ponga fin a sus prácticas proteccionistas unilaterales e imponer arbitrarios aranceles, y una decena de exigencias más, como ocuparse del caso Enron y no de la corrupción ajena, etc., etc.

 

Ciertamente, hay varios puntos en los que al canciller cubano le asiste la razón: la Comisión está politizada y sus decisiones no se atienen, exclusivamente, a la justicia o injusticia de la moción, sino a un balance de influencias. Y Cuba, al ejercer un intenso cabildeo, no está excluida.

 

Existen, sin dudas, violaciones de los DDHH en los países ricos, pero al ser, sin excepción, países democráticos, la impunidad ante tales hechos es infinitamente menor que en naciones donde rigen sistemas totalitarios.

 

El predominio de Estados Unidos es indiscutible. No obstante, Cuba jamás se pronunció contra los desafueros del Imperialismo Soviético, ni contra la usurpación del Tibet por los chinos, de modo que sus acusaciones resultan demasiado interesadas para ser confiables.

 

Igualmente, podemos coincidir en la mayoría sus exigencias a Estados Unidos —en especial cuando se refiere al Protocolo de Kyoto, o los acuerdos y convenciones de desarme—, sólo que debería hacerlas extensivas a China o Rusia. Cosa difícil cuando la Isla ni siquiera acepta la convención internacional referida al uso de minas antipersonal, de las que en Angola dejó un extenso sembrado; ni ha sido un ejemplo de pacifismo, al promover guerras en tres continentes y enviar en 30 años más tropas cubanas al exterior que en los 500 años anteriores de historia insular.

 

Cuba se abroga el derecho de detentar el monopolio comercial e imponer a sus ciudadanos una plusvalía superior al 200% en los productos que les vende en una moneda que ni siquiera es la del país, de modo que sus quejas sobre los aranceles norteamericanos —que otros países podrían reivindicar en justicia— son de un cinismo difícilmente explicable.

 

En principio, el reconocimiento del derecho de todos los ciudadanos del planeta a la educación, la asistencia sanitaria y una vida digna, son loables. Pero, ¿cómo conseguirlo? Es algo de lo que Cuba se desentiende, o al menos descarga en otros esa responsabilidad. ¿Pueden unos gobernantes que han empobrecido a su propio país, dictar pautas en ese sentido? Es algo dudoso. Y si no fuera trágica, sería risible la pretensión de que Cuba es ejemplo de “un mundo democrático, justo y equitativo”. No obstante, coincidimos en exigir a las naciones desarrolladas una mayor sensibilidad en las soluciones globales, una mayor implicación en equilibrar la balanza de la riqueza en el planeta. Y que a los países del Tercer Mundo les corresponde poner voluntad de desarrollo, combatir la corrupción, las guerras fratricidas y fomentar una transparencia que invite a la ayuda, y no la desestimule.

 

Ahora bien, más allá de coincidencias o descoincidencias, ¿qué relación existe entre Enron, Kyoto, el tratado ABM o el 0,7%, y el hecho de que en Cuba no existe un sistema democrático, se persigue cualquier opinión alternativa y todas las libertades ciudadanas están sujetas a los omnímodos dictados de un solo ciudadano? Ninguna. Se trata, simplemente, de esquivar la mirada crítica de la comunidad internacional dirigiéndola hacia otra parte. Y el subterfugio es el de costumbre: “los asuntos internos del país” y la “autodeterminación”, que han servido de coartada y cortina a las dictaduras de cualquier signo.

 

Cuando Pérez Roque se pregunta: “¿Por qué no luchar por la democracia no sólo dentro de los países, sino en las relaciones entre los países?”. Yo respondería: “¿Por qué no luchar por la democracia dentro de los países, y también en las relaciones entre los países?”. Y asegura que “Nos opondremos con todas nuestras fuerzas al intento de singularizar a Cuba”. Pero reivindica la singularidad de Cuba: una presunta “democracia participativa” que incluye al dictador más veterano del planeta, un anti capitalismo presuntamente feroz que nadie comparte, y un desprecio total por la voluntad de su pueblo, afín a los peores gobernantes del planeta.

 

¿Vale la pena entonces que Cuba se sumerja en una batalla anual por evitar la condena? Según el propio canciller cubano, no. Para él “No existe el país con la autoridad moral para proponer una condena contra Cuba”. Añadiendo que quienes le condenan no lo hacen “por supuestas convicciones democráticas o compromiso con la defensa de los derechos humanos”, sino “por falta de valor para enfrentar las presiones de Estados Unidos, y esa traición no podría merecer otra cosa que nuestro desprecio”. La explicación de tanta seguridad es que Cuba constituye la luz y guía “para miles de millones de hombres y mujeres de América Latina, África, Asia y Oceanía”. Siendo así, una condena sería casi un mérito. Y poniendo a Fidel Castro —hijo de Jehová Marx— en el lugar de Cristo, llega a exclamar: “Confiamos en que no aparezca ahora un Judas en Latinoamérica”.

 

Pero el juego es más complejo. En caso de no ser sancionado, el gobierno cubano blasonará ante la comunidad internacional, y ofrecerá argumentos a sus (aún) seguidores en el mundo. En caso de perder, alimentará la teoría del victimismo que con tanta habilidad ha empleado durante casi medio siglo.

 

¿Vale la pena hacer esfuerzos porque se apruebe la moción de condena? Decididamente, sí. En primer lugar, porque es una condena moral, no una sanción económica cuyas consecuencias recaerían en el pueblo cubano y no en sus gobernantes. Y existe otra razón: Por vocación doctrinaria, romanticismo trasnochado, intereses viles, antiyanquismo acérrimo o pura ingenuidad, todavía existen millones de personas en el planeta, gobiernos incluso, que perdonan al señor Fidel Castro lo que han censurado a otros dictadores. De ese modo, el largo drama del pueblo cubano despierta menos simpatías y comprensión que el de otros. Así, la reiteración de la condena es, cuando menos, un dato que incitará a pensar a gobiernos y personas que aún miran hacia Cuba a través de un prisma erróneo si la realidad imaginada coincide con la realidad que padecen diariamente once millones de cubanos.

 

No se condena a Cuba en las Naciones Unidas. Se condena al gobierno cubano. Y condenar al gobierno es un modo de salvar a Cuba.

 

 

“Ginebra una vez más”; en: Cubaencuentro, Madrid, 4 de abril, 2002. http://arch.cubaencuentro.com/internacional/2002/04/04/7155.html.