Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Literatura, Música, Cine

Antología casual

Una breve selección de textos, en la cual Ernesto Lecuona recuerda a Rita Montaner, Jorge Mañach reflexiona sobre el vivir democrático y Guillermo Cabrera Infante desmitifica a Charles Chaplin

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Por gajes del oficio, tengo que leer y revisar libros y publicaciones periódicas casi a diario. Y constantemente encuentro textos que, por una razón o por otra, me parecen interesantes y dignos de compartir con otros lectores. Producto de las últimas pesquisas, es esta gavilla de fragmentos extraídos de fuentes muy diversas y fechados en diferentes épocas.

El primero de esos textos pertenece a Alberto Lamar Schweiyer, un escritor con quien los cubanos hemos sido particularmente injustos. Es cierto que su adhesión a un personaje tan detestable como lo fue Gerardo Machado, ha sido determinante en ello. Pero eso no puede llevar a que a sus obras se le nieguen los valores literarios que sin duda poseen. Antes de unirse al carro de la dictadura machadista, Lamar Schweiyer publicó un libro que en su momento causó mucha controversia, Biología de la Democracia (Ensayo de sociología americana) (1927), en el cual sostenía tesis y opiniones muy polémicas y discutibles. Para defenderse de las críticas unánimemente negativas que recibió, redactó un artículo en el que refuta “ciertas ideas erróneas” que, a fuerza de repetirse, podían hacer que el público e incluso los “intelectuales más sugestionables” las consideraran exactas.

Al mismo tema del libro de Lamar Schweiyer, aunque desde una postura diametralmente opuesta, Jorge Mañach también se acercó muchos años después en un artículo. Con la lucidez que lo caracterizó, aborda el vivir democrático, cuya esencia es, afirma, la pluralidad de partidos. En aquel trabajo, citaba un discurso pronunciado por él nueve años antes, y al cual corresponden precisamente las líneas que aquí reproduzco. Al rescatar aquel texto, finalizaba con un comentario que yo, a mi vez, repito: “Creo que estas reflexiones tienen hoy aún más vigencia que entonces”.

Al fallecer Rita Montaner, el compositor Ernesto Lecuona redactó a solicitud de la revista Bohemia unas cuartillas en las que desgrana sus recuerdos sobre la sobresaliente artista. Como allí cuenta, se conocieron cuando eran muy jóvenes y estudiaban música en Guanabacoa, el pueblo natal de ambos. Años después, tuvieron la oportunidad de trabajar juntos. Además de interpretar varias canciones del compositor, Rita Montaner estrenó el sainete Niña Rita o La Habana de 1830, firmado por Lecuona junto con Eliseo Grenet, y La tierra de Venus, con música del creador de La comparsa y texto de Primelles.

De la música, pasamos al cine. A propósito del centenario de Charles Chaplin, Guillermo Cabrera Infante le dedicó un trabajo no muy laudatorio. Apareció en el suplemento cultural del periódico español Diario 16, y estaba encabezado por esta nota: “El genio Charles Chaplin, que enterneció a muchas generaciones de cinéfilos, se nos presenta en este artículo como el hombre que, ensimismado en su imagen, cometió también algunos importantes «errores»: entre ellos el plagio (La violetera y Monsieur Verdoux). Guillermo Cabrera Infante habla, además, de su autobiografía, a la que califica de ególatra y profundamente desagradable”.

Además de dirigir y escribir guiones, entre 1959 y 1974 Pier Paolo Pasolini se ocupó del cine como crítico. En esos textos mantiene una loable independencia de criterios, aunque hay ocasiones en que restalla el látigo y arremete contra cineastas santificados que unánimemente se consideran valores indiscutibles. Eso lo lleva a emitir opiniones que hacen que, al leerlas, uno llega a veces a irritarse. Pero, en fin, aquí viene a cuento lo de que el que tiene boca se equivoca. Por cierto, uno de los dos largometrajes a los cuales descalifica, Con faldas y a lo loco, es el título con el cual se conoce en España Some like it hot, filme de Billy Wilder que en Cuba se estrenó con el de Algunos prefieren quemarse, mucho más fiel al original.

