Actualizado: 25/04/2024 19:17
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«Bolívar», una serie admirable

Al seguir la narrativa de la serie, es posible entender el pensamiento bolivariano, con sus luces y sus sombras

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Todos los pueblos del mundo que han lidiado por la
libertad han exterminado al fin a sus tiranos.
Simón Bolívar

La empresa de televisión colombiana Caracol, auspiciada por Netflix, ha comenzado a trasmitir en Estados Unidos la serie Bolívar, una lucha admirable (60 capítulos). Escrita por Juana Uribe, autora y productora de varias novelas, la serie no se aparta de los clásicos cánones de la telenovela moderna: melodrama, sexo, suspense y comedia. Pero desde los primeros capítulos se percibe que Bolívar es algo más: los realizadores han sido sumamente respetuosos con la historia, al punto de entregarnos un Libertador y varios de los próceres de la independencia de América de carne y hueso; los hombres —y las mujeres, porque Manuelita Sáenz interpretada por la ecuatoriana Shany Nadam está insuperable— aparecen con sus muchas virtudes y sus también muchos defectos.

Quizás porque entretiene a la vez que hace reflexionar sobre la historia reciente —dos siglos es poco tiempo para una nación—, Bolívar torna inevitable juzgar el presente latinoamericano con ojos críticos; cuánto de autoritarismo, populismo, desidia y pobreza institucional aún pervive en los países al sur de Rio Bravo.

Simón Bolívar no escapa al denominador común de los padres fundadores de la patria americana; muchos de los que lideraron las causas independentistas eran los más ricos y cultos de cada nación. Ellos invirtieron sus patrimonios —la familia Bolívar, una de las mayores fortunas de Venezuela—, y también lo perdieron todo, incluyendo familiares cercanos. Tampoco es una casualidad que algunos de estos grandes hombres hayan tenido una infancia tormentosa, y en su camino haya aparecido un “formador-salvador”, a quien deben un giro trascendental en sus vidas: Simón Rodríguez fue para Bolívar lo que Mendive para José Martí, William Fairfax fue para George Washington lo que pudo ser el presbítero Antonio Patricio de Alcalá para el huérfano Antonio José de Sucre.

Al seguir la narrativa de la serie, es posible entender el pensamiento bolivariano, con sus luces y sus sombras, y establecer con mayor claridad las diferencias entre el hombre de las dificultades y quienes hoy se han auto titulado sus seguidores. Nada que ver, por supuesto. Bolívar, como José Martí, fue un demócrata, aun cuando aceptó el título de dictador del Perú, y abogó por la presidencia vitalicia. Esta posición del héroe solo es posible comprenderla bajo las circunstancias que le tocó vivir, desarrollar una guerra cruenta y larga, contra un enemigo poderoso e inmisericorde.

Mucho se ha escrito sobre la evolución de sus ideas. Este breve artículo no pretende más que estimular el estudio del pensamiento bolivariano con un sentido crítico: los errores del pasado, olvidados o desconocidos, volverán a ser los errores del presente y serán los del futuro. En ese sentido, una de las preguntas que parece atravesar todo el pensamiento bolivariano –y es también la de muchos otros patriotas latinoamericanos- es si nuestros países tuvieron o tienen la madurez institucional y social suficiente para gobernarse sin la presencia de un rey, presidente vitalicio, dictador, máximo líder o comandante en jefe.

El hilo conductor de la narrativa ideológica y política de la serie es el contrapunteo de los libertadores de la América hispana entre instaurar una república con una monarquía criolla —léase presidencia vitalicia—, encargada del orden y el progreso, o establecer una república independiente bajo la supervisión de un poder extranjero, un príncipe o algo parecido; entre construir una Patria común, América, la Gran Colombia, —tal vez teniendo como referente las Trece Colonias— o que cada país estableciera sus propias leyes y fronteras independientes de un poder central. Estaban convencidos de librarse de la metrópoli española, pero ¿y después?

Las ideas de Bolívar, en ese sentido, evolucionan desde la democracia liberal de la Ilustración europea —separación de poderes, estado laical, elecciones periódicas— a creer en la imperiosa necesidad de un estado fuerte, gobernado en sentido vertical con un presidente vitalicio. Para Bolívar, como antes lo fue premonitoriamente para el general José de San Martin, la democracia europea no era trasplantable de inmediato al Nuevo Mundo. “No estamos preparados para eso”, comenta el comandante del Ejército de los Andes a Bolívar en la serie durante la Entrevista de Guayaquil en 1822.

