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Sociedad

Venganza bíblica

El fidelismo ha desguazado de tal manera la economía que ni siquiera es posible aplicar la máxima de pagar a cada cual según su trabajo.

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Ahora pretenden (o nos hacen creer que pretenden) descabezar de un golpe la nefanda estatua de bagazo que un mal día le erigieron en Cuba al igualitarismo.

Los genios del régimen aterrizaron ayer de tarde, procedentes de su nirvana de congrí con puerco asado, trayendo un descubrimiento que asombrará a la humanidad: cada trabajador —han dicho— debe percibir un salario que se corresponda con su esfuerzo y con lo que sea capaz de aportar mediante su trabajo.

No obstante, suena bonito. Sobre todo para quienes no conozcan nuestros entresijos, para los cientos de miles de almas puras que se nos acercan desde lejos en plan de constatar que otro mundo es posible, pero guardando las distancias, como quien va al zoológico.

La mala noticia, no para ellos sino para nosotros, es que si esta nueva reforma salarial del régimen fuese en verdad profunda, como se está anunciando, no podría ser aplicada. Al menos no antes de que sean resueltos otros problemas todavía más graves que el de los salarios ínfimos e igualitarios.

El fidelismo, ese diluvio que nos inunda, desguazó de tal manera las estructuras económicas (y todas las otras) en el país, que ahora ni siquiera es posible aplicar coherentemente una máxima tan sencilla como eso de pagarle a cada cual según su trabajo y obtener de cada uno según su capacidad.

Los impedimentos son numerosos, pero el espacio es corto. Así que de momento tal vez alcance con uno como botón de muestra, el más elemental, aun cuando no el más grave.

Si poco congruente parece la idea de pagar por resultados productivos en circunstancias en que la productividad es casi nula y no se traduce en bienes para quien la ejecuta, mucho menos aún lo será pagar a cada cual según lo que haga dentro de un panorama laboral con plantillas infladas, debido a las cuales son los propios trabajadores el primer obstáculo para la eficiencia del trabajo.

Sea en un establecimiento de servicios, en la oficina de un ministerio, en una fábrica o en uno de esos contingentes de la construcción cuyos miembros son utilizados lo mismo para pegar ladrillos que para darle tranca a los opositores políticos, aquí sobran por lo menos dos de cada tres trabajadores en cada puesto.

Y claro que ello no se debe a que no haya trabajo por hacer, sino a una disparatada manera de distribuir las fuerzas, un estilo que nació lastrado por estrategias ajenas y aun contrarias al principio de productividad, una propensión viciosa que con el paso de varias décadas ha llegado a ser la única conocida por los propios trabajadores, así que es su costumbre y su ley.

Ante la disyuntiva (efectista, falsa) de mostrarse a los ojos del mundo como un sistema capaz de erradicar el desempleo, el régimen apeló al inflamiento de plantillas en tanto recurso fácil y rápido. Parece evidente que al confiar en que viviríamos largo y tendido mantenidos por la URSS y sus huestes, no paró mientes en que con esta práctica estaba hipotecando el futuro económico del país, a la vez que ocasionaba una muy sensible grieta en la tradición que siempre distinguió al cubano como persona laboriosa y luchadora.

Y ahora resulta que se han propuesto (o nos hacen creer que se han propuesto) aplicar borrón y cuenta nueva, pero situando, como siempre, la carreta delante de los bueyes, lo cual está representado en la susodicha reforma en los salarios, que a su vez se apoya en lo que llaman Perfeccionamiento Empresarial, un viejo-nuevo proyecto cuyo desperfecto salta desde el mismo nombre y que en resumidas cuentas no viene a ser sino más de lo mismo.

"Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo, porque tal remiendo tira del vestido y se hace peor la rotura". Lo advirtió el apóstol San Mateo. Y para el caso, cualquiera diría que se trata de una muy anticipada venganza bíblica.


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