Cierro esta pequeña antología con Machado de Assis, un autor por el que siento una gran admiración. En el mundo de habla hispana se le reconoce como un gran escritor, y existen traducciones de sus principales novelas y de una parte de su narrativa breve. Sin embargo, no se le tiene en la misma estima que a Charles Dickens, Henry James, Guy de Maupassant, a quienes no tiene nada que envidiarles. A excepción de una breve muestra, en nuestro idioma se desconocen sus crónicas, un género en el que el autor de Don Casmurro también dejó la huella indeleble de su enorme talento. En aquella de la reproduzco un fragmento, escribe sobre las normas de conducta que deben seguirse en los “bondes”, término derivado del inglés bond, y con el que se conocía entonces en Brasil a los tranvías eléctricos.

***

“No creo vanidoso ni exagerado hacer una afirmación terminante. Estimo que la crítica, en general y con excepciones muy estimables, ha juzgado mi Biología de la Democracia con cierta prevención intelectual sobre sus conclusiones finales, con cierto recelo injustificado sobre la tendencia trascendente de este libro, que es para muchos la representación de una nueva ideología en mí o, mejor dicho, un sentido radical de inversión sobre teorías antiguas. Es, pues, oportuno y hasta útil que en estos momentos de calma relativa, destruya ciertas ideas erróneas que a fuerza de ser repetidas bajo diversas firmas, pueden terminar en ser consideradas exactas por el público y hasta por aquellos elementos intelectuales más sugestionables.

“Nietzsche y la Democracia

“Se acusa a mi libro de circunstancial y se señala mi teoría como el producto de la orientación un tanto improvisada, derivada del circunstancial pesimismo que, según algunos críticos, se ha reflejado en mí con caracteres terminantes. La apreciación está hecha muy a la ligera.

“Aquellos que conocen mi libro La Palabra de Zarathustra, editado en 1923, no se sorprenderán de este libro de hoy. En la segunda parte de aquel trabajo, capítulo IV, ya señalaba yo, de un modo terminante, el fracaso del ideal democrático y sostenía —a través de la influencia de Nietzsche en los pueblos latinos— que la Democracia y el liberalismo difícilmente renacerán de la crisis actual. Esa idea central, aplicada después al problema político de nuestra América, cuidadosamente comprobada hasta este año 1927, integra la idea matriz de mi teoría biológica. No busqué, como se ha dicho, los argumentos que pueden servir para demostrar la fatalidad del hecho anti-democrático, sino que llegué a esa conclusión fatalista, a esa negación absoluta e integral, después de compulsar los antecedentes de nuestra vida política, de estudiar los resultados psíquicos de nuestra inarmonía racial, de comprobar cuidadosamente la influencia terminante que el medio geográfico tiene sobre las organizaciones sociales.

“El problema social de América

“Mucho se ha discutido. Sin embargo, niego terminantemente que hasta este momento mis críticos —aun los más documentados, aun los que más seria e imparcialmente abordaron la labor de refutarme— hayan probado que no tengo razón. Se me ha discutido, sí, con argumentos sólidos hasta cierto punto, la conclusión a que llego, pero no se ha probado que con los hechos que yo presento, con el cúmulo de pruebas que afianzan mi aserto, se pueda llegar a otra conclusión que a aquella que determina mi obra.

“Yo aceptaré que mi libro carece de razón y que mi teoría anti-democrática es errónea, cuando se pruebe de modo concluyente:

“1ro. Que pueden existir gobiernos democráticos en Estados que carecen de organización efectiva, de unidad geográfica, económica y étnica.

“2do. Que el pueblo americano, formado por la concurrencia de tres razas de caracteres psíquicos y morales muy diversos, puede regirse por un sistema de nivelación y por legislaciones apriorísticas.

