Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Nuestro producto estrella

Hoy, en Cuba, la bulla parece inventada sólo para aplastar el valor de las palabras y bloquear el pensamiento.

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En la escuela primaria Frank País, ubicada en los límites de dos municipios habaneros: Plaza y Cerro, cada mañana se inicia la jornada con un acto político en cuya apertura, los niños, compulsados a imponerse a sí mismos la máxima atención, deben gritar en multitud y a todo gaznate la palabra "silencio".

Ejecutan sus alaridos tres, cuatro, cinco, seis… veces consecutivas, procurando los más atronadores registros que pueda alcanzar la voz infantil, hasta que el director de la escuela (que es quien impone y dirige personalmente el coro) se cerciora al fin de que "la tropa" está lista para guardar silencio y escuchar las proclamas y las convocatorias combativas del día.

Tal vez los tintes fascistoides del procedimiento no sean sino iniciativa del director en cuestión. Aun así, resulta obvio que éste actúa (por lo menos) con el visto bueno de sus instancias superiores en el sistema nacional de educación. Tampoco es lo más importante para el caso. Se trata apenas de un ejemplo, otro, no por tremendista, fuera de lo corriente, que sirve para ilustrar el modo en que hoy la bulla asalta, rodea, penetra, posee, embarga y domina a la gente en nuestra isla, desde la misma hora en que nos quitan el culero.

Y no es una bulla cualquiera. De hecho, no es ya esa tendencia (dicen que distintiva del cubano) a desbordarlo todo estirando alegremente los arcos de la discreción y la prudencia. Nuestra bulla de estos tiempos no se prodiga desenfadada. No es reflejo de relajamiento, ni aun de ligereza para exteriorizar cosas. Es crispación, amenaza, eczema de la animosidad. No es el conjunto de aquellas jácaras que suelen extrañar los viejos. Es trueno que asusta, tal vez porque brota asustado, hijo del medio. Así que arroja sólo lo que puede: ruido.

Diríamos que dejó de ser vehículo del alegre revuelo que nos endilga la costumbre para convertirse en carapacho de estrépito sin sustancia, ebullición aturdidora que no sirve más que para sacar al aire lo único que nos ha ido quedando por dentro: algarabía. Es una bulla que parece inventada sólo para aplastar el valor de las palabras y para bloquear el pensamiento.

No por casualidad sus más entusiastas practicantes son los jóvenes, cuya formación ha corrido íntegramente a cargo del régimen, mediante programas destinados a establecer dicen que nuevos enfoques, nuevos órdenes, que se sustentan en la negación, postergación y joroba de todos los órdenes tradicionales.

El bullanguero cubano del minuto (de cada minuto del día y de casi toda la noche) no discierne, aúlla. Mucho más que en su expansiva identidad, se afinca en la imitación de lo que le han dicho que es, o sea, no se afinca sino en sus pobres capacidades para armar ruido. Es la resonancia de una atronadora pero vacía invención. Por ello se siente con fuerzas pero no capaz. Ha venido al mundo para ser dirigido, influido, representado y organizado. Así que lo suyo es gritar. Mientras más alto, mientras más bronco, mientras más nutrido el coro, mejor, porque mejor alimenta sus trémulas sugestiones.

La culminación del hombre nuevo

Es un Golem con bulla: nuestra única probable culminación hasta hoy del hombre nuevo.

Recordamos el Golem de la leyenda judía, aquella estatua de barro a la que se da vida por medio de una fórmula mágica y que adopta con frecuencia el aspecto de una especie de muñeco, un autómata. La palabra significa embrión o algo que no está totalmente desarrollado. Así que nos cae justa para el caso. En la Biblia y en el Talmud también es descrito con el significado de una sustancia amorfa. Otra definición ilustrativa de nuestro Golem.

Pero, en fin, la cuestión es que aquellas infelices criaturas fueron diseñadas para que actuaran estricta y exclusivamente según la norma de sus creadores. Otra similitud. Por más que tampoco es posible pasar por alto al más legendario de los Golem, obra del rabino praguense Juda Löw, quien creó al bicho para usarlo como su sirviente personal. Sin embargo, el invento se le tornaría incontrolable, al punto que Low se vio obligado a destruirlo porque le estaba echando ruido en el sistema. Y eso que no era un Golem con bulla.

En cambio, los nuestros, que sí lo son, no violentan jamás las cercas del control. Les basta y sobra con las estrecheces de su bulla, lo cual no sólo indica simplicidad y miseria espiritual. También, sobre todo, impostura y careta.

Sea en una de las llamadas concentraciones populares, sea en una fiesta o en un acto solemne. Sea dentro de un camello, en un aula, en un teatro, en un parque o en un hospital. Sea en la calle, en medio de la vecindad o aun dentro de la propia casa. Da lo mismo. La bulla de los Golem con bulla es ciega y sorda. Y al igual que los demás microbios, se adapta fácilmente al hábitat.

También el objetivo de su bulla es siempre el mismo: ninguno. Pareciera que por no ambicionar más que aquello que les toca, nuestros Golem no persiguen siquiera llamar la atención. O no son conscientes de que la llaman. La inocencia es para su estulticia lo mismo que el ruido para su inutilidad.

Sin embargo, representan hoy por hoy nuestro producto estrella. Y como tal está siendo enviado en masa y de regalo a los países hermanos. Al régimen de Cuba se le acusa de haber exportado muchas calamidades, desde la violencia guerrillera o el terrorismo jubiloso de los mítines de repudio, hasta una fórmula para la pobreza cuyo único pretexto, remedio y aliciente es la pobreza.

Pues bien, podría suceder que tales rubros no fueran todavía los peores. Al menos no resultan tan irreparables como este tipo de hombre nuevo, sin duda la más indigesta de nuestras producciones, sea para comer aquí o para llevar.

"Sin un nuevo poder espiritual, nuestra época, que es una época revolucionaria, producirá una catástrofe", anotó Augusto Comte hace como doscientos años, sin sospechar que estaba profetizando también para nosotros. Y aquí tenemos al Golem con bulla: fotografía de la época, a cuerpo entero y con la boca abierta.