Poco o muy poco se sabe sobre las ideas del Padre Félix Varela en tal sentido. El sacerdote cubano vivió esa época de cambios radicales en Europa, convenientes a las luchas emancipadoras en Latinoamérica. Aunque el Padre Varela creyó necesaria la independencia de Cuba de la metrópoli española, también pensó que la mejor forma de desarrollarse seria formando una mancomunidad de estados americanos independientes, parecida a lo que hoy conocemos como Mancomunidad Británica de Naciones (Commonwealth) En sus Cartas a Elpidio el presbítero, formador de quien sería el maestro de José Martí, prevé como la impiedad, la superstición y el fanatismo, tan abundantes en el corazón de quienes se proclaman líderes, serían la ruina de nuestras naciones.

Por cierto, Karl Marx desde su perspectiva eurocéntrica, tan atareado como estaba en construir en su mente un paraíso para los obreros sin haber pisado jamás una fábrica, viviendo prestado toda su vida, fue un ácido crítico del Libertador. Ciertamente, los métodos de Bolívar no siempre fueron ortodoxos y en ocasiones sus retaliaciones, sanguinarias. Fracasados sus intentos de establecer una Republica Americana con la unión de todos los países liberados, fue traicionado por quienes, hombro con hombro, libraron con él las más duras batallas. El general que lideró más de 400 combates recorrió miles de kilómetros de norte a sur, sufrió en carne propia, y tal vez desmesuradamente, por sus propios errores –la telenovela no los oculta.

Hugo Chávez quiso ser la reencarnación de Bolívar como el ex Máximo Líder de José Martí. La distancia humana e intelectual que separa a los patriotas de los dictadores es abismal. No tienen nada que ver unos con otros. Todavía más: son su negación histórica. Solo en una cosa los aventajan los auto titulados bolivarianos y martianos; supieron sobrevivir y detentar el poder a toda costa. Tan aferrados al poder terrenal, que aun cuando la parca vino por ellos, se negaron a hacer una expiación de responsabilidades y reiteraron sus muchas faltas —dicen que Hugo, en su lecho de muerte, declaró que todavía le quedaba mucho por hacer (SIC).

La distancia entre unos y otros es tan sencillo como esto: Bolívar, convencido de que era prescindible, renunció a la presidencia en 1821 y fue a morir, pobre y casi solo a Santa Marta porque le prohibieron la entrada en su Venezuela. José Martí, el organizador de la gesta del 95, creyó oportuno dejar el liderazgo de las armas a Máximo Gómez; la tragedia de Dos Ríos sucede poco antes de su decisión de irse al exilio, contrario a su voluntad y prácticamente obligado por la ojeriza de otros generales mambises. José de San Martin entrega el ejército y la conducción de la liberación del Perú a Bolívar, más joven y sano que él; marcha al exilio en 1822, donde fallece poco más o menos que en el anonimato. George Washington, general y padre de la patria norteamericana, se negó a un tercer periodo presidencial —estableciendo la enmienda 22 a la Constitución—, y a pesar de ser uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos, regresó a sus fincas como si gozara el agrimensor que fue en su juventud. Lo que ha hecho grandes, trascendentes a estos hombres no son solo sus hazañas, sino el modo en que se desprendieron de ellas, como el más humilde de sus soldados.

Por comentarios antes de salir al aire, parece que la serie no ha caído muy bien al régimen de facto en Venezuela. Eso, más que una ofensa, es un halago a los productores. A los tiranos no les va bien el arte que pone al desnudo la vulnerabilidad y la mortalidad de los héroes. Tal vez por eso Jesucristo, la piedra angular desechada por los constructores, nacido pobre y asesinado como el peor de los criminales, no es parte de sus adoraciones. Los tiranos en las familias, en las naciones, en los trabajos, no comprenden que el verdadero amor está en la renuncia; que la máxima expresión de amor es una dejación de sí mismo, dar libre paso a los demás. El amor sano, liberador, no se puede confundir con el amor narcisista, la egolatría propia del psicópata.

Esta anécdota se la atribuyen al general Charles de Gaulle. Debido a sus muchos méritos durante la guerra y la paz, propusieron que continuara presidiendo el gobierno francés unos años más. En una conferencia de prensa, alguien soltó la perla: “usted tiene que aceptar general, porque usted es imprescindible para la estabilidad de Francia”. Y de Gaulle, que parecía gastarse ese humor francés tan franco como tan bucólico, contestó: “el cementerio de París, joven, está lleno de imprescindibles”.


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