“3ro. Que los caciques, que son presiones del medio geográfico, y los caudillos que están determinados por la incultura, pueden concurrir a integrar un “cuerpo electoral” que concuerde con la teoría del sufragio, y

“4to. Que la Democracia es una aspiración política de las mayorías absolutas, integradas por africanos, asiáticos, indios y blancos conquistadores o inmigrantes.

“Cuando estos cuatro puntos en que se basa mi teorización sean refutados con teorías de solidez científica y se pruebe que en las Repúblicas que tienen en su organización estructural esos antecedentes, hay una posibilidad de régimen liberal y democrático, de gobierno del pueblo por los mejores del pueblo escogidos por el pueblo, aceptaré mi error, previa comprobación de las refutaciones.

“El Dictador

“Así como en la palabra Democracia hay una simpatía trágica, una sugestión invencible, un atroz poder eufónico de captación, hay en la Dictadura un instintivo afán de repulsa. Tanto se ama, aunque sin comprenderla, a la Democracia, se odia, se rechaza, se desprecia y teme a la Dictadura, que encarna un sentido político contrario. Y sin embargo, Democracia y Dictadura han sido etiquetas usadas a discreción en todo momento y carteles de defensa o desafío en todas las vacilaciones políticas de la era liberal que, después de todo, solo ha sido una alternativa entre esos dos puntos tal vez por igual equidistantes de la verdad.

“Así se explica la casi unanimidad de negaciones que ha señalado la aparición de la Biología de la Democracia. Y así como no se ha querido confesar la realidad de mi apreciación anti-igualitaria, se ha dado a mi defensa de los regímenes dictatoriales un banal sentido de partidismo político, una negación de trascendencia. Pese a la distinción hecha en el prefacio de mi libro, se ha querido ver en el Dictador que justifico, la hosca mirada de un Rosas o el gesto torvo y seco de Rodríguez de Francia. Aun cuando he sostenido que el dictador tiene nombre: Bolívar, Juárez, Sarmiento, sin excluir a Lenin, que encarna un sentido superior de avance y de justicia social, se ha dejado entrever, cuando no se ha dicho con tono terminante, que es mi libro una defensa de las tiranías bárbaras, de las tiranías que no encarnan un sentido de organización, sino todo lo contrario, un sentido de reducción, de sometimiento y de limitación.

(…) De Cesarismo democrático a mi libro

“Vallenilla Lanz deriva del hecho circunstancial, histórico si se quiere, su afirmación del “gendarme necesario”. Niega la Democracia como posibilidad política en América y basa su teoría en que América no ha gozado de regímenes igualitarios. Según él, dictador es una presión necesaria al medio y por eso perdura. Yo creo haber probado, por el contrario, que las dictaduras americanas —la de Bolívar, la de Juárez, la de Balmaceda, la de Crespo— son determinaciones del medio que las crea y mantiene al tomar poder político. La diferencia es radical y absoluta. Es todo cuanto tengo que decir”. (Alberto Lamar Schweiyer, “Cosas que no se han dicho. Comentarios al margen de la crítica”, Diario de la Marina, 8 mayo 1927)

***

“Conocí a Rita Montaner en el Conservatorio Peyrellade. Estaba situado en la Calzada de la Reina, número 3. Lo dirigía Carlos Alfredo Peyrellade. Rita y yo estudiamos solfeo y piano en aquel establecimiento. Recuerdo que iba siempre acompañada de su padre; un caballero bien plantado y extremadamente amable. Por razones que no puedo explicar aquí, salí del Conservatorio y tomé clases de un profesor privado, Antonio Saavedra, que fue discípulo de Ignacio Cervantes.

“Rita siguió en el Conservatorio, y una vez, invitado por una amiga, fui a una fiesta donde se presentaban los alumnos más aventajados. Rita tocó un movimiento de una sonata de Beethoven. Me pareció que sus condiciones pianísticas eran notables.

“Después me dediqué a tocar en cines y perdí de vista a Rita.

“Años más tarde me enteré de que ella recibía clases de canto de un eminente maestro: don Pablo Morales, ya que poseía una voz bellísima y un gran temperamento. No lo puse en duda, pues siempre me pareció una mujer excepcional para la música en todos sus aspectos.

“(…) Cómo oí a Rita

“Mi primo Eugenio Lecuona, diplomático, padre de la compositora Margarita Lecuona, autora de Tabú y Babalú, me pasó un cable ofreciéndome un contrato de dos semanas (como prueba) para el Capitol Theatre, de Nueva York. Acepté. Y debuté con tanta suerte que las dos semanas se convirtieron en seis.

“Al volver a mi patria, encontré anunciado un Festival de Canciones Cubanas, organizado por Sánchez de Fuentes, con la colaboración de Eusebio Delfín, compositor y autor, y Guillermo de Cárdenas, periodista.

“En este festival cantaba Rita.

“¡Al fin iba a oír a Rita!

“Asistía al acto. Quedé entusiasmado oyendo a mi «paisana» de Guanabacoa. Subí al escenario. la felicité calurosamente. Recordamos nuestros tiempos del Conservatorio Peyrellade. Un mes más tarde, hice yo unas presentaciones en Payret para interpretar la música que había sido mi éxito en el Capitol de Nueva York.

“Allí, por primera vez, estuvo Rita en una fiesta musical mía.

“Después

“Andando el tiempo, un 10 de octubre, organizado también por Guillermo de Cárdenas, ofrecí un Festival de Música Cubana en el Teatro Nacional. En el elenco, por supuesto, estaba Rita Montaner, la que estrenó en esa oportunidad varias composiciones de otros autores y mías, entre ellas mi bolero Palomita Blanca, que cantó con el barítono de lindísima voz Rafael Alsina.

“(…) Algo más

“La cultura de Rita asombraba. Hablaba de todo. Asimilaba cuanto leía y oía. Además, lo que sus bellos ojos veían, no lo olvidaba jamás.

“Su nombre fue siempre timbre de gloria. Anunciarla era tener el teatro lleno por anticipado.

“Estuve en el Hospital Curie durante su gravedad. Pasé junto a la enferma toda la mañana. desde las nueve hasta las dos. Se distrajo mucho conmigo.

“Pero yo abandoné alicaído, angustiado aquel centro.

“Me parecía imposible ver a aquella mujer tan bella, tan luminosa, que tenía risa de cascada, en condiciones de derrumbe físico.

“Final

“En su muerte, escribí una carta que leyó ante las cámaras de televisión Pepín Sánchez Arcilla. Envié unas flores. Las orquídeas del recuerdo.

“Esta fue la última colaboración mía con la preciosa existencia de Rita Montaner.

“Acostumbro a oír las noticias por la radio a las siete de la mañana. Escuché la infausta nueva. Fue como un golpe en la cabeza, en el corazón, en el alma. Se me despedazó el sistema nervioso.

“Pasé todo el día con el frasquito de bellergal en la mano.

“Descanse en paz Rita Montaner. Rita la única. Rita de Cuba. Rita del Mundo.

“Para mí, sencillamente, Rita… Rita Montaner. Un nombre que abarcó todo el arte.

“Porque eso fue ella: ¡el arte en forma de mujer!”. (Ernesto Lecuona, “Fue la más genial intérprete que hemos tenido”, Bohemia, 4 mayo 1958)

***

“Estoy cada vez más convencido de que lo que constituye de hecho y en la vida práctica la esencia del vivir democrático, no es la fórmula generosa y magnífica, pero acaso un poco astral, que reza: «Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» … Porque, desgraciadamente, estas preposiciones «de», «con» y «por» se prestan, como lo hemos visto, como lo estamos viendo cada día, a los más diabólicos trastrueques. Lo que constituye realmente, en la práctica, la democracia de que algunos pueblos blasonan y que en realidad no tienen, es la pluralidad de las opiniones.

“No hay democracia donde no haya pluralidad de partidos. No es democracia la que presume de acción «por» y «para» el pueblo, lo hace en nombre de una sola entidad política, de un partido único; no es democracia la que se basa en un soberbio entronizamiento de poder contra las más cardinales exigencias del espíritu humano y su afán natural de libertad. Pues el hombre es por naturaleza criatura limitada, y como tal sujeta inevitablemente al error. Lo democrático es admitir siempre la posibilidad de que estemos equivocados y de que sean otros quienes estén en la verdad. Y un régimen que no consienta la existencia de la minoría, que no deje margen para la posible verdad del adversario, es un régimen esencialmente soberbio en el orden moral, y despótico en el orden público.

“Así como tiene que haber pluralidad de partidos, así también en el orden periodístico ha de haber variedad de órganos de expresión. No se concibe una democracia en que no hubiera más que un solo periódico, cuya camarilla interna dictara el modo de interpretar los asuntos públicos. Tiene que haber diversidad de periódicos como de conciencias. En lo técnico, periódicos ágiles e impresionistas y periódicos graves y ponderados; en lo doctrinal, periódicos ávidos de futuro y periódicos conscientes de la responsabilidad profunda de la tradición; periódicos de derecha, de izquierda y de centro… ¡Qué bien se palpaba la democracia francesa, por ejemplo, cuando en mis tiempos oía yo vocear en París L’Humanité, el periódico comunista, y Acción Francesa, el periódico «royalista» de Maurras!... Para poder marchar físicamente, necesitamos de la resistencia del suelo, porque si no, nos deslizaríamos y caeríamos. Así también para la buena marcha histórica le es necesario a los pueblos no solo el ímpetu, sino también cierto grado de resistencia… Por eso decía Martí que los pueblos han menester a la vez del freno y la caldera”. (Jorge Mañach, “Respuesta a buenos entendedores”, Bohemia, 10 enero 1960)

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“La última obra de Chaplin es su autobiografía, que para que no quede dudas se llama Mi autobiografía. Este es un libro que narra una vida y es inexplicable como Charles Chaplin no se dio cuenta antes de publicarlo que es el retrato de un hombre pequeño (no solo de físico), vano, ególatra, implacable con sus amigos y profundamente desagradable. Es, inclusive, un libro estalinista. El hombre que tanto protestó de que se le acusara de comunista tiene una entrevista con H.G. Wells, que acaba de venir de entrevistar a Stalin. Cuando Wells le dice que el sueño comunista se ha convertido en una brutal realidad totalitaria, todo lo que dice Chaplin, bloqueando la siniestra visión de Wells, es: «Sí, se cometen errores, pero…». Es ese argumento tan caro a la izquierda, que salvando las distancias, cuando se habla de que las pesadillas del Sena son la realidad de La Habana, declara que no son más que accidents de parcour. Es decir, el terror es solo un error.

“En su libro Chaplin conoce, entrevista, conversa y cena con H.G. Wells. También lo hace con Gandhi, con Einstein, con Churchill y Pavlova y Caruso y Nijinsky y con Chou En-lai, Hearst y su novia (a la que Chaplin hizo cosquillas y le costó la vida al director Thomas Ince) y Nehru y Picasso —ad nauseam. (La lista no es caprichosa: viene en la contracubierta de la primera edición de 1964 de Bodley Head, que diseñó el propio Chaplin. La autobiografía, para colmo, fue corregida por Graham Greene, el autor de Buscando a mi general.)

“Presentes los famosos y los poderosos en la autobiografía de Chaplin están ausentes gente como Buster Keaton, que estuvo con él en Candilejas (por cierto, la secuencia del dúo Keaton-Chaplin, maestros del music hall, en que el viejo Buster se hizo culpable por su excelencia, fue reducida al mínimo para que el segundo no brillara más que el maestro) ni Harry Laungdon ni Groucho Marx o al menos Harpo, que también se negaba a hablar ni a Laurel (que vino con él a América y juntos fueron a Hollywood) ni a Hardy. Su memoria se hizo tan renuente como cuando olvidó que Raquel Meller cantaba cuplés. Pero el olvido mayor ocurre cuando no recuerda para nada a su fotógrafo de treinta y cinco años, el leal Rollie Totheron, que lo acompañó hasta Candilejas. Este olvido se hace peor en un recuerdo parcial. En la autobiografía una línea que dice: «Rollie, el fotógrafo, vino a mi camerino». Es un libro para olvidar”. (Guillermo Cabrera Infante, “Goodbye Charlie”, Culturas, 29 abril 1989)

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El acorazado Potemkin es una película fea, en la que el conformismo con que son vistos los personajes revolucionarios corresponde a la más sediciosa propaganda. Los marineros del Potemkin son seres sin alma, sin cuerpo, sin sexo, que se mueven como títeres (…) El director solo se salva de su servilismo propagandístico en la secuencia de la escalinata

Con faldas y a lo loco es un film mediocre y deprimente que deja en la boca un regusto amargo de juego de sociedad logrado a medias”. (Pier Paolo Pasolini, El Cine de los Otros, Alba, 1999)

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“Se me ocurrió inventar algunas reglas para el uso de quienes frecuentan los bonds. El desarrollo que ha tenido entre nosotros este medio de locomoción esencialmente democrático exige que no sea dejado al puro capricho de los pasajeros. Lo que puedo ofrecer aquí son algunos extractos de mi trabajo; basta decir que está compuesto por nada menos que setenta artículos. Van apenas nueve.

“Art. I-De los que tienen catarro

“Los que tengan catarro pueden entrar en los bonds con la condición de no toser más de tres veces en el lapso de una hora, y en caso de estornudar, cuatro.

“Cuando la tos sea repetitiva hasta el punto de no respetar el límite impuesto, los acatarrados tienen dos alternativas: o viajan de pie, que es un buen ejercicio, o se meten en la cama. También pueden ir a toser donde se los lleve el diablo.

“Los acatarrados que estuvieren en los extremos de los asientos, deben estornudar por el lado de la calle, en vez de hacerlo en el interior del bond, salvo caso de apuesta, mandato religioso o masónico, vocación, etc., etc.

“Art. II-De la posición de las piernas

“Las piernas deben ir adaptadas de tal forma que no incomoden a los pasajeros del mismo asiento. No se prohíben formalmente las piernas abiertas, con la condición de pagar los otros sitios y cederlos a niñas pobres o viudas desamparadas, mediante una pequeña gratificación.

“Art. III-De la lectura de los periódicos

“Cada vez que el pasajero abra la hoja que está leyendo, tendrá el cuidado de no rozar las aletas de la nariz de los vecinos, ni levantarles los sombreros. Tampoco es agradable apoyarlo en el pasajero de enfrente.

“Art. IV-De los cigarrillos

“Está permitido el uso de los cigarrillos en dos circunstancias: la primera cuando no haya nadie en el bond, y la segunda al bajarse.

“Art. V-De los que todo lo echan a perder

“Toda persona que sienta necesidad de contar sus asuntos íntimos, sin interés para nadie, debe primero indagar sobre el pasajero escogido para tal confidencia si él es asaz cristiano y resignado. En caso de que lo sea, preguntarle si prefiere la narración o una descarga de puntapiés. Siendo probable que él prefiera las patadas, la persona debe inmediatamente propinárselas. En el caso, además extraordinario y casi absurdo, de que el pasajero prefiera la narración, el de la propuesta debe hacerlo minuciosamente, enfatizando en las circunstancias más triviales, impugnando los dichos, subrayando y señalando las cosas, de modo que el paciente jure a sus dioses no incidir”. (Joaquim Maria Machado de Assis, “Cómo comportarse en el tranvía”, Crónicas escogidas, Editorial Sexto Piso, 2008)